11:05
pm
Sebastián no era capaz de creer lo que sus ojos con grandes ojeras, ven
entre esas personas que se acercan al tren subterráneo para viajar. Ni las
luces artificiales que alumbran la oscura estación, ni si quiera con una piel
tan pálida como la suya, podrían lograr que alguien luzca tan reluciente, como
esa extraña mujer, que sin hacer un movimiento solo permanece quieta
contemplando como la gente sube al mismo vagón. Es poca gente, ya es muy tarde,
y falta casi una hora para que el servicio del tren cierre sus puertas. Se ha
quedado algo curioso viendo esa figura femenina llena de luz y con vestido
blanco, ¿Un fantasma?
Tonterías…
No despega de sus orejas sus auriculares, por dónde sonaban fuerte esas
guitarras eléctricas y baterías. En un parpadeo esa presencia se desvaneció. Y
sacudiendo su cabeza con el ritmo de la música le restó importancia y entro al
tren, siendo el último en entrar, y siendo el punto de atención dentro del
vagón. Ocho caras desconocidas, ocho personas, y estaban sentados, claro que
también había lugar para él, el tren va casi vacío por la hora que es. ¿Pero por
qué lo miran tanto? Esas miradas que ya lo tienen acostumbrado. Viste con ropa
de cuero negro, botas con agujetas, percings, cabello negro alborotado, tatuajes,
sí… todo un ser llamativo y extraño ante los ojos de la sociedad que, también
esta ahogada en la tecnología. Todos, incluso él, tienen sus miradas puestas en
sus celulares. A excepción de un anciano que carga un morral y cabecea por el
sueño, y una señora que carga a un bebé arrullándolo para dormirlo, también
otro joven, por lo visto fotógrafo que parece revisar sus capturas en su cámara
que cuelga de su cuello. Pero en todos coincide algo; nadie se mira a los ojos,
lo evitan, y eso sí que es normal. Hay silencio, solamente se escuchan las
voces de un par de amigas que venían de una buena fiesta, y reían entre ellas
viendo las fotografías que tomaron en sus celulares.
El metro se detuvo rechinando, como si dejara de funcionar, las luces del
interior se apagaron dejando que todo se viera negro. Las chicas gritaron. Es
la luz artificial de los celulares lo que aclaro un poco la visión de todos.
Los nueve pasajeros comenzaron a alterarse.
—¿Qué está pasando? —pregunto una mujer vestida como ejecutiva con su
cabello bien recogido. Miró a sus lados buscando respuesta.
Todos se removieron de sus asientos, hasta el anciano se despabiló, y
está inquieto.
—Ya, ya…no pasa nada, seguro hubo una falla, ya la arreglaran. —comentó con
desgane, el joven rockero intentando tranquilizarlos.
Echó un vistazo a la ventana, pero es un tren subterráneo, no logró ver
nada.
—Por eso mismo, odio los transportes públicos. Si tuviera mi coche no
estaría pasando por esto. —se quejó la mujer elegante, y se llevó una mano a su
frente.
Resonó el lloriqueo del bebé que cargaba la mujer. Ella trató de
calmarlo, pero es inútil.
Pasado un buen rato. Otro hombre, de pantalón negro y camisa azul, se
levantó de su asiento desesperado.
—Bueno ya ¿hasta cuándo nos van a tener así? —caminó
más hasta acercarse a la ventanilla del conductor del tren, y golpeó con su
palma el cristal — ¡Eh! ¡¿Qué está pasando?! ¡¿Me oyes?! Se me hará tarde,
necesito llegar a mi casa.
No recibió respuesta. Viendo detenidamente al interior de la cabina, forzando
su vista, sus ojos captaron que el conductor estaba sentado, y quieto. Sintió
que una mano tocó su hombro, volteó y miró al joven pálido y vestido de negro.
—Déjame ver.
Mientras el joven se percataba de lo mismo, el hombre no lograba
comprender. Las muchachas hablaban entre ellas muy preocupadas.
—…háblale a alguien, no sé, a mamá o a Raúl. —le pide a la otra, que
parece estar más nerviosa.
Por lo visto eran hermanas. ¿Y cómo no estar nerviosas? Con la inseguridad
que había en su ciudad. Ya era muy inconsciente seguir en la calle tan noche,
pero no se esperaban esto.
Los nueve pasajeros pueden estarlo. Asustados.
—No hay cobertura. —dijo la chica mayor, a su hermana menor.
Lo que llamó la atención de todos.
—¿Qué? No, eso no es posible. Inténtalo de nuevo.
