jueves, 27 de agosto de 2015

La Bruja y el Angel Mestizo [Capitulo 24]







                          Capitulo- 24








A pesar de sus lesiones, Charles lee tiene la fuerza para acabar con la vida del Asesino Arno, quien termina en el suelo de madera con la garganta abierta por dónde sale sangre a borbotones. Adentro de la Taberna; en dónde sigue desenvolviéndose el enfrentamiento de Asesinos contra Templarios. Por su parte Charles lee jadeante y sin una pizca de energía, mientras se desangra cae al piso levantando el polvo para descansar, en tanto observa a su Maestro pelear con el líder Asesino. Hace tanto que no quedaba así tras un enfrentamiento.
Haytham no tiene problemas para estar a punto de asesinar a Garrett, el Asesino está más herido que él, derrama más sangre y además carece de mucha técnica. Finalmente está siendo sometido contra una pared por el mismísimo líder Templario, que inexpresivo toca su garganta con el filo de su hoja oculta, tan fina como su mirada hacía él. Muestra una sonrisa, que parece más bien una mueca, a un rabioso y cansado Garrett. Soportando el dolor, y la impotencia; por más que quisiera matar a la cabeza de la orden Templaria, no fue capaz, y sabe que, ha llegado a su límite. Ya no le queda fuerza  para siquiera defenderse. Cierra sus parpados.


—Puedes matarme…, si quieres.  —brota de los labios del Asesino, de dónde había escurrido algo de sangre— Pero, te puedo asegurar —una pausa, toma aire— que nunca obtendrás el fruto del Eden. Tampoco seguirás con vida. Hay alguien, a quien le debes tu muerte.
—¿Aún te da por hablar? Maestro Asesino. —entona con sarcasmo— Tú y tu maldita orden están acabadas. Eso si te lo puedo asegurar. En cuanto a ti…

Un chasquido. Haytham puede ver su acero manchado de sangre y al Asesino cayendo a sus pies, con sus ojos en blanco. Una muerte limpia y rápida, como era su especialidad. Demostrando su maestría una vez más, sin perder su distinguido porte, gira en sus talones y dirige sus pasos a dónde el señor Johnson y su hija se escondían. Sin prestar ni la más mínima atención a Charles lee, que con tremendo esfuerzo trata de levantarse para seguirlo.

—Y bien… ¿Saben dónde está esa pieza del Eden?  ¿O me obligarán a usar la fuerza? Ustedes eligen.
—…sígame por favor. —bajando su cabeza. El señor Johnson se aparta de su hija para llevarlo de inmediato al escondite de los Asesinos.

Hannah se queda ahí completamente asustada, yendo enseguida hacía la zona en dónde los cuerpos de los Asesinos descansaban. Con sus manos y labios temblando, y sin saber que hacer los contempla un minuto. El lugar quedó destrozado y con rastros de sangre por doquier. Algunos borrachos habían disfrutado la pelea y sin conmoción alguna seguían bebiendo.

Sin tener más opción, Charlotte se pone en pie mirando delante de ella a la joven Templaria que parecía extranjera. Y no suelta la caja.
La hermosa Templaria desliza su espada extrayéndola con lentitud de su funda con elegancia. Apoya el acero sobre el hombro de Charlotte muy cerca de su cuello y la taladra con su mirada.

—¿No escuchaste? Dije ¿Qué tienes ahí?
—Son armas. —responde.
—¿Armas? —levanta una ceja— Deja esa caja en el suelo, ahora mismo.

Poco a poco baja la caja colocándola en el suelo de piedra, y antes de enderezarse, viene una imagen a su mente. Hace tiempo que, no tenía esta sensación, pero esta vez no puede tratarse de un recuerdo. Se ve a ella misma desangrándose y sufriendo mientras espera su muerta, sola. Luego la visión de Ratonhaketon siendo asesinado. Esas imágenes se despejan de su mente, y sufre un sobresalto, endereza su espalda y ve enfrente de ella a la Templaria que no deja de amenazarla con su espada.
¿Acaso morirán? ¿Es una visión del futuro? Y Ratonhaketon ¿Dónde está?
No puede evitar alarmarse un poco, pero mantiene su mirada firme, sabe que ahora tiene que acabar con la vida de esa mujer Templaria, antes de que pudiese ver lo que se oculta en esa caja de madera. Viéndose confiada, la mujer levanta su barbilla y sin dejar de verla abre sus labios para decir: Abre la caja.

