miércoles, 21 de mayo de 2014

La Bruja y el Ángel mestizo [Capitulo-6]











                         Capitulo-6












Ratohnhaketon siente la necesidad de preguntarle a ese joven blanco sobre la mujer del retrato del cartel, que es idéntica a la que recuerda. Se precipita hacía él, y con ese rostro inexpresivo lo mira siendo preciso.
Ezio sonriendo está por subir al caballo para irse con la joven mujer.

—¿Sabes en dónde está la mujer asesina? —en ese tono bravo, maleducado.

El italiano voltea a verlo de mala gana, luego enarca una ceja. Solo viéndolo de perfil.

—¿Mujer asesina? ¿De qué estás hablando salvaje? Lo siento, no tengo tiempo para ti. Hasta nunca.

Con desdén intenta montar el caballo. La mujer solo observa con paciencia.
Una mano sujeta su ropa y de un tirón lo aleja del caballo antes de que pudiera treparse. Tirándolo al suelo. Ezio asombrado,  desde ahí lo puede ver delante de él, al joven nativo que lo mira fijamente.

—Necesito saber, en dónde se encuentra esta mujer. —Ratohnhaketon grita mostrándole el retrato del cartel “Se busca”.

La chica cubre delicadamente sus labios, preocupada al contemplar la escena.

—¡¿Eh?! ¡¿Qué te pasa?! ¿Cuál es tu problema? —se pone de pie lentamente arrugando el ceño— ¿Quieres pelear es eso? —abre sus brazos a los lados y lo mira retador.

No responde. Solo lo mira.
Ezio suspira sin ganas.

—Esa mujer no es una asesina, es una ladrona. Todo mundo lo sabe, incluso lo dice en el cartel. Ah cierto —sonríe medio burlón— No sabes leer….me sorprende que puedas hablar inglés. Escucha, ella es mía ¿entendido? —lo apunta con su dedo— Será mía. Esa recompensa es mía. Olvídalo, o búscala por tu propia cuenta.

El joven regresa al caballo, esta vez subiendo a él. Y la mujer se abraza a Ezio antes de que el caballo avance. Yéndose.
Ratohnhaketon levanta su vista al cielo. Ahora está lleno de nubes, luce tan banco y grisáceo. No sabe dónde más buscar, asi que…
A grandes zancadas persigue el caballo de Ezio. Quién al reparar en el nativo, azota las riendas y las tira de modo que el caballo relinchando, responde acelerándose por el camino.
Las personas que andaban por las calles de Nueva York, se apartan de inmediato con gran impresión, no quieren ser arrollados por el caballo. Captan un poco la atención de los guardias.

—¡Espera! Necesito que me digas todo lo que sabes de esa mujer —exclama Ratohnhaketon algo desesperado.

Sin quejarse ni agotarse en lo más mínimo, sigue corriendo. Es un experto. Un cazador por excelencia. Esto no es nada para él.
A pesar de que el caballo va lo más rápido posible. El nativo está a unos pasos de alcanzarlo. Pero se ha ganado el coraje de Ezio. No quiere verlo, ni se detendrá por el salvaje molesto.
La joven se encuentra muy nerviosa, al desconocer de lo que es capaz el nativo, aprieta más el cuerpo del joven jinete con sus brazos.

—¡Ezio para de una vez!
—No lo haré, ese salvaje no entendió lo que dije. Si me detengo será para darle una buena paliza. —aparenta no sentir miedo por el nativo salvaje. 
—Solo hazlo y dile lo que quiere saber y listo. Por favor. —pone su barbilla sobre su hombro.

A petición de la bella dama. Frena al caballo tirando de las riendas. Han llegado al puerto. Se pueden ver los barcos flotando estacionados a orilla del mar. El movimiento y la vida de hombres que vienen y van, con cargamentos pesados de mercancía. No muy lejos están los mercaderes, exhibiendo sus productos especialmente alimenticios.
Sin bajar del caballo. Ezio le presta sus oídos y su atención.

