martes, 25 de febrero de 2014

Hilo Rojo [ Capitulo 4 ]








                                 Capitulo-4












La memoria fotográfica que posee Victoria, le hace recordar claramente el rostro de ese joven. Claro…lo había visto en el restaurante.  Será mejor relajarse si no quiere que esa opresión en su pecho aumente.

—Solo déjala en paz…

Responde José viendo fijo al señor de barba medio cana. El esposo de Vicky, suelta su brazo y sonríe con descaro.

—A ti esto no te incumbe. —vuelve su vista a su esposa— ¡Anda! ¡Que se me hará tarde! —grita dándole un leve empujón.

La chica de melena como el cobre, baja su mirada y obediente sujeta el carro de compras para avanzar.
Esa es la gota que derramó el vaso, para José. Ni siquiera sabe que no es la primera vez, que ha visto a esa mujer siendo agredida por él, y en público. Ni se imagina lo que acaba de “accionar” en sus adentros. Y le quema, le quema tanto como el fuego.
Impacta su puño contra el perfil de ese hombre, notablemente más viejo que ella. Antes de que pudiera dar un paso más.

¿Ha perdido el control? ¿O la tolerancia? Es más… ¿Por qué reacciona así? No acostumbra defender a alguien, ni siquiera a personas que para el son importantes. Tampoco simula ser algún tipo de héroe… simplemente le nació, ese hombre lo ha provocado, es todo. A pesar de que la chica es una completa desconocida, y por más extraño que parezca; el encontrársela varias veces, el coincidir en los mismos lugares…

—¿Pero qué mier…? —el hombre toca con su mano su nariz viendo una pequeña mancha roja en sus dedos.

José está cargado de coraje, hasta la piel de su cara se ha colorado. El esposo de Vicky poco a poco empieza a verse igual que José.
La chica no alcanzó a ver el golpe, pero si su reacción, la sangre, y como comienzan a verse tensos. La expresión en sus rostros se endurece. Sí… indudablemente están por matarse.
Ella se limita a observar, no puede hacer nada para detenerlos, no puede hacer nada al respecto.  

Uno de los empleados había notado el conflicto y trajo a tres hombres de “seguridad” de la tienda. Los guardias caminan hacia ellos con autoridad y firmeza.

—Señores ¿Está todo bien?

Si no hubiera sido por que la voz del guardia llegó a oídos de José. Se hubiese lanzado a pelear con ese sujeto tan molesto. Que basta con ver los ojos de aquella chica, para saber que la hace sufrir una vida terrible, y eso, no es justo para nadie. ¿Le importa? ¿De verdad le importa? ¿Qué sucede con él?

Ni uno ni otro podían responder. Cada uno hacia su propio esfuerzo en disimular su furia y ganas de iniciar un pleito.
Eso le afectaría más a José, por ser famoso ¿Cuántos rumores  y chismes, reales y falsos se crearían si esta situación crece? Quizá no sea tan importante para él lo que digan los medios o la gente, pero no conviene ahora, justo ahora que están preparando un nuevo material. Ya que eso le traería problemas, y es lo que menos quiere. No es nada inspirador, perder la paz.

—No pasa nada… —se escucha la voz tímida de Vicky.

Se ha atrevido a contestar por ellos, y muestra una sonrisa, que tal vez no sea tan natural por culpa de sus nervios pero, es lo mejor que puede hacer.
El pequeño rastro de sangre en la nariz del esposo de Vicky, que por su alteración no prestó atención y limpió. Es algo tan claro, que los guardias no pueden pasar por alto, en verdad se ha desenvuelto un conflicto. Seguramente por asuntos personales, por lo que los guardias prefieren no intervenir o hacerlo más grande, ya que sería exagerado. Toman su distancia y se ponen a charlar sin quitarles los ojos de encima, deben cerciorarse de que se calmen y todo vaya bien.

No están en el lugar indicado para enfrentarse. Eso es frustrante y desesperante para José, así le es imposible darle una lección a ese bastardo. No sabe que más hacer, ni porque lo hizo. Fue tan… natural.
Lo deja ir con esa mujer….
Por supuesto que no será suficiente con un golpe. Pero no puede hacer más…aparte. ¿Quién es ella?



Ha puesto especial atención en cada marca, cada señal del maltrato de su marido. Gracias a Dios no son golpes tan graves o intensos. Pero si hay abuso, si hay violencia…
Sigue maquillándose como normalmente hace. Soportarlo todo, aguantarlo todo…para no sentir la soledad. Esa inseguridad de creer que ningún otro hombre la va a querer por ser estéril. El pensar que es mejor que estar sola. Es lo que la amarra a él, la aprisiona a él. Está tan cegada por sus creencias que para ella esto no es sufrir, simplemente es algo que tiene que pasar. Su esposo no es alguien perfecto, así como ella no es una mujer perfecta.
Es incapaz de dar vida. Eso que distingue a una mujer de un hombre…y es bastante débil, con su padecimiento de asma, es un milagro que siga viva y aparte vaya a trabajar. Si no fuera por esos medicamentos y el tratamiento, por ese inhalador… desde cuando que estaría bajo tierra.
Pero esto… ¿es vivir o sobrevivir?



Como suele hacerlo cada día libre, mientras su esposo se encuentra trabajando. Ha ido en taxi, hasta la lujosa casa de Akiva y le ha llevado algo. Al bajar del taxi llevando en manos una caja con un lazo azul, llega a la puerta y toca el timbre.  
Una señora de facciones asiáticas, pero vestida como criada, le da la bienvenida a la morada. Al adentrarse a la casa con diseño oriental en decoración. —el solo entrar es sentirte en Japón. Conserva la esencia— Le es muy agradable y acogedor.
Justo el día en el que Vicky descansa, “curiosamente” Akiva también y es común que la espere en la sala principal.
Esta vez, lee un libro de pasta dura mientras degusta de un frio té asiático. Al escuchar los delicados pasos de Vicky, que conoce muy bien. Deja el libro y su taza en la mesa de centro, para levantarse y con una amplia sonrisa, le ofrece una reverencia como es su costumbre.

—Hola Victoria —con voz amable.
—Akiva.

Su rostro se ilumina claramente al verlo, y su corazón se inquieta. Siempre la hace sentir así.

—Te…he traído algo. —extiende sus brazos ante él, exponiendo la caja del lazo azul-
—Como siempre. Que gusto… aunque te he dicho muchas veces, que no lo hagas, no es necesario.
—Pero, yo quiero traerte algo. Es lo menos que puedo hacer.

«Solo haces que me enamore más de ti. » Piensa Akiva. Pero lo guarda para sí mismo.