—No. —responde en seco, bajando la mirada.

No deseaba pelear, la última vez que tuvo que luchar y vio sangre en sus manos, en su túnica, en el cadáver; se sintió tan mal, que se le revolvió el estómago, y se mareo, creyendo que iba a morir. Y todo debido a aquel amargo recuerdo de un joven Ratonhaketon demostrándole su amor, lo tanto que deseaba protegerla, de la forma más dolorosa que podía haber, y también la única salida que tenía.
Tan solo el recordar al joven nativo, con el corazón de su padre en su mano, y salpicando de sangre por todos lados, le hace sentirse mareada. Si bien, lo ha perdonado porque lo ama. Esa horrible sensación, no se va, se ha convertido en un trauma. Y no desea matar a nadie. ¿Cómo es que llego a ser Asesina?

La mujer de cabellera roja al igual que ella, unió sus cejas, cambiando no solo su gesto, también su mirada, no le gusta nada lo que ha respondido. Mientras Charlotte no sabe cómo es que llego aquí. ¿Cómo es que terminó siendo una Asesina? Más aún. ¿Por qué sigue con esto? Si lo que realmente le importa, lo que verdaderamente desea es irse lejos con Ratonhaketon en libertad, irse con quien el bendito destino la ha reunido… ¿Es acaso más importante el contenido de esa caja, que su vida? ¿Más importante que su felicidad? ¿Qué Ratonhaketon? Desde un principio ella no quería ser Asesina, pero es ahora el momento indicado para escapar de todo. Aparte…esa visión.

—Muy bien, de todos modos me la quedaré. —afirma la Templaria con seguridad, retirando la espada— Siendo una Asesina…, y protegiendo esa caja, es muy curioso.
—No me importa. —esboza una sonrisa—Puedes quedártela. Ya me tengo que ir. ¡Tengo que encontrar a alguien! —da media vuelta.

Volviendo a enfundar su espada, la chica en un movimiento rápido con sus brazos sujeta a Charlotte desde atrás. Por más que la Asesina forcejeara, no podría moverse. Esa Templaria era más hábil.

—¿Qué no eres una Asesina? ¿En serio crees que te dejaré ir como si nada? El maestro Kenway pidió hace tiempo mi ayuda, por eso he viajado hasta aquí, para exterminar a todos los tuyos.
—¡Déjame ir! Ya no soy una Asesina…ya no.
—¿Ah? ¿Ya no? Miedosa. ¿Y esa túnica que traes puesta que significa entonces? —engancha su brazo por el cuello de la chica y aprieta— Te mataré primero y después me llevo la caja. —sonríe.
—¡Déjala ir! —tercea una voz fuerte y grave. Connor.

La mujer escucha, mas sin soltarla, da una vuelta y tras ella encuentra a un hombre, alto, fornido, y aunque esté vistiendo un elegante traje digno de un soldado inglés, su faz y color de piel dejan en claro que es un salvaje.
Charlotte sin poder moverse aprisionada en los brazos de la Templaria, su rostro y ojos parecen iluminarse con la llegada del joven.

—¡Ratonhaketon!


Connor agacha su cabeza y encuentra la caja, dónde se esconde el fruto, y de inmediato la recoge del suelo viendo como la chica que sujeta a Charlotte se inquieta.

—Te sugiero que me entregues esa caja. ¿También eres un Asesino?
—No. —arruga el ceño— Primero suéltala, y después lo solucionaremos.
—¿Acaso eres una clase de héroe? —suelta una risa.

Sin decir nada más, y relajando sus facciones, el joven mestizo espera a que haga lo que le ha pedido.
Charlotte queda libre, y se precipita hacia Connor. Quien deja caer la caja para recibirla con gusto en sus brazos.


La puerta rechina cuando se abre de par en par. El señor Johnson al no saber qué hacer se pasa su mano por su cabello cano y ralo, y lo deja entrar. Con calma, Haytham camina adentrándose al escondite, examinando cada parte de la sala con sus ojos. Entre tanto el señor cierra las puertas.
Puede ver que parece ser un lugar acogedor, naturalmente un centro de reunión, con chimenea, sofás, velas por aquí y por allá, y hasta una bandeja en dónde reposaba un juego de té. Alguien era muy fanático al té negro por lo visto.

