Capitulo-7
Charlotte ha
dejado caer el traje blanco. Esa voz la ha exaltado.
Se incorpora
viendo detrás de ella al joven encapuchado levantarse también del suelo, con
una leve sonrisa. No comprende porqué ha aparecido tan repentinamente, y con
qué motivo dijo aquello, que no entiende en lo absoluto. “Nada es verdad, todo está permitido”. ¿A qué se refiere con eso?
El joven
suspira con pesadez.
—Sabía que
encontrarías esto tarde o temprano. Te has vuelto muy buena para encontrar
cosas. ¿Sabes qué es esto? —recoge con su mano el traje con el símbolo del
gremio de asesinos— Esto me pertenecía, pero…lo dejé. —observando la vestimenta
detalladamente.
—No me
importa Garrett. Solo dame lo que necesito.
—Claro,
claro. Pero, quizá te sirva saberlo.
Guardando el
traje de asesino, nuevamente en su caja debajo del suelo de madera.
—¿Por qué me
serviría? —inquiere algo intrigada.
—¿No lo
sabes? Hay alguien que se está haciendo pasar por ti. Bueno…por tu lado más
buscado. Gracias a ella, te han agregado un crimen más. —hace una pausa viendo
su cara— Asesina.
—¿Asesina?
¡¿Yo?! ¡Imposible! ¡Yo no he asesinado a nadie! —protesta— Solo soy… —mira a
otro lado— Una ladrona.
—No te
preocupes… —atrae una silla de madera, para sentarse cerca de la ventana y ver
la lluvia caer en el cristal— Me he encargado de todos los carteles
modificados. Los arranqué y también soborne a los pregoneros para que dejaran
de hablar de ti. Recién me entere, y actué. Pero…no durará mucho.
¿Qué ha
hecho qué? ¿Él hacer algo?
Siempre se
mostraba como un completo holgazán, un vago total, que apenas y trabajaba.
Pero, se está volviendo algo misterioso. ¿Acaso no muestra su verdadera
identidad? ¿O personalidad? ¿Por qué?
Y más aún;
¿Por qué siempre se oculta con ese traje café y lleva la capucha puesta? Si tan
solo es un simple vendedor.
La chica
descubre su cabeza dejando ver su bello y blanco rostro, y su cabello carmesí
bien recogido. No sabe que decir ¿Y si está mintiendo y solo lo dice para
llamar su atención?
—¿No te
gustaría saber de quién se trata? —viéndose sus uñas con un brazo cruzado por
su pecho— ¿Quién, es la asesina?
Garrett
sonriente, cruza sus brazos poniéndose cómodo, descansa su pie sobre un pequeño
mueble cercano.
El conflicto
ha iniciado. Están empapados y Ezio con sus finas ropas embarradas de barro,
pero es lo que menos importa. Este nativo lo ha hecho enojar.
Ratohnhaketon
intenta controlarse, no debe matarlo, le es muy útil la información que le
puede proporcionar. Por lo que aparta su Tomahawk regresándola a su sitio. Sin
importarle que Ezio sigue apuntándolo amenazadoramente con su espada. Es audaz,
es tenaz, lo tiene todo para enfrentarse contra el usando solo sus puños. No
quiere y no debería lastimarlo.
Entonces el
nativo se balancea hacia él y en un ágil movimiento evade la espada del
italiano que solo le roza en el cabello, y le responde propinándole un fuerte
puñetazo. El golpe más fuerte que Ezio ha recibido en su vida, porque lo hace
perder el equilibrio y balancearse un poco. Apenas se recupera, Ratohnhaketon
sujeta su muñeca, de lado que tenía su espada, y la aprieta estrujándola,
dándole otro golpe, pero en su estómago. Logra desarmarlo, arrojando la espada
lejos, y con su mano antes de que el joven italiano pudiera decir o hacer algo,
lo agarra de su ropa para encararlo con rabia.
—Solo quiero
que me digas lo que sabes de esa asesina. —aprieta sus labios.
De la nariz
del joven golpeado escurre una gota de sangre, escupiendo más también. ¿Cómo es que es tan fuerte y ágil? Por
supuesto, un salvaje tenía que ser.
—¡Ya te dije
que no! ¡No te diré nada! —gruñe el italiano. Y forcejea para soltarse— «¿Asesina?