El japonés sabe que Vicky está casada, por eso retiene sus sentimientos, sus ganas de confesárselo todo, como debería. Le guarda respeto.
Lo que desconoce es la violencia en la que vive la chica. Nunca lo ha descubierto, porque también respeta su vida íntima, por lo que no le formula muchas preguntas al respecto.

—Bien… —con sus manos acepta la caja sonriente— ¿Quieres sentarte? —con un ademán le indica.

Vicky asiente con su cabeza.


—¿Por qué dices que es lo menos que puedes hacer? Tú no me debes nada, en lo absoluto.

Conversan en tanto la sirvienta de cierta edad, les pone a su alcance unos bocadillos dulces y visualmente llamativos, coloridos, el solo verlos se antojan. ¿Algún postre japonés?
Y les sirve un exquisito té caliente para acompañar.

Están sentados en el mismo sofá color gris, prueba de la confianza que se tienen. ¿De verdad es tanta su confianza? ¿Entonces, por qué Vicky es incapaz de revelarle lo de su marido?

—Claro que sí. Yo…soy muy torpe en el trabajo. La peor empleada que tiene. Siempre usted me está ayudando, me cuida. —sintiendo sus mejillas arder y más al ver los rasgados pero atrayentes ojos de su interlocutor.
—Ese es mi deber, soy el encargado ¿no? —frota su mano sobre la cabeza de la chica con gentileza.
—Sí pero… solo lo hace conmigo. —baja su mirada algo apenada.

Akiva carraspea apropósito y le da un trago a su té, enfocando su mirada en los pequeños pastelillos.

—Son deliciosos.

Es más que evidente su escape al tema de conversación, que resulta más que incomoda. No sabe cómo responder. Con una sonrisa leve coge uno de los postres y lo acerca a los labios de Vicky.

—Pruébalos. Te gustarán estoy seguro.

Vicky abre sus labios solo para morder sin ganas el pastelillo. Saborea y sus ojos se hacen grandes.

—Son riquísimos ¡es verdad!

Entusiasmada toma uno por su cuenta y lo devora en un bocado. Con la boca ocupada, sus mejillas se ven algo infladas.

El joven japonés disfruta verla. Se ve tan linda, tan dulce, aún más dulce que los bocadillos que comen juntos.



Aquel acto…aquel acto que realizo el joven para defenderla no lo ha olvidado. Está muy presente en su mente. Revoloteando por su cabeza, la imagen, la escena, que vuelve a recordar una y otra vez, dando vueltas.
Como si haya sido tan importante o de mucha ayuda, de todos modos cuando regresaron a casa. La agresión se hizo presente y su esposo le pregunto y pregunto: “¿Lo conoces?” “¿Acaso lo conoces? ¿Es tu novio? ¿Estás saliendo con él verdad?”.
Como era de esperarse, sus celos salieron a flote. Pero si lo único que hizo fue empeorar las cosas ¿Por qué siente la necesidad de agradecerle? ¿Será que ha sido el primero que la defiende de su esposo? Y no tuvo la oportunidad de decirle “gracias”. Ella usualmente agradece hasta lo más mínimo. Entonces… es por eso, que no puede estar tranquila, está muy inquieta y se le nota. Su única esperanza es que algún día vuelva a restaurante, pero aquella vez no se veía muy contento, incluso lucía incomodo, diferente a lo que veía en las caras de sus acompañantes. Tiene que olvidarlo.



Anochece en la ciudad de San Pedro. El viento que lentamente se trae las nubes,  el aire que se siente y respira espeso de humedad. Indica una posible lluvia. Pero en Monterrey no puedes estar seguro de los cambios climáticos.
Se ha presentado la oportunidad, José tenía tantas ganas de reunirse con sus amistades más allegadas y claro entre ellos están también sus compañeros y amigos del grupo.

José está feliz, porque terminó la letra de una canción hace poco, y está trabajando en otra. De hecho cada uno de los integrantes se encuentra trabajando por su lado. Aunque se han juntado pocas veces para discutir sobre el Álbum y exponer ideas. Esta noche quieren relajarse, y dejar el asunto de la creación del álbum que aún no tiene nombre, para después. José sabe que debe beber para olvidarlo todo, sobre todo a esa chica que lo atormenta, porque le preocupa ¿Le preocupa?

Las jugosas y gruesas piezas de carne para asar están en la parrilla, siendo atendida por uno de los amigos de José. El joven voltea la carne cando es necesario, habla con otros más y ríen. El alcohol y algunas chicas no pueden faltar.
La música regional suena a un volumen considerado, en el jardín de casa de José, con vista al cerro de la silla, que a pesar de ser noche puede distinguirse a lo lejos.
El anfitrión se ha quedado en compañía de dos amigos; Arturo y Gabriel. Ahí en pie, como la mayoría. El resto de Panda, está por su lado.

—…Sí, y era grande, como de 3 metros. Y entonces dijimos; ¡Ah! No puede ser…

Contaba Gabo sin parar. Habla mucho y con energía, además cada palabra la expresa hasta con sus manos. Como es usual en él. José y Arturo lo escuchan y emiten breves risas.
Se la están pasando muy bien y eso es más que claro. Cuando un par de chicas, de las pocas que han asistido “amigas” de José y Gabo, pasa frente a ellos con vasos de cristal casi vacíos y meneando su cadera a un lado y a otro en cada paso.
Arturo le lanza una mirada a José y levanta sus cejas como diciendo “Mira, están bien buenas”

—Tal vez me dé un gustito hoy güey. —comenta José terminando su Whisky de un trago.

Y gira su cabeza hacia atrás para alcanzar a ver la buena zona trasera de las chicas.

—Pues sobres güey. Tú que sigues soltero aprovecha. —dice Arturo con una sonrisa de complicidad. Revienta en carcajadas— ¡A la mierda yo también lo haré!

Gabo los escucha y se pone muy intranquilo, ya que le encanta hablar pero no comparte sus mismos deseos, así que sin más lleva a sus labios la copa de vino tragando lentamente.

—No me jodas güey. —con un gesto de perplejidad— ¿Ya todos tienen novia o qué onda?
—Sip. —suelta una carcajada resonante.
—No lo sabía. No me lo dijeron. —relaja sus facciones, restándole importancia.

Aún así se adueña de él la “presión”. Ya todo Panda tiene novia, excepto él. Aunque nunca le ha importado “una pareja formar y estable” A veces se siente…raro.

—Ya vengo, traeré una botella de Whisky. —se dirige Gabo a su amigo José con una sonrisa.
—Sí por favor Gabo.

Gabriel sin querer se queda hablando con tres chicas regias, de sutil belleza. Ellas como cada una de las casi diez mujeres que están presentes; usan vestidos que entuban sus cuerpos o faldas y blusas, en colores y diseños de moda, zapatillas. Lo normal.
Sus “estilos” no le atraen en lo más mínimo a Gabo, pero le gusta charlar.