—Y bien… ¿Dónde se supone que esconden el fruto del Eden? —se vuelve con sus manos atrás para ver al señor Johnson— Supongo que usted debe saberlo. —dice con tranquilidad.
—No lo sé señor, lo lamento. —mira el suelo.

Lentamente Haytham retorna y lleva sus pasos que suenan en el piso de madera hasta la puerta de entrada. Clavó su vista en el señor Johnson y aún con sus brazos a su espalda, levanta ligeramente las comisuras de sus labios en una sonrisa.

—¿Está seguro que no lo sabe?
—Sí señor, seguro. —evita ver sus ojos.
—¿Así como no sabía que existía esta guarida en su Taberna? ¿Justo así? —acerca más su rostro para intimidarlo.
—Los Asesinos… ellos, no me decían absolutamente nada sobre sus asuntos señor. Solo les prestábamos el sitio, pero nosotros no…

Un golpe. Alguien ha empujado la puerta para entrar. Es Charles lee, muy demacrado, y sangrante, un estado lamentable  que Haytham no había tenido la oportunidad de ver, hasta ahora. Respirando con dificultad, aunque con la fuerza suficiente para traer en rastras agarrando del cabello a la hija del señor Johnson. Ella, chillando patalea y grita; seguramente lo había estado haciendo todo este tiempo en vano.

—Me ha dicho dónde esconden el fruto Maestro. —la mueve al frente dónde Haytham pudiera verla. La hace ponerse de rodillas y de un tirón del cabello rubio, le levanta su cara— ¿Verdad muñeca? Díselo.

Pero la chica estaba tan asustada, y temblando sin control que lo único que podía salir de su boca era un lloriqueo.

—Así que no sabían nada ¿no? —Haytham observa al señor J. con sarcasmo.
—Sí, sí, sí. Ahora que lo saben, por favor, solo…no le hagan daño a mi hija, por…

Bastó una bala directo en su nuca para callarlo. El grito lamentable de Hannah se dejó oír y retumbó en las paredes, en cuanto Haytham cargaba su arma con otra bala.

—¡No! ¡Padre!

Llorando aún más. No tenían por qué soportar el inútil llanto de la mujer rubia. A Haytham le entraban ganas de asesinarla también, pero antes debía asegurar lo que les interesaba.

—¿Sabe exactamente en dónde está el fruto? —cuestiona el líder templario a Charles.
—Sí, claro me lo ha dicho con detalle. —responde.
—Perfecto entonces.

Con una simple señal de su mano. Charles lee asiente y sabe lo que debe hacer para callar a la inconsolable y podre mujer que no dejaba de berrear. Un disparo en su cráneo y listo. Hannah deja de existir. Y lo que queda en el piso, no son más que sus restos. Su cuerpo y un pequeño río de sangre sobresaliente de su cabeza.
Presionando un pequeño bloque en la pared, queda al descubierto un hueco, en dónde se suponía debían encontrar la caja, pero estaba vació. Basta con una mirada para asegurarse que no hay nada ahí.

—Esos malditos Asesinos se lo han llevado a otro lado.

Habla Charles lee apretando sus puños y dientes.

—Era de esperarse… —habla Haytham— Eso, o la información que te dio esa mujer eran mentiras. Como sea, no está aquí, y esto no tiene fin Charles. No pienso perder más el tiempo persiguiendo una caja de un lado a otro. Sé que los Asesinos la poseen. Y que nuestra misión más importante es conseguir el fruto del Eden. Además puedo estar seguro de quien está protegiendo el Fruto del Eden. Si lo encontramos pronto sería esplendido, nadie más que él debe tener esa caja y está buscando desesperadamente dónde ocultarla. Es más, estoy seguro que llegó aquí antes que nosotros y se la ha llevado, no ha ido muy lejos.
—¿Quién es esa persona?
—Es… mi hijo. —mira sus ojos y asiente con su cabeza.

Elise, la Templaria no despegaba su vista de la caja. Podría ser cualquier cosa, o quizá alguna trampa, pero en vista de cómo la protegen, su intriga incrementa. Es sospechoso muy sospechoso.

