domingo, 10 de julio de 2016

Hilo Rojo [Capitulo 12]

















                            Capitulo 12








Una vena resaltó en la sien de Grey, y sin darse cuenta había enarcado una ceja, tras escuchar la propuesta de su novio para juntar a Victoria con José en un Restaurante-Bar. Estaba a punto de responderle pero recuerda que Victoria estaba con ella, de hecho volteó a verla, y la estaba viendo fijamente sentada frente a los botes de ramen en esa mesita.
Tomó algo de aire, le dio la espalda a su amiga y se alejó unos pasos tratando de cuidar el tono de su voz.

—¿Estás loco? ¿Cómo va ser así? Te juro que te estiraría la orejota que tienes en este momento.
—Ah… tranquila. Amor, sería casual mira Vicky ya te tiene confianza, José me la tiene a mí.
—Eso no es suficiente. Oye no quiero que se enoje conmigo. Sí, tengo su confianza y debo cuidarla, mejor espera un poco más.
—¿Más? —resopló en la bocina— Está bien.

Le colgó con el ceño fruncido y se dio la vuelta para ver a Victoria.

—¿Todo bien? —preguntó la chica sonriente.
—Sí, no pasa nada —hizo un intento por sonreír y fue a la mesa para sentarse y tomar el bote de ramen instantáneo, hurgando con unos palillos chinos. Empezó a llenarse la boca con fideos—

Victoria la observó con una sonrisa amplia, y tomó un poco de fideos con un tenedor de plástico, abrió sus pequeños labios.



«Acércate a ella. Demuéstrale que tú no eres así…» Retumbaba en su cabeza. Daba vueltas y no paraba.

Lo que le había dicho su amigo Ricardo ¿Y si tenía razón? Tal vez no, pero era muy tarde para echarse atrás. Estaba sentado en una mesa vestido con camisa de botones roja, un pantalón negro, su cadena de oro que dejaba ver al desabrochar los primeros dos botones de su camisa, y peinado todo hacía atrás, con unas gafas para sol de gussi. No sabía porque se había arreglado tanto y había cuidado cada detalle como si tuviera una cita con una chica, si tan solo iba a comer, y sin compañía. Pero no podía parar.
Se cubrió todo el rostro con la carta del Menú, un Menú que no le apetecía en lo absoluto, pero de todos modos debía pedir algo. Empezando por una de las bebidas.

Victoria ponía tres platillos ante los ojos de un grupo de amigas entradas en la cuarentena, les ofrecía gratis las galletas de la fortuna sobre una bandeja plateada por ser clientes nuevos. Y se despidió con una reverencia. Cuando regresó a la cocina para esperar que un cliente más solicite mesera, se acercó Akiba y con una sonrisa le introdujo a su paso un papelito doblado en su mandil.
Ella lo abrió para leer “Sonríe más, por favor” Y como si tuviera un efecto instantáneo, aparece una gran sonrisa en su rostro.
Unos pasos acercarse la hicieron despabilar, es la líder de las meseras; la mujer alta delgada y de cabello rizado con un rostro muy serio se acercó a su oído.

—Hay un cliente que solicita tu servicio.
—Oh, deben ser los que me dejan más propina. —se le escapó una risita.

La condujo a la zona de comensales y buscó con su mirada esperando a que la mujer le indicara quién era.

—Mira, es aquel que está allá —sin moverse y manteniendo su posición con las manos unidas al frente.
—¿Quién?
—El único que está en una mesa individual, que lleva rato viendo la carta de Menú. Yo se la entregue, pero enseguida me preguntó por ti. Atiéndelo como es debido.
—Sí, por supuesto —hizo reverencia como acostumbraban en el restaurante y se encaminó a la mesa.

José pudo ver como la chica de cabellos color cobre que recogió en una coleta alta para el trabajo,  se estaba aproximando, y no podía controlar un manojo de nervios que se adueñan de él. Sus ojos tras esas gafas muy oscuras no podían tampoco dejar de verla. No se movió, no bajaba la carta de Menú, ni siquiera le había dado vuelta a la hoja, tan solo la abrió.
La chica se detuvo cerca de la mesa inclinando su cuerpo como reverencia.

