Capitulo-6
—…No
quiero irme. —mantiene su mirada fija.
Sus
miradas enlazadas concentran cierta energía. Lo que parece debilitar a José, obligándolo
a apartar su vista. Con un gesto tieso. Descarta la idea de llamar a la policía,
y se le viene otra mejor. Claro…puede funcionar. Le dará lo que “quiere” justo
y como hace con todas.
—Ten…
Le
extiende su mano invitándolo a coger un reloj de oro, que sacó de su pequeño
bolso.
—Como
dije, solo quería darte algo. De esta forma te agradezco.
José
de un manotazo a la frágil muñeca de la joven. Lo tira al suelo…cayendo al césped
del frente de su casa. Acto seguido engancha su mano en el brazo de Vicky y la
conduce adentro de su mansión, empujándola contra una pared. Lo sujeta de sus
hombros para ver sus ojos antes de “actuar”, como solía hacer. Una sonrisa que
expresa lascivia, es visible en sus labios, borrándose así, toda tensión y
rastros de coraje en él. Su mirada es diferente, y la clava en sus ojos
profundamente, siendo atrayente, tan absorbente que hace temblar a Vicky.
Continúa
deslizando sus manos a lo largo de los delgados brazos de la chica, dejándola sentir
su respiración contra la piel de su cuello.
Un
cosquilleo la recorre, y aquella mirada la ha dejado tiesa, como espantada,
alterada. Ningún músculo le responde, ni siquiera es capaz de cerrar sus ojos,
mucho menos de abrir sus labios, para decir algo.
José
coloca sus manos a la cintura de Vicky como diciendo “esto es mío ahora”.
Algo
es extraño, tanto que lo hace detenerse a ver los ojos de la joven, cuando
experimenta una sensación fuera de lo usual. El ver en su rostro el miedo
grabado, junto con esas mejillas tan coloradas, sus ojos viendo al infinito,
sin un punto en específico, como estando perdida, y temblando. Esa visión, ese
sentir, toca su corazón, y siente como si dejara de latir por dos segundos. Y
no le es posible el pensar, en lo absoluto.
Recupera
sus sentidos, y se aleja del cuerpo de la chica, dejándole ver su espalda.
—Vete.
Vicky
logra respirar, pero entrecortadamente, luego de nuevo le es necesario usar su
inhalador, para finalmente salir como si la estuviera persiguiendo alguien.
Esa
mujer da miedo… ¿En serio le da miedo? ¿Cómo puede hacerlo sentir asi? ¿Qué
tiene de especial? Solo es una mujer. Una que le impidió el seguir jugando con
su cuerpo, sin siquiera decir una palabra, sin siquiera hacer un leve
movimiento.
No
está, ni la mitad de buena que todas las mujeres que ha conocido. Es muy flaca,
y tampoco es muy bonita. ¿Entonces por qué?. Cualquier chica cae rendida a sus
encantos, no se resisten y se lanzan como fieras a él.
Pero
ella… ¿Es diferente?
Victoria
está convencida. No lo volverá a hacer, dejará de buscarlo, esta sin duda es la
última vez, ya ha tenido suficiente de él. No le importa más. O de eso, quiere convencerse.
Su interior le grita “Ve con él” y hay algo muy pequeño aferrado a ella muy,
muy dentro que le pide…amarlo. ¿A un desconocido? Qué locura. A decir verdad, ha
hecho demasiadas locuras, que ya no se puede permitir más.
Ha
recogido el reloj de oro sin poder evitar una mueca de repugnancia, y lo lleva
hasta su habitación. Lo observa detalladamente, con su estricta mirada, y lo
arroja sobre un mueble. Es un reloj barato. No tiene ningún valor, ni siquiera
sentimental claro está. No sabe por qué lo ha traído a su recamara. Si no
significa nada para él. Por ahora tiene que volver a centrarse en su trabajo,
la siguiente composición espera.
Después
de varios días.
Está
acostumbrada a esta vida. La costumbre es su fuerza. De hecho, la costumbre es
fuerte. Qué difícil es quitársela de encima, y es tan pesada como el mundo
entero.
Victoria
como cada día, después del trabajo. En casa, lo primero más importante que debe
hacer, es prepararle la cena a su esposo. Y tiene que terminar, lo más rápido
que pueda, sin importar si está muy cansada, o con ganas de ir directo a la regadera.
Es su deber como esposa ¿En serio lo es? ¿A tal grado?
Viven
en una ciudad de alta sociedad en Nuevo León. La ciudad más costosa y rica de
todo México, y no es por exagerar. Claro… José Madero es casi un vecino. Su
esposo tiene el poder para pagarle a una sirvienta, pero… no lo hace. También
puede mantener a su esposa sin problemas, y asi no mandarla a trabajar para que
cubra sus gastos pero…tampoco lo hace.
—Espero
te guste.
