lunes, 8 de junio de 2015

El guardian de Harlemstown (Cuento)











Lauren leía mucho, y dormía poco, sobre todo por las noches. Es por eso que a pesar de estar en su trabajo, en la Biblioteca más grande de su ciudad, se había quedado dormida en su mostrador con su mejilla sobre las hojas de un libro grueso, mientras leía sus paginas. Solo dormiría unos minutos como solía hacer a estas horas, que bien sabe, no llegan clientes. 
La enorme Biblioteca con altos estantes repletos de libros, escaleras para alcanzarlos y ordenarlos por aquí y por allá, pilas y pilas de libros por ordenar. La joven de treinta años, era algo holgazana, pero una apasionada a la Literatura. "La devoradora de libros" le llamaban sus amigas, e incluso su esposo. 
 Trin, trin... El sonido de las campanas de la puerta al abrirse la hace despegar sus pestañas al instante. Se endereza, y arregla como puede su peinado; un recogido de su cabello rizado en una cebolla. Ajusta sus anteojos de marco grueso y negro, para luego barrer con su mirada buscando el supuesto cliente que ha entrado. Pero no capta a nadie. Toma un suspiro, seguramente fue su mente, es que tiene que estar despierta. Tiene trabajo que hacer. Se puso en pie y se dedicó a cargar en sus brazos algunos libros que debía acomodar en uno de los estantes, y mientras lo hacía sintió que alguien toco su hombro como buscando llamar su atención. Entonces sí era un cliente quien había entrado, seguramente alguno muy tímido. Con una amplia sonrisa se dio la vuelta para verlo y...



—Buenas tardes Lauren. —le saludo con una sonrisa que mostraba dientes un jovencito.

La expresión en la cara de la chica cambió totalmente, su frente se arrugó y su quijada cayó dejándola boquiabierta. No fue el que supiera su nombre de la nada lo que más le impresionó de ese chico, de entre doce y catorce años, con una mirada ámbar sobrenaturalmente bella, esa tez pálida y cabello visualmente sedoso y brillante color avellana. Con esa sonrisa..., por Dios, esa sonrisa que con solo verla te conmueve hasta el alma.
Lo más impactante y fuera de lo común, que jamás haya visto Lauren. Este jovencito, estaba desnudo y descalzo, mostrándose sin pena alguna.
Después de unos segundos la joven se calmó y miró a otro lado sosteniendo en un brazo los libros, pero tomando uno de ellos con su otra mano, para cubrir un lado de su cara evitando contacto visual con el chico.

—¿Estás loco? ¿Por que estás sin ropa? ¡Ponte algo que te cubra!
—Eso no importa Lauren. —su voz era muy suave pero clara.
—¿Cómo...? —chasqueo la lengua— Sabes qué, no puedo dejarte salir así. Buscaré algo que pueda servirte, mientras tanto, espérame en, en el baño. Ven...

Sin tocarlo, ni querer mirarlo, trato de conducirlo hacía el baño y le pidió entrar y que la esperara ahí adentro. Cerro la puerta, y se apresuró a buscar algo, pero no encontraba nada útil, mucho menos algo de ropa. Se detuvo para mirar su reflejo en el espejo dónde podía ver su cuerpo entero. Vestía unas medias negras, una falda ajustada sobre las rodillas, y una blusa de botones y encaje de manga larga blanca. No podía siquiera darle algo de su ropa, y aún si pudiera no se la prestaría.

—¡Olvídalo Lauren! Así estoy bien. Aún más importante; vámos de una vez a Harlemstown.

Se escuchó la voz del chico muy cerca, lo buscó con su mirada a su alrededor y no lo veía, solo estantes de libros, mesas, sofás.

—¡Acá arriba! —gritó, moviendo su mano de un lado a otro.

Estaba sentado arriba de uno de los grandes libreros.

—¿Qué haces ahí? Baja ahora mismo. ¿Dónde están tus padres? ¿Que no tienes escuela o algo así?

Hizo caso omiso a las tonterías que decía el chico.

—¿Iremos a Harlemstown ya?

Lauren, desesperada optó por cortar con unas tijeras un pedazo de tela de las cortinas rojas en los ventanales de la librería, arriesgándose a que después tuviera un serio problema con su jefa. Todo lo que quería era tapar con algo el cuerpo del jovencito loco, y hacerlo que se vaya, para continuar con su trabajo tranquilamente. Empujó la escalera con ruedas hacía dónde estaba, para pedirle que bajara, estando abajo, rápidamente envolvió su cuerpo con la tela roja de la cortina y la ajusto bien.

