domingo, 31 de enero de 2016

Hilo Rojo [Capitulo 9]





                          Capitulo-9 











Ese apestoso humo de cigarro que le había traspasado hasta sus débiles pulmones, la hace toser. Pepe la tiene acorralada en la pared y busca mirar sus ojos, a Vicky la invade el miedo hay algo en sus ojos, algo extraño que la hace temblar, le cuesta respirar. Una vez más lleva su inhalador a su boca. ¿Cómo es que este hombre dice amarla? ¿Cómo es que le hace tan tonta pregunta?
“¿Por qué no sales de mi mente?”
Ni si quiera la conoce. Ni siquiera lo conoce. Solo sabe que un día la quiso defender, pero sigue sin saber qué clase de hombre es, o si es que tiene buenas intenciones. Duda que sean buenas, la ha traído a la fuerza, y todo para hacerle una absurda pregunta ¿Qué sucede con él? ¿Estará mal de la cabeza? Si es así, debe huir, mas por otro lado no quiere…, si regresa a casa, Daniel estará esperándola para castigarla. Es como si estuviera atrapada, no parece haber salida ¿O sí?
Prefiere no decirle nada, no responderle. Evitarlo lo más que pueda, tal y como hacía con Daniel. Es mejor callar, el que la haya defendido una vez, no significa que sea diferente a su esposo.

—¡Dime! —exclama José uniendo su cuerpo al de ella para inmovilizarla.

Victoria apenas le es posible respirar otra vez.

—¿Quién eres? —sigue preguntando el joven cantante— ¿Por qué apareces en todas partes? ¿Por qué te metes en mi vida así?


Silencio.
La chica solo deja escapar un suspiro, de sus labios no saldrían palabras, están sellados por la experiencia. Por otro lado José sintiéndose tan atraído, como atado a ella, por alguna fuerza invisible. ¿Sería su aroma? ¿Su silencio? ¿Su simple presencia? Lo que lo estaba poseyendo. Medio abrió sus labios y cerró sus ojos para besarla. Sensación que parece despertar a la chica, abriendo sus ojos color avellana de más, sintiendo las manos del joven subir por su cintura. Sus labios al acariciarse eran como seda y parecían brotar miel, era tibio, adictivo. Los parpados de Vicky van cediendo hasta que se cierran, un calor en sus mejillas, no…, en todo su cuerpo se podía sentir. José se siente igual, pero dentro de él sentía como si su corazón se estuviera derritiendo.
Se separaron y miraron sus ojos, para Vicky su visión se tornó borrosa, y su respiración era profunda, sus pulmones se llenaron de aire, como nunca, su corazón bailaba, se sintió viva por un minuto.
El miedo regresó a ella, y lo empujó alejándolo.

—¡Aléjate de mí!

Se precipitó a la puerta para salir, pero José podía presentir algo, no sabía que, solo que era peligroso. Así que sujetó su brazo antes de que pudiera llegar a la puerta y de un tirón le dio la vuelta.

—No te dejaré ir.
—¿Por qué? ¿Qué quieres de mí? —sus ojos se humedecieron.
—No lo sé. —bajó su mirada— Solo quédate aquí.
—No.
—Victoria… —arrugó el entrecejo— ¡Que te quedes aquí te digo!
—¡No quiero! ¡¿Quién crees que eres para besarme así nada más?! —su voz temblaba pero agarro fuerza para seguir— Para traerme aquí. ¡Tengo esposo! Estoy casada, cuando mi esposo se entere vas a… —ya no pudo decir más.

El joven cantante la soltó al escuchar lo último, miró a un lado.

—¡Sé que estas casada! ¡Con ese maldito que solo te maltrata y te grita! ¡¿Verdad?! ¿Acaso puedes amarlo? ¿Cómo es que sigues con ese tipo? —aprieta sus puños.
—¡Sí! ¡Él me conoce! Él… me ama.

José sacudió su cabeza ligeramente y le dio la espalda cruzando sus brazos.

—De acuerdo, lárgate si quieres. Ni siquiera sé por qué me preocupas. Eres una tonta.

Con un manojo de nervios la chica caminó hacia la puerta, luego se detuvo, sin saber qué camino tomar ¿De verdad deseaba ir con su esposo? Siendo muy tarde ya. Tampoco quería quedarse con el loco que la raptó. Volteó a verlo y notó que subía las escaleras. Con sus manos temblorosas buscó su celular en el bolso que llevaba consigo.
Le marcó a Akiba.

