martes, 25 de noviembre de 2014

Relato [ Viajando al mundo ]




























11:05 pm


Sebastián no era capaz de creer lo que sus ojos con grandes ojeras, ven entre esas personas que se acercan al tren subterráneo para viajar. Ni las luces artificiales que alumbran la oscura estación, ni si quiera con una piel tan pálida como la suya, podrían lograr que alguien luzca tan reluciente, como esa extraña mujer, que sin hacer un movimiento solo permanece quieta contemplando como la gente sube al mismo vagón. Es poca gente, ya es muy tarde, y falta casi una hora para que el servicio del tren cierre sus puertas. Se ha quedado algo curioso viendo esa figura femenina llena de luz y con vestido blanco, ¿Un fantasma?
 Tonterías…
No despega de sus orejas sus auriculares, por dónde sonaban fuerte esas guitarras eléctricas y baterías. En un parpadeo esa presencia se desvaneció. Y sacudiendo su cabeza con el ritmo de la música le restó importancia y entro al tren, siendo el último en entrar, y siendo el punto de atención dentro del vagón. Ocho caras desconocidas, ocho personas, y estaban sentados, claro que también había lugar para él, el tren va casi vacío por la hora que es. ¿Pero por qué lo miran tanto? Esas miradas que ya lo tienen acostumbrado. Viste con ropa de cuero negro, botas con agujetas, percings, cabello negro alborotado, tatuajes, sí… todo un ser llamativo y extraño ante los ojos de la sociedad que, también esta ahogada en la tecnología. Todos, incluso él, tienen sus miradas puestas en sus celulares. A excepción de un anciano que carga un morral y cabecea por el sueño, y una señora que carga a un bebé arrullándolo para dormirlo, también otro joven, por lo visto fotógrafo que parece revisar sus capturas en su cámara que cuelga de su cuello. Pero en todos coincide algo; nadie se mira a los ojos, lo evitan, y eso sí que es normal. Hay silencio, solamente se escuchan las voces de un par de amigas que venían de una buena fiesta, y reían entre ellas viendo las fotografías que tomaron en sus celulares.
El metro se detuvo rechinando, como si dejara de funcionar, las luces del interior se apagaron dejando que todo se viera negro. Las chicas gritaron. Es la luz artificial de los celulares lo que aclaro un poco la visión de todos. Los nueve pasajeros comenzaron a alterarse.


—¿Qué está pasando? —pregunto una mujer vestida como ejecutiva con su cabello bien recogido. Miró a sus lados buscando respuesta.


Todos se removieron de sus asientos, hasta el anciano se despabiló, y está inquieto.

—Ya, ya…no pasa nada, seguro hubo una falla, ya la arreglaran. —comentó con desgane, el joven rockero intentando tranquilizarlos.

Echó un vistazo a la ventana, pero es un tren subterráneo, no logró ver nada.

—Por eso mismo, odio los transportes públicos. Si tuviera mi coche no estaría pasando por esto. —se quejó la mujer elegante, y se llevó una mano a su frente.

Resonó el lloriqueo del bebé que cargaba la mujer. Ella trató de calmarlo, pero es inútil.
Pasado un buen rato. Otro hombre, de pantalón negro y camisa azul, se levantó de su asiento desesperado.

—Bueno ya ¿hasta cuándo nos van a tener así? —caminó más hasta acercarse a la ventanilla del conductor del tren, y golpeó con su palma el cristal — ¡Eh! ¡¿Qué está pasando?! ¡¿Me oyes?! Se me hará tarde, necesito llegar a mi casa.

No recibió respuesta. Viendo detenidamente al interior de la cabina, forzando su vista, sus ojos captaron que el conductor estaba sentado, y quieto. Sintió que una mano tocó su hombro, volteó y miró al joven pálido y vestido de negro.

—Déjame ver.

Mientras el joven se percataba de lo mismo, el hombre no lograba comprender. Las muchachas hablaban entre ellas muy preocupadas.

—…háblale a alguien, no sé, a mamá o a Raúl. —le pide a la otra, que parece estar más nerviosa.

Por lo visto eran hermanas. ¿Y cómo no estar nerviosas? Con la inseguridad que había en su ciudad. Ya era muy inconsciente seguir en la calle tan noche, pero no se esperaban esto.
Los nueve pasajeros pueden estarlo. Asustados.

