viernes, 26 de diciembre de 2014

Relato [Campanas de invierno ]














“La ilusión y alegría de un niño en esa fecha. Sin duda debe ser el más grande regalo para los padres…”









Un ambiente blanco, por la nieve que el invierno había dejado caer por doquier. Los árboles que habían perdido sus hojas, se congelaron, como todo en el bosque.
Una ventisca, hizo temblar a una rubia mujer y a su pequeña hija que, aunque bien abrigada, podía sentir el frío en su piel. Aferrándose a la mano de su madre, veía como sus botas, se hundían al caminar por una vereda.
La señora; Una madre joven, de cabello corto y blondo. Arrastraba una carreta repleta de regalos, que compartiría con toda su familia, quienes la esperaban en una cabaña, para la cena navideña de este año.
Los huesos de su cara se entumieron por el viento helado que le estampaba directamente, y su piel se enrojeció, pudiendo ver que su niña estaba igual. Todavía quedaba un largo camino por delante, recién había dejado su camioneta estacionada en la carretera más cercana, sería imposible atravesar esta zona boscosa y nevada sobre ruedas.
Era una noche mágica para la pequeña, porque sabía que era navidad, y estaba ansiosa por abrir los regalos en casa de su abuela.

Se iban acercando a un puente de concreto, que cruzaba un río. Cuando a la niña, se le ocurrió entonar con su vocecita una canción navideña, mientras pegaba brinquitos sin dejar de seguir a su madre.

—¿Otra vez vas a cantar hija? —malhumorada. Brotaba vapor de su boca a causa del ambiente que las envuelve.


Había soportado durante todo el traslado sus cánticos, pero llegó a su límite.
Su pequeña hija, a pesar de recibir la desaprobación de su madre con una mirada, no paro de cantar.

—Navidad, navidad hoy es navidad…—sonaba la tierna voz de la niña, entonando la única canción que medio sabía.
—¡Ya basta Anastasia, ya fue suficiente!.

Hizo un alto estando en medio del puente. Bajo su mirada, y se inclinó un poco para ver con detenimiento a su hija. Eso hizo que la pequeña cerrara su boca, y algo asustada viera a su madre.

—Mejor ponte esto.

Abrió un poco su abrigo color arena para quitarse su bufanda roja, y enredarla con cuidado alrededor del cuello de la niña, haciendo juego con su gorrito del mismo tono.

—Debes cubrirte bien, hace mucho frío. —le tapó su boca y nariz con la intención de protegerla del clima.

Anastasia, quedó enmudecida un momento, pero al continuar sus pasos, volvió a repetir la misma canción, esta vez con más vigor, con más volumen ya que por la bufanda era difícil escucharse a sí misma.  Y, era tanto su regocijo por el momento que pasaría, al jugar con sus primos rodeando el pino navideño, luego abriendo los obsequios llenos de gratas sorpresas, las luces de bengala brillando en la oscuridad. Era tanta su emoción que no podía contenerse, debajo de la bufanda estaba sonriendo y su voz tarareaba “Navidad, navidad hoy es navidad…”
Sentía una felicidad que no podía explicarle a su madre, y por supuesto, la madre tampoco comprendería. Tenía tantas cosas en las que pensar, como en convivir en armonía con familia que le había dado tantos problemas todo el año, ni ganas de verlos y mostrarles una sonrisa falsa, por eso, sus pasos eran algo pesados, tan solo por su hija visitaría a su madre y vería a sus hermanos. No debía pensar simplemente en presentes navideños y diversión como su hija. Y era también algo que su hija, por supuesto, tampoco entendería.
Salieron del puente, atravesando el río, y esa voz incesante de Anastasia, la obliga a torcer la boca y verla ceñuda.

—¡Cállate! ¡Anastasia ya guarda silencio! ¡¿Qué no entiendes?!
—Pero…mami.
—No me obedeces, entonces no habrá regalos para ti. —sentenció clavándole su mirada—  Olvídate de los regalos. Si sigues así, mejor volveremos a casa ¿me oyes? —la sujetó de su corto brazo.
—Sí. —sus ojitos querían lagrimear.

Le destrozo sus ilusiones.

En eso una corriente de aire sopló hacía ellas, haciendo bailar los cabellos rubios de la señora, lo que le provocó un escalofrío en su piel. La niña levantó su mirada al blanco cielo. Con suavidad llovían copos de nieve, los ojos de Anastasia por unos segundos parecían como deslumbrados, y su mente se puso en blanco, tan blanco, como todo en su alrededor. La señora tomó la mano de su hija con fuerza.

—Ya, tenemos que seguir o nunca llegaremos.

Apunto de avanzar, sonaron unas campanas, un sonido tan fino, pero que encantaba a los oídos, por su armonía y profundidad. La mujer no dio un paso más, interrogante observó a lo amplio del bosque, como buscando de dónde provenía esa música. Parecía que la traía el viento que agitaba las ramas de los árboles, miró al cielo y era como si, se estuviera creando una especie de remolino con los copos de nieve, y las rodeó, y rodeó. Las campanas se seguían escuchando, y transmitían paz, pero al mismo tiempo, pareciera que la estuvieran atrapando… hipnotizando. Era incapaz de ver a otro lado que no fuera arriba, en dónde se creaba el remolino de nieve en el aire.
Aquel sonido de campanas, dejó de escucharse. Reinando un silencio sepulcral. Sintió vacía su mano, miró abajo… su hija no estaba.

—¿Anastasia? —echo un vistazo a su alrededor— ¡Anastasia!

No respondió, y no la veía cerca.

Con el corazón tendido en un hilo, tomó una dirección intentando buscarla, sin darse cuenta, abandonó la carreta de obsequios. Tenía la esperanza de encontrarla, sus labios empezaron a temblar, y no por el frío. En su cabeza comienza a cuestionarse «¿Y si esas campanas eran producidas por alguien? ¿Y si ese alguien, se la ha robado? No…no puede ser así»

—¡Anastasia! ¡¿Quién se la ha llevado?! ¡Responde malnacido! ¡Regrésame a mi hija!

