lunes, 30 de junio de 2014

La Bruja y el Ángel mestizo [Capitulo 7]












                          Capitulo-7 











Charlotte ha dejado caer el traje blanco. Esa voz la ha exaltado.
Se incorpora viendo detrás de ella al joven encapuchado levantarse también del suelo, con una leve sonrisa. No comprende porqué ha aparecido tan repentinamente, y con qué motivo dijo aquello, que no entiende en lo absoluto. “Nada es verdad, todo está permitido”. ¿A qué se refiere con eso?
El joven suspira con pesadez.

—Sabía que encontrarías esto tarde o temprano. Te has vuelto muy buena para encontrar cosas. ¿Sabes qué es esto? —recoge con su mano el traje con el símbolo del gremio de asesinos— Esto me pertenecía, pero…lo dejé. —observando la vestimenta detalladamente.
—No me importa Garrett. Solo dame lo que necesito.
—Claro, claro. Pero, quizá te sirva saberlo.

Guardando el traje de asesino, nuevamente en su caja debajo del suelo de madera.

—¿Por qué me serviría? —inquiere algo intrigada.
—¿No lo sabes? Hay alguien que se está haciendo pasar por ti. Bueno…por tu lado más buscado. Gracias a ella, te han agregado un crimen más. —hace una pausa viendo su cara— Asesina.
—¿Asesina? ¡¿Yo?! ¡Imposible! ¡Yo no he asesinado a nadie! —protesta— Solo soy… —mira a otro lado— Una ladrona.
—No te preocupes… —atrae una silla de madera, para sentarse cerca de la ventana y ver la lluvia caer en el cristal— Me he encargado de todos los carteles modificados. Los arranqué y también soborne a los pregoneros para que dejaran de hablar de ti. Recién me entere, y actué. Pero…no durará mucho.


¿Qué ha hecho qué? ¿Él hacer algo?
Siempre se mostraba como un completo holgazán, un vago total, que apenas y trabajaba. Pero, se está volviendo algo misterioso. ¿Acaso no muestra su verdadera identidad? ¿O personalidad? ¿Por qué?
Y más aún; ¿Por qué siempre se oculta con ese traje café y lleva la capucha puesta? Si tan solo es un simple vendedor.
La chica descubre su cabeza dejando ver su bello y blanco rostro, y su cabello carmesí bien recogido. No sabe que decir ¿Y si está mintiendo y solo lo dice para llamar su atención?

—¿No te gustaría saber de quién se trata? —viéndose sus uñas con un brazo cruzado por su pecho— ¿Quién, es la asesina?

Garrett sonriente, cruza sus brazos poniéndose cómodo, descansa su pie sobre un pequeño mueble cercano.




El conflicto ha iniciado. Están empapados y Ezio con sus finas ropas embarradas de barro, pero es lo que menos importa. Este nativo lo ha hecho enojar.
Ratohnhaketon intenta controlarse, no debe matarlo, le es muy útil la información que le puede proporcionar. Por lo que aparta su Tomahawk regresándola a su sitio. Sin importarle que Ezio sigue apuntándolo amenazadoramente con su espada. Es audaz, es tenaz, lo tiene todo para enfrentarse contra el usando solo sus puños. No quiere y no debería lastimarlo.

Entonces el nativo se balancea hacia él y en un ágil movimiento evade la espada del italiano que solo le roza en el cabello, y le responde propinándole un fuerte puñetazo. El golpe más fuerte que Ezio ha recibido en su vida, porque lo hace perder el equilibrio y balancearse un poco. Apenas se recupera, Ratohnhaketon sujeta su muñeca, de lado que tenía su espada, y la aprieta estrujándola, dándole otro golpe, pero en su estómago. Logra desarmarlo, arrojando la espada lejos, y con su mano antes de que el joven italiano pudiera decir o hacer algo, lo agarra de su ropa para encararlo con rabia.