—No hay cobertura. —dijo la chica mayor, a su hermana menor.

Lo que llamó la atención de todos.

—¿Qué? No, eso no es posible. Inténtalo de nuevo.

Y como si también se lo pidiera a todos. A excepción de la madre que daba biberón a su bebé, y el anciano, los demás empezaron a revisar si podían hacer una llamada o enviar un mensaje, y efectivamente, no había cobertura. Estaban incomunicados. Solo les quedaba esperar un milagro.
Poco a poco asimilaron su situación, y la impotencia que todos tenían, guardaron silencio, y no se movieron de sus asientos, esperando a que el conductor les dijera algo por las bocinas, o que todo regresara a su curso, pero no pasó nada, durante media hora. El joven que vestía de cuero negro, se fijó en la batería de su celular; estaba baja. Sus oídos siguieron escuchando esa música, y le sirvió de distracción ¿pero hasta cuándo? Lo mismo le pasaba a las chicas, contaban con poca batería. Y si no podían entretenerse viendo sus fotos, vídeos, y jugando con las aplicaciones de su celular, se aburrirían muy pronto, o algo peor. Sin olvidar que es la luz de los celulares lo que les ayudaba a ver su contorno.
Una señora rubia y muy pasada de peso, que desde que sucedió la falla en el tren tomo su distancia, en el rincón del vagón, no dejaba de ver su celular, y tampoco ha dicho nada, pero sus respiraciones se volvieron más pesadas, agitadas, sus fosas nasales se abrieron de más, y sentía que se asfixiaba ahí dentro. Todos la escucharon, la vieron, pero nadie se preocupó por ella. Nadie era capaz de preguntarle “¿está bien?” Solo siguen esperando.

Un flash, ilumina por un segundo. Era el joven fotógrafo que le tomó foto a una de las puertas del tren. Nadie le preguntó por qué, solo él sabe lo que vio asomarse por el cristal de la puerta. Revisó la foto, y efectivamente ahí estaba. Una sombra negra, como de un hombre asomar su cabeza. Pero la guardó para sí, muy tranquilo, muy paciente.
Media hora más. Ya fue demasiado, y unos caminaron de un lado a otro, en tanto otros estando sentados se movían mucho, claramente intranquilos. La batería del móvil de las chicas, del de la señora gorda, y el del joven de negro, se agotó. Esas luces se apagaron, solamente quedando; el de la señora bien vestida, y el del hombre de camisa azul.
La mujer de cuerpo redondo, y con esos pliegues de grasa que se notaban por su blusa ajustada, se puso en pie, y desesperada se echó a correr como podía hacía  la puerta más cercana.

—¡Sáquenme de aquí! —golpeó con sus puños el cristal de la puerta— ¡Abran la maldita puerta!

El joven con la cámara al cuello se aproxima a ella.

—Señora por favor no entre en pánico, es lo último que necesitamos. Todos aquí queremos irnos, pero no podemos hacer nada.
—¡Yo voy a abrir esta maldita puerta, y voy a salir de aquí, no me importa tener que caminar toda la ruta!

Con sus dedos tocó el borde de la unión de las puertas y con esfuerzo trató de abrirla.

—¡Ayúdame! ¡¿Qué me miras?! ¡Haz algo!


El fotógrafo tomó su distancia rehusándose. Una de las chicas se incorporó.

—¡La señora tiene razón! Esto ya se quedó atascado, no se moverá, ni el conductor nos ha dicho nada en una hora. Ya han de haber cerrado el metro.
—¡Hay que salir de aquí! —grita la otra chica y a zancadas llegó a dónde estaba la señora ayudándole a empujar la puerta. Su hermana hizo lo mismo.

Haciendo mucho ruido por los golpes de sus cuerpos contra la puerta. Fue el hombre de camisa azul el que llegó a ellas y agarró a la menor de las chicas del brazo.

—¡Ya no hagan ruido! ¡De nada sirve! Estaremos atrapados aquí, seguro toda la noche.
—¡Suéltame! —forcejeó—Y no, no pienso pasar la noche aquí.
—Lo siento nena, pero aquí no se hace lo que tú quieres. —de su mochila con una mano, sin soltar con la otra a la chica, sacó una licorera de bolsillo, y le da un buen trago.
—¡Oiga! ¡¿Qué hace?! ¡suéltela!