Gritaba tan fuerte que hasta se emitía un eco extenso en el bosque, pero no recibía contestación alguna, ni siquiera la más mínima señal.
¿Acaso la había perdido?
No, jamás lo permitiría, la buscaría, aunque le llevará toda la noche ni siquiera podía pensar en buscar ayuda, tenía que encontrar algún rastro, alguna voz, algo… lo que sea.




La pequeña Anastasia corre y corre emocionada y soltando risitas. Había perseguido a un hombrecito casi de su tamaño. ¿Será también un niño? Pero este luce distinto.
Podía vislumbrarlo a lo lejos entre los árboles, algo le decía que quería jugar con ella, llevarla a un lugar muy divertido, y eso llamaba mucho la atención de la niña, siendo atraída por ese color plata brillante de su ropa algo anticuada, pero elegante, ese sombrero de copa del mismo matiz, su cabello blanco, tez blanca, orejas puntiagudas. El hombrecillo apenas podía ser distinguido entre las entrañas del bosque arrasado en nieve, casi lo pierde de vista sino fuera por el resplandor que destella sus prendas, y su sombrero.

—¡Ya casi te alcanzo! —exclamo Anastasia risueña yendo detrás de él.

Por el ritmo acelerado de su cuerpo al correr, su bufanda se fue aflojando hasta quedar enganchada en una rama, se deslizó de su cuello y quedó ahí tendida, a la niña no le dio tiempo de recuperarla, siguió avanzando.



La desesperada mujer optó por revisar el suelo, buscando con sus ojos casi saltones algunas huellas, ya sean de su hija o del sujeto que seguramente se la había arrebatado. No percibió ni un rastro, se dejó caer de rodillas y con sus manos tocó la nieve de la tierra,  revolviéndola con ansiedad, seguían cayendo copos sobre su cabeza.
«Mi niña…» Cae una lágrima. »Mi niña… la he perdido»

—¡Anastasia!

Grito tan fuerte que casi se queda sin voz, y su garganta lo recintió haciéndola toser. Temblando, se incorporó lentamente y viendo hacia otro lado, su mirada detectó algo que  hizo cambiar la expresión de su rostro. Huellas; y son pequeñas. Enseguida se acercó, y pudo ver como se extendían a lo largo de una vereda, hacia otra dirección del bosque nevado. Se dejó guiar por esas huellas en la nieve a toda prisa, y a lo lejos algo rojo atrapó su atención. Una bufanda. Sin duda es la que le dio a su hija. La tomó en sus manos, quedo viéndola un momento y un sentimiento creció dentro de su pecho, sin poder más, sollozo en soledad.
No obstante, sabía que esto puede ser una señal,  que su hija posiblemente estaba muy cerca. Siguió adelante, esta vez con más entusiasmo de poder encontrarla. Cuando sintió vacío bajo sus pies y cayó dentro de un conducto helado, por el que se deslizó como serpiente.

—¡Ah! ¡¿Qué es esto?! —asustada sin poder detenerse.

Salió volando del canal subterráneo soltando un largo grito, yendo directo a una pequeña montaña de nieve por la que rodó, y finalmente terminó tendida y al pie de la cabaña de sus padres. Levantó su espalda del suelo, observando como se veían por las ventanas las sombras de su familia que en el interior ya se encontraban conviviendo. No sabía cómo llegó justo ahí, pero faltaba su hija. Nunca soltó la bufanda de su mano y se detuvo a verla.
«Tengo que encontrarte, perdóname por decirte que no habría regalos para ti. » ¡Te prometo que te daré tus regalos! ¡Pero vuelve hija!

Vociferó, y acto seguido se echó a llorar. Necesitaba ayuda. Buscaría a su familia.


En un claro del bosque, Anastasia se encontraba perdida, pero el pequeño hombrecillo tomó su manita. Conduciéndola en dónde otros hombrecillos muy similares a él parecían esperarla; sonrientes, y con regalos en sus manos. Unos sentados en los pequeños cúmulos de nieve, y otros arriba de los altos arboles congelados. La música alegre de campanas llegaban a sus oídos y su rostro se iluminó, más aún con las luces de colores que aparecieron a su alrededor, los copos del cielo no dejaban de llover, y todos esos pequeños seres, que parecían niños de nieve por su aspecto completamente blanco y brillante, se acercaron para entregarle los regalos. Ella los abrió encontrando en ellos, todos sus deseos.
Se tomaron de las manos, formando un enorme circulo en ese espacio del bosque blanco. Anastasia se unió a ellos, y cantaron juntos, bailando y dando vueltas.
Todo era increíble para la pequeña. Era feliz, tenía regalos y nuevos amigos. Consiguieron que se olvidara totalmente de su madre.


¿Estaba atrapada en una ilusión? ¿Era un sueño antes de morir de frío en el bosque? ¿Realmente esos hombrecillos existían?
Anastasia quiso quedarse con ellos, ahí si podía cantar todo lo que quería, ahí si tenía regalos, libertad… ahí si podía ser feliz, y reír como nunca.

La pobre madre jamás encontró a su hija, aún y con ayuda de su familia y un equipo de búsqueda.


Porque la sonrisa de un niño en navidad es lo más sagrado.







viernes, 5 de diciembre de 2014

La Bruja y el Ángel mestizo.[ Capitulo-18 ]








                        —Capitulo-18 















Lo tomó de improviso. Connor siente el golpe en su cara, y enseguida sujeta el brazo del Italiano torciéndolo para provocarle dolor, más no para romperlo. Ezio soltó un alarido, mientras el nativo apretando sus dientes, con rabia se fija en sus ojos.

—No te daré el fruto, y tampoco pelearé contigo —gruñe. 


Con su otro puño directo al estomago de Connor. Ezio intenta liberarse del agarre, pero el nativo resiste, suelta el fruto dejándolo caer al suelo, y empuja a su rival contra un muro de madera, apretando con sus manos su cuello.


