“La ilusión
y alegría de un niño en esa fecha. Sin duda debe ser el más grande regalo para
los padres…”
Un
ambiente blanco, por la nieve que el invierno había dejado caer por doquier. Los
árboles que habían perdido sus hojas, se congelaron, como todo en el bosque.
Una
ventisca, hizo temblar a una rubia mujer y a su pequeña hija que, aunque bien
abrigada, podía sentir el frío en su piel. Aferrándose a la mano de su madre,
veía como sus botas, se hundían al caminar por una vereda.
La
señora; Una madre joven, de cabello corto y blondo. Arrastraba una carreta
repleta de regalos, que compartiría con toda su familia, quienes la esperaban
en una cabaña, para la cena navideña de este año.
Los
huesos de su cara se entumieron por el viento helado que le estampaba
directamente, y su piel se enrojeció, pudiendo ver que su niña estaba igual.
Todavía quedaba un largo camino por delante, recién había dejado su camioneta estacionada
en la carretera más cercana, sería imposible atravesar esta zona boscosa y nevada sobre
ruedas.
Era
una noche mágica para la pequeña, porque sabía que era navidad, y estaba ansiosa
por abrir los regalos en casa de su abuela.
Se
iban acercando a un puente de concreto, que cruzaba un río. Cuando a la niña,
se le ocurrió entonar con su vocecita una canción navideña, mientras pegaba brinquitos sin dejar de seguir a su madre.
—¿Otra
vez vas a cantar hija? —malhumorada. Brotaba vapor de su boca a causa del ambiente que las envuelve.
Había
soportado durante todo el traslado sus cánticos, pero llegó a su
límite.
Su
pequeña hija, a pesar de recibir la desaprobación de su madre con una mirada,
no paro de cantar.
—Navidad,
navidad hoy es navidad…—sonaba la tierna voz de la niña, entonando la única
canción que medio sabía.
—¡Ya
basta Anastasia, ya fue suficiente!.
Hizo
un alto estando en medio del puente. Bajo su mirada, y se inclinó un poco para
ver con detenimiento a su hija. Eso hizo que la pequeña cerrara su boca, y algo
asustada viera a su madre.
—Mejor
ponte esto.
Abrió
un poco su abrigo color arena para quitarse su bufanda roja, y enredarla con
cuidado alrededor del cuello de la niña, haciendo juego con su gorrito del
mismo tono.
—Debes
cubrirte bien, hace mucho frío. —le tapó su boca y nariz con la intención de
protegerla del clima.
Anastasia,
quedó enmudecida un momento, pero al continuar sus pasos, volvió a repetir la
misma canción, esta vez con más vigor, con más volumen ya que por la bufanda
era difícil escucharse a sí misma. Y,
era tanto su regocijo por el momento que pasaría, al jugar con sus primos
rodeando el pino navideño, luego abriendo los obsequios llenos de gratas
sorpresas, las luces de bengala brillando en la oscuridad. Era tanta su emoción
que no podía contenerse, debajo de la bufanda estaba sonriendo y su voz
tarareaba “Navidad, navidad hoy es navidad…”
Sentía
una felicidad que no podía explicarle a su madre, y por supuesto, la madre
tampoco comprendería. Tenía tantas cosas en las que pensar, como en convivir en
armonía con familia que le había dado tantos problemas todo el año, ni ganas de
verlos y mostrarles una sonrisa falsa, por eso, sus pasos eran algo pesados,
tan solo por su hija visitaría a su madre y vería a sus hermanos. No debía
pensar simplemente en presentes navideños y diversión como su hija. Y era
también algo que su hija, por supuesto, tampoco entendería.
Salieron
del puente, atravesando el río, y esa voz incesante de Anastasia, la obliga a
torcer la boca y verla ceñuda.
—¡Cállate!
¡Anastasia ya guarda silencio! ¡¿Qué no entiendes?!
