Capitulo-8
Contempla
la entrada del restaurante desde la comodidad de su camioneta, estacionado al
frente de la calle. Desde ahí José puede ver como su amigo sale por la puerta
viniendo hacía él, cabizbajo y con sus manos dentro de los bolsillos de su
pantalón. Cruzando la calle.
Es
un prestigioso restaurante, y al no ser un cliente frecuente o importante, más
aparte, resultando molesto y escandaloso, por eso lo han echado.
José
puede leer en la expresión del rostro de su amigo que ha fracasado.
Gabriel
cierra la puerta al subirse y no se atreve a ver el rostro de su amigo.
—…¿Qué
hiciste Gabo? —lo mira con el rabillo del ojo, a través de sus oscuras gafas.
—Nada.
Creo que fue mala idea.
—Te
dije que tu idea era estúpida. —poniendo sus manos al volante pero sin mover su
camioneta.
—Sé
que quieres conocerla. —dice entre dientes.
—No
quiero conocerla. Yo solo…—pega sus pestañas quitándose sus gafas para frotar
sus parpados con el dedo índice y pulgar.
—¿Qué?...
—voltea a verlo— No te entiendo güey. ¿Qué es lo que quieres?
«Ni
yo mismo me entiendo». Lo guarda para sí.
—Muy
bien, esperémosla. Hasta que salga de su trabajo. —vuelve a portar sus gafas.
—Eso
es muy…acosador. ¿No crees?
José
le pellizca con sus dedos, su brazo. Pidiéndole así que guardara silencio.
—Ah.
Está bien, está bien. Pero es un poco raro lo que quieres hacer Pepe.
Deja
de pellizcarlo y Gabo se soba para calmar el dolor. El cantante no sabe cómo
responder a lo que dice su amigo, ya que tiene razón, pero es como si no tiene
el suficiente control sobre su mente y decisiones. No está siendo completamente
él. Algo en su interior, que había estado apagado, se ha encendido y ha tomado
las riendas.
—Akiva.
Discúlpame, pero creo que le deje bien claro…que no se metiera en mi vida. —se
le corta el aire unos segundos.
Le
cuesta ser así. Pero la está obligando a serlo. Está cansada de todo. Akiva
solo la ve directamente a los ojos y la
chica vuelve a su trabajo. Tenía razón…se lo había pedido. Lo mejor es darle su
espacio.
Indudablemente
Victoria solo quiere llevar una vida, lo más normal posible.
Por
otra parte. Arturo, Ricardo y Jorge, juegan billar en un lujoso Bar, entre
sofisticado y moderno, del centro de la ciudad de San Pedro.
Ricardo
es quien da un tiro a la bola, y choca con otro par de bolas, que se esparcen
mientras Arturo espera su turno y Jorge los ve jugar y de vez en cuando lee y
responde los mensajes de texto que llegan a su celular.
—Oigan
¿No creen que José está muy raro últimamente? —habla Ricardo retirándose de la
mesa con el palo en la mano, para verlos.
—De
hecho. —responde Arturo — Ya sabes cómo se pone cuando compone y la
inspiración no llega a él. —alza sus cejas.
Jorge
deja de ver su celular y les presta atención.
—No
güey. Ricardo tiene razón si anda bien raro. O sea, su rareza es diferente a
como se ponía antes. Algo le pasa.
—¿No
deberíamos ayudarlo? —sugiere Ricardo en tanto le pasa el “taco” a Arturo.
Acto
seguido Arturo prepara el “taco” poniéndole tiza a la punta, y Jorge piensa en
seguida.
—No,
mejor dejémoslo solo. Él sabe cómo hacerlo, siempre se ha encargado de las
letras. —vuelve a su celular.
—Bueno,
mi turno. —sonríe Arturo — A un lado futuro perdedor.
Toca
con el codo a Ricardo quien solo se cruza de brazos retrocediendo y queriendo
reír.
Llega
la hora de salida para Vicky. Afuera del restaurante José y Gabo, siguen
aguardando adentro de la camioneta de José. En el interior está lleno de
empaques de papás fritas, y galletas que consumió Gabriel mientras esperaba. A
su amigo, dueño del auto, no le gusta nada como se ve tanta basura frente a sus
ojos, pero eso no es lo importante ahora, él tiene un plan, un tanto imprudente
y hasta enloquecido, pero tiene que hacerlo, para “darle su merecido a la
chica” ¿Cómo pudo hablarle así? Si él es José Madero, no es cualquier hombre.
Hará que se arrepienta de no haber aceptado su “tonto trato” Que sonó más a un
pretexto, una excusa para estar con ella, porque aunque nunca lo admitirá,
Victoria se está volviendo su inspiración. En esa inspiración que necesita
justo ahora con tantas ansias.
La
puede ver salir. El sol se está ocultando, y José voltea a ver a su amigo que
se ha quedado plácidamente dormido en el asiento de copiloto con una bolsa de
papas fritas a medio terminar en su mano, y hasta babea un poco. Le ocasiono
algo de asco y decide mover su camioneta sin considerar el despertarlo, no hace
alta. Además así está mejor, que guarde silencio un rato, y que no le haga las
cosas más difíciles.