—Si esta es buena. —afirma el moreno al escoger una botella con una amplia sonrisa.
—Así que… eres del distrito federal. Genial —una chica castaña acorta la distancia, y pasa su mano por su pecho con esas uñas de acrílico brillantes.
—Eh, si… —en su voz resaltan sus nervios.

En el momento que sus ojos captan la presencia de su pareja; Grey. Quién inesperadamente ha aparecido en la puerta a punto de entrar al jardín, y pasa su mirada a su entorno como buscando algo. Con esa ropa negra, y de aspecto rudo, rebelde. ¿Cómo no reconocerla? Su cabello rubio pálido, y su intenso maquillaje. Es tan llamativa, e inconfundible.

—¿Grey? —apenas logra articular.

La canadiense que radica desde hace años en México viene directo a él, con una mirada que dice “Te mataré”.  Un temblor controla el cuerpo de Gabo y las chicas enarcan sus cejas viéndolo interrogantes, confundidas.

—Será mejor que se vayan. ¡Váyanse! —les sugiere el joven.
—¿Qué? —pregunta una de ellas, con una mueca.

Grey empuja a dos chicas que caen fácilmente al suelo y a la que había tocado a Gabo recibe un golpe en su cara, que la derrumba al piso. Acto que atrae la atención de todos, entre ellos José y Arturo.

—¿Cómo pudo entrar? —Cuestiona José con una copa casi llena en su mano y sin inmutarse.

Entretanto, Arturo no puede con su risa. La chica le parece divertida. Ricardo y Jorge, siendo los más pacíficos y conscientes, intentan ir a tranquilizarla, pero Grey les dice “Largo, ni se acerquen” con sus ojos azules. Y así lo hacen, dedicándose solo a ayudar a las chicas afectadas.

Con sus brazos cruzados y alzando una ceja observa a su pareja con desaprobación.

—¿Por qué no me dijiste que vendrías a esta estúpida fiesta?
—A ver, tranquila linda ¿sí? —sonríe y toca su hombro.

Grey sujeta la mano que ha tocado su hombro y tuerce su brazo provocándole un grito y quejidos. Lo suelta y vuelve a cruzarse de brazos, arrugando el ceño.
La música sigue sonando pero casi todos los invitados, no pueden evitar contemplar la escena que se desenvuelve. Unos ríen, otros se asombran. Esa mujer está completamente loca.
Una de las chicas que Grey empujó, va con José.

—Pepe haz algo. Córrela de aquí. ¿Qué diablos le sucede? —voltea a verla— Es una “friki”
—Esta es mi casa. Ese es mi amigo —señala desde lejos a Gabo— Y esa Friki es su novia. Si no te gusta… vete. Nadie te obligo a venir.
—¿Qué?

José lleva la copa a sus labios cerrando sus ojos con tranquilidad y desdén.



—Eres un idiota. Prometiste ver anime conmigo esta noche. Y te desapareces sin decir nada.
—Perdón, perdón. —baja su mirada avergonzado.

Sabe que tiene muchos ojos encima.

—¡Nunca quieres hacer conmigo, nada de lo que me gusta!
—Sí, sí lo sé. Perdóname. —mira su rostro— ¡Ah! ¡Ya se! ¿Y si vamos mañana a Itadakimasu? Y te dejo comer todo lo que quieras ¿Qué dices?

La expresión facial de la chica cambio al instante.

—¡Sí! —alza sus cejas y sonríe.
—¡Sí vamos! Bueno… ahora si quieres, vamos a casa. Todavía… —la toma de sus manos y mira sus ojos con esa sonrisa tan peculiar—…podemos ver anime juntos. ¿No?

Esa mirada de Grey, como “aprobándolo” perdonándolo. Lo dice todo para Gabo. Aunque ella no mueva más sus labios.
Al ver que el asunto se arregló, pierden la atención de todos y las chicas se resignan. La que fue golpeada es atendida por Jorge y Ricardo, asombrados discuten si llevarla o no al médico y hacen un esfuerzo, por no involucrar a Grey, aunque fuera algo injusto.

Gabo encamina a Grey a la puerta y en el camino, la canadiense pasa cerca de un chico que come una pieza de carne sentado con sus amigos en una mesa de jardín. Y ella le roba su carne.

—¡Hey! —protesta el chico al verla y lo deja pasar. Solo es carne.

Hipnotizada por el filete como si tuviera mucha hambre, continúa caminando tranquilamente junto a Gabo, quien pasa su brazo sobre los hombros de la chica, viendo como empieza a devorar la pieza de carne.
Para muchos parecerá una loca, una rara, una…
Sin embargo, para Gabriel es como una diosa que no pertenece a este patético e insignificante mundo, una mujer única, e irrepetible. El amor de su vida.



La mesa de la pareja es servida y llena de platillos, bocados, bebidas. A gusto de Grey. La chica expresa su alegría en silencio pero se puede ver en su cara. Y empieza a degustar sin esperar a Gabo, el apenas recuerda como coger los palillos, ahora tiene que recordar cómo usarlos.

—Creí que nunca me volverías a traer aquí.

Habla con voz ahogada, aún tiene comida en su boca. Parece disfrutarla y no importarle si se ve bien o mal. Es evidente su falta de modales.




Usando un cucharón. Victoria sirve uno de los platillos que debe llevar a una mesa. Siempre con una sonrisa intacta, fresca. Pasando como un fantasma por sus compañeros y compañeras. A pesar de que ella los saluda y sonríe cada que puede. Ellos la ignoran, no le dirigen la palabra, como si no estuviera ahí. Pero ya está acostumbrada a que Akiva sea el único que le presta atención, el único que le muestra afecto, en todo el mundo. ¿Afecto? Para nada… solo es su responsabilidad como él dice.
Cargando en sus manos, con porte, esa bandeja para llevar el pedido. El cual, entrega muy cerca de la mesa en donde  Gabo y Grey conversan al comer.
Siendo servicial les ofrece una reverencia a los clientes atendidos, pronunciando en tono agradable “Que disfruten sus alimentos” Sin faltar una sonrisa, que al contrario de sus compañeras le sale muy natural. Involuntariamente voltea a ver la otra mesa antes de irse con la bandeja vacía.
Un momento… Su memoria fotográfica empieza a trabajar…

Enseguida recuerda sus rostros emocionados al darles las galletas de la suerte, y el rostro de aquel chico que se veía muy serio, ese mismo que la defendió de su esposo. Son dos de los “clientes nuevos” Últimamente no ha visto nuevas caras, todos los que frecuentan el establecimiento ya son muy conocidos.