—Muy bien, ahora tienes que irte a casa ¿está bien?
—No, tú tienes que venir conmigo. —le tiende su mano— Vamos a Harlemstown.


Lo llevó a empujones delicados hacia la puerta, y lo obligó a salir, cerrando la puerta tras él.
Continuo su trabajo, y ese chico ya no regreso. Dejó pasar ese incidente y se concentró en lo suyo. Desde su mostrador revisaba algunos papeles importantes,  y las campanillas de la puerta se agitaron nuevamente provocándole al instante un escalofrío. Antes de observar quien había entrado, rogaba por dentro que no fuera aquel chico. Y era un señor con sombrero y saco, un cliente común. Suspiró aliviada.

—Bienvenido Señor ¿En que puedo servirle? —ofreció como siempre su servicio.

El señor estando frente al mostrador miraba a un lado y a otro haciéndose el sordo, y caminó sin prestarle atención hacía los libreros, como si estuviera buscando a alguien o algo. Lauren tocó su frente pensando que este definitivamente no era su día, y se estaba encontrando con locos. O tal vez no. Se levantó de su cómodo asiento y se dirigió a dónde estaba el hombre que ahora por si mismo buscaba en un librero algún ejemplar de su interés. La chica aclaró su garganta y exhibió una sonrisa a un lado del hombre, para que pudiera notarla, inclinó la mitad de su cuerpo ligeramente hacía el.

—Disculpe usted ¿Puedo ayudarlo en algo?

Parecía que no la había escuchado, el señor frotó sus dedos en su barbilla y tomo uno de los libros, yendo enseguida hacía uno de los sofás para ponerse a leer un poco. ¿Pero que le pasa? Era como si ella realmente no estuviera presente.Entraba clientela, y se retiraban sin más. ¿Desde cuando todo es tan extraño? Está segura que no es un sueño, en ningún sueño las horas pasan tan lento. Salió de su trabajo, disgustada por la experiencia de hoy. Muchas veces deseo ser invisible ¿Quién no en algún momento lo ha deseado? Pero si es que esto era así, no le gustaba nada. 
Subió a su coche y condució hacía la guardería dónde dejaba encargada a su pequeña de once meses de edad, y en el camino, al detenerse en un alto, se tomo un segundo para calmarse y respirar profundamente cerrando sus ojos, al abrirlos y ver por el espejo retrovisor de arriba, arrugó el ceño y exalto sus ojos, no podía creer lo que estaba viendo de nuevo. Ese mismo jovencito estaba en el asiento de atrás sonriente y la miraba.

—Lamento no avisarte, me quedé dormido en tu auto, es muy cómodo aquí atrás.

Por si fuera poco verlo otra vez, el chico seguía sin ropa. Esta vez extendió su mano hacía ella para ofrecerle algo parecido a algodón de azúcar.

—¿Quieres un poco?

No sabía como actuar. ¿Cómo entró a su auto? ¿Será un fantasma o algo así? Soltó un grito extendido al cerrar sus ojos con fuerza. Grito..., que no se escucharía afuera de su auto. Los conductores detrás de ella empezaron a reclamar y presionar sus claxon desesperados, el semáforo ya había cambiado, y ella no ponía en marcha su auto. Paralizada y muy pálida no podía dejar de ver a ese chico. Hizo un esfuerzo por ignorarlo y seguir su camino. Sacudió su cabeza en busca de despeje, de que eso desapareciera, pero no, el seguía ahí.
Llegó a la guardería y cerró su coche dejando al chico ahí adentro, quien no le quitaba su mirada de encima. Lauren se dio prisa por entrar en el edificio, y rápidamente alcanzó a una de las señoritas.

—Buenas tardes, disculpe vengo por mi hija; Sandy Muller.

La mujer continuó andando sin parar, y Lauren le seguía el paso.

—Muy bien, sé en dónde puede estar, gracias.

Se desplazó lo más pronto que pudo al salón dónde normalmente encuentra a su pequeña, y ahí estaba, en una de las cunas, durmiendo, en cuanto a las mujeres que se encargan de cuidar a los pequeños jugaban con algunos. Sin dirigirse a las señoritas, caminó hacía la cuna dónde estaba su bebé y la miro detenidamente antes de llevar sus brazos a ella.

