lunes, 18 de mayo de 2015

Lo que falta (Relato)

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Podía sentir el aire acondicionado adentro de mi coche, mas eso no me ayudaba a calmar mis inquietas manos, mi cansancio mental, el dolor en mi espalda. Tampoco ayudaba a despejar mi camino. Estaba en medio de una congestión vehícular, en una de las avenidas de la ciudad mas transitadas. Tanto trafico me rodeaba, y ya tenía ganas de llegar a casa, para descansar, para darme una buena ducha. 
Algunas personas comenzaron a hacer sonar sus claxon, yo por mi parte esperaba impaciente, y afloje un poco la corbata azul de mi traje gris. Sentía que me sofocaba. 
Pase mi mano por mi cabello castaño hacia atrás, y mire el reflejo de mis ojos por el espejo retrovisor. Poco a poco avanzaba.
Hasta que finalmente llegué a casa, después de una dura jornada en mi oficina. Me saque mi saco, deslicé mi corbata hasta liberarme de ella, y deje en una mesa mi maletín. Caminé hasta la sala. Encontrándola sola. Llegue a la cocina. Sola. ¿Para que me urgía llegar a casa? Si en ella no encuentro nada, todo es tan vacío. Todo es tan silencioso. Solo puedo escuchar mis pasos, y un llanto ahogado dentro de mi, pero, que con eco invade mi cabeza. ¿A esto se le puede llamar casa? No es más que un dormitorio para mi; un lugar dónde llegó a descansar. 
¿Desde cuando me volví tan solitario? No me di cuenta. Deje pasar el tiempo, las oportunidades, me concentré en lo que yo creía importante. ¿Qué es importante? Tener una buena vida, ser totalmente independiente, reconocido. ¿Pero por que estoy solo? 

Salí de mi ducha, fresco y limpio. Entre a mi habitación y ahí estaba una joven, de apróximadamente veintisiete años, igual que yo. Una mujer que sentada en el borde de mi cama me veía directamente a los ojos. Esa poderosa mirada, hizo que retrocediera unos pasos, y me sintiera abochornado. ¿Que hacía esa mujer aquí? ¿Quién era? Yo, recién salí de la ducha y estaba envuelto en una toalla, solo la mitad inferior de mi delgado mas no débil cuerpo. No estaba acostumbrado a que una mujer me viera en estas condiciones.
 Quería preguntarle, decirle algo pero no salían las palabras de mis labios, no estoy preparado para las sorpresas, mucho menos acostumbrado. Ni amigos tengo. Una completa desconocida, ahí enfrente, mirándome con un rostro pasivo, un cabello largo y negro, que enmarca un rostro redondo, joven y radiante. No aguante más, debía decir algo, así que abrí mi boca...

—No digas nada... 

Me dijo antes de que yo pudiera hablar. Tan solo la mire arrugando el ceño. ¿Como es que entro a mi casa?

—Daniel. 

¿Ahora sabe mi nombre? ¿Quién es esta loca? Empezaba a molestarme. 

—Ven, siéntate conmigo. —me sonrió. 
—No. —finalmente pude decir— Antes dime ¿Quién eres y que haces aquí? En mi casa. 
—No hace falta. —bajo su mirada. 
—¡Claro que si! —levante mi barbilla— Mira, solo por que eres una chica, no me gustaría ser grosero contigo o algo así. Soy un caballero, así que te pediré que por favor salgas de mi casa. 
—¿Cómo puedes decirme eso? —levanto su mirada con unos ojos muy brillantes, apunto de soltar lágrimas.
—¡Eh, eh! No llores, yo solo... 

No sabía como lidiar con mujeres, tan solo me relacionaba con ellas por el trabajo. Nada más. ¿Pero quién era esa chica? Me acerqué un poco y con mis manos como queriendo tocarla pero a la vez no, buscaba las palabras mas adecuadas para decir, pero no se me vino ninguna a la mente. Estoy jodido, como siempre... no sé tratar a las mujeres.
La chica se puso en pie y llevó sus pasos hacía la ventana de mi habitación, dándome la espalda. Corrió la cortina y miró el cielo ruborizado de afuera. 

—No me iré. Me quedaré contigo. Vístete si quieres. Yo te espero. 
—¿Qué? ¿Cómo puedes decir eso? Bueno...al menos dime tu nombre.
—¿No me digas que me haz olvidado? —miró por encima de su hombro.
—¿Olvidarte? Pero si ni siquiera sé...
—¡¿Me olvidaste?! —se giró y la expresión en su rostro cambió. Claramente estaba molesta.