—Vicky, gracias al cielo ¿Por qué no respondías mis llamados?

Su voz la tranquilizo en un santiamén.

—Lo siento, no las escuché.
—¿Por qué? ¿En dónde estás? Hace rato me llamó tu esposo, me dijo que no habías llegado a casa ¿Acaso haz decidido alejarte finalmente de él? … Disculpa creo que soy muy entrometido.
—Descuide. Y sí, así es ¿Podría venir por mí? Por favor…
—Por supuesto, pero antes dime ¿Estás bien?
—Sí, no se preocupe  y gracias de antemano.


Le da la ubicación en la que se encontraba, le bastó con salir de la casa para ubicarse, y esperándolo afuera de la casa de José Madero, lo vio llegar. Akiba le preguntó el porqué estaba en ese lugar a lo que ella respondió que era la casa de una amiga. Tuvo que mentir, evidentemente no le diría lo que realmente pasó, ya que no tenía importancia.

—Me sorprende, creí que eras alguien solitaria.
—Lo era —sonrió de oreja a oreja.
—Entonces Vicky es hora de empezar con los planes de separación, o demanda tú decides. —con sus manos al volante y la vista al frente— Sé que me habías dicho que no me entrometiera en tu vida, pero sabes que cuentas con mi apoyo —le dio una rápida mirada.
—Sí, gracias. —observó el bolso sobre sus piernas recordando el delicioso beso— Sal de mi mente —susurró.
—¿Dijiste algo?
—Nada… —le mostró una pizca de sonrisa y miró mejor la ventana, concentrándose en ver pasar las calles y otros coches.


Es una noche más que duerme en casa de Akiba en un sofá cama. Una vez más le costó conciliar el sueño, fue hasta las cinco de la mañana que sus ojos se cerraron, logrando entrar al mundo de los sueños. Solo tres horas y media. No fue suficiente, se le empezaban a notar unas grandes ojeras, las podía ver delante del reflejo en el espejo del baño por la mañana, más sin embargo su cuerpo realmente estaba descansando ya no había moretones ni marcas de maltrato nuevos, aunque no podía decir lo mismo de su mente que es lo que más estaba sufriendo.
Ya habían sido dos noches y conocía muy bien a su marido, sabía de lo que era capaz de hacer, más aún si se llegaba a enterar que ha dormido dos noches en casa de otro hombre, por supuesto su celular había estado sonando incansablemente, al recibir las llamadas de Daniel, pero se le daba muy bien el ignorarlas.

Como todos los días, asistió a su trabajo en el restaurante de comida oriental, siendo acompañada por su jefe, ya no tuvo que caminar a tomar un taxi, o pedirlo hasta la puerta, el auto de Akiba se encargó de su traslado.
Hubo algo que todos notaron con claridad, incluso la clientela; Victoria estaba radiante, muy sonriente, muy risueña, se veía muy feliz. Alejarse del hombre que la maltrataba a diario le ha hecho bastante bien y eso Akiba lo sabe perfectamente, disfruta de lejos ver como Victoria sonríe más ampliamente. No obstante la chica mesera en sus más íntimos pensamientos estaba en conflicto. Preocupada, nerviosa…, tenía miedo.
Estaba confundida, debería volver y disculparse, soportar lo que deba, para salvar su matrimonio con el único hombre que sabe su secreto. O tal vez deba revelarle a Akiba su condición, explicarle porqué cree que con Daniel está bien. ¿Qué pensará al respecto? Esto último la llena de curiosidad. Y tiene tan solo un día, todo este día para decidir qué rumbo tomar, volver o proseguir con apoyo de su jefe del cual ya conoce sus sentimientos hacía ella ¿Acaso esos sentimientos cambiarían si le revelara que no puede concebir hijos?
Por otro lado, el sujeto que ayer la besó, ni siquiera debe recordarlo pero ¿Por qué lo hace? Si ha sido tan extraño, demuestra un afecto sin fundamentos, una preocupación sin razón ¿Por qué?


Mientras revisaba unos papeles en su oficina ahí mismo en el restaurante Itadakimasu. Akiba recibió una llamada del esposo de Victoria.

