Capitulo-6
Ratohnhaketon siente la necesidad de
preguntarle a ese joven blanco sobre la mujer del retrato del cartel, que es
idéntica a la que recuerda. Se precipita hacía él, y con ese rostro inexpresivo
lo mira siendo preciso.
Ezio sonriendo está por subir al caballo
para irse con la joven mujer.
—¿Sabes en dónde está la mujer asesina? —en
ese tono bravo, maleducado.
El italiano voltea a verlo de mala gana,
luego enarca una ceja. Solo viéndolo de perfil.
—¿Mujer asesina? ¿De qué estás hablando salvaje?
Lo siento, no tengo tiempo para ti. Hasta nunca.
Con desdén intenta montar el caballo. La
mujer solo observa con paciencia.
Una mano sujeta su ropa y de un tirón lo
aleja del caballo antes de que pudiera treparse. Tirándolo al suelo. Ezio
asombrado, desde ahí lo puede ver
delante de él, al joven nativo que lo mira fijamente.
—Necesito saber, en dónde se encuentra
esta mujer. —Ratohnhaketon grita mostrándole el retrato del cartel “Se busca”.
La chica cubre delicadamente sus labios,
preocupada al contemplar la escena.
—¡¿Eh?! ¡¿Qué te pasa?! ¿Cuál es tu
problema? —se pone de pie lentamente arrugando el ceño— ¿Quieres pelear es eso?
—abre sus brazos a los lados y lo mira retador.
No responde. Solo lo mira.
Ezio suspira sin ganas.
—Esa mujer no es una asesina, es una
ladrona. Todo mundo lo sabe, incluso lo dice en el cartel. Ah cierto —sonríe
medio burlón— No sabes leer….me sorprende que puedas hablar inglés. Escucha,
ella es mía ¿entendido? —lo apunta con su dedo— Será mía. Esa recompensa es
mía. Olvídalo, o búscala por tu propia cuenta.
El joven regresa al caballo, esta vez
subiendo a él. Y la mujer se abraza a Ezio antes de que el caballo avance. Yéndose.
Ratohnhaketon levanta su vista al cielo.
Ahora está lleno de nubes, luce tan banco y grisáceo. No sabe dónde más buscar,
asi que…
A grandes zancadas persigue el caballo
de Ezio. Quién al reparar en el nativo, azota las riendas y las tira de modo
que el caballo relinchando, responde acelerándose por el camino.
Las personas que andaban por las calles
de Nueva York, se apartan de inmediato con gran impresión, no quieren ser
arrollados por el caballo. Captan un poco la atención de los guardias.
—¡Espera! Necesito que me digas todo lo
que sabes de esa mujer —exclama Ratohnhaketon algo desesperado.
Sin quejarse ni agotarse en lo más
mínimo, sigue corriendo. Es un experto. Un cazador por excelencia. Esto no es
nada para él.
A pesar de que el caballo va lo más
rápido posible. El nativo está a unos pasos de alcanzarlo. Pero se ha ganado el
coraje de Ezio. No quiere verlo, ni se detendrá por el salvaje molesto.
La joven se encuentra muy nerviosa, al
desconocer de lo que es capaz el nativo, aprieta más el cuerpo del joven jinete
con sus brazos.
—¡Ezio para de una vez!
—No lo haré, ese salvaje no entendió lo
que dije. Si me detengo será para darle una buena paliza. —aparenta no sentir
miedo por el nativo salvaje.
—Solo hazlo y dile lo que quiere saber y
listo. Por favor. —pone su barbilla sobre su hombro.
A petición de la bella dama. Frena al caballo
tirando de las riendas. Han llegado al puerto. Se pueden ver los barcos
flotando estacionados a orilla del mar. El movimiento y la vida de hombres que
vienen y van, con cargamentos pesados de mercancía. No muy lejos están los
mercaderes, exhibiendo sus productos especialmente alimenticios.
Sin bajar del caballo. Ezio le presta
sus oídos y su atención.
—Quiero que me lo digas todo. Todo lo
que sabes sobre esa mujer.
