Capitulo- 3
Por ese momento, no escucha las voces de su amigo con su
novia pidiendo la orden a la mesera. Se ensordece. Solo puede verla a ella. Sus
emociones se mezclan confundiéndose, enredándose.
—… ¿Cierto Pepe?
La voz de Gabo dirigiéndose a él, lo hace despertar, como si
estuviera en un sueño. Haciendo un esfuerzo para verlo sin tener una idea de lo
que habla. Hasta ha olvidado que hace ahí.
—¿Qué? —pregunta viendo los rostros interrogantes de Gabo,
Grey y la mesera.
Se empieza a incomodar. Seguramente se ha de ver como un
idiota, preguntando de esa manera. Bastante obvio que se ha distraído viendo a
alguien. Prefiere esperar respuesta disimulando su inquietud.
—¿Escuchaste lo que dije? ¿Qué te pasa güey? —inquiere Gabo—
¿Todo bien? —enarcando una ceja.
—No pasa nada.
Su mente no puede traicionarlo. Sonríe al recordarlo todo
súbitamente. Sabe que es lo que debe hacer.
—Quiero de esa comida… ¿China? —viendo a Grey con la hoja
del menú en su mano, como buscando ayuda.
—Cada platillo tiene su nombre. —Informa Grey como ofendida.
—Como sea.
Inevitablemente como si unas manos invisibles movieran su
cabeza, voltea a buscar con su mirada a aquella
chica misteriosa. Sin encontrarla a la vista, sintiéndose estúpido por lo que
hace. ¿Por qué lo hace?
Ni siquiera la conoce, solo la ha visto “casualmente”. Y no
desea hablarle. No le importa, o por lo menos eso quiere creer. Claro… tiene
cosas mucho más relevantes en las cuales pensar, como por ejemplo: El nuevo
álbum.
Los platillos llegan a su mesa, y Grey es la primera en
tocar la comida llenándose su boca de ese arroz y el guisado japonés que pidió.
¿Cómo puede masticar así? No parece importarle como se ve al comer de esa
manera, eso… no es digno de una mujer. Lleva grandes bocados a su boca como si
tuviera hambre de días. Toda idea o imagen de belleza o sensualidad que José
empezaba a tener de ella. Cae por el suelo. Esto no es nada hermoso, mucho
menos sexy. ¿De verdad es mujer? Da un poco de asco, al igual que una pizca de
escalofríos.
Pepe se enfoca en ese platillo de comida china, que con solo
verlo sabe que para nada le apetece. Y con los palillos chinos que aprende a
usar en este momento se dedica a jugar con la comida, como si fuera un niño que
no quiere comer sus verduras.
—Come despacio amor. —le dice Gabo a su novia sonriente.
Como si alguien le avisara. José gira su mirada y puede ver
pasar a su costado a esa mujer de cabello como el cobre, quien se dirige a otra
mesa tras ellos. Percibe ese exquisito y suave aroma de su perfume. Lo
embriaga. Lo ataca la tentación de querer mover su cabeza y ver detrás.
No le gusta para nada como se siente. Desea irse, cada vez
es más incómodo, no solo por lo desagradable que es ver como Grey consume sus
alimentos, sino por esa mujer que lo está volviendo loco.
Para calmarse y no gritar. José bebe todo ese té helado que
le sirvieron y respira hondo, soltando el aire. Es demasiado ya.
—Suficiente. —brota de los labios de José.
Atrayendo la atención de Gabo quien hace una pausa al comer
y Grey termina de tragar lo de su boca.
—No me gustó la comida. Es un asco. —viendo el plato con
disgusto.
—¡Pero, ni siquiera lo haz probado idiota! —Grey se levanta
de su silla para encararlo con un rostro tenso.
—Grey… tranquila. —la toca Gabo pidiéndole así que vuelva a
su asiento.
Su novia voltea a verlo, como diciendo “Solo por esta vez
imbécil”. Regresa a su lugar cruzándose de brazos y mirando a José con
desaprobación.