Vicky
pasa el platillo bien servido de salmón y ensalada, a la mesa. Y le pone a su
alcance un vaso de vidrio con limonada y una rodaja de limón decorándola.
El
hombre con un gesto duro, y en silencio empieza a comer. Victoria sabe que no
debe molestarlo. Asi que da pasos alejándose del comedor.
—¿A
dónde vas?
Su
voz retumba en las paredes.
—A
darme una ducha. —en un tono débil.
Su
esposo se levanta de su silla como si tuviera un resorte, dirigiéndose a ella y
atrapándola con sus brazos desde su espalda.
—No
tengo mucha hambre. —diciéndole al oído.
Victoria
traga saliva, sabiendo lo que sigue. Siente como si el cuerpo y las manos de su
marido le estuvieran quemando. Su barba rasurada que frota en su mejilla, es
una sensación parecida a muchas agujas raspándole. Pero tiene que aguantar. Un
quejido y…
—Vamos
a la cama. —articula entre dientes. Insinuando.
La
aprieta entre sus brazos y la mueve a otro lado.
—No.
Daniel no por favor. —conteniendo su desesperación, y controlándose.
Se
encierra con ella en su habitación.
Desde
que amaneció, el cielo se tornó nublado, y conforme han pasado las horas, ha
traído más nubes grises, se han estado acumulando. Avisando una próxima precipitación.
Pero
no se puede permitir el faltar un día al trabajo. Llega puntual, como siempre,
y ofrece su torpe y despistado servicio en el restaurante Itadakimasu. Aquel
joven no ha salido de su mente, le angustia el perderlo. Sin embargo no es un impedimento
para seguir adelante.
Es
minutos antes de que termine su jornada, que del cielo fluyen las gotas de agua
tan abundantemente, y con el resonar de los truenos. Victoria no puede ir a
buscar un taxi, tendrá que pedirlo a la puerta del restaurante.
Aguarda
paciente en el techo de afuera del negocio, todavía iluminado, puede ver
escurrir el agua, de la cubierta sobre su cabeza que la protege de la imparable
lluvia.
Por
supuesto que su esposo no vendrá por ella ni de broma. Akiva aprovecha que está
sola, y que casi todos se han marchado, para acercarse a su lado y verla de
perfil.
—Yo
podría…llevarte a casa sin problemas. Pero sé que, no aceptaras. Me gustaría
saber el por qué no me permites ayudarte nunca. —guarda la mitad de sus manos
en los bolsillos de su pantalón de traje.
—No
es necesario.
Intimidada,
al pensar en las consecuencias con su esposo, al verla llegar en el auto de
otro. Si así fuera.
—Estoy
bien. —agrega. Hace como si quisiera abrazarse a sí misma.
—Victoria.
—con su mano toca su cabeza— Mírame. ¿Por qué nunca quieres verme a los ojos? Y
cuando llegas a hacerlo, no me das tiempo para ver dentro de ellos.
Es
incapaz de hablar o comprender lo que trata de decirle. Solo escucha. Tampoco
se mueve, sigue viendo abajo, escuchando el chorro de agua que continua sin cesar,
junto con el relampagueo que azota el cielo. Y el pasar de un coche por la
calle.
Le
gustaría pedirle que se vaya y la deje sola, pero al mismo tiempo que la abrace,
para poder llorar como lo hace el cielo, y desahogarse entre sus brazos. Siendo
el único hombre que le inspira paz, confianza y la hace sentir muy bien.
—De
acuerdo. No vas a responder. —pasa su mano al mentón de la chica y se posiciona
frente a ella.
Concentrando
su mirada en esos rosados y pequeños labios, tan tentadores que ya no puede
resistirse. Este es el…
Victoria
se mueve alejándose de él. Avergonzada, asustada. ¿Qué pasaría si “él” la llega
a ver? Es atacada por una clase de paranoia.
Por un impulso la chica sale a
la lluvia, empapándose en segundos. En cuanto Akiva vuelve adentro del
restaurante por una sombrilla transparente.
A pasos agigantados la alcanza protegiéndola
de la fría lluvia. Pero no siendo suficiente la sombrilla, él empieza a
mojarse. Por su cara corren ríos de agua.
—Victoria…discúlpame.
Ahora si tiene motivos para no
verlo a los ojos. El japonés ha sido muy obvio, Vicky ahora lo sabe, si quería
besarla significa que… ¿La ama?
¿Cómo puede estar tan segura de
lo que significa el amor? Si nunca lo ha vivido. ¿Cómo se siente ser amada?
Quizá lo esté confundiendo.
El delgado cuerpo de Victoria
es muy débil y delicado. Está temblando, descontroladamente y ya usó su
inhalador un par de veces. Aun así el absorber el aire con su nariz y boca es
todo un trabajo. La ha envuelto en toallas, hasta hay una sobre su cabeza, como
si fuera una capucha. Sentada en un banco de la cocina del restaurante. Akiva
termina de prepararle un té caliente.