—Solo quiero que me digas lo que sabes de esa asesina. —aprieta sus labios.

De la nariz del joven golpeado escurre una gota de sangre, escupiendo más también.  ¿Cómo es que es tan fuerte y ágil? Por supuesto, un salvaje tenía que ser.

—¡Ya te dije que no! ¡No te diré nada! —gruñe el italiano. Y forcejea para soltarse— «¿Asesina? Es una ladrona. »

Esa contestación solo hace enfurecer más al joven nativo, que sin soltarlo con un puño golpea tres veces más su cara, y lo tumba al lodo nuevamente para continuar.
Siente algo frio pegado a su sien.
Suspende enseguida su acción, pero no se mueve un centímetro. En tanto Ezio respirando agitado, voltea a ver de quien se trataba, y una sonrisa brota de sus labios ensangrentados.

—¡Achilles!

Grita el joven alegre. El señor de tez oscura está apuntándole a Ratohnhaketon con un mosquete corto. El joven nativo no ha usado nunca esa arma, pero la conoce. Ha visto algunos, casacas rojos en las cercanías de su aldea, defendiéndose con ellas.
Ezio lamenta no haber cargado  con su mosquete largo, no creyó que lo ocuparía. Achilles le ha salvado el pellejo.

—Suéltalo. —le ordena el señor al nativo.

Hace lo que le pide, y Ezio se levanta de la tierra enlodada, se limpia la sangre con su manga blanca, y acto seguido va a recoger su espada.

—¡Acabemos con él Achilles! —regresando con ellos.

La ira ha pasado para Ratohnhaketon, puede seguir defendiéndose pero sin duda necesita de su ayuda. Solamente queda con la cabeza gacha.

—Espera, Ezio. —baja el arma y se apoya más en su bastón— Tú fuiste quién le pidió que viniera aquí ¿No es cierto? —viéndolo con desaprobación.
—Eh, bueno… —pone sus ojos en blanco un segundo y se encoge de hombros torciendo sus labios.
—Por tu culpa él está aquí. Tú has provocado todo esto ¿Verdad? —con su bastón le golpea cerca de su tobillo.
—¡Ah! —con una mueca de dolor, dobla su pierna sobándose el tobillo— ¿Por qué..? ¡¿Qué no lo ves?! ¡Él fue el que me atacó a mí!
—Pero tú le pediste que viniera, por alguna razón. Todo este ruido… y sus gritos, no me dejan descansar.

Hay silencio, solo se escucha la lluvia caer, siguen mojándose. Achilles le dirige su atención al nativo que permanece cabizbajo.

—Dime, chico… ¿A qué has venido?
—Él me dijo… que me diría todo lo que sabe sobre la mujer asesina.

El viejo ve de perfil al otro joven.

—La ladrona. —le aclara Ezio con desgane y envaina su espada rendido.
—Muy bien, lo sabrás. Pero tendrás que esperar a mañana.

El señor da media vuelta y apoyándose en su bastón se encamina a paso lento hacia su casa.
Ezio lo observa irse interrogante.

—Gracias. —asiente con su cabeza el nativo,  viendo abajo.

Ganándose la mirada del italiano, una mirada que lo taladra por un segundo, para después seguir a Achilles.

—¡Ezio! ¡Enséñale la habitación de Huéspedes!
—¿Qué? —detiene sus pasos—

«¿El viejo, siendo hospitalario con un desconocido y…nativo? Increíble ».

—¡Solo hazlo! —Sin mirarlo, ni dejar de andar.
—Está bien. —mira al joven nativo por sobre su hombro— Ven salvaje, sígueme.
—Me llamo Ratohnhaketon.
—Sí, como sea. —avanza seguido por el otro chico.




Charlotte levanta del suelo su linterna y la deja sobre un mueble para iluminar mejor. Recarga su espalda en la orilla de la ventana y observa a Garrett.
Tiene trabajo que hacer, pero indudablemente el joven ha despertado su interés. Aunque no puede confiar plenamente ni en él, ni en nadie. No puede estar segura de nada, y más vale prevenir lo que fuera.