Sus grandes ojos color avellana se clavan en esa pareja. En efecto, son “amigos” de ese hombre.

“Déjala en paz…” Viene a su mente junto con la imagen de su rostro, con esas facciones duras y esa voz ronca.
La sensación de “necesidad” que surge en ella es incontrolable. Debe preguntarles por él. Quizá el hoy no ha venido pero, es seguro que se conozcan.
¿Será muy atrevido? ¿Por qué la empieza a atacar un “impulso”? Para ir hacia ellos. No… no puede hacerlo. Romperá con la ética de su trabajo, va en contra de todo, del reglamento, de su persona. Ella no es así, jamás se atrevería. Es decir… es una total desconocida para ellos, quedara como una rara.

Su respiración se acelera. Una respiración entrecortada a causa de su asma, sus pulmones se contraen, produciéndole un dolor soportable, pero incómodo.


«¿Qué está pasando conmigo? ».     












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martes, 18 de febrero de 2014

Teengears [ En la raíz ]






Capitulo.-21             —En la raíz










Afuera del laboratorio Eastlund, sigue nevando. Todo el suelo y pinos a lo lejos, están bañados de blanco. El helado viento sopla fuerte en las caras de Seungri, María y Edric.
Ha sido muy fácil el salir del laboratorio, ya que, no se encuentra custodiado, todo soldado está ocupado en la batalla que se desenvuelve y puede escucharse  muy cerca de donde escapan los tres.
Justo y como ha mandado Lea, tienen que buscar un lugar seguro, pero ni Seungri y ni Edric están muy de acuerdo. Sin duda deben proteger a María, pero ellos no han venido a esconderse.

Nadie tiene los ojos sobre ellos. Son libres; por lo que avanzan, apartándose más y más de dicho laboratorio. Adelantándose en la zona  boscosa llena de grandes pinos. La amontonada nieve en la tierra vuelve complicado y algo pesado el caminar, pero entre los dos ayudan a María quien parece a punto de colapsar. Aunque ya no sale sangre, gracias a que apretó más su bufanda como si fuera una venda en su brazo. De todas maneras ha perdido mucha, y se ha debilitado, hasta luce decaída, pálida…

—Aquí está bien.

María sonaba cansada. Quiere descansar al pie de un pino, sin importarle el hielo. Seungri y Edric la sueltan delicadamente y ella se sienta apoyando su espalda  contra el tronco. Su mirada esta abajo y su respiración es algo ruidosa.

—Te pondrás bien. —dice Seungri con una expresión angustiada.
—Oh claro que me pondré bien. No los molestaré más. Vayan con su equipo y ayúdenlos, busquen a Lea.

Edric la mira intimidado y Seungri se exalta.

—¿Qué? ¿Y abandonarte aquí? —eleva sus cejas al hablar— No importa, seguro lo tienen todo controlado.
—¿Pero qué estás diciendo? ¡Qué maldito cobarde! —exclama sin verlo— Haz sido entrenado para esto ¿no es así?. Al igual que Lea…mírala a ella. No puedo creer que no hagas lo mismo.
—¿Hacer qué?
—¡Luchar!
—Pero no quiero dejarte aquí. Yo…
—Ve Seungri. —suena la voz tímida de Edric.

El joven asiático lo observa con el rabillo de su ojo como perplejo.

—Tú eres más importante que yo. —Continúa Edric— Yo solo manejo un par de Alienbots, pero tú eres un guerrero. Tienes que hacer equipo con Lea. Break siempre lo decía… —baja su mirada. Apocado—

Edric habla más de lo común, y sin titubeos, lo que impresiona de sobremanera al coreano.

—Yo puedo quedarme a cuidar de María. Buscaremos algún sitio donde refugiarnos de esta nevada. —sugiere el científico viendo al suelo.

Los copos blancos se posaban sobre sus hombros y cabezas; cubriéndolos cada vez más, dejándolos sentir el intenso frío.


Sus pasos son lentos, cuidadosos, y no hace ni el más mínimo ruido, hasta nivela su respiración. Ahí está el maldito líder de la organización Haarp. Y aunque su misión sea destruir la máquina, podría empezar asesinando a quien la controla. ¿Por qué él lo controla? Conserva muchas preguntas sin respuestas, no sabe mucho sobre eso, ni sobre el Haarp. Tan solo lo que le ha informado, y dicho Break. Pero ahora, debe obedecer su intuición, la cual está más activa que nunca. —matarlo— es lo que debe hacer de una buena vez.
Se encuentra desarmada. No obstante, siente un poder absoluto que recorre y vibra en su interior, pidiéndole salir. Por eso, se confía estando muy cerca de su espalda, en tanto él sigue gritando y hablando frente a las proyecciones.

Lea dobla sus dedos como si fueran garras felinas, y de la punta de ellos, sobresale un tipo de energía que se afila formando uñas felinas. No le presta atención a lo extraño que puede ser, solo siente que con ello puede lograr cobrarle con su vida.
Arrugando su entrecejo, está por atacarlo con sus manos, cuando tres soldados la atrapan en esos aros energéticos, que colocan alrededor de su cuello, brazos y piernas, dejándolos aferrados y muy unidos a su cuerpo erguido, entumecido, no lo puede mover. Ha sido muy rápido, ni siquiera le dio tiempo de reaccionar.

Escucha la risa de Gerard, quien con tranquilidad le da la cara, viéndola ahí tirada en el suelo, ante sus pies.

—Muy buen intento señorita. Pero ¿En serio cree que sería tan sencillo? —apoyándose en su bastón de oro. Se acerca más a ella, sin perder su postura derecha— Esta cámara está rodeada de dispositivos de vigilancia, y siempre habrá guardias disponibles. —se traza una sonrisa triunfante en sus labios.
—Ma...Maldito. —masculla Lea sintiéndose incapaz de hacer un movimiento, apenas puede mover sus labios. Solo su lengua, pronunciando entre dientes-

Los tres guardias se mantienen firmes y en silencio, a los costados de Gerard, en la espera de cualquier tipo de orden.

—Pero sabes algo… —dobla su cuerpo lo más que puede, tomando de soporte su bastón. Mira sus ojos— Ya me han cansado. Tú y tus estúpidos amiguitos. Que no pueden aceptar el nuevo orden mundial, como la mejor opción que nos quedaba. Es un beneficio.
—Beneficio… ¿para quién? Acabas de utilizar a tu gente, ahora son monstruos como todos los habitantes de este mundo.

Resuenan las carcajadas que suelta Gerard.

