Capitulo-5
Se levanta el humo de
su aldea, hacia el cielo. Las flamas arden provocando caos, desorden. Gritos
lloriqueos, seguidos por gimoteos de dolor, se pueden oír desde el exterior. Dónde,
su amigo defiende la esfera que brilla como el sol, teniéndola en una mano, y
en la otra una daga, que intenta clavar en la mujer. Vestida de marrón, con una
capucha y arco con flechas colgando de su espalda. Es imposible ver su rostro.
Es una intrusa, seguro ella es la culpable de esta tragedia, y parece que
quiere arrebatarle ese objeto reluciente a Kanentokon.
Preparando una flecha
desde el follaje del oscuro bosque, dispara directo a la espalda de la mujer
extraña, solo por ayudar a su amigo. Viendo como cae de rodillas en la tierra,
quejándose por el malestar e intentando sacarse la flecha.
—¡Kanentokon!
De un grito el joven
nativo se acerca a su amigo encorvado, con una mueca de dolor y una respiración
agitada. Sangrando de su brazo y pecho, pero aún tiene fuerza para mantenerse
en pie.
—¡Ratonhaketon! —lo
mira iluminándose su rostro.
—¿Qué está pasando?
¿Por qué…?
—¡Tu madre…tienes que
ir a verla! ¡Es mi deber proteger el tesoro del clan! ¡Tú ve con tu madre,
rápido!
—¿Qué le ha pasado a
mi madre?
La intrusa encapuchada
ha logrado pararse, y expulsando una hoja oculta de su muñeca viene contra
ellos.
—¡Vete ya! —gruñe
empujándolo a un lado.
No puede abandonar a
su amigo en ese estado, y con esa extraña que a pesar del flechazo, se ha recuperado
muy pronto y se muestra cargada de energía. Pero…su madre.
La recuerda y
evadiendo los derrumbes, impidiendo ser rozado por el fuego, llega al que fue
su hogar, que ahora, poco a poco se destroza. Se echa con el abdomen al piso,
para asi evitar el humo que no lo dejaría respirar, apenas lo inhale.
Arrastrándose y arrastrándose, hasta alcanzar a su madre, que muy quieta y con
una faz serena, sus ojos entrecerrados y haciendo un gran esfuerzo por respirar
sus últimos alientos. Espera su muerte. Alguien la ha lesionado gravemente, su
pecho esta ensangrentado. Un hilo de sangre escurre por la comisura de sus
labios. ¿Han intentado asesinarla?.
—Madre… —inquieto se
postra ante ella para verla de cerca— Tengo que sacarte de aquí.
Está por cargarla, cuando
su madre usa sus últimas fuerzas que le quedan para apretar su brazo y
apartarlo bruscamente.
—Vete. Vete Ratohnhaketon.
—Articula con debilidad.
—No lo haré. —frunce
el ceño.
—Entiende…hay cosas
que no puedes evitar, por más que te esfuerces.
—No hables. Tan pronto
te saque de aquí, te pondrás bien.
—¡No seas tonto!
Se escucha como tose
su madre, casi ahogándose. Escupiendo sangre.
El techo se cae a
pedazos. En cuestión de segundos se derrumbará por completo, y si no se
apresuran, será su tumba.
—Dime ¿Quién hizo
esto? ¿Fueron los hombres blancos verdad?
—Una mujer…vestida
como la tierra. Esconde su rostro y cabeza… —libera un quejido tocando su
propio pecho con una mancha roja— Se fuerte hijo… —con su mano ensangrentada,
estrecha la de su hijo para darle fuerzas— Tienes que serlo. Yo siempre… estaré
contigo… hasta el fin de tus días. Te…amo.
—No te irás.
La carga en sus brazos
y esquivando los pedazos de techo y paredes, que decaen. Salen de ahí.
Tiene que salir de su
incendiada aldea si desea salvar a su madre, quien permanece con sus ojos
cerrados.
Afuera se encuentra
con su amigo, que todavía lucha contra ese demonio vestido de mujer. Sin
embargo de momento es incapaz de darle una mano. Su madre, es primero. Detrás
de un arbusto la recuesta y revisa si sigue respirando. Nada..., Después, toca
con su mano por sobre su pecho para sentir su corazón. Nada…
—Madre…
Expresando esa tristeza
en su cara, y con sus ojos húmedos, mas sin derramar una lágrima. Pasa su mano
por la frente de su madre, dejando una marca de la misma sangre que ella
compartió en su mano. Despidiéndose así de ella. A pesar de todo, la quería…
porque, a pesar de todo…era su madre.
Guarda todo ese dolor,
como bien sabe hacer, y su preocupación cae en su amigo.
La bola dorada con
líneas grabadas, que está en la tierra, rueda hacia los pies del joven nativo.
—Ratohnhaketon no
dejes que…
Recogiendo la esfera
al instante, la mujer le lanza su hoja oculta haciéndole solo un rasguño en su
mejilla. Desenvaina su Tomahawk, y aunque nunca haya lastimado a un humano.
