Capitulo- 24
A pesar de sus
lesiones, Charles lee tiene la fuerza para acabar con la vida del Asesino Arno,
quien termina en el suelo de madera con la garganta abierta por dónde sale
sangre a borbotones. Adentro de la Taberna; en dónde sigue desenvolviéndose el
enfrentamiento de Asesinos contra Templarios. Por su parte Charles lee jadeante
y sin una pizca de energía, mientras se desangra cae al piso levantando el
polvo para descansar, en tanto observa a su Maestro pelear con el líder
Asesino. Hace tanto que no quedaba así tras un enfrentamiento.
Haytham no tiene
problemas para estar a punto de asesinar a Garrett, el Asesino está más herido
que él, derrama más sangre y además carece de mucha técnica. Finalmente está
siendo sometido contra una pared por el mismísimo líder Templario, que
inexpresivo toca su garganta con el filo de su hoja oculta, tan fina como su
mirada hacía él. Muestra una sonrisa, que parece más bien una mueca, a un
rabioso y cansado Garrett. Soportando el dolor, y la impotencia; por más que
quisiera matar a la cabeza de la orden Templaria, no fue capaz, y sabe que, ha
llegado a su límite. Ya no le queda fuerza
para siquiera defenderse. Cierra sus parpados.
—Puedes matarme…, si
quieres. —brota de los labios del
Asesino, de dónde había escurrido algo de sangre— Pero, te puedo asegurar —una
pausa, toma aire— que nunca obtendrás el fruto del Eden. Tampoco seguirás con
vida. Hay alguien, a quien le debes tu muerte.
—¿Aún te da por
hablar? Maestro Asesino. —entona con sarcasmo— Tú y tu maldita orden están
acabadas. Eso si te lo puedo asegurar. En cuanto a ti…
Un chasquido. Haytham
puede ver su acero manchado de sangre y al Asesino cayendo a sus pies, con sus
ojos en blanco. Una muerte limpia y rápida, como era su especialidad.
Demostrando su maestría una vez más, sin perder su distinguido porte, gira en
sus talones y dirige sus pasos a dónde el señor Johnson y su hija se escondían.
Sin prestar ni la más mínima atención a Charles lee, que con tremendo esfuerzo
trata de levantarse para seguirlo.
—Y bien… ¿Saben dónde está
esa pieza del Eden? ¿O me obligarán a
usar la fuerza? Ustedes eligen.
—…sígame por favor. —bajando
su cabeza. El señor Johnson se aparta de su hija para llevarlo de inmediato al
escondite de los Asesinos.
Hannah se queda ahí
completamente asustada, yendo enseguida hacía la zona en dónde los cuerpos de
los Asesinos descansaban. Con sus manos y labios temblando, y sin saber que
hacer los contempla un minuto. El lugar quedó destrozado y con rastros de
sangre por doquier. Algunos borrachos habían disfrutado la pelea y sin
conmoción alguna seguían bebiendo.
Sin tener más opción,
Charlotte se pone en pie mirando delante de ella a la joven Templaria que
parecía extranjera. Y no suelta la caja.
La hermosa Templaria
desliza su espada extrayéndola con lentitud de su funda con elegancia. Apoya el
acero sobre el hombro de Charlotte muy cerca de su cuello y la taladra con su
mirada.
—¿No escuchaste? Dije
¿Qué tienes ahí?
—Son armas. —responde.
—¿Armas? —levanta una
ceja— Deja esa caja en el suelo, ahora mismo.
Poco a poco baja la
caja colocándola en el suelo de piedra, y antes de enderezarse, viene una
imagen a su mente. Hace tiempo que, no tenía esta sensación, pero esta vez no
puede tratarse de un recuerdo. Se ve a ella misma desangrándose y sufriendo
mientras espera su muerta, sola. Luego la visión de Ratonhaketon siendo
asesinado. Esas imágenes se despejan de su mente, y sufre un sobresalto,
endereza su espalda y ve enfrente de ella a la Templaria que no deja de
amenazarla con su espada.
¿Acaso morirán? ¿Es
una visión del futuro? Y Ratonhaketon ¿Dónde está?
No puede evitar
alarmarse un poco, pero mantiene su mirada firme, sabe que ahora tiene que
acabar con la vida de esa mujer Templaria, antes de que pudiese ver lo que se
oculta en esa caja de madera. Viéndose confiada, la mujer levanta su barbilla y
sin dejar de verla abre sus labios para decir: Abre la caja.