—Hablas como si lo supieras todo. ¿Por qué no ves el lado bueno? Ya no existen los delitos, ni las mentiras, ni el sufrimiento. Todo eso ya terminó, y ha quedado en el pasado. ¿No es eso lo que todos profundamente deseaban? La…paz mundial.
—Teniendo a todo mundo sometido, controlado. ¿Dónde queda la libertad? El ser humano no está hecho para vivir así.
—¿Entonces cómo? El humano no puede tener libertad mental, rápidamente se corrompe, se destruye el mismo. Es por eso…que el único modo de conseguir la paz, y que nuestra raza siga subsistiendo es el control mental. ¿De qué otra manera?
—Si tanto te importa el mundo, según tú… ¡¿Por qué has dejado morir a tantos?!

La joven de rubia cabellera se exalta, sus sentimientos salen a flote al recordar como amaneció en la pesadilla aquel día.

—Entre ellos… —una lágrima corre por su mejilla— Mi familia…

Con una sonrisa perversa. Eleva su bastón señalando la cabeza de Lea, aún tendida en el suelo, y aprisionada en esos aros azules brillantes. Solo cierra sus ojos. El bastón escupe un cañón de la punta y expulsa un disparo silencioso, pero por la potencia, será fatal.


Por otra parte. Los Alienbots de Break y los demás, están siendo atacados por la salvaje gente controlada bajo el Haarp. Cada uno de los soldados, han sido derrotados, hasta quedar en cero elementos. Sí que ha sido de mucha ayuda la aparición de esos seres marinos extraños. Pero ahora tienen que evitar a toda esa gente e ir directo a la concentración del Haarp —el campo de antenas, expuestas al aire libre detrás del laboratorio— Break, cree que si destruye la concentración del Haarp, logrará su cometido.

—¡Retiren los Alienbots! ¡Hay que enviarlos al centro de concentración! —ordena Break desde su nave líder.

El resto del equipo, hacen que los Alienbots se eleven al cielo justo a la misma altura de sus naves, quedando fuera del alcance de la masa de personas manipuladas, descontroladas…
Por supuesto que no se atrevería a lastimar a toda esa gente, si no es necesario. Y Zafrina y su grupo de guerreros, tampoco. Al ver que todo está en orden. Ascienden más y más alto de las naves del equipo. Convirtiéndose en vigilantes por un momento.

—Nuestra labor aquí concluye. —dice Zafrina— Ahora todo depende del Lubus y Diju. ¡Retirada!

El grupo de guerreros marinos, se desplazan por los aires a una velocidad increíble, seguidos por su líder Zafrina. Las siluetas blancas y radiantes se pierden en lo blanco del cielo de donde desciende una lluvia de nieve interminable.

—¿Quiénes eran esos seres y porque nos ayudaron? —cuestiona Derek curioso. Voz que es escuchada claramente en la nave de Break.
—Eso no importa ahora, Derek. —responde Break.

Atraviesan en segundos el laboratorio en dirección al campo de concentración y se apresuran en bajar a su equipo de Alienbots para que destruyan esas antenas instaladas, cuanto antes.



El diminuto y mortal proyectil expulsado del bastón de oro. Perforó el suelo.
Para sorpresa de Gerard, quién volteo y pudo ver al joven asiático abrazando a Lea en una esquina. Su movimiento ha sido tan veloz y preciso, que fue imposible el distinguirlo.

—Seung…ri —articula Lea entrecortada y paralizada viéndolo. Creía que iba a morir.

El coreano la sostiene en sus brazos pero con su rodilla apoyada al suelo.

—¡Mátenlos! —espeta Gerard mientras ayudándose con su bastón se dirige a la salida de la cámara, para escaparse.

Seungri baja cuidadosamente a Lea y va hacía Gerard a toda prisa sujetándolo de su saco por la espalda, y lo avienta con una sola mano a otra pared. Detecta que los guardias están por asesinar a Lea y empuja su brazo  extendiéndolo al frente y hacía ellos, expulsando una masa de energía invisible que crece y los golpea apartándolos de su compañera.

—¡Liberen a Lea y desactiven el Haarp para siempre! —grita el coreano endureciendo sus facciones y con esos rasgados ojos los observa tendidos en el suelo— ¡O los mataré aquí mismo!

Los guardias empiezan a levantarse, y se apuran en ayudar a ponerse en pie a su jefe Gerard. El viejo de cabello cano ha escupido sangre y una gota roja se escurre por su barbilla. El golpe ha sido fuerte para él. Con desprecio y repulsión, clava su mirada en Seungri. Vaya fuerza y poder que poseen ¿Serán de otro planeta? Pero se ven tan humanos…
Estando Gerard en pie, encorvado por el dolor físico que sufre y apoyado en su bastón. No deja de mirar a los ojos al joven.

—Adelante…mátame. Pero al hacerlo así como el Haarp se destruirá, de la misma forma ocurrirá con las mentes de las personas de todo el mundo, y morirán conmigo. ¿Eso es lo que quieres? Vamos… —sonríe mostrando sus dientes— Hazlo.
—¿Qué? —algo incrédulo lo observa— Eso no es verdad.
—Claro que lo es. Te estoy dando la oportunidad de que lo hagas. —ladea su cabeza aun sonriendo.
—¿Por qué harías algo así?...

Lea resopla con cansancio y mira la escena.

—¡No lo escuches Seungri!

Recibe una punta pie, de parte de un guardia. Y suelta un quejido que enfurece a Seungri.

—¡A ella no la toquen! —exclama— Eso es absurdo. El Haarp solo es una maquina antigua, que ha sido renovada constantemente, pero sigue siendo una máquina, con un mecanismo manejable. Tú no tienes nada que ver, solo la controlas. ¡Es por eso que debo acabar contigo! —en una posición de defensa.

Otra vez la carcajada de Gerard retumba en las paredes, seguida de un silencio breve.

—¿En verdad crees saberlo todo? —se acerca más a él, para verlo fijamente.

En el rostro de Seungri no hay un rastro de duda o miedo.

—Te lo explicaré. Sin mí el Haarp no funciona. No porque yo lo controle, sino porque se necesita mi ADN, para ser más exactos mi sangre. De ella se alimenta ¿Por qué crees que esta máquina es heredada generación tras generación? El ADN, aún a estas fechas, no puede ser clonado, ni alterado, ni nada por el estilo.

Dice la verdad. Se lo está revelando, ya que planea matar a ambos después. Quiere divertirse un poco con ellos.
Se ha concentrado tanto con ese par de jóvenes que ha dejado de poner atención al enfrentamiento que por lo visto ha perdido. Todos sus soldados han sido eliminados por los Alienbots, y la ayuda temporal de los guerreros marinos.
Cada que debe alimentarse el Haarp. Gerard entrega su sangre y se debilita mas no fallece, es por esa razón que siempre trae su bastón de oro, como lo hacía su padre, abuelo, bisabuelo…

—Solo quién lleve la sangre de los Eastlund puede manipularlo, usarlo.
—Eso, suena tan…
—¿Increíble? ¿Descabellado? ¿Raro? De eso se trata joven —exhibe sus marcas rojas de los brazos, de donde le han extraído sangre— De que no cualquiera…pueda usar tan enorme y potente arma. Mi antecesor… ese genio quien la creo, pensó muy bien en todo.