La chica mayor le da manotazos exigiendo que deje de sujetar a su hermana, pero el hombre solo ríe haciendo caso omiso, y sigue bebiendo, hasta vaciar la licorera.

«Genial, justo lo que no quería que pasara; que todo se saliera de control. » Se dijo en su mente Sebastián, y de su mochila que cargaba, buscó su manopla, probablemente la necesitara.

La señora rubia y pesada, lloró sentada en el suelo, es inútil abrir la puerta. Las chicas gritaban al hombre que no las dejaba en paz. Cargaba a la menor en sus brazos, y la recuestaba en los asientos del vagón, aunque ella pataleara y gritara en su defensa, y a pesar de que su hermana tratara de ayudarla, no podían contra él, y con sus manos le sacó su blusa, tocando su piel. Unas lágrimas brotaron de la chica sometida, y la otra se contagió de las lágrimas de su hermana. La mujer ejecutiva prefirió no observar, y hasta cubrió sus oídos para no oír, la otra mujer con el bebé, les dio la espalda y abrazaba a su pequeño. La hermana mayor, de la joven que luchaba por no ser abusada, se acerca a las mujeres en busca de auxilio.

—¡Por favor ayúdenos! ¡No quiero que le pase nada a mi hermana! ¡Por favor! —les suplica de rodillas al suelo.

La ignoraron, solo la mujer con el bebé se sentía mal por dentro, pero tenía un ser más delicado que proteger. Entonces la chica optó por pedirle ayuda al joven fotógrafo, quien solo miraba abajo sin contestarle. Solo le quedaban dos opciones más, el señor anciano, y el joven de tatuajes. Se rindió, y se tiró al suelo a llorar, sin poder ver como ese asqueroso hombre  desnudaba a su hermana, del que no se imaginó que fuera así.
Cuando subieron ella y su hermana al tren, no dejaban de verlo pues se veía tan atractivo, bien vestido, como todo un caballero.

 Llevaba sus manos a su húmedo rostro por las lágrimas. Y se escuchó un golpe en el suelo, seguido de otros golpes y quejidos de dolor. Gira su cabeza y pudo ver al joven de tatuajes y nariz aguileña, sobre él hombre violador, rompiéndole la cara con su manopla. Y su hermana temblando viendo la escena, y cubriéndose con una chaqueta de cuero.

—¡Danna! —corre hacia su hermana menor, y la envuelve en sus brazos— ¿Estás bien? ¿No te hizo daño?
—No, solo me… quito mi ropa, y si me toco, pero no paso lo peor, gracias a… —con un gesto señala al joven rockero.

Quien golpeó al hombre hasta hacerlo desmayarse de dolor, ensangrentado de su cara.

El hombre anciano empezó a aplaudir, y le siguió la mujer con el bebé, y la mujer ejecutiva.
Hubo un breve silencio.

—¡Están locos! ¡Todos se están volviendo locos! —vociferó la señora gorda del suelo, que no dejaba de pasarse sus manos por su cabeza con estrés— ¿Lo ven? Tenemos que salir de aquí, o se pondrá peor.
—Sí, por favor intentémoslo, tal vez si lo intentamos todos juntos… —dijo la hermana mayor de la chica abusada.
—No creo que sea buena idea salir de aquí. —terció el joven fotógrafo.
—¿Por qué no? —cuestionó la chica.
—No estamos solos. He visto a alguien asomarse por la puerta. De hecho, le tome una fotografía ¿quieren ver?

Finalmente se atrevió a revelarlo, viendo las circunstancias. Por supuesto en todos entró la curiosidad de la mano del miedo. En sus cabezas empezaron a especular que su encierro en el tren fue intencional, y maniobrado por alguien. ¿Quién era ese alguien? ¿Y qué quería de ellos?. En medio del vagón, se reunieron para ver la fotografía que el joven había captado. Efectivamente era un hombre, aunque no se podía ver su rostro.

—¡Él! —señaló la foto en la cámara la mujer gorda— ¡Él fue el que nos encerró aquí! —se giró para golpear una ventanilla con su palma— ¡Déjanos salir de aquí maldito!