—Con verla lo sé. Sé que no me gusta. —habla en doble
sentido. Solo él se entiende— Por eso, sabiendo que siempre está aquí. No
quiero volver venir jamás. ¿Nos vamos?
—mira a uno y a otra—
—¡¿Qué?! Aún no he terminado. —protesta Grey golpeando con
su mano la mesa, haciendo brincar los objetos sobre ella.
—A ver, a ver…calma. —los observa Gabo— Grey, podemos venir
mañana o después. Todas las veces que quieras…tú y yo ¿Está bien? —mirándola
sonriente.
Vuelve a cruzarse de brazos y solo lo mira diciéndolo todo
con su mirada. Lo pasaría por hoy.
—Pepe, amigo…muy bien, vámonos.
—Perfecto. —sonríe apenas José y se pone en pie.
Del otro lado del restaurante. Akiva detecta que son
clientes nuevos y que por lo visto están por retirarse. Vicky camina pasando
por su hombro y él con su mano la detiene. Acercándose a su oído.
—¿Ves a esos tres de haya? —viendo enfrente.
—Eh… —los busca con su mirada, logrando divisarlos— Sí.
—Es su primera vez en nuestro restaurante. Ya sabes que
hacer.
Sus miradas se encuentran, y Akiva le sonríe con
complicidad.
Los tres clientes nuevos están por marcharse, no sin antes
pagar lo que es debido. Grey es quien recibe el dinero de su novio y se encarga
de ir a pagar la cuenta. Mientras su novio y José, esperan en la mesa. Una
inquietud e impaciencia creciente invade al cantante y compositor.
Cuando es atacado por un escalofrió, este sube por su
espalda. Al ver que esa misma chica, que ya no quiere ver, ya no quiere
encontrarse, viene hacia ellos. Casi involuntariamente, se alarma,
interrumpiendo lo que cuenta su amigo.
—Ya vámonos. —concentra su vista en el rostro de Gabo. No
quería ver a “otro lado”.
—Sí, ya nos iremos. Apenas regrese Grey y nos vamos…
tranquilo. —arquea una ceja interrogante— Güey…¿Estás bien? Te vez muy pálido.
Aquella chica cada vez está más cerca con esa ligera y dulce
sonrisa, trayendo algo entre sus manos. No lo puede soportar, sus nervios son
imparables.
—Podemos esperarla afuera, pero salgamos de una vez.
Ha pasado por alto la pregunta que formulo su amigo. Dicho
esto José se pone de pie y Gabo igual, aunque no muy convencido.
—Esa no es una buena idea Pepe. Grey se enfadará, mejor
esperémosla aquí. —voltea para buscar con sus ojos a su caucásica novia—No debe
tardar.
—¡Te digo que nos vayamos ya! —exclama José cargado de rabia
y avanza un paso para irse— Entonces yo me largo de aquí.
Sin percatarse su cuerpo da contra el de Vicky, lo que lo
hace parar y ver esos orbes avellana, que lo están mirando…profundamente, como
si entrara en él, penetrando y perforando su alma. Tiene ganas de salir
corriendo, temblar o gritar. Pero opta por mantener su compostura como es
correcto. Por su dignidad, por su gran orgullo. ¿Qué es lo que le pasa? Solo es
una chica, ni más ni menos. ¿Por qué lo inquieta tanto?. No la conoce.
—Buenas tardes. Espero y hayan disfrutado sus alimentos.
—pronuncia tomando su distancia de José, con una radiante sonrisa. Viendo a uno
y a otro— Esperemos que vuelvan pronto. Siempre serán bienvenidos. —estira su
brazo para darle a Gabo en su mano dos galletas de la fortuna envueltas en un
fino papel— Una es para usted, y la otra para la señorita que lo acompaña.
Posteriormente pasa su mirada a José y también le ofrece la
única que le restaba en su mano. Ampliando su sonrisa.
—Para usted.