—Es muy hermosa y adorable. —se escuchó la voz del chico misterioso cerca.

Lauren miró a su lado ahí estaba.

—¡¿Qué haces aquí?! ¡Déjame en paz! ¡Vete de aquí!

La pequeña Sandy seguía dormida en la cuna, ya que fue interrumpida a los brazos de su madre. A pesar de haber levantado la voz ni los pequeños ni las mujeres ahí presentes se dieron cuenta.

—¡Señoritas! ¡Saquen a este chico de aquí por favor! —se volteo para verlas— ¡Está loco, me esta persiguiendo y....!

No la escuchaban, o eso parecía, seguían cuidando de los niños. Lauren respirando agitadamente volteo a ver al chico que estaba sonriéndole a su bebé, quien estando despierta, sus ojitos brillaron al ver al chico, y reía como regocijándose por su presencia.

—¡Aléjate de ella! —lo toca con su mano para hacerlo a un lado, pero le da un calambre que se extiende en su brazo, una sensación parecida a electricidad corriendo por sus venas, más no sentía dolor— ¡¿Qué rayos eres?! —tocándose su brazo y con una mueca de desagrado.
—Soy un guardian, y tienes que acompañarme a Harlemstown.
—Ay no, no puede ser ¿Por que te preguntaba?

Alguien más entra a la sala y Lauren de inmediato lo identifica, es su esposo Nathan, quien parece no identificarla a ella y habla con una de las mujeres encargadas, y acto seguido la señorita lo guía hacia dónde estaba su bebé, y siendo como invisibles ella y el chico, Nathan carga a su pequeña hija en sus brazos y le agradecé a la mujer, todo sin tomar en cuenta a Lauren.

—Nathan ¿Tú también? —sigue sus pasos— Aquí estoy, tú no me ignores ¡Nathan! —se le escapa una lagrima.

Su esposo se detiene y mira hacía atrás sin verla.

—Creí escuchar algo Sandy. No importa. —pasa de la puerta y sigue su andar.
—¡Nathan, por favor tienes que escucharme, hoy tuve un día muy raro, no me hagas esto! ¡Te necesito! Justo esperaba hablar contigo.
—Tienes que calmarte Lauren. —terció el chico desnudo tras ella.
—¡Tú lárgate de aquí!... ¡Nathan! ¡Nathan!

Llega al estacionamiento, y su esposo sube a su camioneta haciéndole caso omiso, acto seguido acomoda en su lugar a su pequeña, asegurándola en su asiento especial. Nathan en su asiento, cierra la puerta y enciende el motor. Lauren da golpecitos al cristal de la ventana al volante, sigue gritando, viendo desde ahí a su esposo que la ignora por completo y mueve la camioneta, para irse.
Entonces Lauren va a su auto y lo sigue, hasta su casa con lagrimas en los ojos, esto no puede estarle pasando. Entra después de él a casa y sacándose los tacones para caminar mejor le sigue hasta la habitación de Sandy.

—Nathan escúchame —con calma.

Intentó contarle lo que sucedió en su trabajo, la ignorancia que le dieron sus clientes, sin olvidar al chico que la sigue desnudo, y también en la guardería. Nathan arrulla a Sandy en sus brazos para después dejarla en su cuna, todo sin siquiera dedicarle una sola mirada, y ninguna palabra. En vista de que su esposo al igual que todos ha decidido ignorarla, Lauren desganada va a la cocina para prepararse un café caliente. Se sienta en la mesa y apoyando su mentón en su mano toma un sorbo de café, y recuerda al jovencito, quien parece ser el único que la escucha. Tiene que haber alguna razón, piensa y piensa pero no se le ocurre nada coherente.

—¿Te acordaste de mi?

El joven mostrando toda su piel sentado en la silla a su lado con sus brazos cruzados le sonríe y mira sus ojos.

—Cállate. Está bien, creo que tengo que comprarte algo de ropa. ¿Quieres que te adopte o algo así? —lo mira de reojo.
—Ya te lo dije, quiero que me acompañes a Harlemstown, hay que irnos antes de que pasen tres días.
—Sabes que..., cada vez te entiendo menos, pero, por lo menos tú no me ignoras. —suspira y toma un poco más de café.
—Este es el primer día Lauren, no pierdas el tiempo.