Seguido de los gritos de la señora, los demás también le gritaron al sujeto que suponían los había encerrado en el tren. Solamente el joven rockero y el muchacho fotógrafo se quedaron quietos observando como el resto perdía la cabeza, y corrían de un lado a otro como asustados, y exclamando, suplicando que los dejara libres. Ya no les importaba que el tren continuara su ruta, simplemente deseaban salir de ahí. Eso, se estaba volviendo una pesadilla.

—Suficiente. —dice el joven de ropa de cuero.

Ajustando su manopla aparta a un lado a las chicas, y a las señoras, poniéndose frente a una de las ventanas del tren. Cierra su mano haciéndola puño y con toda su fuerza golpea el grueso vidrio, una, dos, tres veces, y así sigue sabía que si lo consigue, ese espacio en el cristal sería suficiente para que pudieran escapar. Las personas lo animan.
 Jadeando por el esfuerzo que le ha costado, abre mucho sus ojos al notar que no le ha hecho ni un rasguño. Maldice y busca al anciano arrebatándole su bastón de metal ligero, usándolo para tratar de quebrar el vidrio, impactándolo una y otra vez con rudeza. Y sonríe una pizca al ver que le ha hecho grietas lo que lo motiva a seguir golpeando el cristal. Las grietas se engrandecen, pero no se abren, ni provoca más daño, aún después de un buen rato, hasta que se agota su fuerza. Con respiración acelerada, y un chasquido de lengua, distingue como esas grietas desaparecen, se borran.

—¿Qué? —retrocedió con un semblante pálido del espanto.

Eso es brujería, eso no es normal. Un vidrio no se repara por si solo y queda como nuevo. Todos en el interior del tren estaban boquiabierta, el miedo comenzaba a invadir más. Eso les dejo claro a algunos que había algo más allá afuera, y que ese hombre sin rostro, no tiene rostro por la oscuridad, probablemente sea algo siniestro.
Sebastian recuerda a la mujer que vio cuando estaba por subir al tren. Esa mujer que parecía una fantasma, un espíritu, creía que era su imaginación, pero le están comprobando que no…no es así, todo es real.

Intercambian miradas, sin tener palabras para explicarse su situación. Quedan callados, por varios minutos, se sientan en sus lugares, y evitan el mirarse, buscan una respuesta lógica en su mente. Pero es inútil, todos lo han visto. Así que solo puede haber dos explicaciones, o verdaderamente se estaban volviendo locos, o, sin duda hay algo más jugado con ellos. Cualquiera que sea la razón, no parece tener solución, no parecen tener escapatoria.
El hombre que intentó violar a una de las jovencitas, aunque su rostro estaba hinchado por los golpes y tenía moretones, sangre. Reaccionó y se unió a su silencio por un momento.


—¿Vamos a morir aquí? —cuestiono el hombre que con la manga de su camisa azul limpio un poco la sangre de su cara.
—No hay que exagerar. —contestó el joven de negro.
—¿Ah sí? Entonces dime ¿Cómo saldremos de aquí? ¿Qué ha pasado para que estemos encerrados?
—Cállate. —no desea escuchar a un violador.


¿Pero por qué etiquetar? Precisamente en este momento, es cuando todos son iguales. Tienen miedo, están desesperados, son impotentes, y tienen muchas preguntas. Que nadie puede responder.

—¿Cuál es tu nombre? —le pregunta la hermana mayor de la chica.
—Sebastían.
—Yo me llamo Laura, y mi hermana Danna. —le sonríe.

Hacía un esfuerzo por romper la tensión, por calmarse. Empezaban a darse cuenta que si se hablaban entre ellos se sentían mejor. Se presentaron unos a otros, se enteraron de sus dedicaciones, gustos, incluso hicieron bromas, reían, hasta el hombre que termino golpeado, se disculpó con Danna.

—…de verdad lo siento, por un momento enloquecí, perdí el control, me arrepiento de eso. —baja su mirada.
—Me asustaste, pero no pasó nada grave.