—Dime ¡¿Acaso eres un Templario?!
—¿Temp... qué? —le cuesta respirar.
—Sé que trabajas para esa mujer Templaria, la conoces, y quieres el fruto para ella ¿Verdad?


Ezio es incapaz de articular palabras. Con sus manos, hacía un vano esfuerzo por aflojar la presión en su cuello.


—Sabes también dónde está Aveline de Grandpré, ¿cierto?
—¡No! ¡E-Eso si no lo sé! Me...gustaría saberlo. 
—No sé para que quieren este artefacto los Templarios, ni cual sea el poder que tenga. Pero algo si tengo bien claro; No permitiré que lo obtengan. —lo suelta.


Frunciendo el ceño, se aleja  del italiano para recoger el fruto del suelo. Ezio traga todo el aire posible, tocando su adolorido cuello, y lo mira detenidamente. Fue una mala idea, Connor puede ser un oponente muy fuerte, no tiene oportunidad contra él, y tampoco con Aveline, por lo visto. Huye antes de que el joven mestizo recordará que puede matarlo.

Con el fruto en sus manos, examinándolo detalladamente, viendo ese brillo que destila el artefacto, parece encontrar la respuesta que buscaba, todo se ordena en su mente, y en seguida; parte hacía Nueva York. Sabe en dónde conservar el fruto. Y siente que, ya no necesita de las palabras de Aquiles, es como sí, al ver el artefacto, este mismo le haya transmitido una idea clara, de lo que tiene que hacer. 




Sus dedos bailan sobre el teclado de un piano de madera lustrosa; con suavidad, delicadeza y gracia. Escucha esa canción que entonaba. La música...la relaja, por un momento, viaja a dónde no existe la presión, ni las preocupaciones. Aveline de Grandpré, usando un vestido verde tan elegante como su sombrero con plumas, luciendo como toda una dama educada, y refinada, se encuentra sentada frente a un hermoso piano, dentro de la intimidad de su habitación.

No podía ser llamada Templaria, no aún, y eso le molesta. Con una mirada serena puesta en el piano, sigue tocando sin parar, pero el sonido no es suficiente para calmar sus pensamientos... 

«... Le prometí a mi padre, unirme a la orden Templaria en su honor. Y todavía no puedo hacerlo. Estoy cansada de soportar los reclamos y regaños del Maestro Kenway. Repitiéndome que no sirvo para la orden si ni siquiera puedo cumplir con mi única misión. Con mi primer encomienda. »

A su mente llega la sonrisa encantadora de aquel joven con acento Italiano, que hace tiempo no se encuentra en su camino. Sin querer, de sus mejillas brota un rubor, y sus dedos se detienen, haciéndose el silencio por un breve instante. 
Ella misma le había pedido que desaparecerá de su vista si no le ayudaría a conseguir el fruto. Pero es también ella misma, la que en momentos como este desea que este a su lado. Una parte de ella lo rechaza, pero la otra...tal parece que, lo quiere. ¿Qué es lo que tiene ese joven que la hace pensarlo? Probablemente es la alegría que proyecta su sonrisa, lo atractivo que es, y esa forma tan peculiar de ser, lo que la ha cautivado...

» ¿Por qué pienso ahora en él? No me sirvió para nada, pero...de alguna forma, su  entusiasmo me...tranquilizo.»

Suena que han abierto la puerta de la habitación. Es un hombre con su cabello recogido en una pequeña coleta, y una túnica de Templario con detalles en rojo y negro. También cargaba una escopeta, espadas, estando bien armado. No es un enemigo, es un aliado. Camina hacía ella decidido.



—Shay ¿Qué haces en mi casa? 
—El Maestro Kenway me envió. Dice que te olvides del fruto, y te dediques a acabar con los Asesinos, su número va en aumento, según nos informan. 
—Pero, él creía que la minoría de Asesinos no era una amenaza.
—Sí, eso decía, ahora cree que será mejor controlarlos, pueden dar problemas si siguen incrementando. Yo también tengo esa misión. Podemos trabajar juntos si quieres. —cruza sus brazos viéndola sentada en el piano.
—No gracias, yo puedo sola. —se pone en pie y se acerca a una ventana, abriendo las cortinas para ver afuera. 
—¿Segura? Tienes una mala reputación, ni siquiera te haz ganado...
—Lo sé, y eso no te incumbe. Ahora retírate por favor. —mirándolo por encima de su hombro.
—Muy bien. —gira en sus talones y se marcha.





Empieza a oscurecer cuando Aveline se presenta ante su Maestro, quién no le ha permitido entrar formalmente a la orden. En el despacho de Haytham, quien se ocupa revisando unas cartas importantes sentado en su escritorio, y no se molesta en mirarla. Suena el taconeo de la chica dando solo unos pasos de la puerta, no desea acercarse tanto, su Maestro la sigue intimidando. 


—Vaya, hasta que tienes el valor de dar la cara. 
—Lo siento Maestro. 
—Estoy harto de tus disculpas. —acomoda las cartas en su escritorio— Mejor cumple de una vez con lo que te ordeno. 
—Así lo haré.
—Veo que se te facilita el decirlo, incluso, el asegurarlo. Pero los resultados siempre son desfavorables.

Aveline mantiene la boca cerrada un rato. 


—Supongo que Shay te ha informado de tu nueva misión. —dice Haytham, dirigiéndole su mirada. 
—Así es señor. —con sus manos unidas al frente, lo mira con serenidad.


El Maestro Kenway se levanta de su asiento, y con sus brazos atrás, debajo de la capa de su túnica,  camina lentamente hacia ella. 


—Eres la primer discípula que me ha decepcionado tantas veces, y en lugar de matarte... te sigo ofreciendo misericordia, pero escúchame bien. —encarandola musita— Es la última vez, que te doy una oportunidad para cumplir a la orden.  Si fallas, lo juro por lo más sagrado que no vivirás para ver otro día. ¿Entendido?
—Entendido señor. —cierra sus ojos. No soporta esa penetrante  mirada de su Maestro. 

Haytham se aleja yendo a una mesa redonda, dónde se expone el mapa de Nueva York y Boston. Lo observa con atención unos segundos, apoyando sus manos en dicha mesa, y escucha los tacones de la chica aproximarse. 