—No. —responde en
seco, bajando la mirada.
No deseaba pelear, la
última vez que tuvo que luchar y vio sangre en sus manos, en su túnica, en el
cadáver; se sintió tan mal, que se le revolvió el estómago, y se mareo,
creyendo que iba a morir. Y todo debido a aquel amargo recuerdo de un joven
Ratonhaketon demostrándole su amor, lo tanto que deseaba protegerla, de la
forma más dolorosa que podía haber, y también la única salida que tenía.
Tan solo el recordar
al joven nativo, con el corazón de su padre en su mano, y salpicando de sangre
por todos lados, le hace sentirse mareada. Si bien, lo ha perdonado porque lo
ama. Esa horrible sensación, no se va, se ha convertido en un trauma. Y no
desea matar a nadie. ¿Cómo es que llego a ser Asesina?
La mujer de cabellera
roja al igual que ella, unió sus cejas, cambiando no solo su gesto, también su
mirada, no le gusta nada lo que ha respondido. Mientras Charlotte no sabe cómo
es que llego aquí. ¿Cómo es que terminó siendo una Asesina? Más aún. ¿Por qué
sigue con esto? Si lo que realmente le importa, lo que verdaderamente desea es
irse lejos con Ratonhaketon en libertad, irse con quien el bendito destino la
ha reunido… ¿Es acaso más importante el contenido de esa caja, que su vida?
¿Más importante que su felicidad? ¿Qué Ratonhaketon? Desde un principio ella no
quería ser Asesina, pero es ahora el momento indicado para escapar de todo.
Aparte…esa visión.
—Muy bien, de todos
modos me la quedaré. —afirma la Templaria con seguridad, retirando la espada—
Siendo una Asesina…, y protegiendo esa caja, es muy curioso.
—No me importa. —esboza
una sonrisa—Puedes quedártela. Ya me tengo que ir. ¡Tengo que encontrar a
alguien! —da media vuelta.
Volviendo a enfundar
su espada, la chica en un movimiento rápido con sus brazos sujeta a Charlotte
desde atrás. Por más que la Asesina forcejeara, no podría moverse. Esa
Templaria era más hábil.
—¿Qué no eres una
Asesina? ¿En serio crees que te dejaré ir como si nada? El maestro Kenway pidió
hace tiempo mi ayuda, por eso he viajado hasta aquí, para exterminar a todos
los tuyos.
—¡Déjame ir! Ya no soy
una Asesina…ya no.
—¿Ah? ¿Ya no? Miedosa.
¿Y esa túnica que traes puesta que significa entonces? —engancha su brazo por
el cuello de la chica y aprieta— Te mataré primero y después me llevo la caja. —sonríe.
—¡Déjala ir! —tercea
una voz fuerte y grave. Connor.
La mujer escucha, mas
sin soltarla, da una vuelta y tras ella encuentra a un hombre, alto, fornido, y
aunque esté vistiendo un elegante traje digno de un soldado inglés, su faz y
color de piel dejan en claro que es un salvaje.
Charlotte sin poder
moverse aprisionada en los brazos de la Templaria, su rostro y ojos parecen
iluminarse con la llegada del joven.
—¡Ratonhaketon!
Connor agacha su
cabeza y encuentra la caja, dónde se esconde el fruto, y de inmediato la recoge
del suelo viendo como la chica que sujeta a Charlotte se inquieta.
—Te sugiero que me
entregues esa caja. ¿También eres un Asesino?
—No. —arruga el ceño— Primero
suéltala, y después lo solucionaremos.
—¿Acaso eres una clase
de héroe? —suelta una risa.
Sin decir nada más, y
relajando sus facciones, el joven mestizo espera a que haga lo que le ha
pedido.
Charlotte queda libre,
y se precipita hacia Connor. Quien deja caer la caja para recibirla con gusto
en sus brazos.
La puerta rechina
cuando se abre de par en par. El señor Johnson al no saber qué hacer se pasa su
mano por su cabello cano y ralo, y lo deja entrar. Con calma, Haytham camina
adentrándose al escondite, examinando cada parte de la sala con sus ojos. Entre
tanto el señor cierra las puertas.