Todos eran tan humanos, sus celulares estaban muertos, pero sus corazones, se sentían más vivos que nunca. Intercambiaban miradas, sonrisas…

El tren volvió a moverse, como si nada hubiera pasado, sus celulares tenían la carga previa a lo sucedido. En las bocinas el conductor anunció la siguiente estación. Y en silencio se miraron, quedando así un minuto. No comprendían que pasó, pero no hacía falta. Eran libres, y ahora, se sentían más libres que cuando recién entraron al tren, siendo esclavos de la tecnología.


Sebastián salió del subterráneo junto con las ocho personas, muy contentas al ver que el tiempo realmente no había pasado, aunque fuera extraño, fue una experiencia inolvidable. Fue como si hubieran estado atrapados en una ilusión, o en otra dimensión, jamás lo sabrán.
El joven detuvo sus pasos al bajar por las escaleras de la estación, echo un vistazo a su celular, y lo apagó.

—¡Eh, Sebastian!

Se acercó a él Laura acompañada de su hermana con una amplia sonrisa.

—¿Podemos acompañarte?
—Claro.





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sábado, 15 de noviembre de 2014

Relato [Mensaje del cielo]

















Este Relato está basado en una historia real.
               

                


Es bíblico que Dios hable en sueños. (Job 33: 14.18)
Dios le habla al hombre, en general a quien él quiere.
El sueño de Dios es para traer consejo, y para acercar al hombre a Dios.
El propósito de Dios es acercarte a él.
Los sueños de Dios, por tanto, nos llevan a la acción, nos llevan a hacer la voluntad de
Dios, y abandonar nuestras ideas y comportamientos.









—¡Dios mío! ¡¿Dónde estás?! ¡Que no te veo!


Luchaba contra su propio temor.
La señora, con su cabello blanco, sus ojos llorosos, pero no del llorar, sino del sufrir, por la edad tan alta que había alcanzado, y esa enfermedad que había consumido su cuerpo, haciéndola lucir tan débil, tan frágil, tan delgada. Postrada en la cama, de dónde no podía moverse, si no era con ayuda de su hija. Los veía ahí, delante de su cama, por toda su habitación; eran esos seres detestables, tan tenebrosos y horripilantes, que la asechaban… como buitres, a la espera de que la vida la abandone. La amenazaban con sus llameantes miradas, y no podía dejar de escuchar sus burlas, no podía dejar de verlos, figuras demoniacas invadiendo su pequeño espacio. Se aferraba a la vida, porque sabía que esos seres estaban esperando.

—¡Dios mío, háblame por favor!

Su hija, desesperada pero cargada de fe,  frente a una vela encendida, y con un rosario en sus manos, unas pequeñas lagrimas asomándose de sus ojos, buscaba un poco de luz, un poco de esperanza. Pedía a Dios con todo fervor, con toda su tristeza, que ayudará a su querida madre, que alejara a esos entes que la atormentaban, que le diera paz.
Había sido tiempo de que su madre estaba padeciendo, y ella la acompañaba en su dolor. Su familia ya no podía tolerar lo molesto y cansado, que resultaba para ellos el soportar los gritos de su madre todo el tiempo. Pero ella no podía abandonar a su madre…era su madre. Su único refugio, era Dios.


Tiempo después.

Una mujer en sus sueños, pudo ver a su abuelo ya fallecido desde hace años, lo veía vestido con un traje blanco, que parecía irradiar una luz preciosa, pero no lo veía viejo, sino joven.

—Pily. —la llamó.

¿Por qué esta soñando a su abuelo? ¿Por qué no a su padre? Como le gustaría soñar a su padre. Fue tan profunda su impresión, que por un momento pensó, que la muerte había venido a recogerla, sin embargo no sentía miedo. Era extraño, con este abuelo paterno, casi no tuvo relación, ni siquiera asistió a su funeral, pero tampoco era algo que le preocupara.

—Sí. —dijo su abuelo con una sonrisa.
—¿Sí?

En ese momento despertó. Quería saber que era lo que quería, por qué venía a irrumpir su sueño, porqué, no puede ser su imaginación, se veía tan real.
Pero no podía creerlo en su totalidad, era un simple sueño, no puede ser. Además sus creencias religiosas no le permitían el creer en horóscopos, sueños, entre otras cosas. ¿Entonces qué hacer?
Recurrió a su madre.
Apenas amaneció, tomó el teléfono y le llamó.

—Mamá.
—¿Qué hija?
—¿Mi abuelo José era Católico?
—No, era de otra religión
—Ah, bueno.