—Quiero que me lo digas todo. Todo lo que sabes sobre esa mujer.

Suena la risa del joven italiano, quien lo mira con el rabillo del ojo. La chica sigue abrazada a él.

—Soy un caza-recompensas. De los mejores. Sería muy imprudente de mi parte, si te digo la información confidencial con la que cuento.

«Aunque tampoco parece que vaya a rendirse tan fácil, y me vaya a dejar tranquilo. Que sujeto tan terco y molesto. Necesito quitármelo de encima y controlarme, si no quiero perder a la belleza que acabo de encontrar. Este salvaje…»

—¿Me lo dirás, sí o no? —pregunta en seco.
—Tranquilo muchacho. No hay que ponerse así. Muy bien, te lo diré pero como ves…ahora mismo tengo un asunto pendiente. —observa a la chica por encima de su hombro y le acaricia su mejilla con una sonrisa que seduciría a cualquiera. Vuelve su mirada a él— Escucha bien, debes ir a buscarme al atardecer a la hacienda Davenport, recuerda que mi nombre es Ezio Auditore. Aún es temprano y tienes tiempo. Ah…es cierto, eres un salvaje. Bien, sígueme te enseñaré como debes viajar.

Con el caballo avanza dirigiéndose a donde un hombre, con mapas y papeles extendidos aguarda a los viajeros.

No es más que un pretexto, el medio de escape más rápido que pudo pensar, para alejarlo de él, y poder estar en paz.




A minutos de que comience a oscurecer el cielo. Una lluvia cubre la ciudad de Nueva York. Las calles están vacías, y se mojan más y más.
Charlotte ve por la ventana en casa del señor August y Garrett. Como escurre el agua por el cristal. De nuevo ha ido en busca de más cosas que necesita para seguir sobreviviendo y…divirtiéndose. Sí, le ha resultado muy divertido el robar a la gente, trepar y saltar por los tejados, huir, esconderse y todo lo demás. Como si no tuviera la conciencia que le moleste diciéndole “Esto está mal”.
El señor barbudo y rechoncho. Como solía hacer, acomoda grandes cajas. Las apilaba, ya que las tenía que guardar en otro lado. El joven de traje con capucha en marrón. Con sus brazos cruzados, se ha quedado dormido al leer un libro, que sin saber, ha dejado abierto sobre su cara, descansando su nuca en el borde del respaldo de la silla.

—Sabía que llovería. —comenta el señor barbudo— Se antoja un té caliente.

Se detiene a tomar aire y se fija en su sobrino.

—¡Ah, Garrett que vago eres! Despierta de una vez y ayúdame con estas cajas. —le arroja una manzana al pecho, con la intención de despertarlo.

El joven de un sobresalto recupera sus sentidos volviendo a la conciencia. Y el libro cae al piso.

—Ah, una manzana, que bien. —la toma en su mano y la muerde.
—¡Deja de holgazanear y ayúdame a llevar estas cajas!
—¡Agh! ¿Otra vez?
—Sí, vamos muévete. —le grita.

La chica se gira para verlos, vestida de ladrona, pero con sus labios y nariz descubiertos.

—Mi veneno se ha terminado, y le dije que ocupo irme pronto. Esta lluvia puede actuar a mi favor para saquear más cofres.
—Ah, es verdad. Garrett, encárgate de eso ¿Quieres?
—¿Por qué yo? Te lo pidió a ti Tío. —a punto de cargar una caja.
—Solo hazlo, anda. —le da una palmada con su pesada mano.
—Agh, muy bien lo haré.

Camina hacia la puerta para salir de la habitación, y Charlotte le sigue el paso.
Garrett hace un alto y recarga su espalda en la pared cruzando sus brazos. Sus ojos no se logran ver por la sombra de su capucha.