Suena la risa del joven italiano, quien
lo mira con el rabillo del ojo. La chica sigue abrazada a él.
—Soy un caza-recompensas. De los
mejores. Sería muy imprudente de mi parte, si te digo la información
confidencial con la que cuento.
«Aunque tampoco parece que vaya a
rendirse tan fácil, y me vaya a dejar tranquilo. Que sujeto tan terco y
molesto. Necesito quitármelo de encima y controlarme, si no quiero perder a la
belleza que acabo de encontrar. Este salvaje…»
—¿Me lo dirás, sí o no? —pregunta en
seco.
—Tranquilo muchacho. No hay que ponerse
así. Muy bien, te lo diré pero como ves…ahora mismo tengo un asunto pendiente. —observa
a la chica por encima de su hombro y le acaricia su mejilla con una sonrisa que
seduciría a cualquiera. Vuelve su mirada a él— Escucha bien, debes ir a
buscarme al atardecer a la hacienda Davenport, recuerda que mi nombre es Ezio
Auditore. Aún es temprano y tienes tiempo. Ah…es cierto, eres un salvaje. Bien,
sígueme te enseñaré como debes viajar.
Con el caballo avanza dirigiéndose a
donde un hombre, con mapas y papeles extendidos aguarda a los viajeros.
No es más que un pretexto, el medio de
escape más rápido que pudo pensar, para alejarlo de él, y poder estar en paz.
A minutos de que comience a oscurecer el
cielo. Una lluvia cubre la ciudad de Nueva York. Las calles están vacías, y se
mojan más y más.
Charlotte ve por la ventana en casa del
señor August y Garrett. Como escurre el agua por el cristal. De nuevo ha ido en
busca de más cosas que necesita para seguir sobreviviendo y…divirtiéndose. Sí,
le ha resultado muy divertido el robar a la gente, trepar y saltar por los
tejados, huir, esconderse y todo lo demás. Como si no tuviera la conciencia que
le moleste diciéndole “Esto está mal”.
El señor barbudo y rechoncho. Como solía
hacer, acomoda grandes cajas. Las apilaba, ya que las tenía que guardar en otro
lado. El joven de traje con capucha en marrón. Con sus brazos cruzados, se ha
quedado dormido al leer un libro, que sin saber, ha dejado abierto sobre su
cara, descansando su nuca en el borde del respaldo de la silla.
—Sabía que llovería. —comenta el señor
barbudo— Se antoja un té caliente.
Se detiene a tomar aire y se fija en su
sobrino.
—¡Ah, Garrett que vago eres! Despierta
de una vez y ayúdame con estas cajas. —le arroja una manzana al pecho, con la
intención de despertarlo.
El joven de un sobresalto recupera sus
sentidos volviendo a la conciencia. Y el libro cae al piso.
—Ah, una manzana, que bien. —la toma en
su mano y la muerde.
—¡Deja de holgazanear y ayúdame a llevar
estas cajas!
—¡Agh! ¿Otra vez?
—Sí, vamos muévete. —le grita.
La chica se gira para verlos, vestida de
ladrona, pero con sus labios y nariz descubiertos.
—Mi veneno se ha terminado, y le dije
que ocupo irme pronto. Esta lluvia puede actuar a mi favor para saquear más
cofres.
—Ah, es verdad. Garrett, encárgate de
eso ¿Quieres?
—¿Por qué yo? Te lo pidió a ti Tío. —a
punto de cargar una caja.
—Solo hazlo, anda. —le da una palmada
con su pesada mano.
—Agh, muy bien lo haré.
Camina hacia la puerta para salir de la
habitación, y Charlotte le sigue el paso.
Garrett hace un alto y recarga su
espalda en la pared cruzando sus brazos. Sus ojos no se logran ver por la
sombra de su capucha.
—Charlotte. Ve al sótano, busca un
mueble desgastado y medio verde, adentro del cajón más grande están las
botellas de veneno. Puedes abrir la cerradura si quieres de todos modos ¿no?.
—¿Acaso me estás dando órdenes? —Sonríe—
Vamos…—le da un tirón a su manga— No perderé mi tiempo buscando.