—Pero…mami.
—No
me obedeces, entonces no habrá regalos para ti. —sentenció clavándole su mirada—
Olvídate de los regalos. Si sigues así, mejor
volveremos a casa ¿me oyes? —la sujetó de su corto brazo.
—Sí.
—sus ojitos querían lagrimear.
Le
destrozo sus ilusiones.
En
eso una corriente de aire sopló hacía ellas, haciendo bailar los cabellos
rubios de la señora, lo que le provocó un escalofrío en su piel. La niña
levantó su mirada al blanco cielo. Con suavidad llovían copos de nieve, los
ojos de Anastasia por unos segundos parecían como deslumbrados, y su mente se
puso en blanco, tan blanco, como todo en su alrededor. La señora tomó la mano
de su hija con fuerza.
—Ya,
tenemos que seguir o nunca llegaremos.
Apunto
de avanzar, sonaron unas campanas, un sonido tan fino, pero que encantaba a los
oídos, por su armonía y profundidad. La mujer no dio un paso más, interrogante
observó a lo amplio del bosque, como buscando de dónde provenía esa música.
Parecía que la traía el viento que agitaba las ramas de los árboles, miró al
cielo y era como si, se estuviera creando una especie de remolino con los copos
de nieve, y las rodeó, y rodeó. Las campanas se seguían escuchando, y
transmitían paz, pero al mismo tiempo, pareciera que la estuvieran atrapando…
hipnotizando. Era incapaz de ver a otro lado que no fuera arriba, en dónde se
creaba el remolino de nieve en el aire.
Aquel
sonido de campanas, dejó de escucharse. Reinando un silencio sepulcral. Sintió
vacía su mano, miró abajo… su hija no estaba.
—¿Anastasia?
—echo un vistazo a su alrededor— ¡Anastasia!
No
respondió, y no la veía cerca.
Con
el corazón tendido en un hilo, tomó una dirección intentando buscarla, sin
darse cuenta, abandonó la carreta de obsequios. Tenía la esperanza de
encontrarla, sus labios empezaron a temblar, y no por el frío. En su cabeza
comienza a cuestionarse «¿Y si esas campanas eran producidas por alguien? ¿Y si
ese alguien, se la ha robado? No…no puede ser así»
—¡Anastasia!
¡¿Quién se la ha llevado?! ¡Responde malnacido! ¡Regrésame a mi hija!
Gritaba
tan fuerte que hasta se emitía un eco extenso en el bosque, pero no recibía contestación
alguna, ni siquiera la más mínima señal.
¿Acaso
la había perdido?
No,
jamás lo permitiría, la buscaría, aunque le llevará toda la noche ni siquiera
podía pensar en buscar ayuda, tenía que encontrar algún rastro, alguna voz,
algo… lo que sea.
La
pequeña Anastasia corre y corre emocionada y soltando risitas. Había perseguido
a un hombrecito casi de su tamaño. ¿Será también un niño? Pero este luce
distinto.
Podía
vislumbrarlo a lo lejos entre los árboles, algo le decía que quería jugar con
ella, llevarla a un lugar muy divertido, y eso llamaba mucho la atención de la
niña, siendo atraída por ese color plata brillante de su ropa algo anticuada,
pero elegante, ese sombrero de copa del mismo matiz, su cabello blanco, tez
blanca, orejas puntiagudas. El hombrecillo apenas podía ser distinguido entre
las entrañas del bosque arrasado en nieve, casi lo pierde de vista sino fuera
por el resplandor que destella sus prendas, y su sombrero.
—¡Ya
casi te alcanzo! —exclamo Anastasia risueña yendo detrás de él.
Por
el ritmo acelerado de su cuerpo al correr, su bufanda se fue aflojando hasta
quedar enganchada en una rama, se deslizó de su cuello y quedó ahí tendida, a
la niña no le dio tiempo de recuperarla, siguió avanzando.