—¿Está listo para ordenar señor? —sin perder la sonrisa.

Se tardó unos segundos en responder.

—¿Señor? ¿Por qué señor?

Por más que Victoria tratara de verle la cara, la carta del Menú y encima esas gafas no la dejaban. Pensando que este cliente es algo raro. No es alguien que ella conozca, no es uno de los clientes que ya la conocen ¿Entonces quién es?

—Es por respeto, disculpe. Si gusta lo puedo tutear.
—Sería mejor, no estoy viejo.

Esa voz, le parecía familiar, intentaría poner más atención. Justo en ese momento José se percató de lo mismo, su voz podía delatarlo, así que trataría de fingir una voz diferente y pedir lo que sea.

—Entonces ¿puedo tomar tu orden? —se preparó con su pequeño cuaderno y bolígrafo.

Baja un poco la carta de Menú, tan solo para que pudieran verse sus gafas negras, y mueve su cabeza diciendo “si”.

—Perfecto ¿Qué va a ordenar? —no dejaba de verse feliz. En su tono de voz y en su cara.
—¿Qué me recomiendas? —lo único que consiguió fue bajar el volumen de su voz.
—¿Disculpe? No escuche.

Carraspea un poco y repite imitando la tonta y alegre voz de Gabo, lo que le sorprende a Victoria. «¿Qué mierda estoy haciendo? ¿Otra vez José Madero? Contrólate »

—Ehm, pues. Nuestro Takoyaki y Yakisoba es muy popular entre nuestros clientes.
—Sí lo que sea tráeme eso.

Esa voz ahora en un tono más claro le hizo estremecer sus oídos ¿Acaso será…?

—Tú… —pronuncia lento Victoria queriendo adivinar.
—Vicky —le llama atrás de ella Akiba— Disculpe usted, necesito hablar con la señorita. —dirigiéndose a Pepe que no dejaba abajo la carta de Menú.

Akiba pasó su mirada a Victoria quien lo miró como hipnotizada sus rasgados ojos.

—Tienes que irte, viene tu esposo hacia acá.
—¿Es en serio?
—Sí, ve a casa, tomate el resto del día, yo te llamo.

José de nuevo miró por encima de la carta de Menú, inspeccionando con su mirada al japonés que tomaba del delgado brazo a Victoria. Sintiendo que su estómago se revuelve ¿Por qué la toca y por qué le importa que lo haga? Parecía decirle algo casi al oído.
Para Victoria todo parecía tan raro, supuestamente su esposo tenía orden de restricción, no podía acercarse al Restaurante, pero lo mejor sería hacerle caso a Akiba. Solo entregó la orden del cliente, fue a los casilleros, se quitó su mandil, tomo su bolso rosa, se puso sus zapatillas y se marchó pidiendo un “Uber” para que la llevara a casa de Akiba. José en vista de que Victoria se había ido, no toco si quiera sus platillos ni su bebida. Dejó el pago sobre la mesa y salió corriendo alcanzando a ver el auto que se llevó a Victoria. No la seguiría, por supuesto que no está loco. Tan solo sentía necesidad de verla ¿Por qué ahora no se le aparece en cualquier parte? ¿Por qué ahora se aleja de él? Ahora él es quien se está apareciendo ante ella. Y es inevitable. Por otro lado, pensaba ¿porque ha salido tan repentinamente? Tampoco debería importarle; sacó un cigarrillo, lo incendió y se lo llevó a la boca yendo hacia dónde estacionó su auto.