—Charlotte. Ve al sótano, busca un mueble desgastado y medio verde, adentro del cajón más grande están las botellas de veneno. Puedes abrir la cerradura si quieres de todos modos ¿no?.
—¿Acaso me estás dando órdenes? —Sonríe— Vamos…—le da un tirón a su manga— No perderé mi tiempo buscando.
—Olvídalo, quiero descansar aquí. Ve tu sola.
—¡Garrett no seas flojo! ¡¿Por qué no me quieres llevar?! —vocifera a propósito, esperando que August escuche. Después se le escapa una risita traviesa.

En un segundo Garrett se posiciona a su espalda, y cubre su boca con su mano derecha, agarrando con la otra, su brazo, enterrando sus dedos con mucha fuerza, casi estrujándola.

—Cállate —susurra.

Los ojos de Charlotte se abren bastante. ¿Desde cuándo él es tan ágil? Ni ella siéndolo pudo evitar su acercamiento. Si no estuviera tan impresionada ya se habría liberado y lo habría amenazado con su daga, que por supuesto nunca ha usado en alguien. Está paralizada.
Garrett la suelta.

—Solo ve tu misma por el veneno, y déjame en paz. —apoya su costado contra la pared, poniéndose cómodo de nuevo, pero viéndola a los ojos con una ligera sonrisa.

Sin más, se encamina al sótano, y enciende una lámpara de aceite, para iluminar la oscura escalera, al bajar escalón por escalón.
A través de una pequeña ventana, entra la tenue luz del exterior. Ya está atardeciendo. Pero el sótano está más oscuro que afuera.
Usando la luz de su lámpara, busca ese mueble que describió Garrett, pero nada…
Camina y cada pisada resuena en la madera, cuando el sonido de un paso que suena hueco, atrae su atención. Mira abajo iluminando con su lámpara. Se arrodilla y  desliza su dedo por una línea, un borde que está marcado en el piso de madera, y con su tacto encuentra una pequeña manija. Curiosa mira con más detalle y atención, tiene una cerradura de menor tamaño. Trata de abrirla y no puede. Esa cerradura no es problema para ella. Enseguida usando su técnica, la fuerza hasta que consigue abrir esa puertita. Adentro descubre una caja de madera que, al centro tiene grabado un dibujo de un símbolo desconocido para ella, pero es similar a un triángulo.

—¿Qué es esto? —dice para sí misma en voz baja. Y su expresión dice “creo que he encontrado un tesoro”.

Deja su lámpara en el suelo cerca de ella, y extrae esa caja, poniéndola a un lado. Cuando su expresión cambia completamente al descubrir que hay más en ese agujero. Con sus manos lo saca extendiéndolo hacia arriba. Es un traje blanco, uno muy extraño y llamativo.

—¿Pero qué ridiculez es esta? —se ríe por dentro.

Al examinar la pieza, encuentra el mismo símbolo. Cada vez más curiosa se apresura a abrir la caja y hay un tipo de brazalete muy grande, como una protección para un antebrazo. Pero al verlo detenidamente, detecta una hoja oculta. ¿Qué es esto? ¿A quién le pertenece? O ¿Pertenecía?

—Nada es verdad. Todo está permitido. —escucha una voz atrás de ella.




En los terrenos Davenport, también llueve, y aunque con menos intensidad. Ha logrado empapar a Ratohnhaketon.
Nadie ha respondido a los golpeteos de la puerta, en la casa Davenport. Pero continua insistente tocando la puerta de madera. Está seguro que es justo esta casa la que le indicó Ezio que visitara para encontrarse con él. Siendo tan ingenuo, ha creído y confiado en sus palabras, plenamente. Se ha aferrado a la sed de información sobre la mujer que desea ver para hacer lo que dejo pasar ayer. Cuando se enfrentó a su amigo y asesino, destruyendo su aldea, su hogar, su familia…
Matarla.

Toca treces veces más, esta vez más fuerte, casi tumbando la puerta.

—¿Qué es lo que quieres?

Se asoma un viejo canoso de piel oscura por una ventana de arriba.

—Largo de mis tierras. —gruñe. Claramente enfadado.

Viendo a lo alto, a la ventana. El joven nativo retrocede unos pasos de la puerta para ver al señor, tocando su propia mano.