—Si quiero…necesito saber de quién se trata, pero si es una asesina. Será un gran problema para mí, pero de todos modos ya lo es ahora. No me hace falta que me agreguen más crímenes. —mira el techo y enlaza sus brazos sobre su pecho.

Como queriendo reírse, Garrett se pone en pie y se dirige a otra parte de la habitación perdiéndose en la oscuridad. Un instante después regresa con algo en sus manos. Algo muy parecido a un brazalete, como parte de una armadura.
El joven se lo coloca en su brazo y en un ligero impulso se descubre una hoja que sobresale de su mano.
Charlotte lo observa con curiosidad.

—Tú, también eres asesino. —alza sus cejas esbozando una pequeña sonrisa.
—Haz adivinado. —la señala con su puño y la hoja— Es una historia algo larga. Pero te la contaré algún día. Solo quería decirte que…yo te ayudaré a acabar con ella.
—Creí que, no eras mi amigo.
—No lo soy. Solo que, extraño usar esto, y creo que este es un buen motivo. —guarda su hoja oculta.
—Eres algo raro Garrett.

«Hay algo muy extraño detrás de todo esto. Me da el presentimiento, que hay algo más que aún desconozco».
Dijo la chica en su mente.




Le ha robado un tiempo muy valioso. Pero aún quedan unas horas para llevar a cabo sus artimañas.

Se aventura al centro de Nueva York. Hay un lugar que ya tenía en la mira desde hace tiempo, un lugar que cuenta con una buena cantidad de guardias. Una gran seguridad, pero eso no la detendría. Por eso, ha pasado por tres años de duros fracasos que eran indispensables para crecer.

Si lo están custodiando muy bien, es porque seguro hay mucho dinero, o algo valioso, ahí dentro.

En lo alto de la fortaleza se alza una bandera blanca que exhibe un tipo de cruz roja. Es sacudida por el viento aunque la lluvia ya ha cesado.
Revisando bien que nadie la vea. Ya contaba con su capucha color tierra bien puesta y se cubre sus labios y nariz con su máscara. Saltando del muro se esconde entre la hierba. Desde ahí puede ver que un grupo de guardias van y vienen, y otros tantos están ubicados casi en todas partes.
Sin moverse de su sitio, con su arco atina un flechazo envenenado a un guardia que cae a la tierra inconsciente temporalmente. Varios casacas rojas son atraídos y corren a revisarlo, mientras otros se ponen alerta, saben que la ladrona está  cerca, saben cómo actúa.
Empiezan a buscarla y ella aprovecha que se mueven para arrojar una bomba de humo, que cubre gran parte y los hace toser un poco y perder su claridad visual, esforzándose por ver a su alrededor. Charlotte se desplaza por la yerba y las sombras de los árboles, hasta  infiltrarse más. Escala por las ventanas y paredes, hasta que encuentra un balcón con la puerta abierta. Cuidando sus pasos se adentra a lo que parece un castillo. Y emprende su búsqueda de tesoros en las habitaciones evadiendo a los guardias y lanzando flechas envenenadas, que se clavan al pecho de los hombres cuando se requiere.
Recoge en sus manos algunas joyas, y vacía los cofres repletos de monedas, también coge algunos objetos valiosos solo por gusto. Sintiendo la carga de su bolso pesada. Sonríe con placer del buen botín conseguido.
Es suficiente por hoy. No puede llevar más.

Está por salir de una sala cuando escucha voces y pasos acercarse. Voces de una mujer y un hombre. Alarmada mira a un lado y a otro, apresurándose a entrar a un mueble con puertas en el que tiene que sentarse para caber en la parte baja que está vacía.

—…Por eso, tiene que estar en alguna parte.

Dice la voz de la mujer.