—Me han informado que los Asesinos están usando un método subterráneo, y muy discreto. —comenta el Maestro Kenway— Todavía no sabemos exactamente que puntos de la ciudad utilizan, ni dónde se esconden.—señala con su dedo en el mapa— Pero... —mira sus ojos— lo más posible, es que ellos tengan el fruto. Tu deber y el de todos en la orden, es encontrar a Garrett MacGraw, líder Asesino, y el que inició todo. —se endereza, y le pasa a sus manos un retrato del joven—
—Es el mismo hombre que buscaban por Asesinar al verdugo, y salvar a la ladrona condenada a la horca. —viendo la imagen.
—Sí, así es. Y es el mismo que imprudentemente se presentó ante mi, e intentó Asesinarme. Por supuesto no lo consiguió y lo deje ir. Sé que debí matarlo ese día, pero lo importante ahora Aveline —la mira de frente— Es que, reduzcas el número de Asesinos antes de que sea tarde. Es lo único que te pido hacer por ahora, espero seas eficiente, y no un fracaso como haz sido hasta el día de hoy. 

La chica siente ganas de gritarle, de defenderse, no aguanta una palabra despectiva mas, viniendo de él. No obstante, sabe que con eso no ganara nada, y podría arriesgarse a la muerte, por eso opta por no decir más, y salir de esa oficina de una buena vez. Ya sabe cual es su nueva misión y ya tuvo la dignidad de mostrarle la cara a su Maestro. No hay más que hacer o decir.






El cielo nocturno se lleno de nubes cargadas de agua, y la lluvia comenzó a bañar toda la ciudad. En la taberna Pimienta Negra, es otra noche de música, baile, risas, y cerveza. Hombres y mujeres pasan un buen rato, todo ese ruido reina en el sitio como cada noche. 

Los grandes pechos de la rubia Hannah, ya no llaman la atención de Ezio, quien esta algo deprimido bebiendo cerveza con Jace. La joven se había inclinado para servirle otro tarro de cerveza, cuando percibe que el joven italiano ni siquiera la mira, capta su desgane y se incorpora con la bandeja en sus manos. No es nada normal ver al joven Ezio tan desanimado, y eso cualquiera puede notarlo, cualquiera que lo conozca un poco.

—¿Pasa algo cariño? 
—Por favor, no se preocupe por mi señorita Hannah —toma su mano y besa su dorso— Gracias. —lleva el tarro de cerveza a su boca y lo bebe rápidamente. 
—Ezio sufre por el amor inalcanzable de una mujer —revela Jace ajustando sus anteojos.


Eso le ocasiona una risa a la mujer, risa que no puede controlar, se ríe hasta que se queda sin aire. Al ver que ni uno ni otro se rió con ella, cae en la cuenta de que, no se trata de una broma. Y es que tenía que serlo. ¿Cómo uno de los hombres más deseados por las damas de la ciudad iba a sufrir por eso? Imposible. 


—Ay... ¿Es cierto? —mirándolos con vergüenza— Por Dios cariño, cuanto lo siento —toca su hombro.
—Estoy bien, estoy bien... —con voz barrida por el alcohol. 


De la puerta de entrada, pasa Connor usando ese traje azul, y ese sombrero de tres puntas. Dispuesto a encontrarse con los Asesinos, se encamina hacía la barra dónde el señor Johnson pasaba un trapo limpiando la madera. Ezio, aunque un poco ebrio, puede distinguir la figura conocida de Connor, lo ve adentrarse a la Taberna y un temblor recorre su cuerpo. Con temor se aferra a Hannah.

—¡Es Connor! ¿¡Que está haciendo aquí?! ¡¿Acaso viene a matarme personalmente?! 
—Eh, tranquilo. —le dice Jace con el tarro en su mano— Seguro viene por otro motivo —gira su cabeza para verlo hablando con el señor Johnson— Aunque a decir verdad me parece extraño verlo por aquí. 

Ezio detecta que trae colgando el fruto, lo lleva dentro de un bolso atado a su cinturón. La tentación de conseguirlo por Aveline es tan fuerte como el amor que siente por ella. Se pone en pie y le da un gran trago a su tarro de cerveza, dejándolo de golpe en la mesa de madera. 

—¡Ese fruto tiene que ser mio amigo! 
—Ezio por favor no hagas escándalo otra vez, contrólate. —deja su asiento para acercarse a su amigo y sujetarlo de sus brazos. 
—¡Suéltame! ¡Necesito ayudar a mi dulce Aveline! —se sacude tratando de soltarse.

Hannah le ayuda a Jace a retener a Ezio.

—Parece que haz olvidado que puede matarte amigo. —le dice Jace con una leve sonrisa. 






El señor Johnson asentía y se acariciaba su corta barba blanca, mientras miraba a Connor hablar frente a él. 

—Sé quien eres, la señorita Charlotte me ha contado de ti. —se acerca para murmurar— Deben estar esperándote en la sala inferior. Permiteme acompañarte. —sale de la barra— ¡Hannah, encárgate del servicio por un momento! —le grita a su hija que estaba sentada en las piernas de Ezio besándolo para relajarlo. 


La joven deja de besar al italiano cuando escucha la voz de su padre, y Ezio, puede ver como el señor Johnson y Connor se dirigen a una puerta. 
Hannah se despide de ellos rápido para tomar el lugar de su padre, y Ezio vuelve a ponerse en pie. 

—¿A dónde van?
—¿Y eso que importa? Eh, Ezio —le habla Jace— Mejor olvida todo eso, y hablemos de otros temas ¿quieres? —bebe de su tarro.
—Es que tú no me entiendes Jace. Tengo que averiguarlo, lleva el fruto consigo.
—Ay, por favor... —lleva su mano a su frente— De acuerdo, haz lo que quieras. 


El joven le sonríe a su amigo, llegando hasta la puerta con disimulo. Ya que todos estaban en sus mesas, o reunidos al centro, entretenidos en lo suyo, puede pasar desapercibido sin problemas.