Esa voz, tan dulce, tan suave, tan…
Se dirige a él. Y sintiendo su mano muy cerca le provoca un
brinco a su corazón. No entiende con que sentimiento o emoción se ha movido, simplemente
permanece callado esperando que se vaya de una vez. Antes de que algún impulso
inapropiado e involuntario lo traicione.
—Son galletas de la suerte. Dentro de ellas encontrarán un
mensaje.
Gracias al cielo, ha volteado a mirar a Gabo.
—Tómenlo en cuenta y que la fortuna siempre este de su lado.
—con esa misma sonrisa. Dobla la mitad de su cuerpo en una reverencia por
respeto, educación y despedida. Yéndose.
Grey viene en camino con esa faz inexpresiva. Por lo visto,
Gabo se ha emocionado mucho con eso de “La galleta de la suerte”. No ha quitado
su vista de la galleta en su mano. Le entra una curiosidad muy grande, que no
puede esperar. Vuelve a sentarse y José lo observa con el ceño fruncido.
—¿Qué estás haciendo? —capta a Grey con su mirada— Mira ahí
viene tu novia. Ya nos vamos…
—¡Espera, espera por favor güey! Quiero saber que dice…
—deja la otra galleta en la mesa apartada para Grey. Y a la de sus manos le
quita la envoltura, viendo ese color amarillo y la examina con su mirada un
momento.
En eso llega Grey y le da un
manotazo en la espalda, de buena manera.
—Ya está. Ahora vámonos antes de que la niñita esta —voltea
a ver a José— Se vomite, haga berrinche o algo peor.
Eso ha ofendido de sobremanera a José. Le molesta tanto su
comentario, que solo por ahora, pasará por alto.
—Si Gabo, vamos… —articula sin muchas ganas.
Su amigo ya ha abierto la galleta y empieza a leer el corto
texto del mensaje.
—Se avecinan viajes y placeres. Sonríe, la fortuna está
contigo. —con una enorme sonrisa mira a Grey y a su amigo— ¡Oh! ¡Genial! ¡Esto
es genial!
—No creerás en serio en eso. —dice José incrédulo queriendo
tirar al suelo esa galleta que le dio esa chica. Pero algo se lo impide y lo
obliga a cerrar su mano en puño apretando la galleta muy leve. Siente como si
se estuviera quemando.
Grey se ha puesto al corriente del asunto y su rostro ha
cambiado. Parece emocionada al igual que Gabo como dos niños viendo un juguete
nuevo.
—¡¿Esta es mía verdad?! —cuestiona Grey ansiosa tomando la
galleta de la mesa— ¡Increíble! ¡Tenía tanto tiempo sin abrir una! —se apresura
a desnudar la galleta y la parte en dos, extrayendo el mensaje.
En tanto Gabo come los pedazos de galleta interesado en
Grey. José resopla, aunque un poco más tranquilo ya no ve a la chica. Al menos
no a la vista.
—Recibirás una gran suma de dinero.
Lee Grey en voz alta.
—Y también viajes.
José comienza a cansarse de esto y es notable en su rostro.
«Qué tontería. No sé porque sigo aquí». Es como si algo lo
aferra al suelo y no lo deja caminar. Pidiéndole que vea lo que hay dentro de
la galleta. Sintiéndose muy extraño.
—¿Pepe que dice la tuya? —cuestiona Gabo sonriente.
Grey le presta atención. Mientras José suspira resignado y
con sus dedos temblorosos, abre la galleta.
.
.
Akiva le llama a Vicky, y detrás de una pared muy cerca de
la cocina.
—Toma una galleta. —le pone a su alcance un frasco de
galletas de la fortuna envueltas.
—Como cada mes. —sonríe Vicky y con su mano escoge una.
—Veamos qué es lo que dice. —aguarda a que lea el mensaje.
—Tú amor está cerca de ti. —lee en pausas.
Vicky se queda viendo ese texto detenidamente. Nunca le
había salido en una galleta algo así. Hasta desea saber más detalles pero las
palabras son únicas en el papel y muy claras.
—Oh vaya, que hermoso —comenta Akiva.