—Buenas tardes ¿En qué puedo ayudarle?
—¡Usted me dijo que me avisaría si sabía algo de Victoria!

Azotaron sus palabras los oídos del joven oriental.

—¡¿Aún no sabe nada de ella?! —siguió gritando Daniel.

Se tomó un momento, cerró los ojos aguantando y controlando su voz para sonar lo más amable posible. Ahora que sabía lo que le hacía a Victoria, tenía tantas ganas de matarlo a golpes, no, quizá antes de eso debería torturarlo lentamente.

—No señor, créame que intenté contactarme con ella pero…
—¿No fue a trabajar? —un poco más calmado.
—…no, no ha venido. Le prometo que…
—¡Iré a buscarla de todos modos!
—Pero, le digo que no está aquí, no tiene caso que usted venga.
—¡Cállese! ¡Usted no me dirá que hacer! Iré a su estúpido restaurante, necesito preguntar personalmente a sus compañeros, a los clientes si la han visto.
—De acuerdo, como usted guste. Adiós.

Le cuelga y sale a paso rápido de su oficina, sonando el portazo de la puerta al cerrarla.


Anoche después de dejar ir a Vicky. José Madero subió a su habitación y tomó Whisky hasta ponerse muy ebrio, en la mañana su cuerpo le pasó factura con la típica resaca, pero a estas horas de la tarde ya se le ha pasado, y al verse absorto en sus pensamientos, sin dejar de preguntarse quién era ella, y por qué había hecho lo que hizo, decidió volver a tomar. Ni siquiera se ha duchado, ni salido de su casa, estaba encerrado en su alcoba tumbado en su escritorio.
Por el suelo se podían ver esparcidos un puñado de papeles en los que perdió el intento de escribir una canción nueva para el álbum. La guitarra también estaba en el suelo. No podía. Y le estaba volviendo loco su cambio emocional, y de personalidad.
Vestía el mismo pantalón negro y camisa a cuadros con los tres primeros botones desabrochados, lucía algo despeinado y con un semblante demacrado, pálido y los labios resecos. Se sirvió más Whisky viendo su vaso de vidrio con una mirada perdida, escuchando el ruidoso silencio que lo invade. Entornó sus ojos y los fijó a lo lejos, de dónde podía divisar el reloj de oro que le había regalado la chica en modo de agradecimiento. Se encuentra sobre una cajita en uno de sus muebles. Levantándose de su asiento se desplaza a ese mueble toma el reloj, lo contempló en su mano, la cerró en puño y lo apretó con fuerza.

«¿Por qué mierda guardo esta porquería barata? »

Piensa arrojarlo a la papelera de su escritorio y un sonido le taladra sus tímpanos.
El timbre de la puerta principal a su casa. Lo ignora y con un resoplido suelta el reloj en el mueble, queriendo regresar a su escritorio para tomar un trago más, y de nuevo, oye ese timbre sonando insistentemente. Teniendo un poco de problemas con el equilibrio al caminar, llega hasta el dispositivo de seguridad en la pared con una pequeña pantalla, para ver desde ahí de quien se trataba.

—¡Pepe ábreme güey!

Puede ver la cara de su amigo Gabriel Montiel, quien exhibía una sonrisa, también alcanza a ver que, detrás de él, estaba la rubia cruzada de brazos, mascando un chicle con su típica vestimenta de rockera.
José le había pedido a sus amigos y compañeros miembros de la banda que no lo molestaran hoy, ni los próximos días, que no quería saber nada. Cumpliendo, lo respetaron y le dieron su espacio. En cambio no podía esperar lo mismo de su mejor amigo, aunque se lo haya pedido eso era para él como pedir auxilio o algo así. Ya lo esperaba, pero después de todo es su mejor amigo, al que ya tenía años sin ver. A pesar de que no aprobaba la presencia de su novia, trata de no darle tanta importancia y presiona unos botones, desbloqueando la seguridad de la puerta principal, junto con la de la entrada a su casa.


A toda prisa Akiba llegó a dónde estaba Victoria, sin importarle que estuviera atendiendo a unos clientes, desde lejos le hizo una seña para que se acercara. La chica enseguida fue hacía el con cuatro cartas del menú en sus manos.
Su jefe la lleva rápidamente a donde nadie pudiera verlos.

—¿Qué sucede? No se ve bien… —dice Victoria viéndolo con su frente arrugada.