—Olvídalo, quiero descansar aquí. Ve tu
sola.
—¡Garrett no seas flojo! ¡¿Por qué no me
quieres llevar?! —vocifera a propósito, esperando que August escuche. Después
se le escapa una risita traviesa.
En un segundo Garrett se posiciona a su
espalda, y cubre su boca con su mano derecha, agarrando con la otra, su brazo,
enterrando sus dedos con mucha fuerza, casi estrujándola.
—Cállate —susurra.
Los ojos de Charlotte se abren bastante.
¿Desde cuándo él es tan ágil? Ni ella siéndolo pudo evitar su acercamiento. Si
no estuviera tan impresionada ya se habría liberado y lo habría amenazado con
su daga, que por supuesto nunca ha usado en alguien. Está paralizada.
Garrett la suelta.
—Solo ve tu misma por el veneno, y
déjame en paz. —apoya su costado contra la pared, poniéndose cómodo de nuevo,
pero viéndola a los ojos con una ligera sonrisa.
Sin más, se encamina al sótano, y
enciende una lámpara de aceite, para iluminar la oscura escalera, al bajar
escalón por escalón.
A través de una pequeña ventana, entra
la tenue luz del exterior. Ya está atardeciendo. Pero el sótano está más oscuro
que afuera.
Usando la luz de su lámpara, busca ese
mueble que describió Garrett, pero nada…
Camina y cada pisada resuena en la
madera, cuando el sonido de un paso que suena hueco, atrae su atención. Mira
abajo iluminando con su lámpara. Se arrodilla y
desliza su dedo por una línea, un borde que está marcado en el piso de
madera, y con su tacto encuentra una pequeña manija. Curiosa mira con más
detalle y atención, tiene una cerradura de menor tamaño. Trata de abrirla y no
puede. Esa cerradura no es problema para ella. Enseguida usando su técnica, la
fuerza hasta que consigue abrir esa puertita. Adentro descubre una caja de
madera que, al centro tiene grabado un dibujo de un símbolo desconocido para
ella, pero es similar a un triángulo.
—¿Qué es esto? —dice para sí misma en
voz baja. Y su expresión dice “creo que he encontrado un tesoro”.
Deja su lámpara en el suelo cerca de
ella, y extrae esa caja, poniéndola a un lado. Cuando su expresión cambia
completamente al descubrir que hay más en ese agujero. Con sus manos lo saca
extendiéndolo hacia arriba. Es un traje blanco, uno muy extraño y llamativo.
—¿Pero qué ridiculez es esta? —se ríe
por dentro.
Al examinar la pieza, encuentra el mismo
símbolo. Cada vez más curiosa se apresura a abrir la caja y hay un tipo de brazalete
muy grande, como una protección para un antebrazo. Pero al verlo detenidamente,
detecta una hoja oculta. ¿Qué es esto? ¿A quién le pertenece? O ¿Pertenecía?
—Nada es verdad. Todo está permitido. —escucha
una voz atrás de ella.
En los terrenos Davenport, también llueve,
y aunque con menos intensidad. Ha logrado empapar a Ratohnhaketon.
Nadie ha respondido a los golpeteos de
la puerta, en la casa Davenport. Pero continua insistente tocando la puerta de
madera. Está seguro que es justo esta casa la que le indicó Ezio que visitara
para encontrarse con él. Siendo tan ingenuo, ha creído y confiado en sus palabras,
plenamente. Se ha aferrado a la sed de información sobre la mujer que desea ver
para hacer lo que dejo pasar ayer. Cuando se enfrentó a su amigo y asesino,
destruyendo su aldea, su hogar, su familia…
Matarla.
Toca treces veces más, esta vez más fuerte,
casi tumbando la puerta.
—¿Qué es lo que quieres?
Se asoma un viejo canoso de piel oscura
por una ventana de arriba.
—Largo de mis tierras. —gruñe.
Claramente enfadado.
Viendo a lo alto, a la ventana. El joven
nativo retrocede unos pasos de la puerta para ver al señor, tocando su propia
mano.
