viernes, 25 de abril de 2014

La Bruja y el Ángel mestizo [ Capitulo-5 ]











                         Capitulo-5











Se levanta el humo de su aldea, hacia el cielo. Las flamas arden provocando caos, desorden. Gritos lloriqueos, seguidos por gimoteos de dolor, se pueden oír desde el exterior. Dónde, su amigo defiende la esfera que brilla como el sol, teniéndola en una mano, y en la otra una daga, que intenta clavar en la mujer. Vestida de marrón, con una capucha y arco con flechas colgando de su espalda. Es imposible ver su rostro. Es una intrusa, seguro ella es la culpable de esta tragedia, y parece que quiere arrebatarle ese objeto reluciente a Kanentokon.
Preparando una flecha desde el follaje del oscuro bosque, dispara directo a la espalda de la mujer extraña, solo por ayudar a su amigo. Viendo como cae de rodillas en la tierra, quejándose por el malestar e intentando sacarse la flecha.

—¡Kanentokon!

De un grito el joven nativo se acerca a su amigo encorvado, con una mueca de dolor y una respiración agitada. Sangrando de su brazo y pecho, pero aún tiene fuerza para mantenerse en pie.

—¡Ratonhaketon! —lo mira iluminándose su rostro.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué…?
—¡Tu madre…tienes que ir a verla! ¡Es mi deber proteger el tesoro del clan! ¡Tú ve con tu madre, rápido!
—¿Qué le ha pasado a mi madre?

La intrusa encapuchada ha logrado pararse, y expulsando una hoja oculta de su muñeca viene contra ellos.

—¡Vete ya! —gruñe empujándolo a un lado.

No puede abandonar a su amigo en ese estado, y con esa extraña que a pesar del flechazo, se ha recuperado muy pronto y se muestra cargada de energía. Pero…su madre.
La recuerda y evadiendo los derrumbes, impidiendo ser rozado por el fuego, llega al que fue su hogar, que ahora, poco a poco se destroza. Se echa con el abdomen al piso, para asi evitar el humo que no lo dejaría respirar, apenas lo inhale. Arrastrándose y arrastrándose, hasta alcanzar a su madre, que muy quieta y con una faz serena, sus ojos entrecerrados y haciendo un gran esfuerzo por respirar sus últimos alientos. Espera su muerte. Alguien la ha lesionado gravemente, su pecho esta ensangrentado. Un hilo de sangre escurre por la comisura de sus labios. ¿Han intentado asesinarla?.

—Madre… —inquieto se postra ante ella para verla de cerca— Tengo que sacarte de aquí.

Está por cargarla, cuando su madre usa sus últimas fuerzas que le quedan para apretar su brazo y apartarlo bruscamente.

—Vete. Vete Ratohnhaketon. —Articula con debilidad.
—No lo haré. —frunce el ceño.
—Entiende…hay cosas que no puedes evitar, por más que te esfuerces.
—No hables. Tan pronto te saque de aquí, te pondrás bien.
—¡No seas tonto!

Se escucha como tose su madre, casi ahogándose. Escupiendo sangre.
El techo se cae a pedazos. En cuestión de segundos se derrumbará por completo, y si no se apresuran, será su tumba.

—Dime ¿Quién hizo esto? ¿Fueron los hombres blancos verdad?
—Una mujer…vestida como la tierra. Esconde su rostro y cabeza… —libera un quejido tocando su propio pecho con una mancha roja— Se fuerte hijo… —con su mano ensangrentada, estrecha la de su hijo para darle fuerzas— Tienes que serlo. Yo siempre… estaré contigo… hasta el fin de tus días. Te…amo.
—No te irás.

La carga en sus brazos y esquivando los pedazos de techo y paredes, que decaen. Salen de ahí.
Tiene que salir de su incendiada aldea si desea salvar a su madre, quien permanece con sus ojos cerrados.

Afuera se encuentra con su amigo, que todavía lucha contra ese demonio vestido de mujer. Sin embargo de momento es incapaz de darle una mano. Su madre, es primero. Detrás de un arbusto la recuesta y revisa si sigue respirando. Nada..., Después, toca con su mano por sobre su pecho para sentir su corazón. Nada…

—Madre…

Expresando esa tristeza en su cara, y con sus ojos húmedos, mas sin derramar una lágrima. Pasa su mano por la frente de su madre, dejando una marca de la misma sangre que ella compartió en su mano. Despidiéndose así de ella. A pesar de todo, la quería… porque, a pesar de todo…era su madre.
Guarda todo ese dolor, como bien sabe hacer, y su preocupación cae en su amigo.

La bola dorada con líneas grabadas, que está en la tierra, rueda hacia los pies del joven nativo.