Akiba toma un respiro.

—Por favor no me hables de… —suspira— Olvídalo, no importa ahora. Hay algo muy alarmante.
—¿Alarmante? Me…está asustando. —su expresión cambia viéndose atónita.
—Es tu esposo, hace rato me llamó, dice que vendrá a buscarte. Le dije que no habías venido, tienes que irte ya. —le pone su mano sobre su cabeza para calmarla un poco.
—Pero ¿A dónde voy?
—Te daré la clave de seguridad de mi casa para que puedas entrar y te refugies ahí hasta que yo te avise que puedes volver. —la mira a los ojos y toma sus manos— Victoria…

Notó que la chica estaba temblando. Y perdía su color.

—No tengas miedo, por favor. —sujeta su muñeca y la atrae a su cuerpo para abrazarla.

Las cartas del menú se caen y Vicky boquiabierta se siente entre sus brazos, sus mejillas están tibias otra vez, y no puede moverse ni hablar y se siente bien, de hecho muy bien, tanto, que incluso se puede sentir protegida. Como nunca la había hecho sentir un hombre.
Con una pequeña sonrisa, Akiba se aparta de ella clavándole una benévola mirada.

—Vete…
—Yo, no… —mira abajo.
—¿Quieres que te lleve? Me puedo tomar el tiempo.
—No, ya han sido muchos los favores que me ha hecho —levanta sus comisuras en una sonrisa— Gracias.
—No Victoria, no creas que son favores. Son deberes, me siento con el deber de cuidarte, de ayudarte porque quiero, porque te… —sus palabras ya no salen, y desvía su mirada.
—Gracias, en verdad.

Con un tono suave. Y le truena un besito en su mejilla. Eso enciende en corazón del joven japonés, y no puede evitar sonreír como un tonto. A lo que Vicky ríe.



Cuando Gabo y Grey entran en casa de Pepe, lo ven ante ellos, sosteniendo una botella de Whisky casi por terminar, un vaso de vidrio vacío, y un José muy descuidado, apestando a borracho. Justo como Gabo solo había podido verlo en una ocasión, esta es la segunda, está claro que algo sucede con su amigo.
La chica extranjera de melena blonda, alzó una ceja y casi soltó una risa, pero la retuvo cubriendo su boca. Gabo frunció el ceño interrogante.

—¿Qué pedo güey que te paso? —pregunta Gabriel.
—Qué te importa… —se echa en un sofá individual cercano y se sirve más whisky. Tomándoselo de un trago— Y bien… ¿a que han venido? Creí dejarte claro Gabo —lo señala con la mano que sostiene el vaso— que no quería interrupciones, que quería estar solo.

Su amigo tomó la mano de su novia y la condujo a un sillón dónde pudieran sentarse juntos.

—Lo sé güey pero…, cuando es así, sé que algo no está bien contigo y bueno…
—¿Qué? ¿Quieres ayudarme? ¡Podemos divertirnos! —se puso en pie y corrió por otro vaso, se lo dio en su mano y le sirvió whisky— Aunque, ahora que tienes a tu novia como garrapata no será igual.

Grey cerró su puño y quiso levantarse para golpearlo pero Gabo con su brazo la detuvo.

—Güey… —arruga la frente al ver a su amigo sentarse nuevamente— ¿Cuánto has tomado?
—Eso no importa.
—Pero ¿Por qué estás así? O sea, ayer lo que le hiciste a la chica, la subiste al auto y la trajiste aquí ¿Por qué?
—Eso es ¿Por qué? También me lo pregunto. Todo se debe a esa estúpida chica. —sonríe y alza sus cejas— llamada “Victoria” ¿Curioso no? Se llama igual que la última mujer que me volvió loco, se parecen tanto.
—Güey, estás loco ella no te ha hecho nada, es más tú la raptaste. Está bien que te guste güey pero, ese no es el modo de…
—¡Cállate! Todo es extraño, se ha estado apareciendo en mi vida. —con sus codos apoyados en sus piernas empieza a balancearse— Dónde sea que iba, ahí estaba —baja su vista— Esa vez en el restaurante, no era la primera vez que la veía Gabo.
—¿Cómo si te persiguiera? —Inquirió Grey.
—¡Exacto! —la apuntó y sonrió.
—Quizá es tu destino. —la chica se recargó en el respaldo del sillón y cruzó la pierna y brazos.
—¿Qué mierda dices? —preguntó José fijándose en ella.
—Una tontería…, bueno, es algo en lo que creen mucho en la cultura asiática.
—Ahí vamos de nuevo. —murmura Gabo frotando con sus dedos su sien.
—Supuestamente —continuó la chica— tú persona destinada está atada a ti con un hilo rojo invisible.