¿Que pasa con esta loca? Tal vez no sea bueno tratando a las mujeres, pero tampoco pensaba tratarla mal. Así que, opte por seguir la corriente. Luego pensaría que hacer con ella. Busqué privacidad para vestirme, vaya...hace tanto tiempo que no buscaba soledad para vestirme en mi propia casa. Todo era tan extraño, que esperaba despertar, seguramente se trataba de un sueño, porque, esa chica, siendo tan linda, es decir, era como mi chica ideal, y aparte apareció tan de repente. No podía ser real, debía ser alguno de mis sueños locos, o capaz mi imaginación. Intenté convencerme de que, al volver a mi habitación, la encontraría como siempre, sola; y todo lo que ocurrió, lo dejaría como una alucinación mía. Por que en fantasmas y esas cosas, no puedo creer, sin embargo... no fue así. Ahí estaba esa chica todavía, está vez metida en mi cama, como si la cosa no pudiera ponerse más difícil, parecía que ya se había dormido, cubierta con mis sabanas. Ni siquiera había tardado en volver, como para que este dormida, no puede estarlo. En todo caso, no podía tolerar más dejarla hacer lo que quisiera en mi casa, y como si ella fuera mi jefa o algo así, dejarla darme ordenes como; "vístete". Suficiente. 

Llegué a mi cama y de un tirón la descubrí totalmente. Enseguida abrió sus ojos y me miro.

—Ah...Daniel. —levantó sus comisuras de labios formando una dulce sonrisa— Anda, entra en la cama, es hora de dormir ¿no? 


¿Por qué estaba tan relajada? Hace un minuto atrás estaba enfadada. No entendía nada. Suspiré, cruce mis brazos y enarque una ceja. 

—No. Oye...tengo trabajo que hacer antes de dormir, yo no duermo tan temprano, y...además. ¿Puedes irte de una vez? Por favor. —esta vez me costó más sonar amable. 


Cualquier otro hombre en mis condiciones y ante esta oportunidad de, tener a una mujer encantadora a su merced, ya se habría aprovechado. Pero resulta que yo no era "cualquier hombre". O ¿Será que me he vuelto un amargado? Peor aún...¿homosexual? No, para nada, ya estaba pensando tonterías. Estoy comportándome normal, ella es la rara aquí. 
Sin más, bajó de mi cama, como si estuviera rendida, o aceptando que yo por supuesto que tenía razón, y debía irse a casa. Parecía que, ella también se había cambiado de ropa, llevaba puesto un blusón blanco largo casi a las rodillas, por su baja estatura, su cabello suelto y descalza. Se había preparado para dormir. Está chica tiene problemas, probablemente se siente tan sola como yo en su casa, y vino en busca de algo más o no sé, pero ¿de dónde me conocía? Jamás la había visto en mi vida. En cambio, ella me conocía bien, o eso parecía. 
Caminó hacía mi, espero que para despedirse de una vez. Se fundió conmigo en un abrazo. Mi mente se puso en blanco, inmóvil, incapaz de responder de algún modo. Mis ojos se cerraron. La unión de su cuerpo al mio, permanecía, como si estuviera durando toda una eternidad. En silencio, pero mi corazón estaba bombeando sangre muy rápido, que podía escucharlo con claridad. Hace tanto que no sentía esa cercanía con una mujer, hace tanto que no sentía ese calor. Estaba sudando, estaba tibia mi cara. Se sentía tan bien ese abrazo que, ahora no quería que se alejara.

—Te quiero...

Susurraron sus labios, que rozo en mi mejilla, tan delicado y dulce. Mis labios temblaron, queriendo decir algo pero no podía. Así de fácil caí rendido a ella. Ninguna mujer antes me había dicho esas palabras que hasta me atravesaran el pecho, y hace mucho tiempo que no me abrazaban con cariño. Siempre tan solo, siempre tan ocupado. Pero vivía bien, o eso quería creer. 
Después del trabajo que tenía pendiente, dejé mi escritorio, mi Notebook, todo, para ir a la cama a dormir, y ahí seguía esa chica, de nuevo como si ya estuviera soñando. Me acosté a su lado, contemple su rostro frente a mi, ese rostro tan puro y sereno, aún con sus ojos cerrados cautivaba completamente. No quería dejar de verla, no quería cerrar mis ojos también. Temía que de hacerlo, despertaría de un sueño, porque era lo más seguro que podría pasar, esto...no puede ser verdad. Entonces sin darme cuenta, me perdí en el sueño. 
Mi despertador sonó como todos los días. Siempre lo desactivaba de inmediato y poco a poco me movía para salir de la cama y prepararme para ir al trabajo, pero esta vez fue distinto; me desperté sufriendo un sobresalto, toque con mis manos el lado izquierdo de mi cama y... no estaba ella. Estaba solo, como siempre. Lo sabía...todo fue un sueño. Que tonto de mi parte, creer que algo así podía ser real, pero, parecía ser tan real, como mis manos, que frente a mis ojos he extendido para verlas con detalle, para preguntarme. ¿Que estoy haciendo con mi vida? Necesito compañía, necesito amor, no puedo seguir así, yo...no nací para vivir en soledad. Quiero divorciarme de la soledad. 