—Ratohnhaketon no dejes que…

Recogiendo la esfera al instante, la mujer le lanza su hoja oculta haciéndole solo un rasguño en su mejilla. Desenvaina su Tomahawk, y aunque nunca haya lastimado a un humano. Todo ese odio, que se acumula en su interior lo impulsa. Después de todo, no le dará lo que desea, por lo visto, esa bola de oro. —regalo de los espíritus y dioses según creían—
El sonido de la hoja raspar al salir de su brazo, da inicio al enfrentamiento. Un gruñido feroz, y garras rasgando la tierra, se pueden escuchar. Su mascota, que había tenido desde niño. Un lobo. Se le echa encima a la mujer, mordiendo su brazo con rabia, sin soltarla. Ratohnhaketon aprovecha para arrojarle a su amigo la bola dorada, y avanza hacia la chica con su Tomahawk. Cuando con un movimiento preciso, la hoja de la mujer asesina al lobo. Antes de que el nativo pudiera atacarla, ella se lanza sobre su amigo y lo tumba al suelo, enterrando su hoja en el cuello. Se adueña de la esfera, y Ratohnhaketon se la arrebata de inmediato, impactando el filo de su hacha en el hombro de la mujer. Cayendo rendida, de rodillas, gimiendo de dolor, tocándose su hombro. El nativo se posiciona cerca de ella para acabar con su vida.

—Ratohnhaketon...

La voz de su amigo lo hace voltear a verlo.

—No dejes que se lleve el tesoro.
—Kanentokon. —preocupado.

Tiene la misma expresión de su madre en su último aliento. Cuando vuelve su vista para terminar con la asesina. Ya no está. Ha desaparecido.
Con su mirada la busca alrededor y nada…
Ha huido. La tentación de buscarla —ya que cree que no pudo haber ido tan lejos, tan herida— lo domina, pero…su amigo.

Conservando la esfera dorada, y con su Tomahawk manchada de rojo va con su amigo.

—Kanentokon resiste…
—¿Ves la aldea? Todos están muriendo. Ahora me toca a mí.

Se limita a verlo y escuchar.

—Tú… siempre fuiste mejor que yo en todo. Yo jamás, pude alcanzarte…jamás quise delatarte con tu madre tampoco. Ni espiarte. Pero… dime Ratohnhaketon, dime que me perdonas, y que mi muerte…no es en vano ¿verdad?. Al menos cumplí con proteger el tesoro.

De los labios del joven, no salen palabras. Solo observa compasivo.

—Al menos esta vez hice algo… Ratohnhaketon, sé que no mataste a Charlotte, te pude ver con mis ojos…todo lo que hiciste, pero eres mi amigo, sabía que la amabas, asi que ya no te delate. Sé que todavía la sigues amando, y…la extrañas. —emite un gemido de dolor— Búscala.
—Ahora me preocupa más esa mujer. Tengo que buscarla y acabar con ella, ayudar a quien pueda en la aldea…

Con esfuerzo suelta una risita.

—Siempre…ocultando tus sentimientos amigo.

La sonrisa en sus labios se desvanece al igual que su vida. Ratohnhaketon con sus dedos cierra sus parpados delicadamente.

—Te perdono…amigo. —susurra.

Salta de rama en rama. Su visión es tan aguda que no importa la oscuridad de la noche. Todo lo ve tan claro. Y aunque examine los rastros en la tierra, esa mujer no aparece a la vista. La ha perdido.
En su aldea ya es muy tarde, el fuego ha consumido todo a su paso hasta cesar. Solo hay ceniza flotando en el aire, ruinas, y cadáveres de su familia por doquier. Camina en medio de lo que quedó. Nada. No hay señales de vida, ha quedado completamente solo.
¿A dónde puede ir? Si este es el único hogar que conoce. Se queda en las cercanías de su aldea, y con los árboles a su espalda y un profundo silencio, y un vacío inmenso, elabora una fogata, para iluminarse y proporcionarse calor. Un rostro apacible queda en él, como si no tuviera corazón o sentimientos. Enfocado su vista en las flamas que pareciera que bailan ante sus ojos. Recordándole el largo cabello de Charlotte siendo movido por el viento al correr. Cierra sus ojos despejando esos pensamientos. Volviendo a concentrarse en la fogata.
«Esa mujer tiene que pagar por lo que ha hecho. ¿Por qué lo hizo? ¿Alguien la mandó? ¿Fueron los hombres blancos? ».
Sostiene con ambas manos la esfera brillante, que había protegido su amigo.
«¿Por qué quería esto? »
La bola irradia luz, que se expande, extendiéndose a lo amplio de su alrededor. Entrando como a otra dimensión, viendo frente a él, como una clase de espíritu femenino, que nunca había visto antes. Cabello largo y negro, con algo extraño en su cabeza, vistiendo de blanco, pálida, tan pálida de su rostro, lo está observando detenidamente por unos segundos.