Connor y el señor Johnson caminan por un largo corredor hasta llegar a una enorme puerta de madera doble, que esta siendo custodiada por dos hombres encapuchados, que fácilmente dejan pasar al señor y a su acompañante. Ezio se oculta en uno de los espacios de la pared dónde colgaron un cuadro.

«Maldición, creo que no podré pasar, esos tipos están armados y se ven peligrosos. No sabía que esta taberna ocultaba algo. ¿Connor esconderá ahí el fruto? ¿Quienes son esos encapuchados?. Mejor me largo de aquí antes de que me vean...» Se dijo a sus adentros. 



Al terminar de descender por unas extensas escaleras de madera. Se encuentran con una sala muy amplia, hay una chimenea, sofás, mesas, libreros, y un par de Asesinos se despiden de Garrett  yendo hacía una de las diez puertas ubicadas alrededor de la sala, las cuales parecen conducir a distintos túneles. Todo parece estar bien organizado. Es la misma base de Asesinos que usaron sus antecesores vencidos por los Templarios que, aunque los Templarios nunca se percataron de su forma de movimiento secreto, los derrotaron. Tomando control de todo Boston, Nueva York y sus alrededores, ahora saben que los Templarios buscan el fruto para esclavizar a la gente, o eso es lo que creen los Asesinos. Están buscando obtener el completo poder, y Garrett no puede permitir eso, todo sea por la libertad de la gente, todo sea por liberar a las personas del régimen Templario que domina ahora. 

El señor Johnson se retira dejando a Connor con Garrett y Charlotte, quien no deja de abrazarlo desde que lo vio. 


—Ratohnhaketon me da mucho gusto tenerte aquí. —la chica, vestida de Asesina en color negro con detalles marrón lo estrecha con sus brazos. 

Lo deja de apretar pero sin alejarse de su cuerpo, mira sus ojos.


—A mi también. —le baja su capucha para ver bien todo su rostro y cabeza, con su cabello rojo recogido en una cebolla— Así está mejor. —le sonríe una pizca.



Garrett había tomado lugar en un sofá de la sala cercana a la chimenea. Esperando su atención, aclara su garganta a propósito para llamarla de una vez. 
La pareja se aparta, y se sientan juntos en un sofá al frente de Garrett, quien pone un pie sobre la mesa de centro y se cruza de brazos viendo a uno y a otro. 


—Sé que se aman, pero dentro de la hermandad hay prioridades. 
—¿Cuales son esas prioridades? —pregunta Connor.
—Liberar a Boston y Nueva York del dominio Templario desde luego. Mira, Connor, mis hermanos, la mayoría son novatos, y les cuesta asesinar a los Templarios más importantes, es por eso que quiero que te unas a nosotros porque, te conozco, conozco tus capacidades y la verdad son muy interesantes. 
—No lo creo, yo solo fui entrenado para ser cazarrecompensas, no Asesino.
—Bueno, lo importante es que me asegures si realmente aceptas unirte a la Hermandad. 


Una Asesina que entra por una de las puertas de los túneles muy apurada llega hasta su Maestro. 

—¡Maestro Garrett! ¡Necesitamos su ayuda! 

El Maestro chasquea la lengua y se pone en pie


—¡¿Cuantas veces les he dicho que...?! —voltea a verlos— Si me disculpan. —acompaña a su aprendiz.
—Garrett, si quieres yo... —intenta ofrecerse Charlotte.
—No, tú quédate aquí, sabes que no me gusta ponerte en peligro. Habla con Connor, seguro entre ustedes se entienden mejor.—asiente y se marcha.

Quedan completamente solos en la sala. El sonido de la madera consumirse en el fuego de la chimenea, es lo único que escuchan por un instante. 

—¿Desde cuando estás en la hermandad? —cuestiona Connor viéndola a su lado.
—Desde, hace meses. Yo no quería unirme, pero...bueno, qué importa. Dime Connor. —mira su rostro— ¿En verdad deseas ser parte de la hermandad? 
—Sí debo hacerlo, para saber más sobre esos Templarios, y acabar con la culpable de la destrucción de mi aldea. Lo haré.
—Pero, esto es muy peligroso, los Templarios son enemigos muy difíciles. —toma su mano— No me gustaría que te pasará nada.
—Tú estás en ella, mi deber también es protegerte. 
—Pero...

Su interlocutor se quita el sombrero dejándolo a un lado. Con sus manos toca la cara de la chica y la obliga a verlo.

—Charlotte por favor. Es algo que tengo que hacer, si este es el camino que tengo que seguir para cuidarte, y para hacer pagar a aquellos culpables. Lo tomaré. 
—Eres... —sus orbes verdes cristalinos y embelesados— mi vida.
—Y tú eres la mía. —une su frente con la de ella y cierra sus ojos.

Charlotte, con un beso fugaz en sus labios le agradece. 
Con la mano de Connor entre las suyas, la chica no deja de ver la cara de su amado. 

—Garret está desesperado por conseguir más reclutas, yo veo que es un caso perdido, pero es muy terco, quiere enmendar su error de un pasado.
—No creo que sea algo perdido, si unimos fuerzas lo lograremos. 

Charlotte le sonríe y acaricia su mejilla bajando al mentón. 

—Eres tan fuerte. 

Lo besa antes de que pudiera decir "No". Se aleja de sus labios y ríe un poco cubriendo su boca.

—Acepta lo bueno que eres. Siempre has sido así. 

Connor se ruboriza una pizca y baja su mirada algo avergonzado. 

—Entonces ¿buscarás a Aveline? 
—Sí. —levanta su mirada.
—Ten cuidado, es discípula del gran Maestro Templario Haytham Kenway, quien es el que dirige la orden en América.
—¿Haytham...Kenway?
—Así es ese mismo. ¿Lo conoces?
—No exactamente, pero, mi madre me contó sobre él. Es...mi padre. —mira a otro lado.
—¿Tú padre?. Ah, ahora entiendo porque Connor Kenway. —mira abajo un segundo— Connor sabes, lo más seguro es que él haya mandado a la mujer que incendió tu aldea. ¿Y si esa mujer es Aveline?
—Sea como sea debo encontrarla para matarla si deseo unirme a su hermandad.  —extrae el fruto del edén del bolso y se lo muestra— Sé que ustedes son los únicos que pueden proteger esto.
—Ese es, el fruto... —queda boquiabierta contemplándolo. 