José la escucha atentamente.

—En algún momento en tu vida, te encuentras con esa persona y no importa lo que hagas, ya no pueden alejarse. El hilo podrá estirarse, doblarse, pero jamás romperse. Tal como te sientes tú —lo mira a los ojos— Yo me sentí cuando encontré a Gabo. Y pregúntame si pude escapar, tampoco podía escribir mis Novelas, él siempre estaba en mi mente aunque no quisiera, y siempre aparecía, en todos lados. Tal vez esa leyenda japonesa sea cierta ¿No lo crees? —apenas sonríe.
—Es lo más estúpido que he escuchado en toda mi vida.

Eso fue la gota que derramó el vaso para Grey, y esta vez no fue suficiente el brazo de Gabo para detenerla.

—¡Escucha! —escupe sus palabras— Más estúpido es recurrir al alcohol para tratar de calmarte y olvidar, yo jamás lo hice, solo los cobardes lo hacen. Aquí lo único estúpido eres tú, ya verás que
tengo razón.
—¡Grey! —le grita Gabriel y la abraza por su espalda— Ya amor, ya nos vamos ¿sí? Tranquila…

Sin inmutarse José seguía sentado cómodamente y soltó una risa burlona, encendiendo un cigarrillo para llevarlo a sus labios.

—Estás loca… —dice mirándola con una sonrisa.
—Mínimo deberías disculparte con ella —baja su voz Grey— Por lo que le hiciste ayer idiota. Aquí el único que quedó como un loco eres tú.

Haciendo caso omiso a sus palabras, José fumaba. Gabriel tomó la mano de Grey, quien no relajaba su entrecejo.

—Bueno güey, será mejor que me vaya —dice al fin su amigo— Cualquier cosa llámame ¿De acuerdo? —mira a su novia— Ya Grey, vámonos.
—Agradece —brota de los labios de la chica— Que no le patee el trasero esta vez —fulmina con su mirada al cantante antes de dar media vuelta para retirarse.

Se marchan y José pudo verlos como se fueron a través de la cámara de seguridad, mientras se terminaba el cigarrillo.
Grey seguía molesta y no quería que Gabriel la tocara, pero después de un rato que hablaron, y su amigo le sonreía y la hizo reír, se abrazaron y sus labios se tocaron en un beso que José prefirió no ver. Recordó la sonrisa con la que Victoria le había regalado el reloj en modo de agradecimiento.

«Destino…, Hilo rojo, que estupidez»

Tira la colilla de cigarro al suelo y lo pisa para apagarlo.



Al salir del restaurante para escapar. En el estacionamiento Akiba estaba a punto de dejar subir a Victoria a su Honda Fit último modelo azul. Cuando otro auto en color negro se estacionó a su lado y de él bajó un hombre, la chica lo reconoció enseguida, y no subió al auto, se quedó paralizada viendo cómo se acercaba su marido. Akiba ya había subido al volante y la esperaba.

—¿Victoria? ¿Qué esperas?

Daniel acercaba sus pasos a ella, el sonido de esas botas vaqueras de piel de caimán la estremecieron, era la misma sensación que le provocaba cada que se acercaba para golpearla o gritarle, zarandearla. Quería moverse pero no podía.
Akiba captó como un hombre la agarró violentamente del brazo y de inmediato bajó del auto.

—¡Lo sabía! ¡Me engañas con otro! ¡Maldita puta! —al vociferar salpicaba saliva en su cara—Estuve esperando aquí, y le llame a tu jefe para engañarlo, sabía que estaba de tu lado.
—¡Déjala en paz! —grita Akiba desde atrás.

Daniel voltea y se encuentra con el rostro de un hombre joven, con rasgos orientales.

—¿Y este chino?



Victoria mira a uno y a otro sin saber que decir o hacer. Su corazón se agitaba como si fuera a explotar en cualquier momento. Y necesita su inhalador ya, pero no es capaz de moverse para usarlo. 






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