Deseaba contarle, hacerle más preguntas, realmente buscaba ayuda, pero la vergüenza era más. Así que dejó ahí el tema.
Aparte, no podía acelerarse, no podía creerlo tan rápido. Se basó en lo que dice en la Biblia; Un sueño que se repite tres veces, es una premonición, o cosa de Dios.
Entonces quizá eso solo era algo pasajero, algo creado por su mente. Lo dejó pasar.
Por más que deseaba abandonar la idea de que, era real, algo la trataba de convencer. 
La experiencia.

No había sido la primera vez que esto le pasaba, esto…era algo que había estado arrastrando toda su vida. El tener sueños premonitorios, el haber nacido con cierto sentido con el que no cuentan todos, pero, quería sentir, que de nuevo, no tenía que pasar por lo mismo. Suplicaba en su interior “No, otra vez no”.
Pero sus suplicas no fueron atendidas. Era claro que una vez más, no se haría su voluntad.
Volvió a ver a su abuelo en sus sueños. Justamente al siguiente día, igual que la primera vez, con mucha luz.

—Quiero que le digas algo a tu abuela.
—¿Mi abuela? Pero si está muerta.

Había pensado en su abuela Ignacia, que ya había fallecido hace mucho tiempo. 

—No. Mi viejita. Está mal, y no debe temer.

Entonces a su mente vino otro nombre. Doña Petra. La segunda esposa de su abuelo, pero nada sabía de ella.

—¿Pero yo por qué? Dígale usted mismo, o…dígaselo a sus hijas. ¿Qué puedo hacer? ¿Las busco yo?

Despertó.

Nuevamente opto por hacerle una llamada a su madre.

—¿Usted cree que Doña Petra vive aún?
—No hija, ya ha de haber fallecido esa señora.
—Pero es que mi abuelo…ya lo soñé dos veces y dijo que quiere que le diga que no tenga miedo.
—Ay, Pilar, no hagas caso, mejor reza y ponle una veladora a tu padre.

Sin duda su madre no era nada de ayuda. De hecho, nadie podía ser de ayuda. Sabía lo que seguía, lo que pasaría, que la gente hable a sus espaldas, diciendo que está loca, que los creyentes piensen que tiene demonios, o que es una bruja. Solo ella sabía que no era así. Y eso…le hacía enojar. El no poder controlar estas situaciones, el no poder evitarlo, el no poder conseguir ayuda, ni comprensión de…nadie.
Lo único que sabía de su abuelo José, era que tenía muchos hijos y nietos. En ese caso ¿por qué siempre venían a ella? Como si fuese un imán de espíritus, una paloma mensajera. Pues no era nada fácil ser una paloma mensajera en este mundo. ¿Por qué siempre la obligaban a quedar en ridículo? No podía manejarlo, no se hacía su voluntad.

«Muy bien abuelo… ¿Y si hago lo que me digas? Sin importar lo que la gente crea» Pensó. Tan solo deseaba descansar.

Y se lo pidió a Dios, en la tercera noche. Que no se repita, sí es así…

»Dios mío, quiero dormir y despertar sin soñar nada en lo absoluto»

Otra vez. Ve a su abuelo frente a ella, en lo que parece la nada, pero rodeado de una luminosidad hermosa.

—Tú dijiste. —dijo su abuelo sonriente— Aquí estoy.
—A ver, suponiendo que busque a sus hijas y las encuentre.

Ni siquiera tenía contacto con sus tías, ni siquiera sabía cómo llegar a ellas.

—¿Qué les voy a decir? ¿Cuál es su mensaje?
—Dile a mi viejita que no tenga miedo, que aquí la espero bien bañado y peinado como le gustaba.
—Pero abuelo ¿Qué no era mejor que fueras personalmente a darle este mensaje a tus hijas? Seguro ellas están más cerca, será más fácil para ellas. En cambio para mí será muy difícil, puesto que ni siquiera sé cómo encontrarlas.
—No, tú eres inteligente, y sabrás que hacer. No le hagas caso a tu mamá, ella no entiende, nunca entendió.