Terminé de ducharme, vestirme y peinarme para ir a la oficina. Baje las escaleras de cristal de mi moderna y, enorme casa. Y mi nariz alcanzó el aroma de la cocina, olía a comida,  alguien estaba usando la cocina. Lo primero que se me vino a la cabeza; la chica. Me apresure en bajar la escalera y me dirigí a la cocina, esperando encontrarla ahí, a la misma que ayer había visto en mi habitación, anhelando que no haya sido un sueño. Me asomé y quien cocinaba era la señora que contrate para la limpieza de mi casa, rara vez ella me cocinaba y tal parece esta es una de esas. Me avergoncé de mi mismo ¿Como puedo seguir pensando que aquello haya sido verdadero? Debía olvidarlo de una vez. Era ridículo. ¿Como algo así sería posible?
La señora, una mujer de cuarenta años, regordeta y de cabello castaño y corto. tardó en percatarse de mi presencia, cuando giro para verme con una cuchara en su mano, me sonrío de inmediato.

—Joven Daniel, disculpe que no le haya avisado esta vez. Le preparé el desayuno. 
—Gracias señora Monroe. Pero, llevo prisa. 

No tenía ganas de nada, ni siquiera de ir a trabajar pero tenía que. Fue como un golpe de depresión. Y temía que se reflejara en mi rostro.

—Entiendo, pero, por favor, debería preocuparse más por su salud, tiene que alimentarse bien. No me diga que tomara solo un café como casi siempre a estas horas. 
—Sí. Gracias, es usted muy amable, pero en verdad no...
—¿Le pasa algo? —acercó sus pasos viéndose preocupada.

Lo sabía. Se me notaba.

—No, no. Todo está bien. Tengo que irme. Disculpe. 

Di media vuelta para escapar, o más bien salir de casa. 
Cuando llegué al edificio, de una de las Editoriales más reconocidas del país. En dónde trabajaba como Editor y Escritor. En recepción estaba sentada esperando ser atendida una chica que llevaba consigo una carpeta con papeles, mi primer visión fue rápida y desinteresada, pero luego detuve mis pasos y la miré con mas atención. Era idéntica a la chica de mi sueño. ¿Y si no fue un sueño y realmente paso, luego escapó de mi casa? ¿Por que alguien sería igual a una persona de un sueño? Y además, la gran coincidencia de que esté aquí en la editorial dónde trabajo. Tenía que hablarle, hacerle tantas preguntas. Deseaba conocerla y a la vez necesitaba saber por que hizo eso, y luego desapareció. Sentí un manojo de nervios, y hasta me dieron nauseas. ¿Como hacer eso sin verme como un loco? Se veía tan sería, y seguía esperando. 

—Señorita Layla. —le llamó la recepcionista. 

La chica se puso en pie y se acercó al mostrador con sus papeles en mano. Yo me quede ahí quieto, no quería irme. Tras un momento la chica que ahora sé que su nombre es "Layla" Avanzó hacía el elevador. Yo le seguí el paso lo más disimuladamente posible. Entramos juntos al ascensor, se cerraron las puertas, dejé que ella eligiera el numero de piso, y con una mano sostenía mi maletín y con la otra afloje un poco mi corbata, respiré profundamente. Le eche un vistazo con el rabillo de mi ojo, no tenía mucho tiempo. 

—Layla... —pronuncie su nombre algo inseguro. 
—¿Si?. —me respondió viéndome inmutable. 
—Creo que, te conozco...

Quedamos en silencio un segundo. Hacía un esfuerzo para hablar, aunque la había visto antes, o eso creía, era como si realmente le estuviera hablando a una desconocida, y a eso no estoy nada acostumbrado, encima es una chica. Y una que, de algún modo, me hizo sentir mucho con un abrazo, haya sido real o no..., lo sentí, y este siendo yo un loco o no, ya no importa, debo hablarle, intentar relacionarme con alguien más aparte de mis compañeros y compañeras de trabajo. 
Ella no dijo más y se alejó un poco de mi. Pero eso no me detendría. 

—¿Puedo saber a que haz venido? —le sonreí.
—Vine a registrar mi obra. 

Se abrió el ascensor llegamos al piso que ella eligió. Salimos juntos del elevador, caminamos hacia un pasillo.

—Ah, excelente, eres una Escritora.
—Sí, me encanta escribir.
—A mi también. 

Nuestras miradas se encontraron y sonreímos. Ella se detuvo, y yo también.

—Entonces algo me dice que podemos aprender mucho juntos. ¿No? —me dijo.
—Por supuesto. Si quieres...te puedo dar mi numero de celular, para hablar un poco más. 
—Interesante, claro. 

No podía creer lo fácil que me salió. Aunque todo seguía siendo extraño. Y no sé como terminé todo esto, me sentía feliz de que, al fin pusiera mi atención en otra cosa, que no fuera el trabajo. 





"Se trabaja para vivir. No se vive para trabajar" 




1 comentario:

  1. Que bonita historia Linda! Tienes un gran Don! Sigue Así!

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