Muy adentro, cree que ese amor es él. Pues en verdad la ama
y está muy cerca de ella ahora. Solo sonríe, claro que no le dirá lo que
piensa.
Para Akiva esto es una señal de que definitivamente está en
lo cierto cuando piensa que ese Hilo Rojo, lo tiene con ella.
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.
—Tú amor está cerca de ti —lee José y levanta su mirada
sintiendo como tiembla su corazón.
¿Por qué el mensaje es ese? Pudo haber sido: Dinero, viajes,
éxito. ¿Por qué habla de amor?.
Deja caer al piso la galleta y el mensaje. Quedando estático
unos segundos.
—Le afectó —comenta Grey cruzando sus brazos al verlo.
—Ay amigo… —hace un ademan afeminado. Ya se había tardado en
bromear— No descubras —imitando voz de mujer.
—Cállate Gabo. —le pide José. No tiene humor.
Es el primero en ir a la salida. Gabo y Grey lo siguen sin
comentar o preguntar más.
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Todavía, el sol calienta la ciudad. Es hora de ir a casa
para Vicky. Tiene que salir a tomar un taxi, si llega tarde su esposo no se lo
perdonará.
Al salir de su trabajo se da prisa, y esas zapatillas altas
con suela corrida y agujetas se desatan, lo que la hace tropezar y tambalearse,
lastimándose su tobillo. Es un quejido intenta continuar. Cojeando.
Es tan frágil como una muñeca de porcelana. Akiva siempre la
vigila en su salida. Nunca como un acosador, más bien como un ángel guardián. Y
viendo el problema que tiene para andar y que además la muy torpe no ato sus
agujetas. Camina hacia ella con una sonrisa y toma su mano delicadamente
haciéndola dar un alto.
—Vicky… —con esos rasgados ojos, revisa sus zapatillas—
Espera un momento.
Dobla sus piernas para alcanzar sus pies y se dedica a atar
sus agujetas correctamente.
—Podrías caerte si no las atas bien. Ten más cuidado.
Pronuncia con ese tono de voz masculino, suave, cálido y
profundo de siempre.
—G…Gracias señor Akiva. —lo observa tornándose rojas sus
mejillas.
Es muy joven, casi como ella. Pero Vicky no puedo llamarle
de otro modo. Es su jefe, es su superior…y nada más.
Oyendo la dulce voz. Akiva alza su mirada y le muestra una
sonrisa al terminar.
—Me… —brota de los labios de una tímida Vicky— Tengo que ir
ya. Con su permiso.
Continúa su camino, soportando la molestia de su tobillo y
esforzándose para no apoyar totalmente su pie lastimado en el suelo al caminar.
Eso, no lo puede dejar pasar Akiva, así que la sigue.
—Estás lastimada. Permíteme llevarte yo mismo a casa. —pone
su mano contra su pecho. Demostrando así su sinceridad— Sería un placer
ayudarte.
—No. Descuide, estoy bien. Tomaré un taxi enseguida. —sigue
sin parar con ese dificultoso andar.
—Por favor… —se atraviesa en su camino y la mira
directamente con suplica— Lo lamento, pero… no puedo dejarte ir así. ¿Te duele?
—posa su mano sobre su hombro— Llamaré a mi enfermera, para que te atienda.
—No, de verdad no. Gracias, ya se me pasará. —muestra una
sonrisa.
Akiva borra ese gesto amable y sin pedirle permiso alguno,
la carga en su espalda a la fuerza sin darle tiempo de reaccionar.
—Akiva, no… —sonrojada se ve muy pronto encima de su
espalda— Bájame…
—Discúlpame Victoria, pero tú no puedes irte así. No ante
mis ojos.
Camina llevándola a su coche muy contento de tenerla con él.
Ignorando sus reclamos.
Vicky no está acostumbrada a recibir ayuda. Es nueva la
acción de Akiva. Todo siempre lo hace sola, así que termina sintiéndose
avergonzada y apoya su barbilla en el hombro de Akiva con sus mejillas
ardiendo.
La ayuda a subir a su coche y conduce hasta su casa.