Es una ladrona. »
Esa
contestación solo hace enfurecer más al joven nativo, que sin soltarlo con un
puño golpea tres veces más su cara, y lo tumba al lodo nuevamente para
continuar.
Siente algo
frio pegado a su sien.
Suspende
enseguida su acción, pero no se mueve un centímetro. En tanto Ezio respirando
agitado, voltea a ver de quien se trataba, y una sonrisa brota de sus labios
ensangrentados.
—¡Achilles!
Grita el
joven alegre. El señor de tez oscura está apuntándole a Ratohnhaketon con un
mosquete corto. El joven nativo no ha usado nunca esa arma, pero la conoce. Ha
visto algunos, casacas rojos en las cercanías de su aldea, defendiéndose con
ellas.
Ezio lamenta
no haber cargado con su mosquete largo,
no creyó que lo ocuparía. Achilles le ha salvado el pellejo.
—Suéltalo. —le
ordena el señor al nativo.
Hace lo que
le pide, y Ezio se levanta de la tierra enlodada, se limpia la sangre con su
manga blanca, y acto seguido va a recoger su espada.
—¡Acabemos
con él Achilles! —regresando con ellos.
La ira ha
pasado para Ratohnhaketon, puede seguir defendiéndose pero sin duda necesita de
su ayuda. Solamente queda con la cabeza gacha.
—Espera,
Ezio. —baja el arma y se apoya más en su bastón— Tú fuiste quién le pidió que
viniera aquí ¿No es cierto? —viéndolo con desaprobación.
—Eh, bueno… —pone
sus ojos en blanco un segundo y se encoge de hombros torciendo sus labios.
—Por tu
culpa él está aquí. Tú has provocado todo esto ¿Verdad? —con su bastón le
golpea cerca de su tobillo.
—¡Ah! —con
una mueca de dolor, dobla su pierna sobándose el tobillo— ¿Por qué..? ¡¿Qué no
lo ves?! ¡Él fue el que me atacó a mí!
—Pero tú le
pediste que viniera, por alguna razón. Todo este ruido… y sus gritos, no me
dejan descansar.
Hay
silencio, solo se escucha la lluvia caer, siguen mojándose. Achilles le dirige
su atención al nativo que permanece cabizbajo.
—Dime,
chico… ¿A qué has venido?
—Él me dijo…
que me diría todo lo que sabe sobre la mujer asesina.
El viejo ve
de perfil al otro joven.
—La ladrona.
—le aclara Ezio con desgane y envaina su espada rendido.
—Muy bien,
lo sabrás. Pero tendrás que esperar a mañana.
El señor da
media vuelta y apoyándose en su bastón se encamina a paso lento hacia su casa.
Ezio lo
observa irse interrogante.
—Gracias. —asiente
con su cabeza el nativo, viendo abajo.
Ganándose la
mirada del italiano, una mirada que lo taladra por un segundo, para después
seguir a Achilles.
—¡Ezio! ¡Enséñale
la habitación de Huéspedes!
—¿Qué? —detiene
sus pasos—
«¿El viejo,
siendo hospitalario con un desconocido y…nativo? Increíble ».
—¡Solo
hazlo! —Sin mirarlo, ni dejar de andar.
—Está bien. —mira
al joven nativo por sobre su hombro— Ven salvaje, sígueme.
—Me llamo Ratohnhaketon.
—Sí, como
sea. —avanza seguido por el otro chico.
Charlotte
levanta del suelo su linterna y la deja sobre un mueble para iluminar mejor.
Recarga su espalda en la orilla de la ventana y observa a Garrett.
Tiene
trabajo que hacer, pero indudablemente el joven ha despertado su interés.
Aunque no puede confiar plenamente ni en él, ni en nadie. No puede estar segura
de nada, y más vale prevenir lo que fuera.
—Si
quiero…necesito saber de quién se trata, pero si es una asesina. Será un gran
problema para mí, pero de todos modos ya lo es ahora. No me hace falta que me agreguen
más crímenes. —mira el techo y enlaza sus brazos sobre su pecho.
Como
queriendo reírse, Garrett se pone en pie y se dirige a otra parte de la
habitación perdiéndose en la oscuridad. Un instante después regresa con algo en
sus manos. Algo muy parecido a un brazalete, como parte de una armadura.
El joven se
lo coloca en su brazo y en un ligero impulso se descubre una hoja que sobresale
de su mano.