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martes, 25 de noviembre de 2014

Relato [ Viajando al mundo ]




























11:05 pm


Sebastián no era capaz de creer lo que sus ojos con grandes ojeras, ven entre esas personas que se acercan al tren subterráneo para viajar. Ni las luces artificiales que alumbran la oscura estación, ni si quiera con una piel tan pálida como la suya, podrían lograr que alguien luzca tan reluciente, como esa extraña mujer, que sin hacer un movimiento solo permanece quieta contemplando como la gente sube al mismo vagón. Es poca gente, ya es muy tarde, y falta casi una hora para que el servicio del tren cierre sus puertas. Se ha quedado algo curioso viendo esa figura femenina llena de luz y con vestido blanco, ¿Un fantasma?
 Tonterías…
No despega de sus orejas sus auriculares, por dónde sonaban fuerte esas guitarras eléctricas y baterías. En un parpadeo esa presencia se desvaneció. Y sacudiendo su cabeza con el ritmo de la música le restó importancia y entro al tren, siendo el último en entrar, y siendo el punto de atención dentro del vagón. Ocho caras desconocidas, ocho personas, y estaban sentados, claro que también había lugar para él, el tren va casi vacío por la hora que es. ¿Pero por qué lo miran tanto? Esas miradas que ya lo tienen acostumbrado. Viste con ropa de cuero negro, botas con agujetas, percings, cabello negro alborotado, tatuajes, sí… todo un ser llamativo y extraño ante los ojos de la sociedad que, también esta ahogada en la tecnología. Todos, incluso él, tienen sus miradas puestas en sus celulares. A excepción de un anciano que carga un morral y cabecea por el sueño, y una señora que carga a un bebé arrullándolo para dormirlo, también otro joven, por lo visto fotógrafo que parece revisar sus capturas en su cámara que cuelga de su cuello. Pero en todos coincide algo; nadie se mira a los ojos, lo evitan, y eso sí que es normal. Hay silencio, solamente se escuchan las voces de un par de amigas que venían de una buena fiesta, y reían entre ellas viendo las fotografías que tomaron en sus celulares.
El metro se detuvo rechinando, como si dejara de funcionar, las luces del interior se apagaron dejando que todo se viera negro. Las chicas gritaron. Es la luz artificial de los celulares lo que aclaro un poco la visión de todos. Los nueve pasajeros comenzaron a alterarse.


—¿Qué está pasando? —pregunto una mujer vestida como ejecutiva con su cabello bien recogido. Miró a sus lados buscando respuesta.


Todos se removieron de sus asientos, hasta el anciano se despabiló, y está inquieto.

—Ya, ya…no pasa nada, seguro hubo una falla, ya la arreglaran. —comentó con desgane, el joven rockero intentando tranquilizarlos.

Echó un vistazo a la ventana, pero es un tren subterráneo, no logró ver nada.

—Por eso mismo, odio los transportes públicos. Si tuviera mi coche no estaría pasando por esto. —se quejó la mujer elegante, y se llevó una mano a su frente.

Resonó el lloriqueo del bebé que cargaba la mujer. Ella trató de calmarlo, pero es inútil.
Pasado un buen rato. Otro hombre, de pantalón negro y camisa azul, se levantó de su asiento desesperado.

—Bueno ya ¿hasta cuándo nos van a tener así? —caminó más hasta acercarse a la ventanilla del conductor del tren, y golpeó con su palma el cristal — ¡Eh! ¡¿Qué está pasando?! ¡¿Me oyes?! Se me hará tarde, necesito llegar a mi casa.

No recibió respuesta. Viendo detenidamente al interior de la cabina, forzando su vista, sus ojos captaron que el conductor estaba sentado, y quieto. Sintió que una mano tocó su hombro, volteó y miró al joven pálido y vestido de negro.

—Déjame ver.

Mientras el joven se percataba de lo mismo, el hombre no lograba comprender. Las muchachas hablaban entre ellas muy preocupadas.

—…háblale a alguien, no sé, a mamá o a Raúl. —le pide a la otra, que parece estar más nerviosa.

Por lo visto eran hermanas. ¿Y cómo no estar nerviosas? Con la inseguridad que había en su ciudad. Ya era muy inconsciente seguir en la calle tan noche, pero no se esperaban esto.
Los nueve pasajeros pueden estarlo. Asustados.

—No hay cobertura. —dijo la chica mayor, a su hermana menor.

Lo que llamó la atención de todos.

—¿Qué? No, eso no es posible. Inténtalo de nuevo.

Y como si también se lo pidiera a todos. A excepción de la madre que daba biberón a su bebé, y el anciano, los demás empezaron a revisar si podían hacer una llamada o enviar un mensaje, y efectivamente, no había cobertura. Estaban incomunicados. Solo les quedaba esperar un milagro.
Poco a poco asimilaron su situación, y la impotencia que todos tenían, guardaron silencio, y no se movieron de sus asientos, esperando a que el conductor les dijera algo por las bocinas, o que todo regresara a su curso, pero no pasó nada, durante media hora. El joven que vestía de cuero negro, se fijó en la batería de su celular; estaba baja. Sus oídos siguieron escuchando esa música, y le sirvió de distracción ¿pero hasta cuándo? Lo mismo le pasaba a las chicas, contaban con poca batería. Y si no podían entretenerse viendo sus fotos, vídeos, y jugando con las aplicaciones de su celular, se aburrirían muy pronto, o algo peor. Sin olvidar que es la luz de los celulares lo que les ayudaba a ver su contorno.
Una señora rubia y muy pasada de peso, que desde que sucedió la falla en el tren tomo su distancia, en el rincón del vagón, no dejaba de ver su celular, y tampoco ha dicho nada, pero sus respiraciones se volvieron más pesadas, agitadas, sus fosas nasales se abrieron de más, y sentía que se asfixiaba ahí dentro. Todos la escucharon, la vieron, pero nadie se preocupó por ella. Nadie era capaz de preguntarle “¿está bien?” Solo siguen esperando.