Todo ese odio, que se acumula en su interior lo impulsa. Después de todo, no le
dará lo que desea, por lo visto, esa bola de oro. —regalo de los espíritus y dioses
según creían—
El sonido de la hoja
raspar al salir de su brazo, da inicio al enfrentamiento. Un gruñido feroz, y
garras rasgando la tierra, se pueden escuchar. Su mascota, que había tenido
desde niño. Un lobo. Se le echa encima a la mujer, mordiendo su brazo con
rabia, sin soltarla. Ratohnhaketon aprovecha para arrojarle a su amigo la bola
dorada, y avanza hacia la chica con su Tomahawk. Cuando con un movimiento
preciso, la hoja de la mujer asesina al lobo. Antes de que el nativo pudiera
atacarla, ella se lanza sobre su amigo y lo tumba al suelo, enterrando su hoja
en el cuello. Se adueña de la esfera, y Ratohnhaketon se la arrebata de
inmediato, impactando el filo de su hacha en el hombro de la mujer. Cayendo
rendida, de rodillas, gimiendo de dolor, tocándose su hombro. El nativo se
posiciona cerca de ella para acabar con su vida.
—Ratohnhaketon...
La voz de su amigo lo
hace voltear a verlo.
—No dejes que se lleve
el tesoro.
—Kanentokon. —preocupado.
Tiene la misma
expresión de su madre en su último aliento. Cuando vuelve su vista para
terminar con la asesina. Ya no está. Ha desaparecido.
Con su mirada la busca
alrededor y nada…
Ha huido. La tentación
de buscarla —ya que cree que no pudo haber ido tan lejos, tan herida— lo
domina, pero…su amigo.
Conservando la esfera
dorada, y con su Tomahawk manchada de rojo va con su amigo.
—Kanentokon resiste…
—¿Ves la aldea? Todos
están muriendo. Ahora me toca a mí.
Se limita a verlo y
escuchar.
—Tú… siempre fuiste
mejor que yo en todo. Yo jamás, pude alcanzarte…jamás quise delatarte con tu
madre tampoco. Ni espiarte. Pero… dime Ratohnhaketon, dime que me perdonas, y
que mi muerte…no es en vano ¿verdad?. Al menos cumplí con proteger el tesoro.
De los labios del
joven, no salen palabras. Solo observa compasivo.
—Al menos esta vez
hice algo… Ratohnhaketon, sé que no mataste a Charlotte, te pude ver con mis
ojos…todo lo que hiciste, pero eres mi amigo, sabía que la amabas, asi que ya
no te delate. Sé que todavía la sigues amando, y…la extrañas. —emite un gemido
de dolor— Búscala.
—Ahora me preocupa más
esa mujer. Tengo que buscarla y acabar con ella, ayudar a quien pueda en la
aldea…
Con esfuerzo suelta
una risita.
—Siempre…ocultando tus
sentimientos amigo.
La sonrisa en sus
labios se desvanece al igual que su vida. Ratohnhaketon con sus dedos cierra
sus parpados delicadamente.
—Te perdono…amigo. —susurra.
Salta de rama en rama.
Su visión es tan aguda que no importa la oscuridad de la noche. Todo lo ve tan
claro. Y aunque examine los rastros en la tierra, esa mujer no aparece a la
vista. La ha perdido.
En su aldea ya es muy
tarde, el fuego ha consumido todo a su paso hasta cesar. Solo hay ceniza
flotando en el aire, ruinas, y cadáveres de su familia por doquier. Camina en
medio de lo que quedó. Nada. No hay señales de vida, ha quedado completamente
solo.
¿A dónde puede ir? Si
este es el único hogar que conoce. Se queda en las cercanías de su aldea, y con
los árboles a su espalda y un profundo silencio, y un vacío inmenso, elabora
una fogata, para iluminarse y proporcionarse calor. Un rostro apacible queda en
él, como si no tuviera corazón o sentimientos. Enfocado su vista en las flamas
que pareciera que bailan ante sus ojos. Recordándole el largo cabello de
Charlotte siendo movido por el viento al correr. Cierra sus ojos despejando
esos pensamientos. Volviendo a concentrarse en la fogata.
«Esa mujer tiene que
pagar por lo que ha hecho. ¿Por qué lo hizo? ¿Alguien la mandó? ¿Fueron los
hombres blancos? ».
Sostiene con ambas
manos la esfera brillante, que había protegido su amigo.
«¿Por qué quería esto?
»
La bola irradia luz,
que se expande, extendiéndose a lo amplio de su alrededor. Entrando como a otra
dimensión, viendo frente a él, como una clase de espíritu femenino, que nunca
había visto antes. Cabello largo y negro, con algo extraño en su cabeza,
vistiendo de blanco, pálida, tan pálida de su rostro, lo está observando
detenidamente por unos segundos.