Se dejó su cabello rizado suelto, sus anteojos de marco grueso y negro, para dirigirse en su coche a una tienda de ropa juvenil, antes de que cerraran sus puertas. El reloj de su muñeca marcaba las ocho y doce minutos, tenía que comprarle algo de ropa al chico que esta sentado en el asiento de un lado. Tenía muchas preguntas para él, pero mejor se las guardó. Probablemente se trate de algún juego de niños, o alguna broma que todos le están haciendo, podría ser cualquier cosa, pero eso era lo más seguro, así que haría lo posible por mantener su compostura y no caer en esos trucos.

—Espérame aquí —lo mira antes de bajar— no te muevas o...
—¿O...qué? Te conozco bien, jamás serías capaz de castigar a un menor, o hacerle algún daño.

La joven puso sus ojos en blanco y cerró la puerta dejándolo ahí adentro. En la tienda, trató de llamar la atención de una de las chicas que atienden, pero no lo consiguió, ya tenía un pantalón y una sudadera con capucha, cuyas prendas les había calculado la talla. Al ver que una vez más todos parecían ignorarla, quiso aprovecharse de eso, y guardar la ropa para llevársela gratis sin más, caminó para salir de la tienda y frente a ella se atravesó el chico, su cabeza alcanzaba la barbilla de Lauren, y extendió su brazo para tocarle su hombro.

—Tú no eres así Lauren. No me decepciones.
—¿Qué?

Con su mirada le señaló a la cajera en el mostrador.

—¡Pero todos me ignoran! ¡¿Que no lo ves?! Además te estoy haciendo un favor, para que ya no andes así en publico. —desvía su mirada.
—Lo sé.

Clavó su sobrenatural mirada en los ojos de ella, y la convenció. Fue a la caja y la mujer sonriente le cobró como si nada pasara.

—¡No lo puedo creer! ¡Gracias! —saltó de emoción Lauren y dando unas vueltas salió de la tienda.

Le entregó la ropa al chico y festejó con júbilo que alguien no la haya ignorado.
Con su pantalón y sudadera roja puesta el chico en el asiento de enfrente quedó en silencio, en tanto Lauren que conducía, se llenó de curiosidad por el chico pero prefirió callar un segundo. Detectó con sus ojos los pies descalzos del chico, restándole importancia.

—¿Quieres que te lleve a tu casa? Dime dónde vives.
—Justo es hora de regresar a casa Lauren.
—Ay por favor, está bien, suficiente, dime ¿cómo puedo llamarte? ¿Cual es tu nombre?
—Anael.
—¿Anael? Vaya, que nombre tan curioso. Te queda bien. —emite una risita— Muy bien Anael, ya te divertiste, ya jugaste demasiado, me sorprende que al igual que a mi nadie te escuche o vea. Bueno a excepción de la cajera que si me notó. Por cierto eso fue raro.
—Así suele ser.

Sin entender mucho, nuevamente prefirió callar, y concentrarse en conducir.
En su casa, le dejó dormir a Anael en un sillón en la sala. Y ella fue directo a su habitación para ponerse su pijama; una blusa de tirantes y un pantalón holgado y muy cómodo. Se acostó en su cama y su esposo salía de la ducha junto a otra mujer desconocida para sus ojos, pero por lo visto no para los ojos de su esposo, quien le sonreía, ambos con la bata de baño puesta, y se detuvieron para besarse lentamente.
Algo dentro de Lauren se quebró y le causo mucho dolor, tenía las ganas de gritar muy fuerte hasta reventarle sus tímpanos, pero no pudo hacerlo, se guardó todo y salió de su habitación, para reventar en un llanto que solo Anael pudo escuchar, se acercó a ella y no dijo nada, ni siquiera la miró, tan solo la acompañaba. La joven hundiéndose en un mar de lágrimas, confusión e impotencia; lloró y lloró hasta que la venció el sueño. Terminando dormida ahí en el suelo, afuera de su habitación, apoyando su cabeza en el hombro de Anael. Quien pacientemente...esperaba despierto.
Amaneció y enseguida abrió sus ojos levantándose como un resorte del suelo, y entrando a su habitación a toda prisa, debía alistarse para su trabajo; se lavó la cara, los dientes, se vistió, y peino adecuadamente y apunto de salir, sus pasos hicieron un alto. Miró la cama, en ella dormía comodamente la otra mujer, rubia y hermosa, una mujer que parecía tomar su lugar. La expresión en la mirada de Lauren era distinta, sentía la tentación de asesinarla, pero se contuvo, y prefirió irse a la Librería.