—Ezio Auditore me dijo que lo encontraría aquí.
—Ah… Ezio. —con desgane y fatiga— Entonces espéralo ahí afuera. ¡Y ya no hagas ruido!. —cierra la ventana.

El agua sigue cayendo del cielo. Las gotas que caen en la tierra, sería el único sonido que escucharía a partir de ahora ese anciano. Obediente y con paciencia Ratohnhaketon esperará a Ezio hasta que llegue. Por lo pronto tenía que resguardarse de la lluvia, si continua mojándose, enfermará, o se helara. Opta por refugiarse en el establo, cercano a la casa, acompañado de uno de los caballos. Se sienta a esperar ahí dentro. Y de sus mechones de pelo azabache gotea el agua.
De ninguna manera abandonará su deber. Su deber es cobrarle a esa mujer la vida de su aldea, de su amigo…de su madre.

Alrededor de la media noche. El ruido de las pisadas de un caballo, le avisa que posiblemente ha llegado. Ese caballo con su jinete completamente mojado, vienen hacia el joven nativo. Al cobertizo.
Ratohnhaketon se levanta de inmediato, viendo como Ezio desciende de su caballo para llevarlo al establo a paso apresurado y tirando de la rienda para conducirlo.
Entra a la cubierta junto con el caballo y se encuentra al nativo. Para sus pasos en seco y lo contempla un momento elevando sus cejas.

—¿En serio haz venido? Qué iluso eres. —esboza una sonrisa aguantando las ganas de burlarse en su cara.
—Quiero que me digas ¿Quién es esa mujer? —hablándole como si fuera su enemigo—¿Por qué tú también la estás buscando? ¿Por qué atacó mi aldea? ¿Qué es lo que sabes de ella?

La manera tan violenta con la que se dirige a él, no le agrada para nada al joven italiano. Verdaderamente es increíble que haya venido hasta su casa. Solo en busca de respuestas. Respuestas que por supuesto, no quiere darle. Pero es consiente, que si no lo hace, tampoco el nativo se irá. De todas formas se atreverá…

—Mejor vete a casa. Eh… ¿Tienes nombre? —alza una ceja viéndolo.
—Ratohnhaketon.
—Eh sí. Rathonuketun. —le cuesta pronunciarlo— Vete ¿Quieres? Estoy cansado y quiero descansar. Adiós. —eleva su mano despidiéndose y da media vuelta saliendo del tejado.

Sin importarle que aún lloviera.
Siente un empujón, y que alguien se le tira encima. Casi lo hace tragar lodo. El nativo esta sobre su espalda y acerca el filo de su Tomahawk a su cuello.

—Tú me dijiste que me lo dirías. —masculla entre dientes con un gesto de desagrado.
—¡Y tú fuiste el que lo creyó! ¿no? —aprieta sus dientes.

El nativo no lo deja moverse, pero una adrenalina se adueña de Ezio. Lo ha provocado. Con su fuerza y habilidad, logra darse la vuelta y el joven nativo se aparta de él, adoptando una posición de defensa. No piensa matarlo, no quiere matarlo. Este, parece ser el único medio para llegar a saber más sobre la mujer que quiere aniquilar.

—Muy bien, tú me estás obligando a esto amigo salvaje. —grita mientras se pone en pie, y se limpia el lodo de su bellla faz con su mano.

Siempre llevaba consigo su espada. Asi que sin pensarlo mucho, la desenvaina y lo apunta con ella.

—¡Vamos! ¡ En un minuto estarás a mis pies, pero tú te lo buscaste! —sigue en voz alta. Y una sonrisa trazada en sus labios.

No es más que un bravucón que está distrayéndolo, y alzando la voz apropósito.  

Ratohnhaketon responde con su Tomahawk en mano y una mirada casi vacía, pero profunda, que se clava en su interlocutor.

Ezio y Ratohnhaketon, frente a frente, a una corta distancia debajo de un cielo nocturno, y la lluvia cayendo sobre ellos. 