—Ezio Auditore me dijo que lo
encontraría aquí.
—Ah… Ezio. —con desgane y fatiga—
Entonces espéralo ahí afuera. ¡Y ya no hagas ruido!. —cierra la ventana.
El agua sigue cayendo del cielo. Las
gotas que caen en la tierra, sería el único sonido que escucharía a partir de
ahora ese anciano. Obediente y con paciencia Ratohnhaketon esperará a Ezio
hasta que llegue. Por lo pronto tenía que resguardarse de la lluvia, si
continua mojándose, enfermará, o se helara. Opta por refugiarse en el establo,
cercano a la casa, acompañado de uno de los caballos. Se sienta a esperar ahí
dentro. Y de sus mechones de pelo azabache gotea el agua.
De ninguna manera abandonará su deber.
Su deber es cobrarle a esa mujer la vida de su aldea, de su amigo…de su madre.
Alrededor de la media noche. El ruido de
las pisadas de un caballo, le avisa que posiblemente ha llegado. Ese caballo
con su jinete completamente mojado, vienen hacia el joven nativo. Al cobertizo.
Ratohnhaketon se levanta de inmediato,
viendo como Ezio desciende de su caballo para llevarlo al establo a paso
apresurado y tirando de la rienda para conducirlo.
Entra a la cubierta junto con el caballo
y se encuentra al nativo. Para sus pasos en seco y lo contempla un momento
elevando sus cejas.
—¿En serio haz venido? Qué iluso eres. —esboza
una sonrisa aguantando las ganas de burlarse en su cara.
—Quiero que me digas ¿Quién es esa
mujer? —hablándole como si fuera su enemigo—¿Por qué tú también la estás
buscando? ¿Por qué atacó mi aldea? ¿Qué es lo que sabes de ella?
La manera tan violenta con la que se dirige
a él, no le agrada para nada al joven italiano. Verdaderamente es increíble que
haya venido hasta su casa. Solo en busca de respuestas. Respuestas que por
supuesto, no quiere darle. Pero es consiente, que si no lo hace, tampoco el
nativo se irá. De todas formas se atreverá…
—Mejor vete a casa. Eh… ¿Tienes nombre? —alza
una ceja viéndolo.
—Ratohnhaketon.
—Eh sí. Rathonuketun. —le cuesta
pronunciarlo— Vete ¿Quieres? Estoy cansado y quiero descansar. Adiós. —eleva su
mano despidiéndose y da media vuelta saliendo del tejado.
Sin importarle que aún lloviera.
Siente un empujón, y que alguien se le
tira encima. Casi lo hace tragar lodo. El nativo esta sobre su espalda y acerca
el filo de su Tomahawk a su cuello.
—Tú me dijiste que me lo dirías. —masculla
entre dientes con un gesto de desagrado.
—¡Y tú fuiste el que lo creyó! ¿no? —aprieta
sus dientes.
El nativo no lo deja moverse, pero una
adrenalina se adueña de Ezio. Lo ha provocado. Con su fuerza y habilidad, logra
darse la vuelta y el joven nativo se aparta de él, adoptando una posición de
defensa. No piensa matarlo, no quiere matarlo. Este, parece ser el único medio
para llegar a saber más sobre la mujer que quiere aniquilar.
—Muy bien, tú me estás obligando a esto
amigo salvaje. —grita mientras se pone en pie, y se limpia el lodo de su bellla faz con su mano.
Siempre llevaba consigo su espada. Asi
que sin pensarlo mucho, la desenvaina y lo apunta con ella.
—¡Vamos! ¡ En un minuto estarás a mis
pies, pero tú te lo buscaste! —sigue en voz alta. Y una sonrisa trazada en sus
labios.
No es más que un bravucón que está distrayéndolo,
y alzando la voz apropósito.
Ratohnhaketon responde con su Tomahawk
en mano y una mirada casi vacía, pero profunda, que se clava en su
interlocutor.
Ezio y Ratohnhaketon, frente a frente, a
una corta distancia debajo de un cielo nocturno, y la lluvia cayendo sobre
ellos.
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