¿En serio? ¿Tanto amor? La mujer no podía creerlo. Todo esto indica que su abuelo verdaderamente amó a su esposa, tanto es su amor que aún en la eternidad la sigue amando…la sigue esperando. Ella sabía que su abuelo en vida, había sido mujeriego, al igual que su padre, ella tenía la creencia de que este tipo de hombres no se enamoran, no pueden amar. Esta señora, era su segunda esposa ¿Cómo puede amarla tanto? Aún más allá de esta vida. Se unió, la sorpresa de una demostración eterna de amor, con una desesperación, esta mezcla la alteró tanto. Porque sabe lo que debe hacer, ya se ha cumplido el tercer sueño, lo que quiere decir, que es cosa de Dios.
¿Debería buscar ayuda? Imposible, nadie puede ayudarla. ¿De verdad va a ir a buscar a sus tías y a darles este mensaje? De ser así… sabe que la verán como una loca que, imagina e inventa cosas. La juzgaran, se burlaran, no le creerán. Pero su interior le clama; Hazlo.

«Dios mío ayúdame porque estoy en un dilema, pues esto es más grande, lo siento en mí. Tú eres el que me dirá como hacer lo siguiente. »




En la cocina de su casa, prepara un café caliente por la mañana y se sienta a ver el noticiero buscando tranquilidad.


—Muchos han encontrado el amor en Facebook. —decía la presentadora— Las redes sociales han demostrado ser una buena conexión para muchas personas que…

Posó la taza de café en la mesa, y se quedó un momento escuchando, adentrándose en su mente.

«Puede ser… es rápido, y gratis. »

Acudió a su hija mayor, en la que tenía un poco más de confianza. Entró en su habitación y ahí estaba ella en su laptop precisamente adentro de esa red social, que hasta ahora no conocía bien. Sabe que su hija si conoce eso, y probablemente pueda ayudarle. Se sentó en el borde de su cama, y su hija parecía leer en su cara que algo pasaba.


—Hija ¿Me haces una cuenta de Facebook?
—¿Por qué?

Era extraño que su madre quisiera entrar en una red social, así como así. Es por eso que, se vio en la necesidad de contarle lo que había estado soñando de su abuelo, con sumo detalle. Con su hija si podía hacerlo, en ella confiaba, y ella la entendía, no era la primera ocasión que le contaba sobre sus experiencias. Aunque siempre esperaba para contarle.
Se le vino a la cabeza su tía Dina Cortez. Ya que era la tía que recordaba que era más amable.

—Bueno, está bien. —aceptó—
—Pero no quiero que salga mi nombre real. ¿No puedes poner otro nombre que no sea el mío?
—Mamá, será más fácil encontrar a tu familia con tu nombre real y foto. —no quitaba las manos del teclado— Sí encuentras a tu tía, si es que tiene Facebook, y llegas a enviarle un mensaje, quizá te ignore, o no te tenga confianza porque no sabrá quién eres.
—Ah es cierto…


Teniendo la cuenta en esa red social, con instrucciones de su hija, pasó casi quince días buscando a su tía Dina sin éxito. En internet había muchas mujeres que se llamaban igual, fue agotador, y algo estresante. No conocía otro modo de encontrarla, desde adolescente que no sabía de esas tías, ni de su otra abuela, ni siquiera estaba segura de que siguiera con vida. Solo se estaba dejando guiar por una voluntad, que sin lugar a dudas, no era la suya.
Un día la halló, ahí estaba el nombre y la foto de…su tía. Rápidamente la reconoció, busco más fotos de ella y se convenció, esa era su tía. Pero, tenía muy privada su cuenta, no podía añadirla a amigos en esa red, ni tampoco podía enviarle un mensaje. ¿Por qué lo tenía tan bloqueado? Se vio obligada a agregar a dos de los amigos que veía, le comentaban mucho. A través de uno de ellos llegaría a ella. Necesitaba dar ese mensaje, sabía que tenía que hacerlo.  Era un joven, y una chica, algo le dijo que mejor le hablara a la chica, que gracias al cielo, podía escribirle un mensaje.

“Hola, soy sobrina de Dina Cortez, y quería decirle algo a mi tía algo importante, pero no puedo porque no me permite enviarle mensaje o añadirla a amigos. ¿Podrías hacerme el favor de decirle que soy su sobrina y me agregue a amigos?”