—No debes permitir que
los templarios obtengan el fruto.
—¿El fruto?.
Todavía no puede
comprender ¿Qué sucede y que es lo que está viendo? Será…
—¿Eres…un espíritu?
—Mi nombre es Minerva.
Y bueno, sí, algo así… lo importante es que escondas el fruto, no dejes que caiga
en manos equivocadas.
—¿Quiénes son los
templarios?
—¡Se están apoderando
de todo!. Han acabado con todo miembro de la hermandad de asesinos en América. —camina
de un lado a otro lentamente— Quizá no lo entiendas. Pero lo que tienes que
hacer, es esconder el fruto en un lugar donde no puedan encontrarlo.
¿Entendido?
—¿Esconderlo?
El espíritu se esfuma
junto con todo lo que lo rodea.
Lentamente sus ojos se
abren, viendo la luz del día. Se percata que está echado sobre la hierba en
medio del bosque. ¿Cómo llegó ahí? Quien sabe…
El fruto, está en su
mano.
Se incorpora y
recuerda lo que debe hacer. Se echa a correr directo a la sepultura del padre
de Charlotte. Y desentierra la caja de plumas de su amiga. Abriendo el cofre,
introduce el fruto y lo guarda. Volviendo a echarle tierra hasta cubrirlo
totalmente.
Continúa sepultando en
ese mismo lugar, con su respectivo espacio, a su amigo, a su madre. Sin duda
este se ha vuelto un sitio muy especial.
Si tan solo pudiera
saber, si Charlotte está viva, o muerta. Lo más seguro es que haya muerto y
siendo así, le gustaría al menos poder darle un lugar de descanso cerca de sus
seres queridos. Sentirla, más cerca.
Siente la gran
necesidad de ir a buscar a la asesina de su gente, a quien ocasionó toda esa
serie de muertes. ¿Sería una templaría? Aún tiene muchas preguntas y dudas.
Pero sus ganas de vengarse, cada vez crecen más.
Va más allá del valle,
y más allá del bosque. Pasando de los casacas rojas que vigilan. Evitando ser
visto por ellos.
Logra vislumbrar casas
de madera y vida humana. Es gente blanca, seguro ellos pueden saber algo de esa
mujer asesina.
Es un pueblo pequeño a
las afueras de la ciudad de Nueva York.
Pasea por las calles,
y hace un alto para acariciar a un perro callejero. La gente le dirige miradas
de desprecio y con gestos de repugnancia. Saben que es un nativo, y desconfían
al creer que es un salvaje, literalmente. Con confianza, se aproxima a una
señora.
—¿Dónde está la mujer
asesina? —pronuncia en un tono violento, como exigiendo respuesta.
—¡Aléjate de mí
salvaje, o llamaré a la guardia!
Sigue con su andar,
ahora más apresurado por el miedo de ver a un salvaje. A pesar de su esfuerzo
el tono de voz del nativo, no era para nada educado, y que decir de la forma en
la que pregunta. Está empezando a llamar mucho la atención y sobre todo, a alterar
los habitantes del pueblo.
Estando al centro de
la calle, pensando por dónde comenzar a buscar por sí solo. El sonar de las
pezuñas de un caballo, es cada vez más cercano.
Un joven vistiendo
elegante, y portando una espada y una pistola. Con su cabello castaño atado de
una pequeña coleta hacía atrás y una notable cicatriz en sus labios. Frena a su
caballo.
—¡Apártate de mi
camino indio!
Ratohnhaketon ni
siquiera se mueve, más que para verlo inmutable.
Los ojos del joven con
acento italiano, se distraen al captar a una mujer muy bella y joven, paseando
por ahí, sin prestar atención a su alrededor. Y enseguida desmonta el caballo.
—Señorita, luce usted
tan hermosa ¿Me concedería el honor de saber su nombre? —toma la mano de la
chica y deposita un beso en su dorso. Sonriendo una pizca.
—Eh… bueno. —abochornándose—
Mi nombre es Alicia.
—Alicia, un placer
Alicia. El mío es Ezio… Ezio Auditore. ¿Vas a alguna parte? Yo con gusto puedo
llevarte, debes estar cansada. Vamos sígueme…
De su mano la conduce
a su caballo. Es ya muy común en él, seducir a cuanta mujercita se encuentra en
su camino.
El nativo despega su
mirada de ellos, pero algo blanco lo hace mirar el suelo. Mientras el joven le
ayuda a la dama a subir al caballo. Algo se le ha escapado de su ropa. Es un
papel que se lleva el viento hasta los pies de Ratohnhaketon. Recogiéndolo lo
desdobla, pudiendo ver el retrato de la misma mujer que está buscando. No sabe
leer, pero arriba se puede leer “Se busca viva o muerta” Y en la parte
inferior, la cantidad que están ofreciendo de recompensa. Claramente dice, que
es una ladrona.
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