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miércoles, 14 de mayo de 2014

Hilo Rojo [Capitulo-7]














                           Capitulo-7










Podría ignorar la ruidosa llamada, pero no tiene las agallas. Hay algo que le pide que conteste.

—¿José? —dándole la espalda al japonés, y encogiéndose de hombros.
—Ese mismo. ¡Eh!, te tengo un trato.
—¿Trato?
—Este reloj que me diste…es de muy mala calidad. No me gustó. —dice mientras revisa con su mirada el objeto cubierto de oro— Asi que, no creo que pueda aceptar tus “gracias” así.
—No entiendo ¿Cuál es el trato?
—Bien, la cosa esta así. Para aceptar tus agradecimientos tendrás que ser como mi esclava durante tres meses. Solo así, aceptaré tu gratitud, y estaremos a mano.

Aunque suene absurdo, solo busca divertirse. Está seguro que al ser tan tonta estará de acuerdo.

—No.

Ante la inesperada contestación, José abre mucho sus ojos, sintiéndose casi ofendido.
Y es que Victoria se ha prometido a ya no volver a permitirse más locuras que involucren a este desconocido hombre, del que apenas sabe su nombre. Pero ¿Por qué? ¿Por qué sigue enredándose con ella? ¿Con que propósito?
¿Después del trato que le brindó, espera que haga lo que le plazca con ella? De ninguna manera. Ya está lo suficientemente madura como para caer.

—¿Entonces no?.
—No José. Perdóname, no entiendo porque quieres hacer esto. —traga saliva. Está agarrando coraje para hablar— Creí que solo te molestaba. ¿Acaso estás…loco? Ta-Tampoco es que hayas hecho la gran cosa...Adiós.

Cuelga.
Se desconoce asi misma. En ninguna otra ocasión le había hablado así a un hombre. Pero tiene que hacer un alto, justo ahora.  No quiere tener problemas con su marido, si se llegará a enterar…

Cuando baja el móvil de su oreja, pierde el equilibrio, y se balancea, como si las únicas fuerzas que le restaban, se hayan ido con las palabras que le ha dicho. Akiva le deja recargar su espalda en su pecho, y así la sostiene. Mareada, medio cierra sus ojos, y siente que su garganta se contrae, y sus pulmones se ponen tensos. Respira de su inhalador que tiene a la mano.

—Victoria…¿Quién…?
—No importa. —se sostiene en pie y guarda el celular en su bolso volteando a verlo— Gracias por todo, pero debo irme…mi esposo…
—Precisamente de él quiero hablar. No me digas que él es quien te hizo eso. —observando sus brazos con manchas cafés y medio violetas.
—¿De qué hablas? Esto es… —mirando a otro lado— Perdóname. Pero no tengo tiempo para explicaciones. —avanza como puede, ya que sigue con su debilidad.

Akiva le bloquea el paso con su cuerpo.

—Tú perdóname a mí, pero no te dejaré ir hasta que me lo expliques. —arrugando el entrecejo la mira fijamente.

Un temblor inevitable se adueña de Victoria. Su rostro y labios, pierden su color.





—¡Mierda!

Refunfuña José apartado en aquel pasillo bien decorado con dos cuadros.

«¡Maldita perra! ¡¿Cómo se atreve a decirme eso?! ¡Esto no se puede quedar así! Vas a ver cabrona…»

La piel de su cara, tan enrojecida, y esas facciones endurecidas, delatan su sentir.

»Quieras o no serás mi maldito juguete. ¡Porque yo lo digo! ».

No está acostumbrado a ser rechazado, ni ignorado. Por lo tanto resulta más que humillante, se siente ridiculizado. Sensación que no soporta en lo absoluto.
Toma un respiro y acto seguido escoge el número de su amigo “Gabriel Montiel” del directorio. Sin importarle la hora que sea. Sabe que atenderá su llamada.

—¿Hola? ¿Pepe? ¿Qué pasó güey? —con voz ronca.
—Güey, nunca creí que dijera esto pero…necesito tu ayuda.