—No debes permitir que los templarios obtengan el fruto.
—¿El fruto?.

Todavía no puede comprender ¿Qué sucede y que es lo que está viendo? Será…

—¿Eres…un espíritu?
—Mi nombre es Minerva. Y bueno, sí, algo así… lo importante es que escondas el fruto, no dejes que caiga en manos equivocadas.
—¿Quiénes son los templarios?
—¡Se están apoderando de todo!. Han acabado con todo miembro de la hermandad de asesinos en América. —camina de un lado a otro lentamente— Quizá no lo entiendas. Pero lo que tienes que hacer, es esconder el fruto en un lugar donde no puedan encontrarlo. ¿Entendido?
—¿Esconderlo?

El espíritu se esfuma junto con todo lo que lo rodea.

Lentamente sus ojos se abren, viendo la luz del día. Se percata que está echado sobre la hierba en medio del bosque. ¿Cómo llegó ahí? Quien sabe…
El fruto, está en su mano.
Se incorpora y recuerda lo que debe hacer. Se echa a correr directo a la sepultura del padre de Charlotte. Y desentierra la caja de plumas de su amiga. Abriendo el cofre, introduce el fruto y lo guarda. Volviendo a echarle tierra hasta cubrirlo totalmente.
Continúa sepultando en ese mismo lugar, con su respectivo espacio, a su amigo, a su madre. Sin duda este se ha vuelto un sitio muy especial.
Si tan solo pudiera saber, si Charlotte está viva, o muerta. Lo más seguro es que haya muerto y siendo así, le gustaría al menos poder darle un lugar de descanso cerca de sus seres queridos. Sentirla, más cerca.
Siente la gran necesidad de ir a buscar a la asesina de su gente, a quien ocasionó toda esa serie de muertes. ¿Sería una templaría? Aún tiene muchas preguntas y dudas. Pero sus ganas de vengarse, cada vez crecen más.

Va más allá del valle, y más allá del bosque. Pasando de los casacas rojas que vigilan. Evitando ser visto por ellos.
Logra vislumbrar casas de madera y vida humana. Es gente blanca, seguro ellos pueden saber algo de esa mujer asesina.

Es un pueblo pequeño a las afueras de la ciudad de Nueva York.
Pasea por las calles, y hace un alto para acariciar a un perro callejero. La gente le dirige miradas de desprecio y con gestos de repugnancia. Saben que es un nativo, y desconfían al creer que es un salvaje, literalmente. Con confianza, se aproxima a una señora.

—¿Dónde está la mujer asesina? —pronuncia en un tono violento, como exigiendo respuesta.
—¡Aléjate de mí salvaje, o llamaré a la guardia!

Sigue con su andar, ahora más apresurado por el miedo de ver a un salvaje. A pesar de su esfuerzo el tono de voz del nativo, no era para nada educado, y que decir de la forma en la que pregunta. Está empezando a llamar mucho la atención y sobre todo, a alterar  los habitantes del pueblo.
Estando al centro de la calle, pensando por dónde comenzar a buscar por sí solo. El sonar de las pezuñas de un caballo, es cada vez más cercano.
Un joven vistiendo elegante, y portando una espada y una pistola. Con su cabello castaño atado de una pequeña coleta hacía atrás y una notable cicatriz en sus labios. Frena a su caballo.

—¡Apártate de mi camino indio!

Ratohnhaketon ni siquiera se mueve, más que para verlo inmutable.
Los ojos del joven con acento italiano, se distraen al captar a una mujer muy bella y joven, paseando por ahí, sin prestar atención a su alrededor. Y enseguida desmonta el caballo.

—Señorita, luce usted tan hermosa ¿Me concedería el honor de saber su nombre? —toma la mano de la chica y deposita un beso en su dorso. Sonriendo una pizca.
—Eh… bueno. —abochornándose— Mi nombre es Alicia.
—Alicia, un placer Alicia. El mío es Ezio… Ezio Auditore. ¿Vas a alguna parte? Yo con gusto puedo llevarte, debes estar cansada. Vamos sígueme…

De su mano la conduce a su caballo. Es ya muy común en él, seducir a cuanta mujercita se encuentra en su camino.

El nativo despega su mirada de ellos, pero algo blanco lo hace mirar el suelo. Mientras el joven le ayuda a la dama a subir al caballo. Algo se le ha escapado de su ropa. Es un papel que se lleva el viento hasta los pies de Ratohnhaketon. Recogiéndolo lo desdobla, pudiendo ver el retrato de la misma mujer que está buscando. No sabe leer, pero arriba se puede leer “Se busca viva o muerta” Y en la parte inferior, la cantidad que están ofreciendo de recompensa. Claramente dice, que es una ladrona. 





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