Se percata que todo el tiempo Anael la sigue atrás, pero ya no le provoca nada, solo intenta sobrellevarlo. Al llegar a la Biblioteca, y dirigirse a su mostrador puede distinguir que otra chica esta en su silla, y que su jefa le está felicitando, dándole unas palmaditas en su hombro. Se acercó poco a poco, lo suficiente para alcanzar a escuchar.


—... sí, por supuesto que sí Ana, haz hecho un excelente trabajo durante todo este año, te mereces esas vacaciones...

Decía su jefa a la chica que estaba en su lugar detrás del mostrador.
Eso fue la gota que derramó el vaso para Lauren. Sus piernas se debilitaron y la hicieron caer de rodillas al sueño, con un rictus de tristeza. ¿Un año? Pero si tan solo había pasado un día. ¿Qué estaba pasando con su vida?

—¿Es un sueño cierto? Esto...esto no puede estar pasando. —le preguntó con un hilo de voz al chico de sudadera roja a su lado.
—No es un sueño Lauren, te lo he dicho; hay que irnos, debes despedirte de una vez.
—¿Que diablos estás diciendo? —lleva sus manos a su rostro como si fuera horrible lo que está viendo— No puede ser, no entiendo nada...
—Debes aceptarlo, todavía no lo aceptas.
—¡¿Aceptar qué?! ¡Es suficiente!—se levanta para salir de la Biblioteca directo a su coche.

Mientras conducía para ir en busca de su esposo a su trabajo, se frotaba el rostro con una mano, resoplando y muy inquieta. Estaba perdiendo la paciencia, se volvería loca si todo seguía así.
Ahí estaba su esposo en su oficina concentrado completamente en su trabajo, ella avanzó hacía el a paso firme y con su mano golpeo la mesa fijándose en él.

—¡Nathan! ¡Ahora vas a escucharme! ¡Explícame todo esto!

Silencio. Tan solo se escucha el ruido del teclado que usa su esposo.


—¡Nathan! —grita con mas fuerza y levanta su mano queriendo darle una bofetada. Llegó a su limite.

Anael detiene su mano sujetando su muñeca.

—No tienes permitido hacer eso. —mira sus ojos.
—¡Lárgate de aquí!

Sale corriendo arrasada en lagrimas, sin saber que hacer.
Pasa otra noche, esta noche no pudo conciliar el sueño, y la pasó amargamente en soledad, sentada en la banca de un parque contemplando el cielo, como lentamente cambió hasta verse el amanecer.

Ya no deseó regresar a su casa, más sin embargo ha encontrado en un parque a su esposo, con su amante, y su pequeña hija que ahora parece de dos años, paseando por el parque, de dónde ella no se ha movido. En su rostro se refleja todo su cansancio, por saber ¿que es lo que pasa? ¿por qué lo ha perdido todo? No tiene nada, está vacía...
Entonces algo la dominó, la expresión de su rostro cambio, y la hizo desplazarse hacía ellos, recogiendo una roca de buen tamaño, con la que piensa golpear a su esposo o a esa mujer. Ha llegado a su limite. Alza la piedra y apunto de golpear a su esposo, el chico se le pone enfrente y la mira directamente.

—No Lauren...

Temblando sin poder controlarse, deja caer la roca y posa su mirada en su hija, se queda ahí solo contemplandolos, hasta que se marchan. Lauren decide seguirlos en su auto, con su ya eterno acompañante a un lado, quien sin decir nada solo sonríe y la observa.
El auto de su esposo llega a un cementerio. Un hermoso y amplio cementerio. Ella baja también de su auto y sigue sus pasos, sintiéndose muy incomoda por estar en ese lugar.

—¡Anael! ¡Anael! ¡¿Por qué me siento así?! ¿Que me sucede?
—Cálmate, y solo siguelos.
—¡No, no! Mejor regreso y olvido todo.

Caminaba entrando al cementerio, los brazos de su esposo llevaban un ramo de hermosas flores y su pequeña hija estaba en brazos de esa mujer.
Anael toma la mano de Lauren y la conduce lentamente hacía dónde iban.
Finalmente su esposo se detiene frente a una lapida, dónde se puede leer su nombre completo, fecha de nacimiento y fallecimiento. Su esposo deja sobre la lapida las flores y se le escapan unas lagrimas, la mujer acaricia su brazo para confortarlo.