Aproximadamente quince minutos después de que Victoria se marchará del restaurante, no fue su esposo el que llegó al restaurante.
De una camioneta blindada en color negro y de último modelo, bajó una señora japonesa vistiendo una falda larga y saco en colores suaves y delicados, luciendo un fino collar de perlas y piedras que hacían juego con sus aretes, al usar el cabello corto y en ondas los dejaba a la vista. Después de ella salió una mujer entrada en la veintena, con un vestido sencillo color celeste que le llegaba hasta arriba de las rodillas y dejaba ver todos sus brazos, pisó el suelo con unos zapatos de tacón en color negro, y trataba de mitigar su calor con un abanico de mano que mueve cerca de su rostro con delicadeza. Aunque adentro de la camioneta había aire acondicionado, apenas salen y el bochorno se apodera de sus cuerpos. Vaya que hacía bastante calor siendo verano en Monterrey. Se apresuraron a entrar al restaurante en el que había aire acondicionado siendo escoltadas por dos hombres de traje negro, el chofer que conduce la camioneta y el guardia personal de la señora, que al ver como vestía y el porte que tenía se podía deducir que era una mujer importante.
Akiba ya parecía esperarlas, en cuanto las vio, su rostro sonriente se desvaneció y se oscureció. Estaba claro que no deseaba tenerlas aquí pero por respeto y conveniencia debía recibirlas. Entraron y las llevó hasta su oficina. Ahí una de las meseras les ofreció un té helado y se sentaron en el sofá de piel negro que estaba a un lado del escritorio de Akiba, en dónde él solo apoyó su mano y las miró con inquietud, como si supiera que tenerlas presentes era un problema, y que se iba a poner peor.  
Las mujeres orientales al igual que él, mantenían una posición elegante al estar sentadas, la señora con sus piernas cerradas y sus manos juntas sobre las rodillas, pero no se veía tranquila, su mirada reprobatoria estaba fija y directa en los ojos de Akiba. En cambio la chica estaba sentada con su pierna cruzada y jugaba con un mechón de su lacio cabello corto estilo “bob”, viendo a Akiba con un rostro de…nada. Se bebía el té a traguitos.

—Madre… —empezó a hablar en japonés Akiba.
—¡Cállate! No te he permitido que hables —respondió su madre alzando una ceja— ¿Estás contento? ¿Eres feliz? Alejándote de la mujer que te dio la vida, de tus compromisos. Tu padre te ha mimado mucho, dándote tantas libertades. Lo cierto es que, no he venido a pedirte, he venido a hacer que cumplas con tus compromisos.
—Creo que tengo la suficiente madurez, para reconocer que cometí un error al comprometerme, y quisiera romper ese compromiso que hice con —pasó su mirada a la chica de ojos pesados.

No era capaz de pronunciar su nombre. Era una vieja amiga, se conocían desde niños ya que sus familias eran muy unidas, ella se había enamorado de él, de hecho podría jurar el mismo, que ella seguía enamorada de él, pero tan solo jugo con su corazón, prometiéndole y haciéndole creer que la quería, supuestamente para no lastimarla con un rechazo directo, pero ahora no sabe qué hacer, y es que más que una prometida o amiga, la ve como una hermana, pero había tenido miedo de enfrentarla y por eso se le había hecho más fácil escapar, y venir junto con su padre a México, muy muy lejos de su país natal. Realmente no sentía nada por ella, jamás lo sintió, pero ¿Cómo explicarlo? Que todo lo que le dijo, todo lo que prometió eran mentiras.
La chica por supuesto que no podía asimilar lo que le estaba pasando, tan solo había venido porque quería verlo, sabía que muy pronto se casarían. Sin embargo esto que Akiba está diciendo “cometí un error” “Quiero romper el compromiso” Aunque debería hacerle pensar y preocuparle, realmente cree que no estaba hablando en serio, todo lo que pasaron juntos no podía quedar en el olvido, debió haber marcado algo en él, y lo sabe.

Akiba se sirvió un trago de vino en una copa que revolvió antes de llevarla a su boca. Para apaciguar el ardor de su garganta y evitar gritar, evitar querer gritarle a su madre que se largara del país, que ya estaba haciendo su vida. No le gustaba para nada que estuviera aquí. Arruinaría sus planes con Victoria, a ella le dijo que estaba soltero, sin ningún compromiso ¿Qué pensará Victoria si se da cuenta que no es verdad?
Tras un momento sin escucharse una sola palabra de nadie, la señora japonesa fue quien arrugó el ceño sin dejar de verlo y despegó sus labios rojos.