Seungri queda enmudecido. ¿Cómo es que Break no lo sabía? ¿Le estará diciendo la verdad?


Los Alienbots ya han hecho el trabajo, y el campo de concentración ha quedado destruido por completo. Pero…

—Break, las personas fuera del laboratorio siguen en las mismas condiciones. —informa Steve quien fue enviado a vigilar a la multitud.
—Entonces hay que destruirlo de raíz. —responde Break desde su nave.
—¿Y cuál es la raíz? —pregunta la delicada voz de Greg— Ah cierto. Los controles del Haarp. Deben estar dentro del laboratorio.

—No. Gerard Eastlund, mi tatarabuelo lejano, muy, muy lejano… —entrecierra sus ojos viendo el tablero de su nave. 








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martes, 4 de febrero de 2014

La Bruja y el Ángel mestizo [Capitulo-2]












                                        Capitulo-2












Entre la oscuridad y los árboles del bosque, se funde la figura de Charlotte, hasta ese resaltante cabello se pierde en las sombras.
Su amiga es importante, pero, por más que desee seguirla para saber si está bien, no puede. Ha surgido una emergencia según Kanentokon y no puede ignorarla.

—¿Qué ha pasado?

Le pregunta a su amigo, intrigado. No obtiene respuesta. Kanentokon solo se marcha a toda prisa, aparentemente en dirección a la aldea. No le queda más que seguir a su amigo.

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Hay una fogata en medio de donde se han reunido su propia madre y la madre del clan, quien de cuando en cuando, remueve con un palo la madera en la lumbre.

—Siéntate y escucha bien. Ratohnhaketon.

Así le da la bienvenida, la voz de la anciana madre del clan. Estando junto a ellas, no puede dejar de ver la expresión en el rostro de su madre. Se ve diferente, y cruzada de brazos mira abajo.

—Otra vez… estabas con ella.

El joven nativo prefiere guardar silencio y escuchar. Uniendo sus manos como si estuviera un poco ansioso.

—Ya me he cansado de tolerarlo. Sabes muy bien que no lo apruebo. Kanentokon te ha estado vigilando desde hace tiempo. Sé que me mientes cada que dices “iré a cazar”. Porque no cazas solo. Esto no puede seguir así.
—Anda, anda… —la anciana del clan con un ademan la ínsita a ir al grano— Díselo de una vez. No le des el mismo sermón que le das siempre.
—Ratohnhaketon —mira los ojos de su hijo. Una mirada entre intensa y melancólica— Ya que no me dejas otra opción. Quiero que me traigas el corazón de esa mujer… solo así, tendrás el perdón del clan y el mío. Si traes el corazón de algún animal, lo sabremos. Si no lo traes tú. Entonces yo me encargaré.

Está muy claro. A sus adentros se está quemando, su corazón está ardiendo… y duele. No será capaz de hacer lo que le pide su madre, esa mujer lo es todo para él.
Sería como entregarle su propio corazón, y con él su vida. Ratohnhaketon sin mostrar la más mínima señal de lo que experimenta en su interior, y manteniendo un rostro frío, inmutable. —lo contrario que hay en él—. Trata de buscar alguna escapatoria, alguna otra opción.

—¿No hay otra forma? Haré lo que sea para que la aldea me perdone. Lo que sea, menos eso. Madre…
—Cállate. —frunce el ceño al verlo.

Ese fuego de la fogata se refleja en la mirada de su madre, como si fueran espejos.

—Así no se solucionará el problema. —responde- Ya te he dicho que hacer.
—¿Y si no quiero hacerlo? Porque no pienso hacerlo.

El joven ahora clava su mirada en los ojos de su madre, como retándola.

—Si no lo haces… lo hará tu madre Ratohnhaketon. Además…

Escucha la voz de la anciana.

—Olvídate de esta aldea y de tu madre. —voltea a ver a  Kaniehtío.

Sus entrañas se retuercen, y mira la fogata imaginando en ella una cascada de llamas que forman el cabello de Charlotte enmarcando ese bello y blanco rostro con su absorbente mirada. Esos ojos verdes que al verlos es como sentirse en casa.
¿Entonces que es más importante para él? ¿Qué casa es la que desea?.
Sin soportar la tensión que reina en esa fogata, Ratohnhaketon se levanta y da unos pasos para irse.

—Tienes hasta el amanecer…

Le avisa su madre sin verlo.

—Para traer su corazón —añade.
—Sí.

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Carga su arco y flechas, llevando también su Tomahawk. Y sale de la aldea adentrándose al bosque, iba muy lento, a pasos pesados sin ganas de seguir adelante.
«Charlotte… ella es mi amiga. No puedo… »
Piensa, atento a su contorno. Debe cuidarse de algún peligro, de los que esconde el bosque.
Cuando el sonido de unas pisadas atrás, captura su atención y revisa con su mirada. Puede divisar que una sombra en forma de hombre se ha ocultado detrás de uno de los troncos de los árboles.
Que torpe… es muy obvio. Todo indica que se trata del mismo que siempre lo ha estado vigilando. ¿Así que cuando estaba con Charlotte y sentía que los miraban… era él?

—Kanentokon. Sé que eres tú.

Pronuncia muy alto, mientras lentamente camina hacia ese tronco. Y antes de que pudiera huir se lanza sobre él derribándolo al suelo. Con el filo de su Tomahawk toca el cuello de su amigo.

—¿Por qué me estás siguiendo? —escupe sus palabras.
—¡Ratohnhaketon por favor! —muy asustado mostrándole sus palmas como queriendo evitar que se acerque o haga otro movimiento— Yo solo…
—¿Te envió mi madre, no es verdad? —se endurecen sus facciones.
—S-Si… pero tranquilo. No diré nada, ya no te seguiré.
—Si lo haces lo sabré y lo lamentarás.

Aparta el filo de su cuello y se incorpora. Kanentokon puede respirar y se pone en pie viendo la espalda de su amigo.

—Ratohnhaketon… ¿Por qué actúas así?. Me diste un buen susto. Yo soy tu amigo. Jamás…
—Si lo fueras no obedecerías a mi madre. Ahora vete.

Inquieto y con sus ojos muy abiertos, Kanentokon regresa a su aldea. En tanto Ratohnhaketon sigue su camino muy pensativo.

Si no es un corazón humano, lo sabrán. Si la sigue viendo después, lo sabrán.
Charlotte tiene que desaparecer de su vida, de alguna manera. Irse muy, muy lejos, donde no pueda alcanzarla.