Vicky teme que al entrar a casa, este su esposo ahí. No
puede dejar de temblar, cuando Akiva la lleva hasta la puerta en sus brazos.
Tras introducir la clave de seguridad, se adentran a la casa
y el interior se ve solitario, sin ruido. Todo indica que aún no llega su
marido. Vicky puede tomar un respiro.
No desea que alguien se entere del esposo que tiene, no
quiere más problemas.
Akiva la recuesta en un sofá de la sala de estar. Y con su
celular en mano, su mirada se posa en ella y exhibe una delicada sonrisa.
—Tranquila, llamaré a mi enfermera Sofía. Ella te revisará.
—No tienes que hacerlo. —se abraza a sí misma como si
tuviera frio.
—Claro que sí. No te puedo dejar así.
—No es para tanto. —cierra sus ojos.
—Para mí…lo es.
.
.
Anochece. Las estrellas titilan en el oscuro cielo,
alrededor de la luna.
José Madero ha encontrado privacidad en su casa. Ha
conseguido despejar su mente, vaciarla de todo aquello que ha pasado con su
amigo y con…lo que ya no quiere recordar. Finalmente concluyo en qué; fue una
simple casualidad. Que se repitió tres veces, pero que, ya no sucederá de
nuevo.
Por ahora lo que le preocupa es iniciar con la composición
de las letras del nuevo Álbum. Y claro que el alcohol ha sido una pequeña ayuda
para estar en paz, relajado y olvidar todo aquello.
Dos copas de whisky, y listo para escribir. Con lápiz y hojas
de papel en su escritorio, junto a una lámpara.
Las letras llegan por si solas, su mano parece tener vida
propia. Está transcribiendo, está transmitiendo con una facilidad que le
proporciona un placer inmenso. Así le gusta, eso es.
Primera canción…terminada (La vida en barandal)
.
.
El tobillo de Vicky está perfecto, gracias a la atención de Akiva
y su enfermera.
Desde muy temprano se dirige al cementerio en donde descansa
su madre. Apenas amanece y Vicky ya está ahí con un ramo de rosas blancas
hermosas y grandes. Se pone de rodillas en el bien podado y verde césped, ante
la lápida donde se grabó el nombre, fecha de nacimiento y muerte de su madre.
Hace dos años atrás la perdió. Nada se compara, ni comparo a
ese dolor que sufrió cuando su madre se fue dejándola sola, completamente sola.
Su padre las abandonó, cuando ella era niña. Por eso, su madre era lo único que
tenía. Deja el ramo de rosas frente la lápida y una pequeña lagrima rueda por
su mejilla. Viniendo a su mente recuerdos, así como viene el viento y mueve su
cabello cobrizo.
—Hija…no
quiero que te quedes sola. Yo, no voy a estar contigo por siempre.
Dijo su
madre acariciando su mejilla mientras tomaban un té en el jardín de su casa.
—Tienes
que encontrar a esa persona especial. Tener hijos. Si no te tuviera a ti
—retira su mano, para tomar un sorbo de té— Estaría sola. Eso no es bueno, para
nadie.
Vicky
había entrado a una habitación de un Hotel en donde trabajaba. Para limpiar el
desorden que dejo una pareja, cuando alguien más entra por la puerta.
—Victoria
tienes una llamada urgente.
La
expresión en el rostro de su compañera indicada que no era nada, nada bueno.
Al
tomar la llamada. La voz de un hombre se escucha.
—¿Usted
es la señorita Victoria Cortés?
—Sí, así
es. ¿Qué sucede?
—Su
madre ha fallecido. En un accidente vial. Lo lamento mucho.
—No…
—sus ojos se abren de par en par y brotan las lágrimas formando ríos en sus
mejillas— ¡No es verdad! ¡Por favor dígame que no es verdad! —con voz
quebrantada.
En esta vida nada está asegurado. Ni nuestra propia vida.
Eso fue lo que aprendió Vicky. Ese inmenso dolor tan pesado
como todo el mundo cayó sobre ella, fluyendo en lágrimas, pero… ni todas las lágrimas
que pudieran salir de sus ojos, servirían de algo, su madre no volvería.