—¿Qué estás diciendo? No hablas en serio Akiba —se puso en pie y dió unos pasos hacia él para quedar enfrente— No te conviene —bajando su voz— Ponerte en mi contra. La familia Shimura y la Yoshira están esperando la boda.

Akiba le sostuvo la mirada un segundo después realizó una reverencia.

—Lo siento mucho madre.

La chica japonesa alzó su mirada hacía él sin decir nada. La madre le dió un golpe con su bolso pequeño en el hombro.

—¡Idiota! Te doy un mes para pensarlo, solo un mes. —respiraba agitada por el coraje que le provocaba su hijo— Si en un mes no retomas tus compromisos y vuelves a Japón… Te dejaré en la ruina ¿Escuchaste?
—Madre… —le habló la chica con una voz profunda— Dejémoslo solo —se levantó del sofá de cuero negro— Debe estar estresado por su trabajo ¿Cierto Akiba-san? —lo miró a los ojos.
—Sí, claro… —desvía su mirada, no quería verla.

La chica tomó el brazo de la señora y la condujo lentamente a la puerta para salir. A la mujer le costó despegarle su mirada de decepción a su hijo y se dejó llevar por su “Nuera”.
Cuando Akiba ve que la puerta se cierra y la presencia de esas mujeres desapareció tomó un profundo respiro y lo soltó  colocando sus manos en la cadera. Ahora tendría que pensar que inventarle a Victoria sobre la supuesta visita de su esposo al restaurante.


No fue hasta que pasó casi una semana que Victoria se sintió lista para hablar cara a cara con su marido. Tenía que hablar bien con él, pedirle el divorcio, sabía que no lo querrá aceptar pero al menos quería intentarlo. Se informó sobre las leyes y los procesos, así que sabe que decirle y cómo actuar, si es que quiere de nuevo someterla o no quiere por las buenas divorciarse de ella.

Se citaron en una cafetería de San Pedro. Su interior era sofisticado, el diseño elegante, mesas redondas, cuadros grandes de pinturas coloridas, paredes y muebles todo de madera, lámparas de pared y arriba en el techo al centro un candelabro de cristal. Afuera se había nublado el cielo, adentro la presencia de personas era casi nula, una parejita por allá, unas tres amigas reunidas en otra mesa, una joven familia, y un señor de cabello cano y lentes que tomaba un café mientras leía un libro en una más cerca de dónde estaban Grey y su novio Gabriel Montiel, se sentaron uno frente al otro. Le habían prometido a Victoria que estarían ahí para vigilar que Daniel no le pusiera un dedo encima, o la obligara a la fuerza a salir del café e ir a casa. Grey, había tomado ese lado de la mesa para ver bien a Victoria y a su esposo que tomaron lugar antes que ellos, además desde esa posición al señor le sería imposible verle la cara.
Los nervios se apoderaron de Victoria cuando vió a los ojos a su esposo que callado sin relajar el entre cejo la observaba esperando lo que tenía que decirle. Ella, acarició su trenza de lado, luego jugaba con los dedos de su mano como queriéndolos enredar, pensando bien lo que iba a decir. Dos tazas de café americano estaban sobre la mesa, taza que solo Victoria no tocaba. Salía vapor de su taza, y parecía querer mejor concentrarse en el movimiento de ese vapor en lugar de mirar a su esposo, se preguntaba si podría hacerlo; tiene que, ya está aquí ya no hay vuelta atrás. Sabía que su amiga Grey estaba vigilando, eso la hacía sentirse un poco segura y confiada pero por lo visto no era suficiente.

—…¿Y bien? —habló su esposo en un tono fuerte.

Victoria se sobresaltó y levantó su mirada, pero no dejó de jugar con sus dedos.