Y como si también se lo pidiera a todos. A excepción de la madre que
daba biberón a su bebé, y el anciano, los demás empezaron a revisar si podían hacer
una llamada o enviar un mensaje, y efectivamente, no había cobertura. Estaban
incomunicados. Solo les quedaba esperar un milagro.
Poco a poco asimilaron su situación, y la impotencia que todos tenían,
guardaron silencio, y no se movieron de sus asientos, esperando a que el
conductor les dijera algo por las bocinas, o que todo regresara a su curso,
pero no pasó nada, durante media hora. El joven que vestía de cuero negro, se
fijó en la batería de su celular; estaba baja. Sus oídos siguieron escuchando esa
música, y le sirvió de distracción ¿pero hasta cuándo? Lo mismo le pasaba a las
chicas, contaban con poca batería. Y si no podían entretenerse viendo sus
fotos, vídeos, y jugando con las aplicaciones de su celular, se aburrirían muy
pronto, o algo peor. Sin olvidar que es la luz de los celulares lo que les
ayudaba a ver su contorno.
Una señora rubia y muy pasada de peso, que desde que sucedió la falla en
el tren tomo su distancia, en el rincón del vagón, no dejaba de ver su celular,
y tampoco ha dicho nada, pero sus respiraciones se volvieron más pesadas,
agitadas, sus fosas nasales se abrieron de más, y sentía que se asfixiaba ahí
dentro. Todos la escucharon, la vieron, pero nadie se preocupó por ella. Nadie
era capaz de preguntarle “¿está bien?” Solo siguen esperando.
Un flash, ilumina por un segundo. Era el joven fotógrafo que le tomó
foto a una de las puertas del tren. Nadie le preguntó por qué, solo él sabe lo
que vio asomarse por el cristal de la puerta. Revisó la foto, y efectivamente
ahí estaba. Una sombra negra, como de un hombre asomar su cabeza. Pero la
guardó para sí, muy tranquilo, muy paciente.
Media hora más. Ya fue demasiado, y unos caminaron de un lado a otro, en
tanto otros estando sentados se movían mucho, claramente intranquilos. La
batería del móvil de las chicas, del de la señora gorda, y el del joven de
negro, se agotó. Esas luces se apagaron, solamente quedando; el de la señora
bien vestida, y el del hombre de camisa azul.
La mujer de cuerpo redondo, y con esos pliegues de grasa que se notaban
por su blusa ajustada, se puso en pie, y desesperada se echó a correr como
podía hacía la puerta más cercana.
—¡Sáquenme de aquí! —golpeó con sus puños el cristal de la puerta—
¡Abran la maldita puerta!
El joven con la cámara al cuello se aproxima a ella.
—Señora por favor no entre en pánico, es lo último que necesitamos.
Todos aquí queremos irnos, pero no podemos hacer nada.
—¡Yo voy a abrir esta maldita puerta, y voy a salir de aquí, no me
importa tener que caminar toda la ruta!
Con sus dedos tocó el borde de la unión de las puertas y con esfuerzo
trató de abrirla.
—¡Ayúdame! ¡¿Qué me miras?! ¡Haz algo!
El fotógrafo tomó su distancia rehusándose. Una de las chicas se
incorporó.
—¡La señora tiene razón! Esto ya se quedó atascado, no se moverá, ni el
conductor nos ha dicho nada en una hora. Ya han de haber cerrado el metro.
—¡Hay que salir de aquí! —grita la otra chica y a zancadas llegó a dónde
estaba la señora ayudándole a empujar la puerta. Su hermana hizo lo mismo.
Haciendo mucho ruido por los golpes de sus cuerpos contra la puerta. Fue
el hombre de camisa azul el que llegó a ellas y agarró a la menor de las chicas
del brazo.
—¡Ya no hagan ruido! ¡De nada sirve! Estaremos atrapados aquí, seguro
toda la noche.
—¡Suéltame! —forcejeó—Y no, no pienso pasar la noche aquí.
—Lo siento nena, pero aquí no se hace lo que tú quieres. —de su mochila
con una mano, sin soltar con la otra a la chica, sacó una licorera de bolsillo,
y le da un buen trago.
—¡Oiga! ¡¿Qué hace?! ¡suéltela!
La chica mayor le da manotazos exigiendo que deje de sujetar a su
hermana, pero el hombre solo ríe haciendo caso omiso, y sigue bebiendo, hasta vaciar
la licorera.
«Genial, justo lo que no quería que pasara; que todo se saliera de
control. » Se dijo en su mente Sebastián, y de su mochila que cargaba, buscó su
manopla, probablemente la necesitara.