Gabo todavía no recupera sus sentidos del todo. Ya estaba durmiendo a lado de su novia Grey, quien sigue dormida. Desprende un poco su espalda del colchón, y se apoya en su codo, frotándose sus ojos para despabilarse.

—Estaba dormido…
—¿Tan temprano? Apenas son las diez de la noche.
—¡Ah! Teníamos sueño… —enjuaga su rostro con su mano.

José se pone cómodo, recargando un costado de su brazo en la pared del pasillo.

—Verás, necesito una maldita distracción es todo. Y creo que la mujer rara esa que tú conoces. Podría servirme.
—¿Cuál mujer?
—La tipa esa que trajiste a mi casa esa vez.
—¡Ah! ¡La chica del restaurante! —como resorte se levanta sentándose al borde de su cama, ya bien despierto— ¡Eh! ¡Lo sabía! ¡Sabía que te gustaba ella amigo!


«No puedo creer que recurra a Gabo. Pero es preferible a poner en riesgo mi reputación y orgullo».
José trata de explicarle el favor que quiere que le haga, y su propósito.

—Ah ya…Pepe, eso suena muy cruel. No seas así con ella.
—Tú solo cállate y ayúdame. ¿O qué? ¿No eres mi mejor amigo? Además, solo tú puedes hacerlo, ya que la conoces.
—Bueno…conocerla, conocerla, mucho, pues…
—¿Sí o no?
—Mira…lo difícil para mí será ocultar lo que debo hacer de Grey. Si se entera de lo que voy a hacer, o de nuestras intenciones. ¡Nos va a matar!
—Sé que lo harás bien. —sonríe una pizca.

¿Será que solo es por “diversión”? ¿O solo es un pretexto que sin darse cuenta, José busca para acercarse a ella?




Victoria sigue intentando irse. Pero ya sea que trate de ir por la derecha de Akiva, o su izquierda, él se mueve de modo que le impide el paso. Los nervios en la chica son crecientes, y muy alterantes. Con su vista abajo se rinde, pero no del todo.

—Akiva te lo pido por favor. Déjame ir…si llego tarde —se le resbala de la lengua, y corta su oración, esperando que no haya puesto atención.
—¿Si llegas tarde a casa? ¿Qué sucede Victoria? Dime…

Da un paso hacia ella, teniéndola muy cerca de él. Pone sus manos sobre sus hombros.

—Quiero que te calmes ¿Está bien? No te presionaré más. Lo entiendo todo.

Su voz es tan profunda, que parece acariciarla con esas palabras.

—Solo que...no permitiré que te ponga una mano encima otra vez. No sé mucho de ti, y tampoco te conozco lo suficiente. Pero…

Victoria alza su mirada. Y sus ojos se enlazan con los de Akiva.

—En tus ojos veo tristeza —continúa— Y eso no me gusta. Esta noche vendrás conmigo a mi casa.


La joven de un sobresalto esta por gritar…
Akiva la rodea con sus brazos en un abrazo firme, cálido. Que la deja como aturdida.

—Él te hace daño ¿Cierto? Y si llegas tarde, lo volverá a hacer. Yo no podría dormir, ni quedarme tan tranquilo, sabiéndolo. No es bueno ni para ti, ni para mí.
—Akiva… —es incapaz de corresponder su abrazo— ¿Por qué lo haces?

Es difícil asimilarlo para Victoria. Más difícil comprender por qué su propio corazón está respondiendo tan inquietante. ¿Será por el miedo? ¿O por otro sentimiento?

Termina en la cama de la habitación de huéspedes en casa de Akiva. No logra conciliar el suelo hasta que casi amanece. ¿Qué pensara su esposo sobre esto? Tendrá que regresar mañana a su casa para explicarle —para enfrentarlo— aunque sabe lo que sucederá…ya está acostumbrada.




Un día soleado, caluroso y rutinario.
En el restaurante no hay muchos comensales. Victoria regresaba de su descanso, y en el corredor de casilleros se pone de vuelta su mandil largo, y en el espejo de la puerta de su casillero se revisa sus dientes, haciendo su mejor sonrisa.