—Daniel… —empezo en un tono casi inaudible— No puedo seguir así, no quiero volver contigo.
—Eso lo sé, no has contestado mis llamadas, y no me tienen permitido poner un pie en el restaurante ¿Sabes por qué? ¡Yo no le hice nada a ese chino! Al contrario, fue esa rubia estúpida la que me lastimó.
—Lo sé, y lo siento mucho. Pero, hablo de nuestro matrimonio, está mal. No quiero vivir así.
—¿Cómo?
—Siendo maltratada. —descansó sus manos sobre la mesa y miró el café humeante, aún podía percibir ese aroma.
—Victoria… —extendió su mano para tocar la suya— Yo te amo…

En ese momento Grey se alteró y golpeó la mesa llamando la atención de algunas personas cercanas, Gabo toca su hombro.

—Grey…
—La tocó, ese maldito bastardo. —masculló y frunció su ceño viéndolos desde su mesa.

Disimulando como podía Gabriel intentó mirar atrás hacía dónde se encontraban, y volvió sus ojos a su novia que respiraba más profundo.

—Solo la tocó, tranquila, no le hace nada. Ten… —le puse un muffin en contra de sus labios.

Grey lo mordió pero no despegó su mirada del sujeto. Gabo la miró embelesado queriendo soltar una risa. Para no reír bebió de su café frappe.

Ante esas palabras “Te amo” Victoria quedo anonadada ¿De verdad la amaba? Claro que no, eso le hizo creer, pero conoció a un hombre honesto que le enseñó que el amor no es así. El amor es cuidar del otro, es poder sonreír, es no tener que mentir. Y por supuesto no lastimar.
Aleja su mano de la de su esposo y apretó sus labios un segundo.

—Por favor déjame ir, quiero que me des el divorcio. —le pidió casi brotando lágrimas de sus ojos.
—No. —se recargó en la silla y cruzó sus brazos.
—Por favor…

Guardaron silencio un minuto.
Gabo casi terminó su café frappe y Grey se comió todos los panquecillos pero no había bebido del suyo. Tampoco dejaba de verlos.

—¡Que no Victoria! Ahora mismo te quiero en casa ¿escuchaste? Soy tu esposo—se inclinó hacia ella para verla de cerca— ¿Estás con otro cierto? ¿Acaso es ese chino?
—Es japonés.
—Lo que sea ¡¿Es él?!


El corazón de Victoria temblaba, sus manos temblaban, todo su cuerpo al parecer vibraba y su respiración era cada vez más honda.

—¡¿Y qué si es él?! ¿No entiendes? Ya no quiero volver contigo…
—¡Victoria! —le sujetó el brazo y la apretó.

Algunas cabezas se giran a verlos. Grey se levantó en un santiamén tomando por sorpresa a su novio que dejó su vaso de frappe vacío en la mesa, y acto seguido volteó a buscar con su mirada lo que altero a su novia. Grey caminó hacia ellos con determinación. Victoria la veía venir y miró a su esposo, cuando una mano muy blanca se estampó golpeando la mesa.

—¡¿Qué le pasa?! ¡No la trate así!

Se empezó a escuchar el murmullo de las personas y los empleados del lugar pusieron sus ojos pendientes de ellos, si se descontrolaban más tendrían que echarlos.
Gabo dejó la mesa, no sin antes dejar la justa paga sobre ella y propina, para ir con su novia, tampoco es la idea que se pase del límite. Al menos no en público.

—Tú… —dice Daniel levantándose de la silla sin soltar a Victoria obligándola así a dejar su asiento también— ¡Deja de meterte en dónde no te incumbe mujer!
—¡Ella es mi amiga! Solo lo diré una vez… suéltela.

Grey le sostuvo una mirada cargada, parecía salir fuego de aquellos ojos felinos y azules. Daniel también la observó pero por alguna razón, la rubia le hacía sudar en frío un poco. Gabo tomó el brazo de su novia y le dijo al oído “Amor, ya es suficiente” Teniendo pendiente del espectáculo que estaban armando y todas esas miradas curiosas sobre ellos.