Puede ver que parece
ser un lugar acogedor, naturalmente un centro de reunión, con chimenea, sofás,
velas por aquí y por allá, y hasta una bandeja en dónde reposaba un juego de
té. Alguien era muy fanático al té negro por lo visto.
—Y bien… ¿Dónde se
supone que esconden el fruto del Eden? —se vuelve con sus manos atrás para ver
al señor Johnson— Supongo que usted debe saberlo. —dice con tranquilidad.
—No lo sé señor, lo
lamento. —mira el suelo.
Lentamente Haytham
retorna y lleva sus pasos que suenan en el piso de madera hasta la puerta de
entrada. Clavó su vista en el señor Johnson y aún con sus brazos a su espalda,
levanta ligeramente las comisuras de sus labios en una sonrisa.
—¿Está seguro que no
lo sabe?
—Sí señor, seguro. —evita
ver sus ojos.
—¿Así como no sabía
que existía esta guarida en su Taberna? ¿Justo así? —acerca más su rostro para
intimidarlo.
—Los Asesinos… ellos,
no me decían absolutamente nada sobre sus asuntos señor. Solo les prestábamos
el sitio, pero nosotros no…
Un golpe. Alguien ha
empujado la puerta para entrar. Es Charles lee, muy demacrado, y sangrante, un
estado lamentable que Haytham no había
tenido la oportunidad de ver, hasta ahora. Respirando con dificultad, aunque
con la fuerza suficiente para traer en rastras agarrando del cabello a la hija
del señor Johnson. Ella, chillando patalea y grita; seguramente lo había estado
haciendo todo este tiempo en vano.
—Me ha dicho dónde
esconden el fruto Maestro. —la mueve al frente dónde Haytham pudiera verla. La
hace ponerse de rodillas y de un tirón del cabello rubio, le levanta su cara—
¿Verdad muñeca? Díselo.
Pero la chica estaba
tan asustada, y temblando sin control que lo único que podía salir de su boca
era un lloriqueo.
—Así que no sabían
nada ¿no? —Haytham observa al señor J. con sarcasmo.
—Sí, sí, sí. Ahora que
lo saben, por favor, solo…no le hagan daño a mi hija, por…
Bastó una bala directo
en su nuca para callarlo. El grito lamentable de Hannah se dejó oír y retumbó
en las paredes, en cuanto Haytham cargaba su arma con otra bala.
—¡No! ¡Padre!
Llorando aún más. No
tenían por qué soportar el inútil llanto de la mujer rubia. A Haytham le
entraban ganas de asesinarla también, pero antes debía asegurar lo que les
interesaba.
—¿Sabe exactamente en
dónde está el fruto? —cuestiona el líder templario a Charles.
—Sí, claro me lo ha
dicho con detalle. —responde.
—Perfecto entonces.
Con una simple señal
de su mano. Charles lee asiente y sabe lo que debe hacer para callar a la
inconsolable y podre mujer que no dejaba de berrear. Un disparo en su cráneo y
listo. Hannah deja de existir. Y lo que queda en el piso, no son más que sus
restos. Su cuerpo y un pequeño río de sangre sobresaliente de su cabeza.
Presionando un pequeño
bloque en la pared, queda al descubierto un hueco, en dónde se suponía debían
encontrar la caja, pero estaba vació. Basta con una mirada para asegurarse que
no hay nada ahí.
—Esos malditos
Asesinos se lo han llevado a otro lado.
Habla Charles lee
apretando sus puños y dientes.
—Era de esperarse… —habla
Haytham— Eso, o la información que te dio esa mujer eran mentiras. Como sea, no
está aquí, y esto no tiene fin Charles. No pienso perder más el tiempo
persiguiendo una caja de un lado a otro. Sé que los Asesinos la poseen. Y que
nuestra misión más importante es conseguir el fruto del Eden. Además puedo
estar seguro de quien está protegiendo el Fruto del Eden. Si lo encontramos
pronto sería esplendido, nadie más que él debe tener esa caja y está buscando
desesperadamente dónde ocultarla. Es más, estoy seguro que llegó aquí antes que
nosotros y se la ha llevado, no ha ido muy lejos.
—¿Quién es esa
persona?
—Es… mi hijo. —mira
sus ojos y asiente con su cabeza.
Elise, la Templaria no
despegaba su vista de la caja. Podría ser cualquier cosa, o quizá alguna
trampa, pero en vista de cómo la protegen, su intriga incrementa. Es sospechoso
muy sospechoso.