La señora rubia y pesada, lloró sentada en el suelo, es inútil abrir la
puerta. Las chicas gritaban al hombre que no las dejaba en paz. Cargaba a la
menor en sus brazos, y la recuestaba en los asientos del vagón, aunque ella
pataleara y gritara en su defensa, y a pesar de que su hermana tratara de
ayudarla, no podían contra él, y con sus manos le sacó su blusa, tocando su
piel. Unas lágrimas brotaron de la chica sometida, y la otra se contagió de las
lágrimas de su hermana. La mujer ejecutiva prefirió no observar, y hasta cubrió
sus oídos para no oír, la otra mujer con el bebé, les dio la espalda y abrazaba
a su pequeño. La hermana mayor, de la joven que luchaba por no ser abusada, se
acerca a las mujeres en busca de auxilio.
—¡Por favor ayúdenos! ¡No quiero que le pase nada a mi hermana! ¡Por
favor! —les suplica de rodillas al suelo.
La ignoraron, solo la mujer con el bebé se sentía mal por dentro, pero
tenía un ser más delicado que proteger. Entonces la chica optó por pedirle
ayuda al joven fotógrafo, quien solo miraba abajo sin contestarle. Solo le
quedaban dos opciones más, el señor anciano, y el joven de tatuajes. Se rindió,
y se tiró al suelo a llorar, sin poder ver como ese asqueroso hombre desnudaba a su hermana, del que no se imaginó
que fuera así.
Cuando subieron ella y su hermana al tren, no dejaban de verlo pues se
veía tan atractivo, bien vestido, como todo un caballero.
Llevaba sus manos a su húmedo
rostro por las lágrimas. Y se escuchó un golpe en el suelo, seguido de otros
golpes y quejidos de dolor. Gira su cabeza y pudo ver al joven de tatuajes y
nariz aguileña, sobre él hombre violador, rompiéndole la cara con su manopla. Y
su hermana temblando viendo la escena, y cubriéndose con una chaqueta de cuero.
—¡Danna! —corre hacia su hermana menor, y la envuelve en sus brazos—
¿Estás bien? ¿No te hizo daño?
—No, solo me… quito mi ropa, y si me toco, pero no paso lo peor, gracias
a… —con un gesto señala al joven rockero.
Quien golpeó al hombre hasta hacerlo desmayarse de dolor, ensangrentado
de su cara.
El hombre anciano empezó a aplaudir, y le siguió la mujer con el bebé, y
la mujer ejecutiva.
Hubo un breve silencio.
—¡Están locos! ¡Todos se están volviendo locos! —vociferó la señora
gorda del suelo, que no dejaba de pasarse sus manos por su cabeza con estrés—
¿Lo ven? Tenemos que salir de aquí, o se pondrá peor.
—Sí, por favor intentémoslo, tal vez si lo intentamos todos juntos… —dijo
la hermana mayor de la chica abusada.
—No creo que sea buena idea salir de aquí. —terció el joven fotógrafo.
—¿Por qué no? —cuestionó la chica.
—No estamos solos. He visto a alguien asomarse por la puerta. De hecho,
le tome una fotografía ¿quieren ver?
Finalmente se atrevió a revelarlo, viendo las circunstancias. Por
supuesto en todos entró la curiosidad de la mano del miedo. En sus cabezas
empezaron a especular que su encierro en el tren fue intencional, y maniobrado
por alguien. ¿Quién era ese alguien? ¿Y qué quería de ellos?. En medio del vagón,
se reunieron para ver la fotografía que el joven había captado. Efectivamente
era un hombre, aunque no se podía ver su rostro.
—¡Él! —señaló la foto en la cámara la mujer gorda— ¡Él fue el que nos
encerró aquí! —se giró para golpear una ventanilla con su palma— ¡Déjanos salir
de aquí maldito!
Seguido de los gritos de la señora, los demás también le gritaron al
sujeto que suponían los había encerrado en el tren. Solamente el joven rockero
y el muchacho fotógrafo se quedaron quietos observando como el resto perdía la
cabeza, y corrían de un lado a otro como asustados, y exclamando, suplicando que
los dejara libres. Ya no les importaba que el tren continuara su ruta,
simplemente deseaban salir de ahí. Eso, se estaba volviendo una pesadilla.
—Suficiente. —dice el joven de ropa de cuero.