Victoria
como cada día, tiene que caminar hasta la avenida a paso lento, sin prisa en
dónde toma un taxi, para ir a casa. Ella va sumida en sus propios pensamientos,
sobre lo que puede pasar en unos minutos cuando vuelva a su casa y afronte a su
marido. Ni modo…tendrá que aguantar lo que sea.
Teniendo
cuidado y disimulo, José la sigue con su camioneta y revisa que la calle está
sola o con nadie que pueda ver lo que hará. Vicky se coloca unos pequeños auriculares
en sus oídos para escuchar su música, quizá así consiga relajarse un poco, y
vacíe su mente por un momento.
Entonces
José detiene su camioneta, estacionándola cerca de la acera. Enseguida
baja corriendo tras ella, la abraza con
un solo brazo y con su otra mano cubre su boca.
Victoria
tarda unos segundos en caer en la cuenta de lo que está pasando. ¿De verdad le
está pasando esto a ella? Justo ahora. La chica puede sentir como sus pies se
separan del suelo y alguien la lleva a otro lado rápidamente.
Se
ha quedado sin aire. Apenas puede aspirar oxígeno, no tiene la fuerza para
gritar pidiendo auxilio, o defenderse. José la introduce en su camioneta a la
fuerza y cierra la puerta, encendiendo el motor, arrancando a toda prisa.
Visualizando
por su retrovisor que un coche de policía patrullaba por ahí, recién pasa
vigilando la zona. Claro…es San Pedro, la ciudad con más seguridad, en todo el
estado de Monterrey.
Qué
locura. Vaya sí que ha corrido con suerte. Espera… ¿qué acaba de hacer? ¿Está
loco? Por el espejo, puede mirar atrás a Victoria que respira gracias a su
inhalador que siempre lleva a la mano, pero está tosiendo y tocando su pecho
haciendo una mueca de dolor, intentando respirar profundamente para calmarse. No
hay porque alarmarse, aunque debería, pero eso lo la ayudará solo le complicará
las cosas. La música sigue reproduciéndose y sonando en sus oídos.
«No
ha pasado nada. No ha pasado nada ». Se repite en su mente.
—¡Mierda!
—exclama José golpeando con su palma el volante al conducir.
Lo
que arrebata violentamente a Gabo del sueño.
—Eh…güey
¿Qué…? —frota sus ojos para aclarar su visión y lo ve a su lado manejando con
un rostro serio, el ceño arrugado. Ya no está usando sus gafas negras.
—Mira
atrás. —indica José.
Gabo
mira por encima de su hombro y queda boquiabierto.
—¡Vicky!
¡¿Qué haces aquí? ¡No entiendo! Excplicame.
Suena
el tono que hace su celular cada que recibe un mensaje de texto. Gabo toma su
móvil y lo revisa.
—¡Ah
no puede ser! Diez llamadas perdidas de Grey y…tengo —corre la pantalla con su
pulgar —
Quince mensajes de ella. Estoy muerto güey.
—No.
Yo estoy muerto. —resopla — No sé qué sucede conmigo, pero no puedo
dejarla ir ahora, en todas partes hay mucha vigilancia.
Se
ha arrepentido de su imprudente y espontaneo acto, pero no puede remediarlo
ahora. Victoria mira abajo, como si no tuviera lengua, no le es posible hablar,
mucho menos gritar. Por más que lo desee.
Por
la noche. Daniel, el esposo de Vicky pierde la paciencia. Con este ya son dos
días que Victoria no viene a casa asi que le llama por celular pero ella no
responde. Sus sospechas caen en el jefe del trabajo de Vicky. Del cual había
guardado su número de teléfono, que le exigió a su esposa que se lo diera, asi
que sin dudarlo le llama, colorado del coraje.
—Buenas
noches ¿Quién habla? —la voz de Akiva.
—Soy
él esposo de Victoria. Daniel Gonzales. ¿Victoria ha asistido al trabajo hoy?
—Por
supuesto ¿Cuál es el problema? —empieza a despertar su preocupación.
A
pesar de que a Akiva le parezca un maldito desgraciado, le habla bien, por su
educación. Aparte no le gustaría complicarle la situación a Victoria.
—Ayer
no llegó a casa a dormir —continúa el señor—, y hoy no ha llegado tampoco. ¿Qué
ha pasado con ella? ¿Usted sabe?
—Espere…
¿Victoria no llegó a casa?
—No.
«Victoria
¿En dónde estás? ¿A dónde has ido? ».
—De
acuerdo no se altere. Intentaré contactarla y buscarla. Si llego a saber algo
de ella, le informare de inmediato.
—Muy
bien, eso espero gracias.
Akiva
le cuelga. Tiene su bata de baño puesta. Se ve en el espejo del tocador, y
suspende su lavado de dientes. Victoria… ¿Qué ha pasado con ella?