—Estoy segura que ese muchacho lo está cuidando todavía. He vuelto a lo  que fue la aldea, pero…no lo encontré.
—Tienes que buscarlo mejor. ¿Él lo tiene no? Pues búscalo, mátalo y tráeme el fruto del Edén.

Responde la voz del hombre.

—Entendido.
—Ya has perdido mucho tiempo. Ponte a trabajar de una vez. Nadie más que tú puede hacerlo. No me decepciones…
—No lo haré.

Unos pasos se alejan. Otros más rápidos lo alcanzan.

—¡Señor Kenway! Sospechan que la ladrona está merodeando por aquí.
—¿Y, a que están esperando? Encuéntrenla y mátenla. O lo haré yo mismo y ustedes tendrán que morir. Elijan.
—¡Si señor!


Puede oír cómo se marcha rápidamente.

La joven encapuchada invisible adentro del mueble. No comprende lo primero que dicen, pero sabe que tiene que huir ya. Apenas escucha que los pasos  cada vez son más distantes, y sale de su escondite, para brincar por la ventana hacia afuera.






viernes, 20 de junio de 2014

Hilo Rojo [Capitulo-8]













                     Capitulo-8












Contempla la entrada del restaurante desde la comodidad de su camioneta, estacionado al frente de la calle. Desde ahí José puede ver como su amigo sale por la puerta viniendo hacía él, cabizbajo y con sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón. Cruzando la calle.

Es un prestigioso restaurante, y al no ser un cliente frecuente o importante, más aparte, resultando molesto y escandaloso, por eso lo han echado.
José puede leer en la expresión del rostro de su amigo que ha fracasado.

Gabriel cierra la puerta al subirse y no se atreve a ver el rostro de su amigo.

—…¿Qué hiciste Gabo? —lo mira con el rabillo del ojo, a través de sus oscuras gafas.
—Nada. Creo que fue mala idea.
—Te dije que tu idea era estúpida. —poniendo sus manos al volante pero sin mover su camioneta.
—Sé que quieres conocerla. —dice entre dientes.
—No quiero conocerla. Yo solo…—pega sus pestañas quitándose sus gafas para frotar sus parpados con el dedo índice y pulgar.
—¿Qué?... —voltea a verlo— No te entiendo güey. ¿Qué es lo que quieres?

«Ni yo mismo me entiendo». Lo guarda para sí.

—Muy bien, esperémosla. Hasta que salga de su trabajo. —vuelve a portar sus gafas.
—Eso es muy…acosador. ¿No crees?

José le pellizca con sus dedos, su brazo. Pidiéndole así que guardara silencio.

—Ah. Está bien, está bien. Pero es un poco raro lo que quieres hacer Pepe.

Deja de pellizcarlo y Gabo se soba para calmar el dolor. El cantante no sabe cómo responder a lo que dice su amigo, ya que tiene razón, pero es como si no tiene el suficiente control sobre su mente y decisiones. No está siendo completamente él. Algo en su interior, que había estado apagado, se ha encendido y ha tomado las riendas.




—Akiva. Discúlpame, pero creo que le deje bien claro…que no se metiera en mi vida. —se le corta el aire unos segundos.

Le cuesta ser así. Pero la está obligando a serlo. Está cansada de todo. Akiva solo la ve directamente a  los ojos y la chica vuelve a su trabajo. Tenía razón…se lo había pedido. Lo mejor es darle su espacio.
Indudablemente Victoria solo quiere llevar una vida, lo más normal posible.


Por otra parte. Arturo, Ricardo y Jorge, juegan billar en un lujoso Bar, entre sofisticado y moderno, del centro de la ciudad de San Pedro.
Ricardo es quien da un tiro a la bola, y choca con otro par de bolas, que se esparcen mientras Arturo espera su turno y Jorge los ve jugar y de vez en cuando lee y responde los mensajes de texto que llegan a su celular.