Charlotte lo
observa con curiosidad.
—Tú, también
eres asesino. —alza sus cejas esbozando una pequeña sonrisa.
—Haz
adivinado. —la señala con su puño y la hoja— Es una historia algo larga. Pero
te la contaré algún día. Solo quería decirte que…yo te ayudaré a acabar con
ella.
—Creí que,
no eras mi amigo.
—No lo soy.
Solo que, extraño usar esto, y creo que este es un buen motivo. —guarda su hoja
oculta.
—Eres algo
raro Garrett.
«Hay algo
muy extraño detrás de todo esto. Me da el presentimiento, que hay algo más que
aún desconozco».
Dijo la
chica en su mente.
Le ha robado
un tiempo muy valioso. Pero aún quedan unas horas para llevar a cabo sus
artimañas.
Se aventura
al centro de Nueva York. Hay un lugar que ya tenía en la mira desde hace
tiempo, un lugar que cuenta con una buena cantidad de guardias. Una gran
seguridad, pero eso no la detendría. Por eso, ha pasado por tres años de duros
fracasos que eran indispensables para crecer.
Si lo están
custodiando muy bien, es porque seguro hay mucho dinero, o algo valioso, ahí
dentro.
En lo alto
de la fortaleza se alza una bandera blanca que exhibe un tipo de cruz roja. Es
sacudida por el viento aunque la lluvia ya ha cesado.
Revisando
bien que nadie la vea. Ya contaba con su capucha color tierra bien puesta y se
cubre sus labios y nariz con su máscara. Saltando del muro se esconde entre la hierba.
Desde ahí puede ver que un grupo de guardias van y vienen, y otros tantos están
ubicados casi en todas partes.
Sin moverse
de su sitio, con su arco atina un flechazo envenenado a un guardia que cae a la
tierra inconsciente temporalmente. Varios casacas rojas son atraídos y corren a
revisarlo, mientras otros se ponen alerta, saben que la ladrona está cerca, saben cómo actúa.
Empiezan a
buscarla y ella aprovecha que se mueven para arrojar una bomba de humo, que
cubre gran parte y los hace toser un poco y perder su claridad visual, esforzándose
por ver a su alrededor. Charlotte se desplaza por la yerba y las sombras de los
árboles, hasta infiltrarse más. Escala
por las ventanas y paredes, hasta que encuentra un balcón con la puerta
abierta. Cuidando sus pasos se adentra a lo que parece un castillo. Y emprende
su búsqueda de tesoros en las habitaciones evadiendo a los guardias y lanzando
flechas envenenadas, que se clavan al pecho de los hombres cuando se requiere.
Recoge en
sus manos algunas joyas, y vacía los cofres repletos de monedas, también coge
algunos objetos valiosos solo por gusto. Sintiendo la carga de su bolso pesada.
Sonríe con placer del buen botín conseguido.
Es suficiente
por hoy. No puede llevar más.
Está por
salir de una sala cuando escucha voces y pasos acercarse. Voces de una mujer y
un hombre. Alarmada mira a un lado y a otro, apresurándose a entrar a un mueble
con puertas en el que tiene que sentarse para caber en la parte baja que está
vacía.
—…Por eso,
tiene que estar en alguna parte.
Dice la voz
de la mujer.
—Estoy
segura que ese muchacho lo está cuidando todavía. He vuelto a lo que fue la aldea, pero…no lo encontré.
—Tienes que
buscarlo mejor. ¿Él lo tiene no? Pues búscalo, mátalo y tráeme el fruto del Edén.
Responde la
voz del hombre.
—Entendido.
—Ya has
perdido mucho tiempo. Ponte a trabajar de una vez. Nadie más que tú puede
hacerlo. No me decepciones…
—No lo haré.
Unos pasos
se alejan. Otros más rápidos lo alcanzan.
—¡Señor
Kenway! Sospechan que la ladrona está merodeando por aquí.
—¿Y, a que
están esperando? Encuéntrenla y mátenla. O lo haré yo mismo y ustedes tendrán
que morir. Elijan.
—¡Si señor!
Puede oír cómo
se marcha rápidamente.
La joven
encapuchada invisible adentro del mueble. No comprende lo primero que dicen,
pero sabe que tiene que huir ya. Apenas escucha que los pasos cada vez son más distantes, y sale de su
escondite, para brincar por la ventana hacia afuera.
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