La
camioneta negra de Pepe se detiene en el estacionamiento de su casa. Estando
bien aparcado, José se prepara pensando ¿Qué hacer ahora? Gabo todavía no
comprende nada, en tanto Vicky sigue tocando su pecho en anuncio de que no
consigue respirar bien ni relajarse, evitando el verlos.
Soltando
un gran resoplido. José sale de la camioneta y abre la puerta para sacar a la
chica de ahí, tirándola de un brazo con algo de cuidado. Ese brazo se siente
tan débil y delgado. La chica permanece sumisa, no desea alarmarse en lo
absoluto. Por dentro pide a gritos ayuda, no sabe lo que vaya a pasar. Y está
muy confundida mental y sentimentalmente.
La
hace caminar hasta que la introduce en su casa, seguido por su amigo quien mirándolo
interrogante, se acerca más a él.
—Pepe…
¿Qué haces? ¿Por qué…? Creí que no la querías en tu casa.
—¡No
lo sé! Por ahora cállate y vigila que no se vaya. —responde y sube las escaleras principales dejándolos abajo.
Victoria
mira a su alrededor y detiene su vista en Gabo, con algo de temor.
—…No
entiendo nada, pero tengo que irme…ya.
—Sí,
adelante vete. —le dice Gabo siendo compasivo, ya verá después como arreglarse
con su amigo—
La
joven da dos pasos para retirarse pero se detiene en seco. Cierra sus ojos, sintiendo
que todo da vueltas.
—Me
siento un poco…mareada.
—¡Oh
no! Mejor siéntate un rato.
Se
apresura a ayudarla tomándola de sus brazos, para que descanse en un sofá
cercano.
—¿Quieres
algo? No sé…agua, refresco, café… —viéndola frente a ella.
—Nada,
estoy bien gracias. —toca su cabeza, con sus pestañas cerradas— Daniel… —suspira
con tedio.
—¿Daniel?
—arquea una ceja.
Se
escuchan pasos bajar por los escalones. Es Pepe, que viene a ellos llevándose un
cigarrillo a la boca y sopla el humo oloroso contaminando el aire.
Está
fumando para relajarse, aunque ya tiene tiempo de haberlo dejado, de pronto
regresó la ansiedad por probar uno ¿Nervios, miedo? Quizá ambos.
—Pepe,
Victoria se siente mal. Y dice que debe irse.
—¿Victoria?
¿Has dicho Victoria? —abre más sus ojos.
—Sí,
así es su nombre ¿Cierto Vicky? —voltea a verla.
—Victoria…
—recordando a su exnovia— Tch…
Odia
ese nombre ¿Por qué ella tiene que llamarse así? Victoria fue quien provoco
todo lo negativo en él, fue la culpable y la que inició todo. ¿Y ahora hay otra
Victoria? Siendo peor, el mismo la ha traído a su mismísima e íntima casa. Así
no es él, se desconoce completamente. Y por eso fuma y fuma, viéndola, taladrándola
con su mirada, como si estuviera viendo en ella la esencia de aquella mujer. Es
como si algo dentro de él, hace corto circuito. La quiere lejos, muy lejos de
él, pero a la vez quiere tenerla ¿para qué? Ni él lo sabe. Nada está claro en
su mente. Solo sabe que no puede dejarla ir de momento.
—¿Te
sientes mejor? Bueno, yo te acompaño a tu casa. ¿Qué te parece?
Le
habla Gabo a la chica de cabello cobrizo.
—Está
bien, gracias. —contestó con una sonrisa.
Un
brinco en su corazón, un impulso, unas ganas se apoderan de él y lo dominan.
Antes
de que su amigo se pudiera ir con la chica, José con su cigarrillo entre sus
labios avanza para atraer de un tirón a Vicky y la lleva a otro lado, como si
le perteneciera. Y es que no puede dejarla ir así.
Victoria
guarda sus palabras, aunque pareciera que están jugando con ella. Como desearía
que Akiva estuviera aquí. Podría llamarlo al celular, pero no puede con el loco
joven cerca de ella.
—Pepe
¿Qué estás haciendo güey? Suéltala.
—Lárgate
de mi casa Gabo.
El
joven de tez morena se mantiene quieto sin saber que más hacer.
José
se encierra con la chica en una habitación y Victoria usa una vez más su
inhalador pero tose un poco. Viéndola así parece que está enferma pero José no
le da importancia y la encara con un rostro serio, y soltando el humo de
cigarro a su cara.
—¿Asi
que Victoria? —Con esa voz ronca que lo caracteriza— ¿Por qué Victoria? ¿Por qué no sales de mi
maldita cabeza? ¿Eh?
La
joven abre mucho sus orbes avellana, fijándose en los ojos de José, y se
ruboriza muy leve, estremeciéndose. ¿Este es el hombre que dijo Gabriel que la
ama? ¿Por eso es que la ha traído aquí? Puede analizarlo finalmente.
.
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