—Oigan ¿No creen que José está muy raro últimamente? —habla Ricardo retirándose de la mesa con el palo en la mano, para verlos.
—De hecho. —responde Arturo — Ya sabes cómo se pone cuando compone y la inspiración no llega a él. —alza sus cejas.

Jorge deja de ver su celular y les presta atención.

—No güey. Ricardo tiene razón si anda bien raro. O sea, su rareza es diferente a como se ponía antes. Algo le pasa.
—¿No deberíamos ayudarlo? —sugiere Ricardo en tanto le pasa el “taco” a Arturo.

Acto seguido Arturo prepara el “taco” poniéndole tiza a la punta, y Jorge piensa en seguida.

—No, mejor dejémoslo solo. Él sabe cómo hacerlo, siempre se ha encargado de las letras. —vuelve a su celular.
—Bueno, mi turno. —sonríe Arturo — A un lado futuro perdedor.

Toca con el codo a Ricardo quien solo se cruza de brazos retrocediendo y queriendo reír.





Llega la hora de salida para Vicky. Afuera del restaurante José y Gabo, siguen aguardando adentro de la camioneta de José. En el interior está lleno de empaques de papás fritas, y galletas que consumió Gabriel mientras esperaba. A su amigo, dueño del auto, no le gusta nada como se ve tanta basura frente a sus ojos, pero eso no es lo importante ahora, él tiene un plan, un tanto imprudente y hasta enloquecido, pero tiene que hacerlo, para “darle su merecido a la chica” ¿Cómo pudo hablarle así? Si él es José Madero, no es cualquier hombre. Hará que se arrepienta de no haber aceptado su “tonto trato” Que sonó más a un pretexto, una excusa para estar con ella, porque aunque nunca lo admitirá, Victoria se está volviendo su inspiración. En esa inspiración que necesita justo ahora con tantas ansias.

La puede ver salir. El sol se está ocultando, y José voltea a ver a su amigo que se ha quedado plácidamente dormido en el asiento de copiloto con una bolsa de papas fritas a medio terminar en su mano, y hasta babea un poco. Le ocasiono algo de asco y decide mover su camioneta sin considerar el despertarlo, no hace alta. Además así está mejor, que guarde silencio un rato, y que no le haga las cosas más difíciles.
Victoria como cada día, tiene que caminar hasta la avenida a paso lento, sin prisa en dónde toma un taxi, para ir a casa. Ella va sumida en sus propios pensamientos, sobre lo que puede pasar en unos minutos cuando vuelva a su casa y afronte a su marido. Ni modo…tendrá que aguantar lo que sea.
Teniendo cuidado y disimulo, José la sigue con su camioneta y revisa que la calle está sola o con nadie que pueda ver lo que hará. Vicky se coloca unos pequeños auriculares en sus oídos para escuchar su música, quizá así consiga relajarse un poco, y vacíe su mente por un momento.
Entonces José detiene su camioneta, estacionándola cerca de la acera. Enseguida baja  corriendo tras ella, la abraza con un solo brazo y con su otra mano cubre su boca.
Victoria tarda unos segundos en caer en la cuenta de lo que está pasando. ¿De verdad le está pasando esto a ella? Justo ahora. La chica puede sentir como sus pies se separan del suelo y alguien la lleva a otro lado rápidamente.

Se ha quedado sin aire. Apenas puede aspirar oxígeno, no tiene la fuerza para gritar pidiendo auxilio, o defenderse. José la introduce en su camioneta a la fuerza y cierra la puerta, encendiendo el motor, arrancando a toda prisa.
Visualizando por su retrovisor que un coche de policía patrullaba por ahí, recién pasa vigilando la zona. Claro…es San Pedro, la ciudad con más seguridad, en todo el estado de Monterrey.