—Lamento decirles que
tendré que acabar con sus vidas, de todos modos son Asesinos ¿O no? —con su
espada en mano avanza hacia ellos frunciendo el ceño.
Connor todavía
abrazaba a Charlotte, y se acerca a su oído para susurrarle.
—Vete, y llévate la
caja muy lejos.
—No. —lo estrecha con
sus brazos.
—Hazlo, rápido. —la
empuja sin ser agresivo, haciéndola a un lado y preparándose para enfrentar a
la mujer.
—¡Que no lo haré!
¡Connor escúchame! ¡No quiero alejarme de ti nunca más! —al borde de las lágrimas.
—¿Qué?
Es su forma de gritar,
sus palabras, y finalmente sus ojos húmedos lo que distraen al joven.
Recibiendo el filo de la espada que rompe su manga, dejándole una herida.
Enseguida reacciona por el dolor y viendo como la espada de la mujer vuelve a
acercarse la detiene con su Tomahawk de la que saltan chispas por la fricción
de los aceros, comenzando a pelear con la Templaria. Charlotte ya no podía
soportar ver más peleas, más muertes, más sangre.
Se desprende su hoja
oculta que portaba en su brazo y la arroja al suelo.
—No hay que pelear
Ratonhaketon! ¡Dejémoslo todo atrás! Vámonos juntos. Olvida tu venganza, ya nos
hemos encontrado, estoy segura que tu madre no querría que te pusieras en
peligro. ¡Ratonhaketon!
Había renunciado. Y eso
claramente podía escucharlo Connor. Solo eso. Por qué el no renunciaría, no
podía dejar las cosas así. Seguía luchando contra esa mujer, no podía
responderle a Charlotte. Tampoco quería matar a la Templaria, es una mujer, al
igual que su madre, a duras penas se defiende de ella y no tiene el valor para
herirla, así que deseando calmarla se aparta tomando distancia, y se posiciona
a un lado de Charlotte algo jadeante, pone su mano adelante en un gesto de “trato
de paz”. La caja estaba a los pies de la Asesina, y el mestizo.
—He tenido una visión —le
comenta Charlotte— Tú y yo, podríamos morir, si seguimos así, por favor no continuemos.
Haciendo caso omiso a
la voz de la chica. Connor se fija en la Templaria, que no ha perdido la
guardia.
—Te diré en dónde está
el Fruto del Eden. —comienza a hablar— Pero tienes que prometer que te irás,
sin luchar más contra nosotros.
Todavía le sangraba el
brazo pero lo soportaba.
¿Acaso ese era un acto
de cobardía? Jamás. Estaba siendo noble, no quería hacerle daño a una mujer. Y
sí, Connor podía llegar a ser una bestia salvaje y arrasar con la vida de una
multitud de hombres, pero las mujeres son su debilidad. No puede ser así con
ellas ¿Qué clase de hombre sería? Aun siendo una enemiga, simplemente…no puede.
—Tienes que entrar en
esa puerta que ves ahí. —le señala con su índice el escondite por dónde
salieron él y Charlotte— Sigues el túnel que te llevará al lugar en dónde se
guarda.
—No. Quiero saber que
hay en esa caja.
—Armas.
La mujer se mofa, riéndose
y cubriendo su boca con la mano.
—¿Crees que soy tonta?
Quiero verlo con mis propios ojos. ¿Por qué un Asesino protegería tanto una
simple caja con armas? No tiene sentido.
Cerrando sus ojos con
abnegación, el mestizo sujeta la muñeca de Charlotte.
—Vete. —le dice
despacio.
—No me iré sin ti.
—Por favor… —la mira
con el rabillo de su ojo.
—Ya no me separaré de
ti.
El sonido de unos
pasos rápidos. El semblante de Charlotte cambia a uno de dolor, abriendo mucho
sus ojos y su boca. La punta de la espada de la Templaria se incrusto en su
abdomen bajo. La sangre brota empapando lentamente su túnica de Asesina. El
rostro de Connor, del que rara vez se distingue alguna emoción, ha empalidecido,
está atónito y algo se desgarra en su interior. ¿Por qué no la vio venir? ¿Por
qué el mirar a Charlotte lo perdía? Para Charlotte todo se volvió obscuro, y
con debilidad se desplomó en el suelo, dejando ahí el espíritu de Connor.
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