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Ahí está ante la gran casa de madera. Las luces están apagadas, lo que significa que ya duermen: Charlotte y su padre.
Algo ha venido a su mente, algo desquiciado, cruel, horripilante, pero… ¿Qué más puede hacer? Solo quiere que todo vaya bien y en paz. Aunque… no sea su mejor elección, también es la única que tiene.
Con sus manos y apoyando sus pies en los bordes, trepa en el exterior de la casa y asoma su cabeza por una ventana que esta medio abierta. Echa un vistazo adentro. Es la alcoba de Charlotte.
A pesar de la oscuridad, tenuemente iluminada por la luz lunar. Se distingue la sedosa y lacia cabellera de la joven junto con su pálida piel. Ahí… soñando en su cómoda cama. Sin imaginar lo que va a suceder.

El corazón de Ratohnhaketon da un brinco, al venir a su mente aquel recuerdo de lo sucedido apenas hace unas horas atrás. Sus dulces y suaves labios sobre los suyos…
No sabe exactamente que fue eso. Pero sabe que fue como tocar el cielo.
Sin más entra a esa habitación cuidando de no hacer ruido. Se aproxima a Charlotte. No quiere despertarla. La contempla por un momento, su corazón golpea su pecho queriéndose salir, al imaginar que abre esos hermosos ojos para verlo y sonreírle, como suele hacerlo. Se acerca más para llevar su mano a su cabeza, acariciando su rojo cabello, y tocando su tibia mejilla delicadamente, solo para sentir su piel, no para interrumpir su sueño. Eso espera.
Sus ojos encuentran ese collar de tres colmillos de lobo, que le había obsequiado hace siete años atrás.

Con sus manos se quita su collar de tres colmillos de lobo que le dio su Madre, y el mismo lo cuelga al cuello de Charlotte acomodando su cabello colorido como la sangre viva.

—Así, siempre seremos amigos y yo te protegeré. Conmigo no tienes que tener miedo. —sonríe por dentro.



Se aleja… más y más. Esfumándose pero dirigiéndose a su objetivo… el padre de Charlotte.

Sabe que al matar a su padre tendrá un corazón humano que entregar, mas aparte el odio de Charlotte. Así, ya no querrá verlo jamás.
A pesar del dolor que le ocasione, podrá protegerla, solo así puede protegerla. Tal y como se lo prometió.

También duerme tranquilamente en la otra habitación. El nativo corta distancia de su objetivo, preparándose. Y levanta su Tomahawk agarrándolo de la camisa para que su cuello se exhibiera. Ese tirón lo despierta y atónito observa ese rostro conocido y joven. Se exalta.


—¡¿Ratohnhaketon?!

Es ahora cuando debe hacerlo. Sin embargo su brazo arriba no le responde. ¿Por qué?
Su cuerpo vibra conteniendo esa conmoción apretando sus labios. Ya no hay vuelta atrás.

—¡¿Qué estás haciendo?! ¡Quítame tus manos de encima!

El rostro del padre de Charlotte, tan pálido y lleno de terror. Se sacude para zafarse del agarre del joven, pero es inútil. ¿El miedo lo ha debilitado? ¿O es que de verdad es muy fuerte?
Ratohnhaketon por más que quiere, sus palabras no salen de sus labios, aunque no deberían, solo debe terminar con esto. Aún si tiene ganas de arrepentirse, disculparse o decirle “cállate”. No desea que Charlotte despierte. ¿Por qué?
De todos modos, tiene que enterarse, tiene que despreciarlo.

Su brazo cae con peso, el filo se entierra en el cuello del hombre quien libera un estruendoso y desgarrador grito. La vida del padre de Charlotte se va como se lleva el viento una pluma.
En la mano de Ratohnhaketon hay un corazón, aún caliente y escurriendo en sangre. En la cama hay una mancha roja que crece más y más…
Solo escucha sus jadeos a causa de esa adrenalina que recorre su cuerpo. Guarda su Tomahawk y retrocede con un rostro inalterable. Da la vuelta y…
Charlotte lo observa, boquiabierta con una expresión aterrorizada, y unas lágrimas brotan de sus grandes orbes, sin  siquiera tener que parpadear.
Pálida… tan pálida. Más pálida de lo normal, y tiembla. ¿Ya lo odia? ¿Le teme? Eso es lo mejor.
Hay silencio por un momento.  Solo se puede oír el goteo de sangre que cae desde el corazón que sostiene Ratonhaketon en su mano.

—Tienes que irte…Charlotte. —articula viéndola detenidamente.

La chica había oído el grito de su padre y corrió a buscarlo. Es demasiada la impresión, no puede lidiar con tantos sentimientos, tanto dolor. Va muriendo por dentro.
Sintiéndose muy débil de sus piernas, cae de rodillas al suelo y baja su vista. Las lágrimas dan al piso. Reteniendo sus ganas de gritar, de llorar abiertamente. Está como en Shock.
¿Ese es el corazón de su padre? No quiere ni pensarlo.  ¿Ese es Ratohnhaketon?
Su corazón se hace trozos.

—Tienes que irte muy lejos. Donde… ya no pueda verte.

El joven nativo cierra sus ojos y toma fuerza para seguir adelante y atravesar la puerta llevándose el corazón.

—¡Ratohnhaketon!

Exclama lo más fuerte que puede y hace un esfuerzo por levantarse, yendo tras él.
Antes de que pudiera estar más cerca de él. El joven saca su Tomahawk y se lo enseña como amenaza, mirándola con el rabillo del ojo.

—Aléjate de mí.
—¿Por qué lo hiciste? ¡¿Por qué?! ¡No entiendo!

No obtiene respuesta.

—Yo… —prosigue la chica con voz quebrantada— Yo te amo tanto. —baja el volumen de voz y sus lágrimas corren como ríos por sus mejillas— ¡¿Por qué me haces esto?!

Tras unos segundos de silencio. Ratohnhaketon avanza más rápido, tumbando la puerta de un golpe y saliendo por ella de la casa.
Corre y corre conteniéndolo todo. No se siente nada bien, aunque solo él sabe que es lo mejor para los dos.
Charlotte podía perseguirlo y exigirle una explicación, esa que le pide su corazón, pero no tiene fuerzas. Opta por volver con su fallecido padre, y ahí desahogarse en un llanto escandaloso que resuena en las paredes, sonando más a berridos. Al pie de la cama de su padre.