La
desesperada mujer optó por revisar el suelo, buscando con sus ojos casi
saltones algunas huellas, ya sean de su hija o del sujeto que seguramente se la
había arrebatado. No percibió ni un rastro, se dejó caer de rodillas y con sus
manos tocó la nieve de la tierra, revolviéndola con ansiedad, seguían cayendo copos sobre su cabeza.
«Mi
niña…» Cae una lágrima. »Mi niña… la he perdido»
—¡Anastasia!
Grito
tan fuerte que casi se queda sin voz, y su garganta lo recintió haciéndola
toser. Temblando, se incorporó lentamente y viendo hacia otro lado, su mirada detectó algo que hizo cambiar la expresión de su
rostro. Huellas; y son pequeñas. Enseguida se acercó, y pudo ver como se
extendían a lo largo de una vereda, hacia otra dirección del bosque nevado. Se
dejó guiar por esas huellas en la nieve a toda prisa, y a lo lejos algo rojo
atrapó su atención. Una bufanda. Sin duda es la que le dio a su hija. La tomó
en sus manos, quedo viéndola un momento y un sentimiento creció dentro de su
pecho, sin poder más, sollozo en soledad.
No
obstante, sabía que esto puede ser una señal, que su hija posiblemente estaba muy cerca.
Siguió adelante, esta vez con más entusiasmo de poder encontrarla. Cuando
sintió vacío bajo sus pies y cayó dentro de un conducto helado, por el que se
deslizó como serpiente.
—¡Ah!
¡¿Qué es esto?! —asustada sin poder detenerse.
Salió volando del canal subterráneo soltando un largo grito, yendo directo a una
pequeña montaña de nieve por la que rodó, y finalmente terminó tendida y al
pie de la cabaña de sus padres. Levantó su espalda del suelo, observando como
se veían por las ventanas las sombras de su familia que en el interior ya se encontraban
conviviendo. No sabía cómo llegó justo ahí, pero faltaba su hija. Nunca soltó
la bufanda de su mano y se detuvo a verla.
«Tengo
que encontrarte, perdóname por decirte que no habría regalos para ti. » ¡Te
prometo que te daré tus regalos! ¡Pero vuelve hija!
Vociferó,
y acto seguido se echó a llorar. Necesitaba ayuda. Buscaría a su familia.
En
un claro del bosque, Anastasia se encontraba perdida, pero el pequeño
hombrecillo tomó su manita. Conduciéndola en dónde otros hombrecillos muy
similares a él parecían esperarla; sonrientes, y con regalos en sus manos. Unos
sentados en los pequeños cúmulos de nieve, y otros arriba de los altos arboles
congelados. La música alegre de campanas llegaban a sus oídos y su rostro se
iluminó, más aún con las luces de colores que aparecieron a su alrededor, los
copos del cielo no dejaban de llover, y todos esos pequeños seres, que parecían
niños de nieve por su aspecto completamente blanco y brillante, se acercaron
para entregarle los regalos. Ella los abrió encontrando en ellos, todos sus
deseos.
Se
tomaron de las manos, formando un enorme circulo en ese espacio del bosque
blanco. Anastasia se unió a ellos, y cantaron juntos, bailando y dando vueltas.
Todo
era increíble para la pequeña. Era feliz, tenía regalos y nuevos amigos.
Consiguieron que se olvidara totalmente de su madre.
¿Estaba
atrapada en una ilusión? ¿Era un sueño antes de morir de frío en el bosque?
¿Realmente esos hombrecillos existían?
Anastasia
quiso quedarse con ellos, ahí si podía cantar todo lo que quería, ahí si tenía
regalos, libertad… ahí si podía ser feliz, y reír como nunca.
La
pobre madre jamás encontró a su hija, aún y con ayuda de su familia y un equipo
de búsqueda.
Porque
la sonrisa de un niño en navidad es lo más sagrado.
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