Un flash, ilumina por un segundo. Era el joven fotógrafo que le tomó foto a una de las puertas del tren. Nadie le preguntó por qué, solo él sabe lo que vio asomarse por el cristal de la puerta. Revisó la foto, y efectivamente ahí estaba. Una sombra negra, como de un hombre asomar su cabeza. Pero la guardó para sí, muy tranquilo, muy paciente.
Media hora más. Ya fue demasiado, y unos caminaron de un lado a otro, en tanto otros estando sentados se movían mucho, claramente intranquilos. La batería del móvil de las chicas, del de la señora gorda, y el del joven de negro, se agotó. Esas luces se apagaron, solamente quedando; el de la señora bien vestida, y el del hombre de camisa azul.
La mujer de cuerpo redondo, y con esos pliegues de grasa que se notaban por su blusa ajustada, se puso en pie, y desesperada se echó a correr como podía hacía  la puerta más cercana.

—¡Sáquenme de aquí! —golpeó con sus puños el cristal de la puerta— ¡Abran la maldita puerta!

El joven con la cámara al cuello se aproxima a ella.

—Señora por favor no entre en pánico, es lo último que necesitamos. Todos aquí queremos irnos, pero no podemos hacer nada.
—¡Yo voy a abrir esta maldita puerta, y voy a salir de aquí, no me importa tener que caminar toda la ruta!

Con sus dedos tocó el borde de la unión de las puertas y con esfuerzo trató de abrirla.

—¡Ayúdame! ¡¿Qué me miras?! ¡Haz algo!


El fotógrafo tomó su distancia rehusándose. Una de las chicas se incorporó.

—¡La señora tiene razón! Esto ya se quedó atascado, no se moverá, ni el conductor nos ha dicho nada en una hora. Ya han de haber cerrado el metro.
—¡Hay que salir de aquí! —grita la otra chica y a zancadas llegó a dónde estaba la señora ayudándole a empujar la puerta. Su hermana hizo lo mismo.

Haciendo mucho ruido por los golpes de sus cuerpos contra la puerta. Fue el hombre de camisa azul el que llegó a ellas y agarró a la menor de las chicas del brazo.

—¡Ya no hagan ruido! ¡De nada sirve! Estaremos atrapados aquí, seguro toda la noche.
—¡Suéltame! —forcejeó—Y no, no pienso pasar la noche aquí.
—Lo siento nena, pero aquí no se hace lo que tú quieres. —de su mochila con una mano, sin soltar con la otra a la chica, sacó una licorera de bolsillo, y le da un buen trago.
—¡Oiga! ¡¿Qué hace?! ¡suéltela!

La chica mayor le da manotazos exigiendo que deje de sujetar a su hermana, pero el hombre solo ríe haciendo caso omiso, y sigue bebiendo, hasta vaciar la licorera.

«Genial, justo lo que no quería que pasara; que todo se saliera de control. » Se dijo en su mente Sebastián, y de su mochila que cargaba, buscó su manopla, probablemente la necesitara.

La señora rubia y pesada, lloró sentada en el suelo, es inútil abrir la puerta. Las chicas gritaban al hombre que no las dejaba en paz. Cargaba a la menor en sus brazos, y la recuestaba en los asientos del vagón, aunque ella pataleara y gritara en su defensa, y a pesar de que su hermana tratara de ayudarla, no podían contra él, y con sus manos le sacó su blusa, tocando su piel. Unas lágrimas brotaron de la chica sometida, y la otra se contagió de las lágrimas de su hermana. La mujer ejecutiva prefirió no observar, y hasta cubrió sus oídos para no oír, la otra mujer con el bebé, les dio la espalda y abrazaba a su pequeño. La hermana mayor, de la joven que luchaba por no ser abusada, se acerca a las mujeres en busca de auxilio.

—¡Por favor ayúdenos! ¡No quiero que le pase nada a mi hermana! ¡Por favor! —les suplica de rodillas al suelo.

La ignoraron, solo la mujer con el bebé se sentía mal por dentro, pero tenía un ser más delicado que proteger. Entonces la chica optó por pedirle ayuda al joven fotógrafo, quien solo miraba abajo sin contestarle. Solo le quedaban dos opciones más, el señor anciano, y el joven de tatuajes. Se rindió, y se tiró al suelo a llorar, sin poder ver como ese asqueroso hombre  desnudaba a su hermana, del que no se imaginó que fuera así.
Cuando subieron ella y su hermana al tren, no dejaban de verlo pues se veía tan atractivo, bien vestido, como todo un caballero.

 Llevaba sus manos a su húmedo rostro por las lágrimas. Y se escuchó un golpe en el suelo, seguido de otros golpes y quejidos de dolor. Gira su cabeza y pudo ver al joven de tatuajes y nariz aguileña, sobre él hombre violador, rompiéndole la cara con su manopla. Y su hermana temblando viendo la escena, y cubriéndose con una chaqueta de cuero.

—¡Danna! —corre hacia su hermana menor, y la envuelve en sus brazos— ¿Estás bien? ¿No te hizo daño?
—No, solo me… quito mi ropa, y si me toco, pero no paso lo peor, gracias a… —con un gesto señala al joven rockero.

Quien golpeó al hombre hasta hacerlo desmayarse de dolor, ensangrentado de su cara.

El hombre anciano empezó a aplaudir, y le siguió la mujer con el bebé, y la mujer ejecutiva.
Hubo un breve silencio.