—La extraño mucho Jessica. Era la madre de mi hija.
—Eso lo sé, y sé que es muy pronto para dejar de sentir dolor por su perdida. Apenas hace dos años y medio que sucedió. Yo te comprendo cariño.
—No...no debí dejarla trabajar en esa Biblioteca, ella no tenía la necesidad yo, yo trabajaba y mi salario era suficiente..., pero ella, y su pasión por los libros, no la despegaba de su trabajo, iba y venía todos los días, sola... Luego ese accidente de auto. ¡Me la arrebato! ¡Eso no debió pasar Jessica! —Voltea a verla con sus ojos lacrimosos— ¡Eso pudo haberse evitado!

Con sus brazos la mujer lo abraza y cierra sus ojos.

—Ya, ya. Recuerda que tienes a tu hija todavía. Y seguramente, Lauren vivirá en tu memoria y en la de tu hija y muchas personas más.

Tragándose el llanto, Nathan observó la lapida de Lauren un momento, con silencio acompañado de Jessica y su hija. En tanto Anael miraba como Lauren había quedado atónita y no se movía.
Estaba muerta, desde hace tiempo. Y no lo sabía, o quizá...

—No. —dijo Lauren negando con su cabeza lentamente, mientras retrocedía con sus ojos bien abiertos— ¡Esto no es verdad, no! ¡No es cierto! ¡Yo, yo estoy viva! ¡Mírame! —grito a su esposo— ¡Aquí estoy! ¡Estoy contigo! ... —con voz quebrantada, observa a Anael— ¡Dile! ¡Anda dile que aquí estoy!
—Lauren...
—¡Cállate! —exclama desgarradoramente—
—Lauren, tenemos que ir a Harlemstown, solo queda un día más, y si no vas, tú...
—¿Yo que?
—Serás una errante, o peor puedes...
—¡Deja de decir tonterías! ¡Lárgate y déjame en paz! ¡Vete de aquí! —se derrumba en la tierra y libera su llanto.

Anael aleja sus pasos.



La luna esta en lo alto del cielo ya casi llega el tercer día. Ha descubierto que Anael ya no está con ella, finalmente puede vagar sola por las calles, ya que no piensa volver a casa, no tiene a dónde ir.
Más sin embargo llega a un barrio, y sintiéndose cansada de andar sin rumbo, se sienta en el borde de la acera, y ve como de vez en cuando pasa un coche por la calle. Hay enormes casas a su alrededor, pero hay silencio, ya que es plena noche, y los niños han dejado de jugar desde hace rato, para entrar en sus casas, preparándose para dormir. Y ella..., ella sin saber que pensar, está sola, está vez si, realmente sola. Ni siquiera Anael la acompaña.

—Ese niño dijo que era... ¿Un guardián? ¿Pero que quiere decir? Dios mio... —levanta su mirada al cielo— No comprendo nada, yo...yo no estoy muerta, esto no puede ser así.

Hablaba ella sola, para si misma. Un cuervo bajó y dobló sus alas para posicionarse a su lado ahí en la orilla de la acera. Un ave que no llamo la atención de Lauren ella sigue pensando y pensando.

—¿Debería volver a casa?
—Tal vez no debas volver a casa, ni ir a Harlemstown. —se escucho otra voz, de un hombre joven muy cerca de ella.

Lauren asombrada de que alguien aparte del chico la haya escuchado, más aparte desesperada por que no ve a ningún hombre cerca, se pone en pie.
El cuervo despliega sus alas y se transforma en un hombre joven, con traje negro, luciendo muy pulcro, con una piel pálida y de apariencia atractiva.

—Quizá quieras venir conmigo...

Aunque era bello, y vestía bien, y su cabello oscuro lo lleva atado en una coleta baja, dejando ver por completo su rostro, esos ojos negros y profundos parecían dejar escapar fuego, penetrándola y escarbando en su interior provocandole escalofríos. Sin embargo sus palabras, eran mas encantadoras que las del chico.

—¿Y tu quien eres?
—Eso no te importa. ¿Quieres una salida a todo esto?
—¡Si claro que sí!
—Entonces ven conmigo, haré que todo esto acabe. ¿Quieres que ya nadie te ignore volver con tu familia, a tu trabajo? Que todo sea como antes ¿O no?
—Por supuesto.
—Bien, acompáñame, yo te ayudaré. —sonriente le tiende su mano.