Ajustando su manopla aparta a un lado a las chicas, y a las señoras,
poniéndose frente a una de las ventanas del tren. Cierra su mano haciéndola
puño y con toda su fuerza golpea el grueso vidrio, una, dos, tres veces, y así
sigue sabía que si lo consigue, ese espacio en el cristal sería suficiente para
que pudieran escapar. Las personas lo animan.
Jadeando por el esfuerzo que le
ha costado, abre mucho sus ojos al notar que no le ha hecho ni un rasguño.
Maldice y busca al anciano arrebatándole su bastón de metal ligero, usándolo
para tratar de quebrar el vidrio, impactándolo una y otra vez con rudeza. Y
sonríe una pizca al ver que le ha hecho grietas lo que lo motiva a seguir
golpeando el cristal. Las grietas se engrandecen, pero no se abren, ni provoca
más daño, aún después de un buen rato, hasta que se agota su fuerza. Con
respiración acelerada, y un chasquido de lengua, distingue como esas grietas
desaparecen, se borran.
—¿Qué? —retrocedió con un semblante pálido del espanto.
Eso es brujería, eso no es normal. Un vidrio no se repara por si solo y
queda como nuevo. Todos en el interior del tren estaban boquiabierta, el miedo
comenzaba a invadir más. Eso les dejo claro a algunos que había algo más allá
afuera, y que ese hombre sin rostro, no tiene rostro por la oscuridad,
probablemente sea algo siniestro.
Sebastian recuerda a la mujer que vio cuando estaba por subir al tren.
Esa mujer que parecía una fantasma, un espíritu, creía que era su imaginación,
pero le están comprobando que no…no es así, todo es real.
Intercambian miradas, sin tener palabras para explicarse su situación.
Quedan callados, por varios minutos, se sientan en sus lugares, y evitan el
mirarse, buscan una respuesta lógica en su mente. Pero es inútil, todos lo han
visto. Así que solo puede haber dos explicaciones, o verdaderamente se estaban
volviendo locos, o, sin duda hay algo más jugado con ellos. Cualquiera que sea
la razón, no parece tener solución, no parecen tener escapatoria.
El hombre que intentó violar a una de las jovencitas, aunque su rostro
estaba hinchado por los golpes y tenía moretones, sangre. Reaccionó y se unió a
su silencio por un momento.
—¿Vamos a morir aquí? —cuestiono el hombre que con la manga de su camisa
azul limpio un poco la sangre de su cara.
—No hay que exagerar. —contestó el joven de negro.
—¿Ah sí? Entonces dime ¿Cómo saldremos de aquí? ¿Qué ha pasado para que
estemos encerrados?
—Cállate. —no desea escuchar a un violador.
¿Pero por qué etiquetar? Precisamente en este momento, es cuando todos
son iguales. Tienen miedo, están desesperados, son impotentes, y tienen muchas
preguntas. Que nadie puede responder.
—¿Cuál es tu nombre? —le pregunta la hermana mayor de la chica.
—Sebastían.
—Yo me llamo Laura, y mi hermana Danna. —le sonríe.
Hacía un esfuerzo por romper la tensión, por calmarse. Empezaban a darse
cuenta que si se hablaban entre ellos se sentían mejor. Se presentaron unos a
otros, se enteraron de sus dedicaciones, gustos, incluso hicieron bromas,
reían, hasta el hombre que termino golpeado, se disculpó con Danna.
—…de verdad lo siento, por un momento enloquecí, perdí el control, me
arrepiento de eso. —baja su mirada.
—Me asustaste, pero no pasó nada grave.
Todos eran tan humanos, sus celulares estaban muertos, pero sus
corazones, se sentían más vivos que nunca. Intercambiaban miradas, sonrisas…
El tren volvió a moverse, como si nada hubiera pasado, sus celulares
tenían la carga previa a lo sucedido. En las bocinas el conductor anunció la
siguiente estación. Y en silencio se miraron, quedando así un minuto. No
comprendían que pasó, pero no hacía falta. Eran libres, y ahora, se sentían más
libres que cuando recién entraron al tren, siendo esclavos de la tecnología.
Sebastián salió del subterráneo junto con las ocho personas, muy
contentas al ver que el tiempo realmente no había pasado, aunque fuera extraño,
fue una experiencia inolvidable. Fue como si hubieran estado atrapados en una
ilusión, o en otra dimensión, jamás lo sabrán.
El joven detuvo sus pasos al bajar por las escaleras de la estación,
echo un vistazo a su celular, y lo apagó.
—¡Eh, Sebastian!
Se acercó a él Laura acompañada de su hermana con una amplia sonrisa.
—¿Podemos acompañarte?
—Claro.
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