—Lamento decirles que tendré que acabar con sus vidas, de todos modos son Asesinos ¿O no? —con su espada en mano avanza hacia ellos frunciendo el ceño.

Connor todavía abrazaba a Charlotte, y se acerca a su oído para susurrarle.

—Vete, y llévate la caja muy lejos.
—No. —lo estrecha con sus brazos.
—Hazlo, rápido. —la empuja sin ser agresivo, haciéndola a un lado y preparándose para enfrentar a la mujer.
—¡Que no lo haré! ¡Connor escúchame! ¡No quiero alejarme de ti nunca más! —al borde de las lágrimas.
—¿Qué?

Es su forma de gritar, sus palabras, y finalmente sus ojos húmedos lo que distraen al joven. Recibiendo el filo de la espada que rompe su manga, dejándole una herida. Enseguida reacciona por el dolor y viendo como la espada de la mujer vuelve a acercarse la detiene con su Tomahawk de la que saltan chispas por la fricción de los aceros, comenzando a pelear con la Templaria. Charlotte ya no podía soportar ver más peleas, más muertes, más sangre.
Se desprende su hoja oculta que portaba en su brazo y la arroja al suelo.

—No hay que pelear Ratonhaketon! ¡Dejémoslo todo atrás! Vámonos juntos. Olvida tu venganza, ya nos hemos encontrado, estoy segura que tu madre no querría que te pusieras en peligro. ¡Ratonhaketon!

Había renunciado. Y eso claramente podía escucharlo Connor. Solo eso. Por qué el no renunciaría, no podía dejar las cosas así. Seguía luchando contra esa mujer, no podía responderle a Charlotte. Tampoco quería matar a la Templaria, es una mujer, al igual que su madre, a duras penas se defiende de ella y no tiene el valor para herirla, así que deseando calmarla se aparta tomando distancia, y se posiciona a un lado de Charlotte algo jadeante, pone su mano adelante en un gesto de “trato de paz”. La caja estaba a los pies de la Asesina, y el mestizo.

—He tenido una visión —le comenta Charlotte— Tú y yo, podríamos morir, si seguimos así, por favor no continuemos.

Haciendo caso omiso a la voz de la chica. Connor se fija en la Templaria, que no ha perdido la guardia.

—Te diré en dónde está el Fruto del Eden. —comienza a hablar­— Pero tienes que prometer que te irás, sin luchar más  contra nosotros.

Todavía le sangraba el brazo pero lo soportaba.
¿Acaso ese era un acto de cobardía? Jamás. Estaba siendo noble, no quería hacerle daño a una mujer. Y sí, Connor podía llegar a ser una bestia salvaje y arrasar con la vida de una multitud de hombres, pero las mujeres son su debilidad. No puede ser así con ellas ¿Qué clase de hombre sería? Aun siendo una enemiga, simplemente…no puede.

—Tienes que entrar en esa puerta que ves ahí. —le señala con su índice el escondite por dónde salieron él y Charlotte— Sigues el túnel que te llevará al lugar en dónde se guarda.
—No. Quiero saber que hay en esa caja.
—Armas.

La mujer se mofa, riéndose y cubriendo su boca con la mano.

—¿Crees que soy tonta? Quiero verlo con mis propios ojos. ¿Por qué un Asesino protegería tanto una simple caja con armas? No tiene sentido.

Cerrando sus ojos con abnegación, el mestizo sujeta la muñeca de Charlotte.

—Vete. —le dice despacio.
—No me iré sin ti.
—Por favor… —la mira con el rabillo de su ojo.
—Ya no me separaré de ti.


El sonido de unos pasos rápidos. El semblante de Charlotte cambia a uno de dolor, abriendo mucho sus ojos y su boca. La punta de la espada de la Templaria se incrusto en su abdomen bajo. La sangre brota empapando lentamente su túnica de Asesina. El rostro de Connor, del que rara vez se distingue alguna emoción, ha empalidecido, está atónito y algo se desgarra en su interior. ¿Por qué no la vio venir? ¿Por qué el mirar a Charlotte lo perdía? Para Charlotte todo se volvió obscuro, y con debilidad se desplomó en el suelo, dejando ahí el espíritu de Connor. 








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