—No.

Respondió el hombre y de un tirón se llevó a Victoria rápidamente para salir del lugar dejando efectivo sobre la mesa sin importarle el cambio.

—¡Eh! ¡Espere! Ya vera…

Grey lo siguió hasta salir del lugar y Gabo fue tras ella, la gente se quedó hablando entre dientes sobre el caso y los trabajadores del lugar fueron a las mesas para recoger el dinero. Menos mal se habían marchado.

Victoria sentía dolor en el apretón que le estaba dando su esposo al ser llevada a su auto, no era capaz de soltarse por más que luchara. Antes de subir Grey lo alcanzó.

—¡Idiota! Es un cobarde. —gritó tan fuerte como para ser escuchada con claridad.
—¡No te acerques o llamo a la policía güera loca!

Empujó a Victoria pero ella por primera vez resistió.

—¡Sube al auto!
—¡No!

Algunas personas que pasaban por el estacionamiento de la cafetería presenciaron la escena y parecían preocuparse por la chica. Pero no les pasaba por la cabeza que fuera su esposa, más bien creían era su hija por la gran diferencia de edad aparentada. Y era así, él era mucho mayor que Victoria. Así que lo dejaron pasar como si se tratara de un padre regañando a su hija rebelde. Grey es detenida por los brazos de su novio.

—Basta Grey lo has oído puede llamar a la policía, no quiero volver a ir a la comisaría por ti.

Grey con su cabello rubio algo alborotado se calmó poco a poco sin dejar de ver desde ahí a su amiga que luchaba por no subir al auto, pero terminó adentro. Tan solo se podía ver cómo sale ese auto del estacionamiento, y Victoria desde la ventanilla de su asiento los miraba como pidiendo auxilio con sus ojos.

—Mierda… —maldice la chica y su novio la abrazó por la espalda cerrando sus ojos.
—Hicimos lo que pudimos.



Una mano que estiró su cabello hasta que le duele el cráneo, tan fuerte que logró llevarse un puñado de cabellos color cobre. Una bofetada que la hizo caer, una patada en sus piernas, gritos y más gritos. Fue arrojada sobre una cama, sintió como su ropa fue arrancada así como esos dedos la aruñaban.
Sus ojos estaban hinchados por llorar, su cabello estaba hecho un desastre, y esas marcas que no extrañaba volvieron a su piel, estaba acostada de su lado de la cama, su esposo dormía plácidamente. Su cuerpo ardía por dentro y por fuera de dolor. No podía dormir, no sabía dónde escondió su teléfono, así que por más que quisiera no podía llamar a nadie. Se destapó y quedó su muy delgado y débil cuerpo repleto de rasguños y moretones al descubierto.
Dejó la cama y fue por su ropa para vestirse, con una falda y una blusa tan femenina como le gustaba, sin faltar las zapatillas, todo sin hacer ruido no quería despertarlo. Bajó lentamente cada escalón de la escalera y se dirigió a la cocina buscando un cuchillo para cortar carnes. Era de buen tamaño y con su dedo sintió que tenía buen filo, miró el reflejo de sus ojos marrones lacrimosos y enrojecidos en el acero. Se quedó un momento así, en silencio. Pensó en matarlo ¿Por qué no?
Giró en sus talones, tomando valor; cerró sus parpados apretándolos, cuando los abrió vió a su madre, o el fantasma que hay en su mente de ella. La vió ahí en la salida de la cocina la veía con temor en sus ojos.

—No hija, no lo hagas. No te conviertas en eso. Tú no eres así
—Pero mamá, mira lo que me ha hecho.
—Hay otras formas hija.

Su madre caminó hacia ella y la abrazó.