—¡Están locos! ¡Todos se están volviendo locos! —vociferó la señora gorda del suelo, que no dejaba de pasarse sus manos por su cabeza con estrés— ¿Lo ven? Tenemos que salir de aquí, o se pondrá peor.
—Sí, por favor intentémoslo, tal vez si lo intentamos todos juntos… —dijo la hermana mayor de la chica abusada.
—No creo que sea buena idea salir de aquí. —terció el joven fotógrafo.
—¿Por qué no? —cuestionó la chica.
—No estamos solos. He visto a alguien asomarse por la puerta. De hecho, le tome una fotografía ¿quieren ver?

Finalmente se atrevió a revelarlo, viendo las circunstancias. Por supuesto en todos entró la curiosidad de la mano del miedo. En sus cabezas empezaron a especular que su encierro en el tren fue intencional, y maniobrado por alguien. ¿Quién era ese alguien? ¿Y qué quería de ellos?. En medio del vagón, se reunieron para ver la fotografía que el joven había captado. Efectivamente era un hombre, aunque no se podía ver su rostro.

—¡Él! —señaló la foto en la cámara la mujer gorda— ¡Él fue el que nos encerró aquí! —se giró para golpear una ventanilla con su palma— ¡Déjanos salir de aquí maldito!

Seguido de los gritos de la señora, los demás también le gritaron al sujeto que suponían los había encerrado en el tren. Solamente el joven rockero y el muchacho fotógrafo se quedaron quietos observando como el resto perdía la cabeza, y corrían de un lado a otro como asustados, y exclamando, suplicando que los dejara libres. Ya no les importaba que el tren continuara su ruta, simplemente deseaban salir de ahí. Eso, se estaba volviendo una pesadilla.

—Suficiente. —dice el joven de ropa de cuero.

Ajustando su manopla aparta a un lado a las chicas, y a las señoras, poniéndose frente a una de las ventanas del tren. Cierra su mano haciéndola puño y con toda su fuerza golpea el grueso vidrio, una, dos, tres veces, y así sigue sabía que si lo consigue, ese espacio en el cristal sería suficiente para que pudieran escapar. Las personas lo animan.
 Jadeando por el esfuerzo que le ha costado, abre mucho sus ojos al notar que no le ha hecho ni un rasguño. Maldice y busca al anciano arrebatándole su bastón de metal ligero, usándolo para tratar de quebrar el vidrio, impactándolo una y otra vez con rudeza. Y sonríe una pizca al ver que le ha hecho grietas lo que lo motiva a seguir golpeando el cristal. Las grietas se engrandecen, pero no se abren, ni provoca más daño, aún después de un buen rato, hasta que se agota su fuerza. Con respiración acelerada, y un chasquido de lengua, distingue como esas grietas desaparecen, se borran.

—¿Qué? —retrocedió con un semblante pálido del espanto.

Eso es brujería, eso no es normal. Un vidrio no se repara por si solo y queda como nuevo. Todos en el interior del tren estaban boquiabierta, el miedo comenzaba a invadir más. Eso les dejo claro a algunos que había algo más allá afuera, y que ese hombre sin rostro, no tiene rostro por la oscuridad, probablemente sea algo siniestro.
Sebastian recuerda a la mujer que vio cuando estaba por subir al tren. Esa mujer que parecía una fantasma, un espíritu, creía que era su imaginación, pero le están comprobando que no…no es así, todo es real.

Intercambian miradas, sin tener palabras para explicarse su situación. Quedan callados, por varios minutos, se sientan en sus lugares, y evitan el mirarse, buscan una respuesta lógica en su mente. Pero es inútil, todos lo han visto. Así que solo puede haber dos explicaciones, o verdaderamente se estaban volviendo locos, o, sin duda hay algo más jugado con ellos. Cualquiera que sea la razón, no parece tener solución, no parecen tener escapatoria.
El hombre que intentó violar a una de las jovencitas, aunque su rostro estaba hinchado por los golpes y tenía moretones, sangre. Reaccionó y se unió a su silencio por un momento.


—¿Vamos a morir aquí? —cuestiono el hombre que con la manga de su camisa azul limpio un poco la sangre de su cara.
—No hay que exagerar. —contestó el joven de negro.
—¿Ah sí? Entonces dime ¿Cómo saldremos de aquí? ¿Qué ha pasado para que estemos encerrados?
—Cállate. —no desea escuchar a un violador.


¿Pero por qué etiquetar? Precisamente en este momento, es cuando todos son iguales. Tienen miedo, están desesperados, son impotentes, y tienen muchas preguntas. Que nadie puede responder.

—¿Cuál es tu nombre? —le pregunta la hermana mayor de la chica.
—Sebastían.
—Yo me llamo Laura, y mi hermana Danna. —le sonríe.

Hacía un esfuerzo por romper la tensión, por calmarse. Empezaban a darse cuenta que si se hablaban entre ellos se sentían mejor. Se presentaron unos a otros, se enteraron de sus dedicaciones, gustos, incluso hicieron bromas, reían, hasta el hombre que termino golpeado, se disculpó con Danna.

—…de verdad lo siento, por un momento enloquecí, perdí el control, me arrepiento de eso. —baja su mirada.
—Me asustaste, pero no pasó nada grave.


Todos eran tan humanos, sus celulares estaban muertos, pero sus corazones, se sentían más vivos que nunca. Intercambiaban miradas, sonrisas…

El tren volvió a moverse, como si nada hubiera pasado, sus celulares tenían la carga previa a lo sucedido. En las bocinas el conductor anunció la siguiente estación. Y en silencio se miraron, quedando así un minuto. No comprendían que pasó, pero no hacía falta. Eran libres, y ahora, se sentían más libres que cuando recién entraron al tren, siendo esclavos de la tecnología.


Sebastián salió del subterráneo junto con las ocho personas, muy contentas al ver que el tiempo realmente no había pasado, aunque fuera extraño, fue una experiencia inolvidable. Fue como si hubieran estado atrapados en una ilusión, o en otra dimensión, jamás lo sabrán.
El joven detuvo sus pasos al bajar por las escaleras de la estación, echo un vistazo a su celular, y lo apagó.

—¡Eh, Sebastian!

Se acercó a él Laura acompañada de su hermana con una amplia sonrisa.

—¿Podemos acompañarte?
—Claro.





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