—Si conseguimos más pruebas podríamos denunciarlo.

La súbita voz de Akiva la hace brincar del susto, y algo tímida, da media vuelta para verlo ahí ante ella, firme, y con sus manos a la cadera, viéndola directamente con esos ojos rasgados.

—Mientras tanto podrías volver a casa solo por una muda de ropa y lo que necesites —eleva sus cejas— Lo traes todo a mi casa, te daré llave. Para que estés más segura, en tanto yo me encargo del resto.
—No es tan fácil como parece. No conoces a mi marido. —desvía su mirada—
—Tú no te preocupes por eso. Ahora…
—Akiva —lo mira a los ojos— Agradezco tú preocupación, en serio, muchas gracias. Pero… te voy a pedir que por favor no te metas en mi vida. Estoy bien. —fuerza una sonrisa.
—Victoria… —arruga el ceño.
—Tampoco me conoces a mí. —dice en voz baja antes de dar la vuelta y encaminarse directo al trabajo.

“Ningún otro hombre se fijara en ti. Cuando se entere que no puedes ser madre” “Una mujer tan inservible e inútil como tú ¿Quién la va a querer? Ni siquiera puedes dar una familia” “Yo a pesar de saber que eres estéril y asmática te quiero, de verdad Victoria. Perdón por lastimarte…”

Todas esas palabras que le ha dicho su esposo, viajan por su cabeza dando vueltas y vueltas. Mientras camina hacia las mesas del restaurante, con una libreta de notas, y bolígrafo para tomar su orden. Por más que quisiera vaciar su mente, no puede.




Una camioneta negra, corre por la vía pública no muy transitada de San Pedro. Siendo conducida por José, que usa unas gafas de sol, y luce su cabello peinado todo hacía atrás.

—¿Entonces qué? ¿Ya pensaste cómo ayudarme?

Gabo algo tenso, se ha distraído viendo por la ventada del copiloto.

—Güey… —José voltea a verlo de reojo por un segundo.
—¿Qué? Ah…bueno. —inseguro baja su vista— Verás, estaba pensando ¿Y si retomas el viaje que pensabas hacer? Tú sabes. Yo cuando volví a la ciudad, te detuve para que no te fueras y pudiéramos pasar tiempo juntos, pero si el viajar te ayuda a relajarte y eso, pues… —hace un gesto de complicidad— ¿no? —viéndolo de perfil, casi estremeciéndose.


José pisa más el acelerador y arranca rebasando al resto de autos. Gabriel se aferra a su asiento y cierra sus ojos muy espantado. Maniobra para dar una vuelta en una esquina, y resuena un sonido rechinante.  Entrando a otra calle, frena de golpe.
El cantante se quita sus gafas para clavar su furiosa mirada en su amigo.

—Güey…ya te dije lo que quiero hacer. No salgas con idioteces ¡¿Me vas a ayudar sí o no?!
—¡Sí! ¡Cla-Claro que sí! —alarmado, se remueve de su asiento.
—Entonces deja las tonterías, y piensa en cómo ayudarme. —se pone sus lentes oscuros y las llantas de su camioneta vuelven a rodar.





Se dedica a limpiar una mesa pasando un trapo húmedo. Sumida en sus pensamientos. Y ocupada en su trabajo. Algunos de sus compañeros y compañeras se reúnen cerca del mostrador aprovechando que solo hay unos cuantos comensales, y sin clientes a la vista, para hablarse entre ellos, casi al oído. Teniendo a Victoria en la mira.

—Anda muy rara…

Comenta una mujer con kilos de más y piel morena. Que atendía la caja.

—De hecho. Es raro verla tan triste y desanimada. Ella que siempre está tan alegre y le echa muchas ganas, aunque sea la más torpe de todos.

Dice un joven alto y delgado con nariz aguileña.

—Sí, comete muchos errores en los pedidos, se le cae casi todo lo que lleva. Aun no entiendo como el jefe la prefiere y le paga más.