Al parecer el mensaje si se lo dio. Ya que al poco rato recibió una solicitud de amistad. De inmediato, le escribió un texto, contándole aunque con pena, y arriesgándose a ser ignorada, o que pensara lo que pensara. Le explicó sobre su sueño repetitivo, y también le transmitió lo que su abuelo le pidió que le dijera. Cumpliendo con su parte.

“Mi mami está muy enferma”

Respondió su tía de milagro. Palabras que le impresionaron, siendo que no sabía que la señora todavía vivía. Su tía continuó…

“Le pedí a Dios por mi madre, pues ella está muy temerosa, tiene miedo de morir. Me dice que puede ver demonios que la molestan, que están esperando que fallezca para llevársela con ellos.”

En ese momento, comprendió que era Dios quien le mandaba el mensaje a su tía, y que precisamente era ella quien cuidaba de su abuela. Siguieron conversando por internet un buen rato, entre más hablaba con su tía, más se impresionaba, puesto que le confirmaba todo, hasta que era cierto eso que le dijo su abuelo, que en efecto a su madre le gustaba peinarlo después de que él saliera del baño bien limpio y vestido. Su tía le decía como se sentía con todo esto que estaba pasando su madre, y eso, tocó su corazón.
También le dijo que su familia ya no aguantaba a su madre, sus hijos y su esposo ya no la querían en casa, pero que ella no quería ser una mala hija y dejarla en un asilo.


“No se preocupe tía, quizá Dios quiere que usted no se sienta mal con lo que tiene que hacer”




Dina, sintiéndose un poco mejor con el mensaje que le dio su sobrina, mensaje que le parece asombroso. ¿Cómo una sobrina que no había visto desde hace mucho tiempo, puede saber que su madre está mal? ¿Cómo es que puede saber algo tan íntimo como que su madre le gustaba ver a su esposo bien limpio y peinado? Su sobrina era alguien especial, una herramienta de Dios quizá. Esto le da la fortaleza para tomar la decisión.
Va con su querida madre, que acostada en su cama no deja de verse asustada, sus ojos ya se ven muy cansados, y se quedan viendo fijo a una esquina de la habitación.

—¡Mira hija! ¡Está ahí! ¡¿No lo ves?! —refiriéndose al demonio que solo puede ver ella— ¡Siempre están aquí! ¡No dejan de verme, y sonreír con burla!

Apretando sus labios reprimiendo su dolor, la mujer camina hacia su madre y toca su brazo, tan liviano, solo es piel y hueso. Es tan difícil ver a su madre así.

—Mami, tranquila. Mami mírame. —con su mano en la mejilla de su madre la mueve con delicadeza para que la vea— Pily me dio un mensaje ¿Te acuerdas de Pily?

La señora no responde solo observa a su hija.

—Bueno, ella soñó a papá, y dice que no tengas miedo, que él te espera, bien peinado como te gusta. Ya no tengas miedo mami. —le da una caricia muy sutil en su rostro y toma su mano.


Llevó a su madre a un asilo, ahora estaba segura de que era lo correcto. Y para su alivio, descubrió que la que iba a ser compañera de cama de su madre, era una señora que rezaba mucho el rosario, todas las noches. Ella sabía que cuando una persona reza el rosario, los demonios son ahuyentados, no hay nada mejor que rezar con mucha fe, y estaba segura que esa señora le podría dar paz a su madre.
Quien al poco tiempo, pudo descansar en paz. 
A Dina le informaron que su madre había fallecido.

Cuando entro al cuarto dónde estaba su madre, la envolvió una paz enorme que hizo rebosar su corazón, un aroma a rosas que se encontraba en la habitación invadió su nariz.
Todo esto se lo contó a su sobrina por esa red social. Estando muy agradecida con Dios quien la escuchó, por el mensaje, y también agradecida por su sobrina.
Ahora sabía que su madre estaba con su padre. 


“María las protege y cuida, no tengo duda de que Dios usa a las personas para hablar contigo en sueños, pues son más cercanas aquí en la tierra”





Para la sobrina de Dina, saber que su abuelo amo así a esa mujer que era su segunda esposa, la hizo pensar que quizá el hombre puede amar aún en la eternidad, y que Dios responde siempre, solo tenemos que callar, para escucharlo en el silencio. 








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