Qué locura. Vaya sí que ha corrido con suerte. Espera… ¿qué acaba de hacer? ¿Está loco? Por el espejo, puede mirar atrás a Victoria que respira gracias a su inhalador que siempre lleva a la mano, pero está tosiendo y tocando su pecho haciendo una mueca de dolor, intentando respirar profundamente para calmarse. No hay porque alarmarse, aunque debería, pero eso lo la ayudará solo le complicará las cosas. La música sigue reproduciéndose y sonando en sus oídos.
«No ha pasado nada. No ha pasado nada ». Se repite en su mente.

—¡Mierda! —exclama José golpeando con su palma el volante al conducir.

Lo que arrebata violentamente a Gabo del sueño.

—Eh…güey ¿Qué…? —frota sus ojos para aclarar su visión y lo ve a su lado manejando con un rostro serio, el ceño arrugado. Ya no está usando sus gafas negras.
—Mira atrás. —indica José.

Gabo mira por encima de su hombro y queda boquiabierto.

—¡Vicky! ¡¿Qué haces aquí? ¡No entiendo! Excplicame.

Suena el tono que hace su celular cada que recibe un mensaje de texto. Gabo toma su móvil y lo revisa.

—¡Ah no puede ser! Diez llamadas perdidas de Grey y…tengo —corre la pantalla con su pulgar — Quince mensajes de ella. Estoy muerto güey.
—No. Yo estoy muerto. —resopla — No sé qué sucede conmigo, pero no puedo dejarla ir ahora, en todas partes hay mucha vigilancia.


Se ha arrepentido de su imprudente y espontaneo acto, pero no puede remediarlo ahora. Victoria mira abajo, como si no tuviera lengua, no le es posible hablar, mucho menos gritar. Por más que lo desee.




Por la noche. Daniel, el esposo de Vicky pierde la paciencia. Con este ya son dos días que Victoria no viene a casa asi que le llama por celular pero ella no responde. Sus sospechas caen en el jefe del trabajo de Vicky. Del cual había guardado su número de teléfono, que le exigió a su esposa que se lo diera, asi que sin dudarlo le llama, colorado del coraje.

—Buenas noches ¿Quién habla? —la voz de Akiva.
—Soy él esposo de Victoria. Daniel Gonzales. ¿Victoria ha asistido al trabajo hoy?
—Por supuesto ¿Cuál es el problema? —empieza a despertar su preocupación.

A pesar de que a Akiva le parezca un maldito desgraciado, le habla bien, por su educación. Aparte no le gustaría complicarle la situación a Victoria.

—Ayer no llegó a casa a dormir —continúa el señor—, y hoy no ha llegado tampoco. ¿Qué ha pasado con ella? ¿Usted sabe?
—Espere… ¿Victoria no llegó a casa?
—No.

«Victoria ¿En dónde estás? ¿A dónde has ido? ».

—De acuerdo no se altere. Intentaré contactarla y buscarla. Si llego a saber algo de ella, le informare de inmediato.
—Muy bien, eso espero gracias.

Akiva le cuelga. Tiene su bata de baño puesta. Se ve en el espejo del tocador, y suspende su lavado de dientes. Victoria… ¿Qué ha pasado con ella?





La camioneta negra de Pepe se detiene en el estacionamiento de su casa. Estando bien aparcado, José se prepara pensando ¿Qué hacer ahora? Gabo todavía no comprende nada, en tanto Vicky sigue tocando su pecho en anuncio de que no consigue respirar bien ni relajarse, evitando el verlos.
Soltando un gran resoplido. José sale de la camioneta y abre la puerta para sacar a la chica de ahí, tirándola de un brazo con algo de cuidado. Ese brazo se siente tan débil y delgado. La chica permanece sumisa, no desea alarmarse en lo absoluto. Por dentro pide a gritos ayuda, no sabe lo que vaya a pasar. Y está muy confundida mental y sentimentalmente.

La hace caminar hasta que la introduce en su casa, seguido por su amigo quien mirándolo interrogante, se acerca más a él.