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Justo antes de amanecer Ratohnhaketon entrega lo que le pidieron. Nadie sospecha, todos lo creen, y su amigo lo apoya y trata de animarlo, pensando que ese corazón es de Charlotte.
Su madre y la madre del clan se sienten orgullosas, muy felices.
¿Cómo pudo cambiar su felicidad y la de Charlotte por la de ellos?
Bueno, ya no hubo solución, solo así, puede protegerla, porque ella es lo más valioso que tiene.

Es aceptado y perdonado por toda la aldea ¿Qué acaso a nadie le importa su felicidad? Tal parece que lo mejor para unos, es lo peor para otros.
Por ahí escucha diferentes comentarios.

—Menos mal que lo hizo a tiempo, antes de que le sucediera como a su madre.
—Si pobrecillo, hubiera sufrido mucho más.
—Nunca debió confiar en una mujer blanca. Así está mejor.
—Si seguía viva… y el encontrándose con ella, solo nos traería más problemas. Y, a él también.

¿Con quién comparan a Charlotte? ¿Será con su padre? De ese que apenas sabe que existió.

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El radiante sol anuncia un día más. Un día, después de lo ocurrido.
Ratohnhaketon y su amigo han salido de la aldea para conseguir más carne y  pieles.
Por el bosque se preparan para llevar a cabo su labor. Y Ratohnhaketon se agacha doblando sus piernas para con sus dedos tocar la tierra y sentirla, examinarla, con el fin de rastrear o percibir alguna pista sobre algún animal que merodee por los alrededores. Descubre huellas de una presa que despierta su interés. Un venado al parecer.

—No debe estar muy lejos —dice viendo a su amigo— Tu ve a revisar las trampas que pusimos haya —le indica con su dedo— Yo buscaré por aquí cerca.
—Eh…sí.

Obedeciendo a su amigo, quien está más preparado para esto. Se retira dejándolo solo. Aunque parezca normal, adentro está destrozado y bastante preocupado. ¿Habrá dejado su casa Charlotte? Si la encuentran podrían…
No puede estar en paz, y eso es inquietante, estresante.
Camina por entre los árboles, buscando con su mirada a ese venado. Listo para cazarlo. Lo localiza muy cerca.
Se oculta en un arbusto para acecharlo pensando en alguna estrategia conveniente. Cuando algo lo hala y saca de su escondite. Mira su rostro. Es Charlotte. De inmediato se pone en pie y mira esos ojos irritados y un poco hinchados, pero sin perder su belleza. Puede asegurar que estuvo llorando por mucho, mucho tiempo, sin descanso.

—Charlotte. —en un hilo de voz— Vete.

Le da una bofetada como respuesta. El joven solo cierra sus ojos sin moverse o quejarse. La sujeta de su brazo firmemente.

—¡Te digo que te vayas!
—¡No lo haré!

Con sus brazos la carga como si fuera una princesa, y  yendo lo más rápido que puede, para llevarla a donde su amigo no pudiera verla.

—¡Bájame! ¡Que me bajes te digo!

Haciendo caso omiso. Así sigue, hasta que por fortuna encuentra unas grandes rocas que juntas formaban una pequeña cueva como triangular. Y ahí adentro con ella, sujeta su muñeca para que no escape.

—¡Tienes que explicarme! ¡¿Por qué asesinaste a mi padre?! Dime.
—Charlotte. Tienes que irte, tu vida corre peligro.
—¿De qué hablas?

Su amigo baja su mirada sin contestar. ¿Cómo explicarle resumidamente todo?

—¡Dime que no quisiste hacerlo! ¡Tú no eres así Ratohnhaketon! —vocifera tocando sus hombros— ¡Ahora más que nunca te necesito! ¡Eres lo único que tengo!

El joven nativo pone su mirada en una de las manos de Charlotte que tocaba su hombro. Inexpresivo.

—¡Pero por favor dime que no quisiste hacerlo! ¿Te lo pidió tu madre verdad? ¡Ella te mando a hacerlo! Yo lo pude ver… una visión. —desvía su mirada como arrepintiéndose por decir eso—

Solo el sonido del pillar de los pájaros por los árboles y el viento, es lo único que se escucha.
¿Cómo es que lo sabe? No había forma de que lo supiera.
Lentamente los ojos de Charlotte se vuelven cristalinos reteniendo sus lágrimas. Está cansada de llorar, es increíble que aún pueda producirlas.
Lo presentía, lo había estado presintiendo, lo había estado viendo, desde hace tiempo atrás. Iba a perderlo... eso había estado temiendo, por eso es que lo beso esa noche.



—Yo solo…quiero protegerte.

Finalmente en el rostro de Ratohnhaketon se refleja una pizca de tristeza, casi imperceptible, que había estado guardando todo este tiempo. Pero sin soltar una sola lagrima.
Conmovida de sus palabras y por ese tono tan profundo en que lo dice. La joven pelirroja con sus tibias manos en las mejillas del chico, mira sus ojos detenidamente unos segundos. Sus miradas se comunican, no hacen falta las palabras…una vez más. Y corta sus lágrimas con sus pestañas atrapando sus labios con los suyos.  Saboreándolos con pasión. Los blancos brazos de Charlotte abrazan su cuello, y poco a poco, Ratohnhaketon  toca con sus manos su delgada espalda, atrayéndola más a su cuerpo, apretándola, aferrándola, como si fueran uno solo. Ambos inexpertos, pero es un beso, algo ansioso y a la vez tierno. Charlotte deja de mover sus labios y tras un corto suspiro le planta un beso apretando sus parpados cerrados. Intentando olvidarlo todo. No…nada puede ser verdad, este amor seguirá. Tiene que seguir hasta el final.
Solo así el dolor pasa, solo así se sienten bien. Pero Ratohnhaketon separa sus labios con frialdad y respira agitadamente. Empujándola a la roca contraría con rechazo.

—¡Tienes que irte! —medio cierra sus ojos al verla.

Un golpe de realidad para los dos.
La vuelve a cargar en sus brazos, llevandola más lejos. Ignorando todo lo que le dice Charlotte. Hasta alcanzar un acantilado. Abajo corre un abundante río, el mismo de donde la salvo hace mucho tiempo. Ahí la baja, estando muy a la orilla.

—¿Por qué me has traído aquí?

Simplemente clava su mirada en ella. Estando cara a cara.

—¡No quiero irme! ¡Quiero estar contigo! ¡Te necesito! —viendo sus ojos de espalda al acantilado.
—Todo saldrá bien, sabes nadar.
—¿Eh?... —abre más sus ojos.

Con sus manos la empuja, y la joven es impulsada hacia atrás perdiendo el equilibrio desciende de lo alto del acantilado con un rictus de asombro, estirando sus brazos hacia la imagen de un Ratohnhaketon inmutable, serio, y el viento que mueve su melena oscura.

—Adiós.


Susurra el joven cerrando sus parpados para no verla caer. Así, como estaba cayendo también él.