Un taxi se ha cansado de
esperar al frente del restaurante y sus llantas ruedan a otra dirección, yéndose.
Continúa lloviendo pero, sin el
escándalo de la tormenta, tan solo el agua caer. El agua que se desliza por la
amplia ventana en casa de José.
Ha reunido a todo el grupo para
hablar más sobre el álbum y pasar un buen rato.
En una sala con sillones
blancos y decoración en rojo. Cada uno toma asiento excepto José. Él camina de
un lado a otro, inquieto, tenso, jugando con el reloj de oro en su mano.
—Es que no puedo wey. Necesito
hacer algo fuera de lo común, Para que me den ganas de escribir ¿Si me
entiendes? —dirigiéndose a Ricardo.
—Sí wey, ya sé. Pues… no sé. Ve
a una Iglesia, mata a alguien. No sé…
Comentario que le arranca una
carcajada a Arturo.
—Hablo en serio wey. —sonando
molesto José.
Deja de pasearse y pasa su
mirada viéndolos a todos.
—Es importante. Apenas terminé
dos canciones. Y el tiempo es oro.
—Relájate Pepe, ya te
inspirarás, tú tómalo con calma. —Jorge. Sentado y con sus codos sobre sus
piernas, sonriéndole.
—Hey wey, a todo esto… —se une
a la conversación Arturo— ¿Ese reloj qué? —lo apunta exaltando sus ojos.
—Ah, esto… —queda viendo el
reloj con atención— Un momento… —no puede contener una sonrisa— Ya sé, como
distraerme.
El resto esperan a que les diga
más detalles. Sin dejar de verlo. En cambio José retrocede unos pasos. Buscando
la privacidad de un pasillo de la casa, lejos de ellos. En su celular encuentra
aquel número, que ya sabía a quién pertenece.
Victoria recibe la taza de té
en sus manos. El temblor ha bajado, es más ligero, pero en su expresión facial
se puede distinguir que sigue en mal estado. Pálida, tan pálida y cabizbaja,
como con falta de energía.
Aparte de su salud, está
cargada de miedo, nunca se ha retrasado para llegar a casa. No puede ni
imaginar lo que le espera.
—Bébelo todo, te hará bien. —sugiere
Akiva y arrastra otro banco cerca de ella para acompañarla— Quiero que por
favor olvides lo ocurrido. ¿De acuerdo? —se inclina buscando su mirada.
Le preocupa que no pruebe ni
tantito su té, está paralizada, como enferma. Si no fuera por el leve vibrar de
su cuerpo, juraría que es una estatua.
—Bien… dame eso. No lo quieres.
Le quita el té de sus manos y
lo deja sobre un mueble de metal, que es parte de la cocina. Retira la toalla
de su cabeza y comienza a secar su cabello con delicados movimientos. Continúa
pasando la toalla por uno de sus brazos, para secarlo y darle calor. Está muy
helada.
Mira ese sereno rostro
enmarcado en un cabello cobrizo y húmedo.
«Algo pasa con ella. Estoy
seguro. Pero es tan reservada y yo…bueno, no me gustaría entrometerme tanto en
su vida. Aunque…». Guarda en sus pensamientos.
Frota la toalla en la piel del
brazo de la chica con la intención de “hacerla reaccionar”. Pero es en vano.
Sigue estática.
Al ver que sus grandes orbes
avellana se han cubierto de una delgada capa brillosa. Detiene su acción.
—Victoria…
Pasa su fina mirada a su brazo
y descubre las marcas de los moretones, algunas pequeñas heridas.
Ese maquillaje que estaba
obligada a usar a diario, para esconder las señales, se ha borrado gracias a la
lluvia y el roce de la toalla de Akiva. Los ojos del japonés se hacen grandes,
examinando bien su piel con cuidado. Victoria se percata que la está viendo y
se apresura a ocultar su brazo con una toalla. Alarmándose notablemente, pero
ya es muy tarde.
Está claro que alguien es el
responsable de esas marcas. Algo le hace creer al japonés que el culpable de
dicho maltrato es su marido ¿Quién más puede ser?.
—Akiva… —brota de los labios de
Vicky.
—Victoria tú…
¡Ring, Ring!
Su celular anuncia una llamada.
Victoria va por su bolso que no está muy lejos. Experimentando una oleada de
emociones al ver quién es el que está llamándola.
¿Esto es verdad? ¿Esto de verdad
está sucediendo? ¿Cómo pudo ser tan descuidada? ¿Cómo José puede…?
Hace un esfuerzo por tomar
aire, antes de querer contestarle. El tono del celular no deja de sonar.
.
Muchas gracias Diana :) ¿Por que no comentaste con Face? Quizá hubo alguna falla D: bueno GRACIAS >w<
ResponderEliminarwoow me encanto el capítulo xD que estará tramando Pepe?? por cierto perdón por la tardanza
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