Agrega una rubia artificial con anteojos y buenas curvas corporales.

—Es muy obvio que está enamorado de ella.

Pronuncia en voz baja una joven morena y muy delgada.

—Al menos ella está ocupada en su trabajo.

Una voz extra, y muy conocida para ellos, los hace ponerse tiesos, y dispersarse volviendo cada quien a lo suyo.
Akiva con una mirada de desaprobación los revisa estrictamente. Respetando el lugar de trabajo, por la “imagen” Ya les llamará la atención personalmente.
Le es imposible no echarle un vistazo a Victoria, que se endereza terminando de limpiar y recoge un mechón de su pelo cobrizo detrás de su oreja.
El japonés no quiere que vuelva a su casa, pero tampoco quiere molestarla. Tendrá que dejarla hacer lo que mejor le parezca.

Tras unas horas, ya faltaba poco para que llegue la hora de irse a casa. Y de la puerta, entra un sujeto que le es familiar mas no muy conocido. Gabriel.
El joven de tez morena, no muy agraciado pero simpático, toma lugar en una de las mesas, y Victoria lo contempla desde lejos. Se ve tan misterioso. Ya que esta vez viene solo, completamente solo, y parece algo nervioso. Lo cual no le da buena espina.
El roce de una tibia y suave mano tocar la piel de su brazo, captura su atención. Akiva está a su lado y le sonríe, sus achinados ojos parecen sonreír también.

—Ve a atender esa mesa. —ordena con delicadeza.
—S-Sí. —sus mejillas se enrojecen.

Esa mano se desliza por su piel lentamente y se separa de ella, dejándola con el extraño sentir y deseo de “Más”.


—Bienvenido al restaurante Itadakimasu. ¿Puedo tomar su orden? —se inclina muy leve hacia él, sonriéndole.

«Órale, si es bonita. Hey tranquilo Gabriel, es la futura mujer de tu amigo. Además Grey…»
El solo pensar en su novia le produce cierto escalofrío.

—Eh, no sé ni pronunciar lo que viene aquí —pone la carta del menú a su vista— Así que trae lo que quieras, pero ¿Podría hablar un rato contigo?
—Lo siento. Eso va contra nuestra ética. No puedo hacerlo. —se endereza un tanto avergonzada.
—Solo será un minuto. Por favor —eleva el volumen de voz.
—Sshh, baja la voz. —mira a sus lados.
—¡Te lo juro me siento muy mal! Mi amigo Pepe quiere que le ayude contigo. Veras…él no es bueno para expresarse y…aparte si mi novia se entera de lo que estoy haciendo, me matará. —arruga su frente.
—Lo lamento.

Se gira para alejarse de la mesa yendo de vuelta a la recepción.

—¡Espera! ¡Por favor no me hagas esto! —se levanta para seguirla.

Grita atrayendo las miradas de casi todos los ahí presentes.

—¡Solo necesito un minuto de tu tiempo! ¡Oye!

Akiva se entera del escandaloso cliente y enseguida manda a los guardias del restaurante por él.
Los dos hombres sujetan a Gabo de sus brazos.

—¡Oigan que hacen! ¡Eh, chica escúchame! —forcejea con la intención de librarse.
—Por favor cálmese joven —le dice uno de los guardias que con esfuerzo casi lo llevan a rastras.
—¡Mi amigo José te ama! ¡Eso era lo que me mandó decirte! ¡¿Me escuchas?!

Exclamó lo más fuerte que pudo, hasta resuena en las paredes del interior del restaurante.
Victoria se esconde tras un muro, cerca del pasillo que conduce a la cocina, y toca su pecho respirando rápidamente ante las palabras del joven ¿Serán ciertas? ¿Por eso le llamó? Pero…es tan extraño.

«¿Me ama? ¿Por qué me siento así? »

—¿Lo conoces? ¿Quién es José?



Cuestiona Akiva frente a ella. Victoria levanta su vista a él. 











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