—Pepe… ¿Qué haces? ¿Por qué…? Creí que no la querías en tu casa.
—¡No lo sé! Por ahora cállate y vigila que no se vaya. —responde  y sube las escaleras principales dejándolos abajo.


Victoria mira a su alrededor y detiene su vista en Gabo, con algo de temor.

—…No entiendo nada, pero tengo que irme…ya.
—Sí, adelante vete. —le dice Gabo siendo compasivo, ya verá después como arreglarse con su amigo—

La joven da dos pasos para retirarse pero se detiene en seco. Cierra sus ojos, sintiendo que todo da vueltas.

—Me siento un poco…mareada.
—¡Oh no! Mejor siéntate un rato.

Se apresura a ayudarla tomándola de sus brazos, para que descanse en un sofá cercano.

—¿Quieres algo? No sé…agua, refresco, café… —viéndola frente a ella.
—Nada, estoy bien gracias. —toca su cabeza, con sus pestañas cerradas— Daniel… —suspira con tedio.
—¿Daniel? —arquea una ceja.

Se escuchan pasos bajar por los escalones. Es Pepe, que viene a ellos llevándose un cigarrillo a la boca y sopla el humo oloroso contaminando el aire.
Está fumando para relajarse, aunque ya tiene tiempo de haberlo dejado, de pronto regresó la ansiedad por probar uno ¿Nervios, miedo? Quizá ambos.

—Pepe, Victoria se siente mal. Y dice que debe irse.
—¿Victoria? ¿Has dicho Victoria? —abre más sus ojos.
—Sí, así es su nombre ¿Cierto Vicky? —voltea a verla.
—Victoria… —recordando a su exnovia— Tch…

Odia ese nombre ¿Por qué ella tiene que llamarse así? Victoria fue quien provoco todo lo negativo en él, fue la culpable y la que inició todo. ¿Y ahora hay otra Victoria? Siendo peor, el mismo la ha traído a su mismísima e íntima casa. Así no es él, se desconoce completamente. Y por eso fuma y fuma, viéndola, taladrándola con su mirada, como si estuviera viendo en ella la esencia de aquella mujer. Es como si algo dentro de él, hace corto circuito. La quiere lejos, muy lejos de él, pero a la vez quiere tenerla ¿para qué? Ni él lo sabe. Nada está claro en su mente. Solo sabe que no puede dejarla ir de momento.

—¿Te sientes mejor? Bueno, yo te acompaño a tu casa. ¿Qué te parece?

Le habla Gabo a la chica de cabello cobrizo.

—Está bien, gracias. —contestó con una sonrisa.

Un brinco en su corazón, un impulso, unas ganas se apoderan de él y lo dominan.
Antes de que su amigo se pudiera ir con la chica, José con su cigarrillo entre sus labios avanza para atraer de un tirón a Vicky y la lleva a otro lado, como si le perteneciera. Y es que no puede dejarla ir así.
Victoria guarda sus palabras, aunque pareciera que están jugando con ella. Como desearía que Akiva estuviera aquí. Podría llamarlo al celular, pero no puede con el loco joven cerca de ella.

—Pepe ¿Qué estás haciendo güey? Suéltala.
—Lárgate de mi casa Gabo.

El joven de tez morena se mantiene quieto sin saber que más hacer.
José se encierra con la chica en una habitación y Victoria usa una vez más su inhalador pero tose un poco. Viéndola así parece que está enferma pero José no le da importancia y la encara con un rostro serio, y soltando el humo de cigarro a su cara.

—¿Asi que Victoria? —Con esa voz ronca que lo caracteriza—  ¿Por qué Victoria? ¿Por qué no sales de mi maldita cabeza? ¿Eh?

La joven abre mucho sus orbes avellana, fijándose en los ojos de José, y se ruboriza muy leve, estremeciéndose. ¿Este es el hombre que dijo Gabriel que la ama? ¿Por eso es que la ha traído aquí? Puede analizarlo finalmente.








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