—Solo sigue tu corazón, no tu mente.
—Mamá…

Se desvaneció.
Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas y devolvió el cuchillo a su lugar. Por más que buscó su celular no lo encontró, pero salió de casa por una ventana y corrió a pesar de ser media noche, corrió hasta la casa de Akiba. Cuando llegó no aguantaba sus pies, y llamó a la puerta a través de ese dispositivo de seguridad.
De todos modos Akiba no estaba durmiendo, todo el asunto de su madre, su compromiso y sobre todo la no llegada de Victoria lo tenía sin sueño. Al escuchar la voz de Victoria y verla en la cámara de seguridad se apresuró a abrirle la puerta, y al verla en el estado en que llegaba la cargó en sus brazos y la llevó a su cama.
Estaba tan agotada, y sin una pizca de fuerza que no se movía apenas tenía sus ojos abiertos para verlo. El joven japonés conocía algunas curaciones. Al descubrir los rasguños y golpes visibles los palpó con cuidado pasando sus dedos con cierto ungüento para desinflamar y limpió sus rasguños con delicadeza usando algodón. No había dicho nada, no hacían falta las palabras, sabía cómo había terminado el encuentro con su marido, por eso le había sugerido que llevara policías sin su uniforme para que no le pasara nada, pero ella creyó que con Grey bastaba.

—Akiba… —dijo con suavidad sonriendo un poco— Gracias.
—Por favor no agradezcas Victoria, es lo menos que puedo hacer. No pude protegerte.
—Lo estás haciendo.
—¿Cómo es que viniste corriendo hasta acá? ¿Qué hay de tu asma? —se esforzaba por ocultar el disgusto y prepotencia que le daba el ver que de nuevo ese hombre le puso las manos encima.
—No te preocupes, me he fijado que, desde que estoy contigo, el asma se ha ido como por arte de magia. —rió entre dientes— ¿No es genial?
—No me lo habías dicho. No sabía, eso me da mucho gusto —le sonríe y sigue tratando sus rasguños.

Entonces la dejó descansar cuando terminó. Le cedió su cama por primera vez, y él se acostó en la colchoneta de ella mirando al techo con su nuca sobre su brazo. El tenerla en su casa le daba un poco de tranquilidad pero no del todo. Victoria respiraba hondo y observó la lámpara de tenue luz que dejaban encendida.
Se sentía muy bien estar con él, le fascinaba el modo en que la trataba. Nació la incontrolable  tentación de estar más cerca de Akiba. Salió en silencio de la cama y arrastró sus pies hacía dónde se encontraba la colchoneta en aquella gran habitación. Se asomó para ver su rostro y pudo ver que tenía los ojos cerrados, y parecían dos líneas se veía tan apacible, que le dieron ganas de acariciar su cabello liso y azabache con sus dedos.

—Gracias…
—Te dije que no es nada…, Vicky. —brotó de los labios de Akiba.
—Deja de ser tan humilde —emitió una risita.

El joven japonés abre sus parpados y visualiza el rostro de la chica sobre él, un rostro intacto, la única parte del cuerpo que el miserable esposo de Victoria no se atrevía a tocar. Debería decirle lo que debe hacer ahora, ya que evidentemente su esposo no le quiso dar divorcio por las buenas pero prefirió dejarlo para después, por ahora se dedicaría a disfrutar el rostro de esta chica que le robó el aliento con su sonrisa y su alegría.

—Akiba… —se le desliza su nombre por sus labios.

Él no le quitó la mirada aun cuando se movió para sentarse en la colchoneta. Se miraron mutuamente unos segundos, no se dijeron nada.

Victoria cada vez estaba más cerca de alcanzar sus labios conforme iba cerrando sus ojos, pero Akiba la arrebató, plantándole un beso y abrazándola apretándola con dulzura. Victoria enloqueció y le acarició con sus labios los suyos, sintiendo que su corazón da golpes en su pecho. En este momento no le importaba el dolor que sentía en su cuerpo por los recientes golpes, en este instante no pensó en nada que no fuera besar y besar a Akiba, colocándose sobre él, luego el da un giro y se colocó sobre ella acariciando su cabello cobrizo. En este momento no existía más que ellos dos,  no había vergüenza, pero si un rubor intenso en sus mejillas. Se fundieron en un beso tan largo como la noche. 







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