En ese momento la soledad vino de la mano del dolor, y la
abrazaban oscureciendo su entorno, hasta que un día vino una luz. Su jefe de
ese entonces. La envolvió con calidez en sus brazos, secó sus lágrimas, le dio
fuerza. No se sentía sola. Está bien con él… el divorciado de su jefe quien
meses después se convertiría en su
esposo.
Aunque con el tiempo cambió y se transformó en lo que es
ahora ¿Y por qué? Solo porque Vicky descubrió que es estéril.
No puede tener hijos, y ese calor, esa compañía que en un
pasado sintió que le brindaba, se ha ido muy lejos. A pesar de seguir con él…se
siente sola, está sola, sin hijos, justo como le advirtió su madre.
—Mamá.
Deja las memorias que la han hecho humedecer sus ojos y
mejillas.
—Todavía no encuentro a esa persona especial, pero…es peor
no tener a nadie ¿Cierto? Te echo mucho de menos, extraño tu rostro…tu
voz…todo. —baja su mirada. Respirando con esfuerzo.
Su padecimiento asmático vuelve a atacarla.
.
.
Necesita algunas cosas del supermercado. José puede mandar a
una muchacha por lo que ocupa. Pero su trabajo le exige una distracción fuera
de lo común, si desea crear buenas canciones, necesita distraer su mente en
alguna parte donde hace tiempo no pone un pie.
El supermercado es una buena opción. Y por supuesto piensa
ir muy temprano antes de que haya más gente, entre menos personas mejor. Además
no quiere hablar ni ver a Ricky, Gabo y los demás por el momento. De hecho ya
ni les ha respondido mensajes de texto o llamadas. “Estoy componiendo. No
molestar”. Si tan solo tuviera el tiempo de enviarles a todos ese mensaje.
Está de buen humor. Ha terminado una canción y va por la
segunda.
Llega al súper mercado y rápidamente lleva el carrito al
departamento de “carnes”. Claro, después podría reunirse con todos y hacer una
“carne asada”. Habla con el señor para que lo atienda. Y unos gritos llegan a
sus sensibles oídos.
—¡Apúrate! ¡Que no tengo tiempo!
Conoce esa voz. Lo que hace brincar su corazón ¿Otra vez?
¿Es ese tipo y esa chica? Voltea para cerciorarse. Si... es ese mismo hombre
del otro día y esa misma chica del
restaurante, de la calle y del centro comercial. El solo ver como aprieta ese
delgado brazo de la chica, lo hace hervir su sangre hasta dolerle su cabeza. Es
como si eso mismo, se lo estuviera haciendo a él.
Es suficiente, ya no puede más. Le sigue gritando,
estrujándola, estirándole el cabello…le da una bofetada. Ese rostro tan dulce y
bello como el de una niña a punto de llorar…es la gota que derramo el vaso.
—Aquí tiene… —le dice el hombre que le atendía, entregándole
su orden de carne para asar.
—Espere… —dice José sin apartar su vista de la pareja que no
conoce pero ya ha tolerado.
Decide ir hacia ellos apretando sus puños. ¿Cómo es que
nadie hace nada? Eso no lo puede tolerar. Llega hasta ellos y clava su mirada
en el hombre.
—Déjala en paz ¿oíste? —con ese tono grave, ronco, rudo.
Sin duda esas palabras y el modo en que las escupe, son como
un golpe para el esposo de Vicky quien solo tiembla inconteniblemente
soportando el dolor de sus brazos y otras partes. El señor voltea a verlo y
muestra una sonrisa medio burlesca.
—¿Quién diablos eres tú? Esto no te incumbe. Lárgate.
José medio cierra sus ojos, viéndolo directamente. Una
mirada muy fría. Esa mirada que sería la misma de un asesino. Vicky empieza a
reconocerlo. Es el mismo joven que fue cliente nuevo en el restaurante ¿Qué
debe hacer?