Era como si todo estuviera brillando, al fin terminaría con su tormento, pero recordó a Anael, y todas esas preguntas que se había guardado. Era momento de soltarlas.

—Espera... ¿Tu sabes que es Harlemstown? ¿Qué es un guardian?

Las comisuras de los labios del joven, que formaban una sonrisa, cayeron, borrándola por completo. Su figura se oscurece totalmente y sus ojos brillan en rojo, sus dientes ahora son picudos y adopta una forma monstruosa, espeluznante que hace correr a Lauren. Con un grito que parece gruñido la persigue como si fuera una ráfaga de viento. Lauren sin entender avanza lo más rápido que puede, y a gritos llamó a Anael, para que le ayudará, y tropezó, cayendo en los brazos del niño, que aún vestía la ropa que ella le regaló. Hay silencio, y al mirar tras ella, mientras es sostenida por Anael, puede ver que la calle esta sola, y ese extraño ser, que la seguía como queriendo cazarla ha desaparecido. Con su respiración agitada por la adrenalina, mira los ojos de Anael, una mirada pacifica y un rostro apacible dispersa las nubes oscuras que aquel ente o lo que haya sido había dejado en su presencia.

—No tengas miedo.
—¿Que fue eso?
—Un demonio, de los muchos que hay en el mundo. Pero son invisibles a los ojos vivos de las personas, y no suelen manifestarse, solo aveces, cuando están desesperados por cazar almas.
—¿Cazar almas?
—Tú eres una, y sin cuerpo, lo que te tiene desprotegida. Dios no les permite a los demonios, pasarse del limite con las personas vivas. Sus cuerpos son el templo de Dios, pero tú, ahora estás muerta, tu cuerpo se esta descomponiendo, y debes venir conmigo. Pero tú no quieres, quieres seguir viva, en tu trabajo, con tu familia, pero llegó la hora de despedirse Lauren.

El corazón de Lauren todavía estaba inquieto. Casi pudo sentir como sería absorbida por aquel demonio, que estaba apunto de alcanzarla.
Sin poder decir una palabra, baja su mirada, y se aleja de él.

—Soy tu Ángel guardian —continuó Anael— Harlemstown es el lugar cerca del cielo, a dónde debes ir primero. Yo debo entregarte, es mi deber. Así como protegerte y amarte cuando estabas viva. Se nos hace tarde.
—¿Que pasa si dejo pasar el tercer día que dijiste que me queda?
—Yo me tendré que ir, tendré que abandonarte, y tú te quedaras atrapada en este plano, lamentándote, pidiendo auxilio a los vivos, pidiéndoles que recen por ti si es que te escuchan. Y deberás huir todo el tiempo de los demonios que siempre querrán cazarte. Entonces... —extiende su mano— Vamonos.


La blanca y brillante mano de Anael quedó tendida. 


Lauren volvió a casa. Y por la noche vela el sueño de su pequeña hija de casi tres años, vigila a su esposo, y no puede hacer mas que contener sus deseos de asesinarlo, o darle su merecido por tratar de hacer que otra mujer ocupe su lugar. Casi todo el tiempo, tal y como dijo Anael, tiene que escapar de las garras de los demonios, que son muchos y vagan por el mundo. Se dio cuenta que no es la única alma en libertad por el mundo, hay otras pero no les puede ver la cara, ni tampoco puede relacionarse de alguna forma con ellas, todas parecen perdidas, pero se han aferrado a este mundo, queriendo inútilmente aferrarse a una vida que ya no tienen, haciendo presencia en sus trabajos, hogares, o sitios favoritos. Pero es el acoso de esos demonios, lo que empieza a ser pesado, con su simple presencia les roba energía. Energía que ocupan para poder tirar algunos objetos, abrir puertas, hacer algo de ruido, con el fin de llamar la atención de sus seres queridos, u otras personas. Muy en el fondo desean ser ayudados a alcanzar el cielo, se llegan a arrepentir de no seguir a su Guardián. Sin embargo todo vale la pena, si se puede estar cerca de sus familiares, aunque ellos no puedan verlos, aunque ya no puedan sentirlos, pero estar ahí; es más que suficiente. Aún si llega a ser tan peligroso, como el inevitable destino, de ser llevados a la fuerza por los demonios, sin importar cuanto tiempo huyan de ellos, cuanto hagan por evitarlos. Si algún ser vivo no los quiere escuchar, no les ayuda...están perdidos.
















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